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¡Más banderas de España en los balcones!

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Jesús Aguilar.- A lo largo de nuestra vida hemos sufrido a menudo la experiencia de toparnos con personas que, pareciéndonos grandes cuando estaban lejos, al llegar a nuestro lado se han convertido en enanas. Algo que en referencia a los políticos es evidente, porque salvo casos excepcionales, el político y la nobleza de pensamiento y de espíritu se excluyen.

Suele decirse que la política es el arte de lograr lo posible, no la búsqueda de la moral, pero aunque los hombres públicos se vean mejor a sí mismos como pragmáticos que como moralistas, ello no puede llevarlos a desentenderse de lo ético.

Es obvio que en la profesión política las dificultades son numerosas, porque vivimos en una sociedad compleja, pero en nuestro caso, tanto la coyuntura socioeconómica heredada por los políticos de la transición como su correspondiente tendencia, eran ciertamente prometedoras. Realidad que quienes nos han traído hasta aquí han revertido por culpa de una política gubernativa ilegal y obsequiosa, de paulatino servicio a la oligarquía ecuménica amalgamada de marxismo, capitalismo, islamismo, sionismo y masonería que constituye el NOM.

Poco a poco ha ido aumentando la presión de ese orden globalista y ahora nos hallamos ante el hecho consumado de una ciudadanía prisionera suya, con escasa o nula capacidad de reacción en buena parte de sus integrantes, si bien hasta los más incautos comienzan a sospechar del gradual sometimiento a un sistema que inmola al individuo y a la nación en aras de una deshumanizadora uniformidad.

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Hace algunas décadas resultaba sensato preguntarse si los problemas políticos, sociales y económicos que nos acuciaban no era posible resolverlos fuera de esta integración supranacional. Ahora ya sabemos que aunque existan otras formas independientes de relación o de neutralismo activo, la casta política forjada durante la transición se va a negar a ejercitarlas dada su dependencia ideológica o financiera del Nuevo Sistema.

Los funcionalistas anglosajones de los años 60 del pasado siglo llamaban tradición al punto de partida y modernidad al de llegada. Es evidente que a estas alturas es obligado invertir los términos, pues lo que el progreso entiende por modernidad ha resultado un fiasco.

Si la cultura del bienestar y la abundancia, de la mano del inicuo NOM, cada vez mata más niños, destruye más identidades, enriquece más ricos y empobrece más pobres, resulta obligado reiniciar el camino a partir de los mitos familiares y los valores tradicionales.

Las alarmantes noticias con las que el ciudadano común se desayuna todas las mañanas contribuyen a que la situación social sea irrespirable, y puede agravarse según vaya instalándose la nueva crisis económica que asoma por el horizonte. Bajo esta atmósfera de frustración, las complicidades de los sicarios del Nuevo Sistema –medios, políticos e instituciones- coadyuvan a hacer la presión más explosiva mediante comunicaciones tendenciosas y silencios premeditados.

Sánchez se irá, y con él su Gobierno. Como se fueron Rajoy y Rodríguez, Aznar y González… Pero si la deriva corruptora y destructiva no cambia, lo que no se irá es la desconcertante moribundia de la sociedad.

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Que los detentadores del poder se corrompan, se trate del poder político, cultural, mediático, intelectual o judicial, no es sorprendente, pues constituye una realidad histórica. Lo asombroso es que la sociedad permanezca en Babia ante los crímenes que en nombre de las dolosas razones de Estado o de Gobierno, o a base de argucias y decretazos, esos poderosos cometen día a día.

Lo que asusta a las personas normales es que Razón y Verdad han sido secuestradas y están siendo ofendidas de forma perenne por los gobernantes y sus vándalos, sin que la masa social muestre el menor estremecimiento. Tal vez porque a muy pocos concierne la Razón ni la Verdad en estos tiempos. Pero tan depravado es el que se aprovecha de cualquier poder para obtener ventaja, como el que contempla la perversión como si viera la virtud.

Lo cierto es que desde el inicio de la transición, el frentepopulismo encubierto tenía grabado entre ceja y ceja la vuelta al año 36. Hasta los ciegos circunstanciales saben ahora que las palabras sagradas “libertad” y “democracia” en boca de los revanchistas son una gran mentira y que, durante estos años de trampas, siempre que han gobernado lo han hecho buscando el descalabro de la Patria.

Y a las conjuras del marxismo cultural hay que añadir las traiciones –por activa y pasiva- de las derechas asimiladas, pues entre todos han vaciado el Estado. Aunque no es común, no suele ser raro que los pueblos puedan vivir durante cierto tiempo sin Gobierno, pero sí que lo es, y mucho, que unos Gobiernos puedan existir sin un país, como pretenden éstos.

Aparte de la actitud de tantos indeseables dedicados a encauzar turbias ideas o silenciar directamente al pueblo, lo que aquí se derrumba es el sistema, es decir, la civilización occidental tal como la hemos venido entendiendo hasta ahora, basada en los clásicos grecolatinos, el derecho romano, la religión cristiana y el humanismo.

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Y tras ese derrumbe de las esencias, otras muchas cosas se vienen abajo actualmente. Cosas que tienen que ver con el Estado y cosas que tienen que ver con la sociedad. Hay un error omnipresente y omnipotente en alguna parte que se diluye en errores cotidianos domésticos y que no lo vemos. Que no queremos verlo, escondidos como estamos en las tinieblas de nuestra patria, como si la oscuridad y el odio no fuera con nosotros, esperando sin merecerlo que un héroe o un dios venga a traernos la luz que nos libere. Pero desgraciados los pueblos que dejan en las manos de un héroe la obtención de su libertad.

En esta España enferma de hoy sólo unos pocos sienten el compromiso o tienen el atrevimiento de decir la verdad, pero ¿qué sería del mundo, quiero decir de la libertad y del bien, si no hubiera valor para defender el código de principios que nos diferencia de los borregos y de los sectarios? En poco tiempo la verdad moriría, humillada por los matones políticos.

Por esta razón es obligado que las personas convencidas de su dignidad, orgullosas de su condición humana, permanezcan atentas y activas para defender la libertad sin dejarse arrinconar por el terror liberticida. La identidad del individuo libre no se perderá mientras nos mantengamos vigilantes, prestos para salir al paso de los victimarios.

Carecer de convicciones es quedarse fuera de la pelea, tal esos despojos humanos que contemplamos cada día, ni vivos ni muertos, pero disponibles para una lenta podredumbre. Luchar contra la injusticia, defender la libertad, no es obra que corresponda a Dios, sino a nosotros. O tú dominas el mal o él te domina. He aquí el secreto de la vida.

No es temblando como se ayuda a la justicia. Nada prohíbe consolarse con palabras tranquilizadoras, pero el bien que podemos ejercer se encuentra en nuestra firme determinación y en la habilidad de nuestras decisiones y recursos.

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A pesar de esa mayoría adormecida, no somos pocos los que buscamos la regeneración de esta sociedad nuestra. Ya hace muchos años que los hay, y detrás nuestro han de venir otros, con rejuvenecidos ideales que ordenen la muerte política y la cárcel de sus enemigos vencidos. Porque dondequiera que la ira del destino en forma de mal alcanza al hombre de bien, éste no tiene otro camino que enfrentarlo.

Existe un principio: el de que cuando una tendencia dada se activa o hace crisis, si ésta amenaza provocar algún peligro, resulta también activada una tendencia opuesta. Esta tendencia está en marcha. Lo que se trata de conseguir ahora es de hacerla efectiva con el impulso de los espíritus libres.

De momento, ante el próximo 12 de Octubre, ¡más banderas de España en los balcones! Defendamos la libertad, la unidad y la grandeza de España mostrándolas con orgullo.

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Diez puntos para valorar una teoría de la conspiración (CONSPIROLOGíA II DE II)

Ernesto Milá

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Dentro de las posibilidades de esta obra y a la vista de los errores que hemos apreciado en varias de las teorías de la conspiración que hemos expuesto, vale la pena aportar, para terminar, unos cuantos puntos que permitirán al lector valorar la validez de cualquier nueva teoría que se le presente (y que no dudamos que, en tiempos de confusión y crisis como estos, surgirán por todas partes y en cadencia creciente)

1) Remontarse a las fuentes: no todas las teorías de la conspiración son igualmente “solventes”. Con demasiado frecuencia -como hemos visto en estas páginas- se apoyan en bases lo suficientemente dudosas como para poder atribuirles un mínimo de credibilidad: ante una teoría de la conspiración concreta hay que preguntarse: 1) Qué tiende a explicar, 2) De dónde y cuándo ha surgido, 3) Quiénes son sus mentores, 4) Sobre qué documentación fehaciente se apoya… La simple respuesta a estas cuestiones dará el índice de solvencia y credibilidad de una teoría de la conspiración. Y esto es más que necesario a la vista de que, como hemos podido comprobar, es muy frecuente que una teoría de la conspiración parte de un documento falso, de un malentendido histórico, de una fuente leída demasiado apresuradamente y de un error en la importancia que un documento puede haber jugado en una época concreta. Es frecuente, así mismo, que algunas teorías de la conspiración contengan datos que se han arrastrado a la largo de generaciones y que, dados por buenos generación tras generación, luego resulte que se trata de referencias falsas, dudosas o malinterpretadas

2) Remontarse a la época en la que enunció: esto nos dará el cuadro general de los problemas concretos de ese momento histórico y es posible, incluso, que nos sirva para apreciar la validez de una teoría de la conspiración en un momento dado y en de determinada coyuntura histórica, pero sea inaplicable en otro espacio y en otro tiempo. El tiempo suele matar las teorías de la conspiración que pretenden interpretar la historia en función de un único actor conspirativo. Los datos que pueden parecer “convincentes” en un tiempo, ya no suelen encajar con la realidad pocos 20 años después. Entidades de “poder mundial” que fueron determinantes en un tiempo concreto, pasan a ser irrelevantes apenas unos años después, sustituidas por otras. (recordemos la asociación Skull & Bones a la que perteneció la familia Bush y de la que se habló exhaustivamente mientras George Bush fue presidente, o de la Comisión Trilateral a la que pertenecieron buena parte de los miembros de la administración Carter). Cada generación desarrolla sus propios modelos conspirativos y es inútil pensar que el mismo diseño conspirativo se mantiene inalterable durante siglos.

3) Valorar al autor y su obra: habitualmente, todas las teorías de la conspiración tienen un autor. La validez de la teoría, en gran medida, puede ser evaluada en función de la solvencia de este autor, de su prestigio intelectual y de sus posibilidades reales de análisis e investigación. Es muy posible que autores conspiranoicos, por ejemplo, elaboren sus teorías en función de sus lastres psicológicos personales, de sus filias o sus fobias, de sus obsesiones e, incluso de su incapacidad para entender los mecanismos reales y objetivos para interpretar un hecho concreto o una situación histórico. Un autor solvente desde el punto de vista intelectual, un investigador que trabaje según un método científico, es garantía de que sus conclusiones pueden aproximarse a la verdad. Un autor anónimo, aupado en redes sociales, un intelectual que cambie constantemente de opinión, impulsivo, poco reflexivo, excesivamente intuitivo, suele ser garantía de una teoría de la conspiración errónea. Así mismo, un documento espurio, sin garantías de autenticidad, cuyo origen está envuelto en brumas con posibilidad de que se trate de una falsificación, es el anticipo de una teoría conspiranoica falsa o artificialmente creada.

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4) Evitar dar por ciertas versiones de una conspiración que se mantienen a lo largo del tiempo utilizando datos repetidos reiteradamente, pero nunca confirmados como auténticos: es muy frecuente que una teoría de la conspiración que se mantiene durante décadas, encuentre a autores poco escrupulosos que dan por ciertos y repiten (“refritos”) datos que la confirmarían, sin antes preocuparse si estos datos son indubitables o bien nunca han sido confirmados. Es frecuente que una conspiración se dé por cierta por el testimonio de un personaje desconocido que asistió a una reunión de conspiradores y luego sintió una necesidad vital de “contar la verdad”. Luego, dando por cierto ese testimonio, el dato se repite una y otra vez en las sucesivas revisiones de la teoría de la conspiración en cuestión. Ahora bien, siempre hay que tener en cuenta que, si ese dato que puede ser calificado como la “piedra fundacional” es falso o erróneo, toda la construcción que se asienta encima es inestable en tanto que igualmente falsa. Aquí puede aplicarse el principio jurídico de “testimonio único, testimonio nulo”.

5) Confrontar la teoría con la realidad: las teorías de la conspiración se confirman o quedan desmentidas a la luz de la realidad. Mientras existe un paralelismo entre el enunciado de la teoría y las situaciones reales que se van sucediendo, la teoría en cuestión queda verificada, pero, desde el momento en el que teoría y realidad divergen, hay que evitar tratar de encajarlas a martillazos. La teoría no ha soportado el choque con la realidad y se ha difuminado. El peor error consistiría en seguir creyendo en algo en función de lo que ya no sirve para entender un proceso histórico. En el período de la primera postguerra mundial, por ejemplo, podía darse por cierto la idea del entendimiento entre judíos laicizados y bolchevismo a la vista de que la mayoría de dirigentes comunistas eran de origen judío. Pero, a partir del estalinismo y de sus purgas -que salpicaron especialmente a grupos dirigentes bolcheviques de origen judío- la teoría ya no era válida.

6) Buscar explicaciones alternativas: en ciencia se dice que “más vale una mala teoría que no tener teoría”. Una “mala teoría” sirve para estructurar conocimientos e interpretarlos, pero también para poder realizar una crítica que puede desembocar en la formulación de una “buena teoría”. Esto implica que una interpretación de la realidad en función de una teoría de la conspiración es un recurso aceptable y necesario solamente en el caso de que no exista otra teoría que interprete mejor los mismos hechos. La mayor parte de teorías de la conspiración tratan siempre de explicar problemas complejos mediante respuestas simples. Pero, en un momento de aceleración de la historia y de cada vez mayor complejidad de las sociedades, es inevitable que la explicación a los procesos que se van desarrollando, sean complejas y tengan en cuenta multitud de factores. Precisamente, esa complejidad es lo que hace difícil que existan conspiraciones que puedan soportar el paso del tiempo y cuyos mentores hayan tenido en cuenta todos los elementos de la ecuación. Esto implica que la validez de una teoría de la conspiración es inversamente proporcional al tiempo que transcurre desde que ha sido enunciada.

7) No perder nunca la objetividad en el análisis de una teoría de la conspiración: habitualmente, las teorías de la conspiración tienen éxito o no a partir del énfasis y de la capacidad de convicción de quienes las difunden, por la espectacularidad de algunos de sus contenidos, incluso por su extravagancia y por los canales en los que difunden (habitualmente redes sociales y grupos formados por “creyentes”) mucho más que por el contenido de los datos que aportan. Estos, no siempre superan la prueba de la veracidad. Es importante para el ciudadano al que le llega una nueva teoría de este tipo, que mantenga el cerebro frío y siempre, a la hora de valorarla, especialmente en estos momentos en donde hay bases de datos suficientes en Internet como para poder evaluar y confirmar o desmentir cada dato, confirme por sí mismo, los datos que le llegan.

8) Discriminar y clasificar las fuentes: Un dato olvidado en una web perdida que ni siquiera indica la fuente, suele no ser fiable, sin embargo, muchas teorías de la conspiración se han elaborado sobre esa base (el Plan Kalergi, como hemos demostrado surgió de una mala lectura de un libro olvidado, escrito por un autor que nunca tuvo una relevancia especial). Es importante a la hora de establecer la credibilidad de un dato aportado en una teoría de la conspiración, el valorar la fuente que lo ha emitido. Para ello, habrá que ver qué otros datos, sobre otros temas, aporta esa misma fuente y, en función de ello podremos establecer si el dato es fiable, inseguro en mayor o menor grado, o simplemente falso. En una publicación poco seria, en una web juvenil, en un foro de noticias que habitualmente sirve para canalizar locuras, fakes y es frecuentado por carne de psiquiátrico, es inútil pensar que vamos a encontrar datos que puedan aceptarse sin más. Los datos aceptables, solamente pueden partir de fuentes solventes.

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9) Necesidad de documentos indubitables y testimonios múltiples: hay que desconfiar de “documentos probatorios”, sin padres ni madres reconocidos. Guénon sostenía que una sociedad secreta digna de tal nombre no deja rastros escritos de su actividad. Cuando aparece algún documento emanado por una de estas sociedades, hay que desconfiar sobre su autenticidad. Es demasiado frecuente que se trata de una “pieza de intoxicación”. Cuando se publicaron los Protocolos de los Sabios de Sión, algunos recordaron este principio y, aun antes de que aparecieran todos los datos que confirmaron la mistificación, denunciaron que el documento no solo era falso, sino que era cualquier cosa, menos las actas de una reunión secreta tendente a lograr el dominio mundial. Por otra parte, un dato único no puede confirmar una tesis compleja. En ciencia se dice que “a grandes tesis, grandes demostraciones”: si se quiere demostrar la existencia de vida extraterrestre (una gran tesis), la “gran demostración” consiste en entrevistar a un extraterrestre en la CNN. Frecuentemente, las teorías conspiranoicas, aparte de su escasa objetividad, parten de un testimonio único que, como sabe cualquier jurista, equivale a “testimonio nulo”.

10) Si no se dispone de una teoría “segura”, mejor prepararse para afrontar los hechos: vivimos momentos de crisis a los que se une un proceso de aceleración de la historia que se prolonga desde hace más de un siglo, a velocidad creciente. Cada vez es más habitual que las teorías interpretativas vayan por detrás de la realidad de los hechos. El catolicismo, por ejemplo, ha perdido mucho tiempo, tratando de explicarse el porqué está hoy en crisis, especialmente en la tierra de Europa: y no ha llegado a conclusiones unánimemente aceptadas. La situación es que hoy, además de carecer de teoría interpretativa sobre su propia crisis, se encuentra en una situación prácticamente insalvable: para los católicos, ya no se trata de seguir pensando en los “por qué”, sino más bien en actuar para tratar de salvar lo salvable y evitar la islamización de Europa. Es frecuente, como ya hemos dicho, que una teoría que “funcionó” ayer, ya esté superada poco después. Para apreciar un problema, basta con salir a la calle y observar el entorno: a partir de aquí podrá inferirse si hay tiempo para elaborar una teoría de la conspiración, o será necesario enfrentarse al problema que se percibe con la mayor determinación aun sin haber elaborado una teoría que lo explique.

Es posible que estos consejos hayan decepcionado a algunos. Y, sin embargo, son necesarios a la vista de la facilidad con la que hoy se difunden fakes, se repiten errores, se elaboran o adaptan teorías que no tienen posibilidades de interpretar satisfactoriamente nuestro momento histórico. Vivimos tiempos de repliegue a lo personal, nuestras vidas están encerradas en nuestras terminales digitales. Casi sin darnos cuenta hemos terminado presos, primero del racionalismo, luego de los millones de reclamos que cada día exigen nuestra atención, la mayoría carecen de tiempo para recabar datos y deben fiarse de las teorías de la conspiración elaboradas por otros. Ya hemos visto que, con demasiada frecuencia, estas teorías resultan erróneas. En la soledad de nuestros hogares, nosotros y nuestras terminales digitales pueden estas ofreciéndonos informaciones distorsionadas, incompletas, interesadas, pura intoxicación: de ahí la necesidad de salir a la calle, afrontar el mundo tal cual es, y, aun cuando no podamos hacer nada por rectificar un mundo que se derrumba ante nuestros ojos, debemos procurar que ese mismo mundo deletéreo, absurdo y repleto de distorsiones no tenga entrada en nosotros mismos.

A partir de aquí, las actitudes son dos: la el ciudadano más volcado a la meditación que a la acción que reaccionará tratando se confrontar teorías de la conspiración, sus datos y las responsabilidades contra las que apunta o bien elaborar su propia teoría de la conspiración; o bien, en aquellos en los que algo les hierve en la sangre, más resueltos a la acción que a la contemplación, que tratarán de actuar contra la decadencia o bien de preparar el mundo post-apocalíptico. Sí, porque, a fin de cuentas, la grandeza de nuestro momento histórico es que, con o sin teorías de la conspiración, estamos viviendo el final de una era.

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