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Los primeros 100 días de Sánchez: caos económico, migratorio y catalán

Redacción

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Roberto Centeno.- Si hubiera que definir en solo una frase los primeros 100 días de gobierno de Pedro Sánchez, esta sería sin duda caos, sectarismo e ignorancia a todos los niveles. En lo económico, el desconocimiento de la realidad y de los mecanismos más elementales de fiscalidad, crecimiento y empleo resulta asombroso. “España cerrará el año con un crecimiento del PIB del 2,7%”, cuando en el segundo trimestre crecimos al 0,6% trimestral o 2,4% en tasa anual, y en julio y agosto al 1,8%. “Hay que incrementar el gasto” en el país que más desastrosamente gestiona lo público de toda Europa, que despilfarra anualmente el 9% del PIB sin control alguno. Una “política económica responsable no puede recortar gasto y bajar impuestos”, ¡alucinante! Vamos a un desastre a la griega en forma acelerada.

El Gobierno ha empezado enchufando a millares de amigos sin conocimiento alguno para los cargos y con sueldos de escándalo —con nóminas de hasta 546.000 euros (Jordi Sevilla), coches oficiales, visas oro, etc.—, y muchos miles más sumando los enchufados que traen consigo; ha iniciado programas de despilfarro público inexistentes en el resto del mundo, como la sanidad universal y el turismo sanitario, financiando todo ello con un incremento brutal de deuda —en junio un 46% más que en mayo—, comprada casi toda por un BCE que dejará de hacerlo en 16 semanas, sin que nadie piense ni sepa cómo van a financiar más de 200.000 millones en vencimientos y deuda en 2019.

El Gobierno ha sido incapaz de coger las riendas de una economía que acumula la mayor deuda pública de su historia, solo plantea en forma totalmente caótica el mayor hachazo fiscal de la historia (cinco veces el de Rajoy), cuyas primeras consecuencias están a la vista: destrucción récord de empleo y afiliación a la Seguridad Social en agosto, la mayor desde hace 10 años y que, al igual que entonces, no es coyuntural sino el comienzo de una nueva crisis, y desplome de la bolsa en un 6,5% desde junio, y seguirá cayendo. Los inversores han sacando ya más de 60.000 millones, y no debido a las crisis externas que afectan a muy pocos, sino al temor suscitado por un Gobierno caótico, donde la descoordinación es total y el sectarismo, absoluto. Algo que, a pesar de las purgas estalinistas de los comunistas bolivarianos en TVE, RNE y EFE, no podrán ocultar mucho tiempo.

Un ejemplo disparatado de descoordinación, y de cómo cada ministra/o improvisa sin pensar en las consecuencias, ha sido el megadisparate de la ministra de Defensa, a quien no se le ocurre más que cancelar un contrato de venta de 400 bombas de 2.000 libras guiadas por láser a Arabia Saudí, ¡“porque matan a gente”! Lógicamente, los saudíes montaron en cólera ante tal dislate y amenazaron con cancelar un contrato gigante de cinco corbetas y un puerto para las mismas al sur de Jedda en el Mar Rojo, aparte el daño adicional que puede acarrear en las empresas constructoras y tecnológicas que trabajan en este país. Los trabajadores de Navantia se echaron a la calle, único lenguaje que entienden, y han tenido que rectificar, pero la pérdida de confianza en España ha sido muy seria y dos altos cargos de Defensa saudíes han cancelado la visita prevista para esta semana. Y los disparates son similares en todos los demás ministerios.

El último informe de coyuntura del Ministerio de Economía cuantifica la grave desaceleración de la economía (caída de ventas minoristas, desplome del turismo, caída de expectativas y de indicadores adelantados). El déficit comercial se ha disparado, 14.585 millones en el primer semestre, un 31,5% más que el año anterior; el precio del petróleo esta en 77,6 dólares, un 43% más que la media del año anterior, y la tasa de inflación se acelera. Pero esto no es todo, el más importante indicador adelantado, el PMI del sector servicios, que representan los dos tercios del PIB, se ha desacelerado al nivel mas bajo en casi dos años, los nuevos pedidos siguen cayendo por quinto mes consecutivo y el sentimiento empresarial se ha desplomado a su mínimo de hace cinco años. Y el crecimiento en julio-agosto ha caído al 0,3%, ¡el 1,8% en tasa anual!

El crecimiento medio en 2018 estará en torno al 2,1%, pero a fin de año, que es lo relevante, estará en el 1,5%. En cuanto al déficit, dada la orgía de gasto iniciada por Sánchez y su nuevo ministro de Economía, Iglesias, superará el 3%. El problema es que estos irresponsables, cuya ignorancia supera su sectarismo, opinan que el déficit no solo no es ningún problema y que lo que hay que hacer es tener más déficit, porque socialistas y podemitas comparten la increíble patraña de que “un país no puede quebrar”, cuando solo desde 1975 han quebrado 20 países, y nueve desde el año 2000, dejando una secuela de hambre, miseria y dolor humano casi inimaginable. Solo en Grecia, las pensiones se han reducido en un 40% (frente a las subidas prometidas por Txipras), los salarios públicos en un 38% y más de un 40% de los griegos vive por debajo del umbral de la pobreza.

Demagogia, incompetencia y sectarismo ciego como no se conocían desde que Zapatero nombró a un equipo ministerial que asombraría a Europa porque el que más parecía sacado de una escombrera. Cada ministro/a va completamente a su aire, sin nadie que coordine nada, en función de sus caprichos y de su filosofía ‘progre’, ya que casi nadie tiene el menor conocimiento sobre las responsabilidades a su cargo. Pero lo malo de verdad empezará en 2019. Con la mayor deuda pública de su historia, casi 1,7 billones de euros (1,64 billones a marzo, segun el BdE) o el 143% del PIB, con un crecimiento que no superará el 1% y teniendo que emitir deuda por más del 20% del PIB sin el BCE para comprar, vamos a la senda griega de la suspensión de pagos. Veremos qué dice la Comisión en noviembre, aunque no será porque no se lo hayamos avisado.

Luego tenemos los dos otros grandes desastres: inmigración y Cataluña. Es un hecho que Sánchez ni cree en España, la unidad nacional más antigua de Europa, ni tiene proyecto alguno de nación. Es también un hecho que ha puesto en marcha junto con Podemos una política radicalmente anticatólica, felicita por el Ramadán a los musulmanes, a quienes alaba continuamente, pero jamás a los católicos que son, al menos culturalmente, la inmensa mayoría de la población española, lo que es un insulto que ningún presidente, y menos si no ha sido democráticamente elegido, jamás infligiría a su pueblo. Y en la educación se denigran los valores cristianos mientras se ensalza el islam.
Su deseo de destruir la gran cruz del Valle de los Caídos, el más grandioso monumento construido en Europa en todo el siglo XX, se inscribe dentro de esta política de descristianización. Desde su llegada al poder, ha convertido España en líder europeo en descontrol de fronteras. La entrada de inmigrantes musulmanes por el Mediterráneo se ha doblado, mientras que en Italia ha disminuido en un 80%, y además ha pactado con Merkel el hacerse cargo de todos los inmigrantes musulmanes de Alemania que hayan entrado por España.

Finalmente, el tema catalán ha empeorado exponencialmente. En el momento cero, Sánchez pasó del 155 a afirmar que “Cataluña es una nación”, algo que no ha sido jamás en toda su historia. Y a partir de ahí las cesiones y la humillaciones se han multiplicado como nunca antes. En ningún país democrático existe el derecho a decidir, excepto Escocia y Quebec, porque así se pactó expresamente en la Constitución. Pero lo que ya es absolutamente demencial es que un jefe de Gobierno no solo permita vulnerar impunemente la legalidad y la Constitución, que ya lo hizo Rajoy, sino además se ponga del lado de los que incumplen, y, lo que es infinitamente peor, en contra de los jueces que la defienden. Según Ron Aledo, oficial de la U.S. Army ex consultor de la CIA, “esto no ha sucedido jamás en democracia, donde sería un caso de alta traición”.

Con la ley y la fuerza de su lado, es inconcebible que el Gobierno y el Rey no planten cara a una organización criminal de racistas supremacistas, y le cedan el monopolio del adoctrinamiento, la intimidación y la violencia. Para la inteligencia norteamericana, según Aledo, el tema es sencillísimo de resolver, “abolir la autonomía de Cataluña, como hizo Tony Blair con el Ulster, y no pasaría nada excepto algaradas callejeras que las controlaría con facilidad ‘la riot pólice’ [antidisturbios], y que no serían mucho mayores que las actuales”. ¿Y qué dice Josep Borrell, que estaba al frente de la defensa de la unidad de España, ante esta rendición ante una mafia fascista que no tiene media bofetada?, ni pío, solo permitirles reabrir las embajadas que clamaba por cerrar.

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España

El PP es el sida, el PSOE solo un catarro. Por Miguel Ángel Quintana Paz

Miguel Ángel Quintana Paz

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«Cuando el PP llega al poder y mantiene todas las leyes, subvenciones y principios socialistas, nos deja sin anticuerpos contra el socialismo»

Sé que la metáfora que intitula este artículo puede ser presa de malentendidos. Así que procedamos en primer lugar a aquilatarla.

Comencemos con un interrogante: ¿qué causa más muertes, el sida o los catarros? Los estragos causados por el virus de inmunodeficiencia humana (VIH) pueden deslumbrarnos. E impedir que captemos todo lo que hay de capcioso de esta pregunta.

Pues, en realidad, no puede decirse que el virus del sida cause muerte alguna: lo que hace es destruir cierto tipo de glóbulos blancos, imprescindibles para combatir las infecciones. Esa destrucción, por sí sola, no nos mata. Pero sí que causa la citada inmunodeficiencia: el cuerpo se queda sin defensas ante otros virus o bacterias. Por ejemplo, los del catarro. Y también otras mucho peores, claro. Los médicos dan un nombre a estas enfermedades, que entran en el cuerpo cuando el sida alcanza su esplendor letal: infecciones oportunistas. En puridad, son estas infecciones oportunistas las que pueden acabar con el enfermo. Afecciones que el cuerpo humano podría combatir sin problema si sus defensas fueran normales, resulta que se convierten en mortales porque el VIH nos ha dejado antes sin anticuerpos con que enfrentarlas. 

A una persona normal le entra un catarro, le dura unos cuantos días y, al final, se le pasa: sus defensas lo han vencido. A un enfermo de sida, en cambio, le entra un catarro, o un sarcoma de Kaposi, o una neumonía, y pueden terminar con él. Como un país sin ejército o un castillo sin murallas, su afección le ha dejado expuesto a cualquier enemigo. Incluso al de apariencia más inofensiva.

Una vez explicada nuestra metáfora, volvámonos hacia España. El país, más o menos, sobrevive. Como un infectado de VIH al que aún no se le haya manifestado la enfermedad.

«Si España es el Titanic, en este barco cada vez quedan menos válvulas de seguridad»

Cierto es que llevamos estancados en renta per cápita desde antes de la crisis del 2008; cierto es que ahí nos van adelantando más y más países europeos (Eslovenia, Chipre, Chequia, Malta, Estonia…) y que las previsiones apuntan a que pronto lo harán otros cuantos (Polonia, Lituania…). Cierto es también que las recientes inundaciones por la gota fría nos han evocado imágenes de pozo tercermundista.

Pero el país, mal que bien, tira adelante. Su enorme deuda, su gigantesco desequilibrio en las pensiones, su alto desempleo y baja productividad endémicas: todo son nubarrones y relámpagos en el horizonte que presagian tiempos recios. Pero el Titanic aún no se ha hundido, así que dancemos y cenemos mientras la orquesta siga tocando, que a eso hemos venido aquí.

Este amodorramiento ante la decadencia económica se explica porque lo precede un amodorramiento de las instituciones. Si España es el Titanic, en este barco cada vez quedan menos válvulas de seguridad.

El Gobierno de Pedro Sánchez ha ido copando todos los órganos que deberían permanecer neutrales (RTVE, Banco de España, CIS, Fiscalía, Correos, Consejo de Estado, INE, Indra, EFE…), o incluso aquellos pensados para servir de contrapesos al poder (Tribunal Constitucional, Tribunal de Cuentas, Consejo General del Poder Judicial…). Incluso se nos anuncian nuevas ocupaciones: la CNMV, la Agencia Española de Protección de Datos, la CNMC, la CNE. Y esto lo ha hecho y lo seguirá haciendo por un motivo sencillo: porque la izquierda no cree en las instituciones neutrales («todo es política», nos han dicho mil veces) ni tampoco cree en los contrapesos («si me ha votado una mayoría, entonces todo lo que yo diga y haga es, por definición, lo democrático», nos han dicho otro millar de veces más).

«El amodorramiento institucional no se explica si no miramos hacia el amodorramiento de las mentalidades»

En esto consiste la «democracia radical» que Ernesto Laclau, Chantal Mouffe y el primer Podemos propugnaban en la década pasada. En esto consiste la «democracia radical» (no nos fiemos nunca de las etiquetas: aquí el adjetivo «radical» anula al sustantivo «democracia») que el PSOE ha abrazado esta década como seña de identidad.

Pero, a su vez, el amodorramiento institucional no se explica si no miramos hacia un amodorramiento más profundo: el amodorramiento de las mentalidades. Podemos llamarlo «amodorramiento cultural», siempre que no pensemos que «la cultura» es eso que hacen los artistas que firman manifiestos o los culturetas que reciben subvenciones. Podemos llamarlo «amodorramiento en las ideas», siempre que no pensemos (con Descartes) que las ideas son algo que habita solo dentro de las mentes de las personas, sino que (con Hegel) notemos que el espíritu se solidifica a todo nuestro derredor.

¿Cuáles son esas ideas, esa mentalidad que sobrevuela España, tapándonos el sol de la verdad con su sombra, como un gigantesco pajarraco que se cerniera sobre nuestro país? Lo hemos explicado ya aquí muchas veces: se trata del PSOE state of mindSe trata de esa hegemonía del modo de pensar socialista que hace que incluso muchos que se dicen opositores a él compartan sus supuestos básicos.

Dicho de otro modo: el PSOE state of mind no consiste en que los socialistas piensen como piensan; el PSOE state of mind consiste en que quienes se dicen principales opositores a los socialistas, los peperos, piensen como el PSOE. Gobiernen con el PSOE (en la Comisión Europea). Voten como el PSOE (89% de veces en el Europarlamento). Adopten las ocurrencias del PSOE (a veces cinco años más tarde, a veces solo cinco minutos después). PSOE state of mind es que el PP mantenga las leyes del PSOE (bajo la mayoría absoluta de Mariano Rajoy antaño; bajo las comunidades autónomas que gobierna, hogaño). O que recuperen las mismas subvenciones que da el PSOE (la Junta de Castilla y León ha sido en esto significativa: apenas partido Vox de su Gobierno, el PP devuelve a los sindicatos las suculentas subvenciones de las que viven).

«El PP hace con España lo que el VIH con un cuerpo: matar todas las defensas con las que podríamos protegernos»

Eso es lo que significa la hegemonía ideológica del Partido Socialista: no que él gobierne a menudo (28 años de los que llevamos en este régimen); sino que, incluso cuando no gobierna (lo 18 años restantes), unos «gestores» y «técnicos» centro-derechistas mantengan su mismo tinglado.

Es ahora cuando podemos entender mejor la metáfora del sida. Si el PP es nuestra presunta oposición, nuestra supuesta defensa contra los males del PSOE, y si se ha vuelto tan inane como hemos recordado, entonces nos ha dejado sin anticuerpos ante el socialismo. El PP hace con España lo que el VIH con un cuerpo: matar todas las defensas (políticas, ideológicas, mentales) con las que podríamos protegernos de lo que nos amenaza. ¿Es el PP el que implanta todas las políticas socialistas que nos van consumiendo? Poco importa: es él quien está empeñado en destruir las defensas con las que podríamos combatirlas.

Cuando el PP no articula ideas fuertes contra el socialismo (porque ellos solo son «los que saben gestionar»), nos deja sin anticuerpos contra el socialismo. Cuando el PP asume como propias (su vacío mental ha de llenarse de algún modo) las ideas socialistas, nos deja sin anticuerpos contra el socialismo. Cuando el PP nos pide el voto y luego llega al poder y mantiene todas las leyes, subvenciones y principios socialistas, nos deja sin anticuerpos contra el socialismo. El PP es el sida endógeno de España; es normal que, quienes andamos preocupados por la salud de nuestra patria, busquemos antirretrovirales con los que curarnos de él.

«Muy bien», dirá, acaso, algún lector concienzudo, «nos has explicado, más o menos, la primera parte de la metáfora, Miguel Ángel» (yo, a mis concienzudos lectores, permito que me llamen de tú); «pero aún no me convence eso de que dejes al PSOE ¡como un mero catarrito! Una neumonía, una tuberculosis, ¡un cáncer!, creo yo más bien que representa el socialismo para esta nación».

«El PSOE, por seguir con el lenguaje médico, prolifera como ‘infección oportunista’ en nuestro país»

El lector que me haga esta objeción tiene toda la razón del mundo. Y por ello, aunque creo que lo urgente es paliar el sida que aqueja hoy a España, dedicaré unos párrafos finales a ese PSOE que, por seguir con el lenguaje médico, prolifera como «infección oportunista» en nuestro país.

Lo primero que hay que aducir a este respecto es que poco importa, cuando el sistema inmunitario de una persona anda hecho trizas, si la infección que lo invade es por sí sola muy virulenta o menos maligna: en una ciudad sin murallas puede entrar cualquier caravana, a un país sin ejército lo puede invadir cualquier escuadrón. Si el respetable lector prefiere hablar antes de tuberculosis que de catarros socialistas, pocos motivos tengo para oponerme; pero, si el símil del PP con un virus de inmunodeficiencia es correcto, discutir si son galgos o podencos los que vendrán a modernos luego resulta poco sustancial.

Con todo y con eso, sí que me parece relevante sugerir que no debemos magnificar la potencia que tiene a día de hoy el socialismo (una vez ha quedado claro que, para un enfermo de sida, la baja potencia de una infección es compatible con su alta letalidad). Este es parte de nuestro drama: el PSOE que está copando como nunca las instituciones de nuestro país, que está ocupando como nunca la mentalidad de nuestro país y que está dañando como nunca la viabilidad de nuestro país, no es un PSOE vigoroso y fornido, como aquel de Felipe González que obtuvo 202 diputados en 1982, como aquel que obtuvo mayoría absoluta por última vez en la noche electoral 1986 (recordemos que la mayoría socialista de la legislatura 1989-1993 fue absoluta tan solo porque abandonaron el Congreso los entonces diputados de HB). 38 años lleva el PSOE sin conseguir mayorías absolutas al cerrarse la jornada de elecciones; sus 121 diputados actuales son menos incluso de los que obtuvo en sus derrotas de 1996 (141 diputados) o 2000 (125). Frente a cepas socialistas anteriores, pues, nos encontramos con una versión hasta cierto punto moderada del virus socialista.

Esa debilidad política se corresponde con la debilidad ideológica de nuestra infección oportunista llamada PSOE. ¿Qué son sus ideas ya, sino solo un refrito caducado del wokismo que acaba de perder las elecciones en EEUU? Refrito que acarrea todas las contradicciones de tal wokismo —trans contra feministas, élites universitarias contra el pueblo llano, obreros contra izquierdistas chic—, a las que se le suman contradicciones más castizas —como cosechar votos en la pobre Extremadura para dar privilegios fiscales a la rica Cataluña—.

Estos dos motivos (la debilidad en votos y la debilidad de pensamiento) son los que hacen que me resista a ponerle a la infección socialista algún nombre más contundente que el de catarro. En el bien entendido de que hay catarros que se han llevado a personas al otro mundo. Pero, también, en el bien entendido de que, si algún día superamos nuestras dolencias socialistas, a la vez que paliamos con algún antirretroviral el sida pepero, miraremos atrás y nos preguntaremos cómo microorganismos tan chiquititos fueron capaces de ponernos al borde del precipicio.

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