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MEMORIA HISTÓRICA NO MANIPULADA

Las “Trece Rosas”: asesinas terroristas de moral relajada y torturadoras profesionales

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Las Trece Rosas

Las 13 Rosas es el nombre con el que se conoce a 13 jóvenes fusiladas el 5 de agosto de 1939 tras ser condenadas por un tribunal por participar en atentados terroristas. Pertenecían, en su mayoría, a las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) la rama juvenil del comunismo en España que aspiraba a implantar en nuestro país un régimen como el de la URSS, país desde el que se financiaban y al que había escapado, tras la Guerra Civil, su máximo dirigente: Santiago Carrillo.

Las JSU, a las que pertenecían la mayoría de las 13 rosas, habían tenido una destacada participación en la represión republicana en Madrid durante la Guerra Civil. No en vano, esta organización política controlaba y dirigía directamente cinco checas donde se torturó y asesinó a cientos de personas.

Está perfectamente documentado en los papeles del PCE que bajo control de su organización juvenil se encontraban las checas de Mendizabal 24, la de la calle Rimundo Lulio, la de Santa Isabel 46, la del Convento de las Pastoras de Chamartín y la de la calle Granda 4. Además, participaron en la acción represiva de varias otras cárceles de partidos políticos y tuvieron un papel destacado en las sacas cometidas para asesinar a miles de presos sin mediar juicio alguno.

Quienes las presentan como garantes de la democracia suelen olvidar, entre otros, este detalle: a ellas se les juzgó, pero ellas participaron en una organización que asesinó sin juicio a miles de personas y que, en el momento de ser detenidas, se había convertido en un grupo terrorista dirigido por José Pena, Severino Rodríguez y Federico Bascuñana.

Las 13 rosas fueron condenadas a muerte, pero no estaba prevista su ejecución hasta que el 29 de julio de 1939 un comando de las JSU asesinó al comandante Isaac Gabaldón, a su hija Pilar de 16 años –hubiera cumplido 17 unos días después- y al chofer que conducía el vehículo, Luis Díaz Madrigal. La acción terrorista decidió a la autoridad judicial a la ejecución de las sentencias de muerte que se encontraban paralizadas. Entre las casi 70 sentencias se encontraban las de las 13 rosas.

Varias de ellas eran destacadas dirigentes y activistas del grupo terrorista en el que se habían convertido las JSU:

Ana López Gallego era la responsable de la rama femenina de las JSU. Recibía órdenes directamente de Manuel González Gutiérrez y había tenido una destacada participación en la organización del atentado frustrado que pretendían realizar durante el Desfile de la Victoria y que tenía como objetivo el asesinato de “la mayor cantidad de público asistente”, como declaró ante el juzgado la propia terrorista. Su cometido era el trasporte del explosivo, para ello se valía de jóvenes militantes de entre 15 y 17 años que por su edad, no levantaban sospechas.

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Joaquina López Laffite fue la secretaria general del Comité Provincial de las JSU. Su casa se usaba para celebrar las reuniones de dicho comité y en ella se planificaron varios de los atentados que prepararon desde la organización juvenil comunista. Había organizado una red, en la que participaban varias de las 13 rosas, que preparaba a jóvenes comunistas para que intimaran con falangistas a los que sacaban información para señalar las víctimas de sus atentados.

Carmen Barrero Aguado era miembro del Comité Nacional de la organización y una de las personas de mayor responsabilidad en la toma de decisiones junto a Pena, Rodríguez y Bascuñana.

Pilar Bueno Ibañez era la mano derecha de López Laffite en el Comité Provincial y el enlace de ésta con Barrero.

Dionisia Manzanero Salas era la responsable de mantener el contacto entre las diversas ramas del grupo terrorista y rendir cuentas ante Bascuñana, dirigente encargado de los comandos terroristas que perpetraban los atentados.

Ante estos datos sorprende que políticos, partidos y personalidades de diversos ámbitos sigan brindando homenajes a quienes se convirtieron en terroristas tras resultar derrotados en una guerra.

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No solamente los actuales dirigentes de las Juventudes Comunistas, desde Podemos a representantes de Ciudadanos no tienen ningún empacho en mostrar su admiración por estas 13 mujeres condenadas a muerte, pero que callan sin ningún rubor ante los miles de asesinatos cometidos por ellas y sus asociados durante la Guerra Civil.

La capacidad de la izquierda para construir leyendas es realmente admirable. El caso de las llamadas “trece rosas” es un perfecto ejemplo. Empezando por la circunstancia de que a esas mujeres fusiladas en 1939 se las considere socialistas cuando, en realidad, eran comunistas. Pero para entender adecuadamente el capítulo, en el que nada es rosa, conviene ponerlo en su contexto.

Cuando acabó la guerra civil, el Partido Socialista Obrero Español estaba literalmente triturado, dividido en al menos cuatro facciones. Hay que recordar que el último acto de la contienda es una batalla intestina en el bando del Frente Popular: a un lado, el Consejo de Defensa de Madrid, liderado por el socialista Besteiro con el coronel Casado y el anarquista Cipriano Mera; al otro, el gobierno del también socialista Negrín, entregado al Partido Comunista y cuyos principales líderes ya habían huido del país.

Aquella batalla no fue cosa menor: hubo cerca de 2.000 muertos. Sobre esta ruptura se añadió inmediatamente otra en el exilio: los socialistas de Indalecio Prieto, por un lado, contra los de Negrín, que a estas alturas ya había sido expulsado del PSOE. Prieto y Negrín no peleaban por razones ideológicas, sino por controlar el tesoro expoliado y expatriado por los jerarcas republicanos para sufragar su exilio. El PSOE nunca se recuperará de estos desgarros, y por eso su trayectoria bajo el franquismo fue tan poco relevante. Pero aun antes había habido otra ruptura, esta de mayores consecuencias: la de las Juventudes Socialistas, que fueron el instrumento de Moscú para fagocitar al PSOE.

Recordemos sumariamente los hechos: desde abril de 1936, con el protagonismo de Santiago Carrillo y por instrucción directa de Moscú, las organizaciones juveniles del partido socialista y del partido comunista se fusionan en las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU). Cuando estalla la guerra, los militantes de las JSU ingresan en masa en las llamadas Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas, la organización paramilitar del Partido Comunista, a la que tan pronto veremos en el frente como en la represión ejecutada en la retaguardia. Finalmente, en noviembre de 1936 y bajo la dirección personal de Santiago Carrillo, las JSU rompen con el PSOE y se pasan al Partido Comunista. Las JSU, por tanto, eran una organización dependiente del PCE, enteramente subordinado a su vez a la Komintern y al Partido Comunista de la Unión Soviética, cuyo líder, por si alguien lo ha olvidado, era Stalin. Todas estas cosas son bien sabidas y los propios protagonistas las han contado reiteradas veces. Es asombroso que aún sea preciso recordarlas.

Cuando acabó la guerra civil, en abril de 1939, los principales cuadros del Partido Comunista ya estaban en el extranjero. Primero en Francia, pero París proscribió a los comunistas después del pacto de Stalin con Hitler (agosto de 1939), así que casi todos acabaron en Moscú. Cerca de un millar de personas se instalaron en la capital soviética. Meses antes, en junio, Santiago Carrillo había publicado su célebre carta contra su propio padre, el socialista Wenceslao, de la facción de Besteiro, acusándole de traición.

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Los socialistas –decía entre otras cosas Santiago Carrillo- habían dejado en la cárcel a millares de comunistas para que las tropas de Franco los encontraran allí al entrar en Madrid. Eso era verdad. La carta tenía por objeto exculpar al PCE –y sobre todo al propio Santiago- de responsabilidad en la derrota y romper cualquier lazo entre el PCE y el PSOE.

Consiguió su objetivo, aunque a Carrillo le costaría recuperar su posición en la cúpula de un PCE cuyo buró político se reunía en Moscú en un ambiente de tempestad. No era para menos: José Díaz, el ya muy quebrantado secretario general, acusaba de traición a las JSU, es decir, a Carrillo.

El episodio de las “trece rosas” tiene que inscribirse en este contexto. En el verano de 1939, lo que ha quedado del PCE en España es menos que nada: los que no han huido, han sido ejecutados por los socialistas en el golpe de Besteiro y Casado –véase el caso de Barceló- o están presos y esperando juicio o paredón.

El primer intento de reconstrucción del partido en torno a Matilde Landa es frustrado de inmediato por la policía (Matilde fue condenada a muerte, pero una intervención del filósofo García Morente, ya sacerdote, la salvó del paredón). Acto seguido toma su testigo Cazorla, viejo camarada de Carrillo en los días de Paracuellos, pero con la misma rapidez es delatado desde el interior. Son episodios que he documentado abundantemente en “El libro negro de carrillo” (Libros Libres, Madrid, 2010).

En Madrid permanecen, sin embargo, núcleos menores de las JSU, que sienten la necesidad de multiplicar las acciones para eludir esa acusación de traición que la cúpula del Partido formula contra ellos. Ahora bien, esos sectores que aún quedan en la capital son los más vinculados a la represión roja en retaguardia, dirigidos por líderes de tercer o cuarto nivel y prácticamente sin comunicación con la cúpula de la organización, que está en el extranjero. Son tales líderes los que, supuestamente, tramaron el asesinato de Isaac Gabaldón a finales de julio de 1939.

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El comandante Isaac Gabaldón, guardia civil, estaba adscrito al Servicio de Información Militar de Gutiérrez Mellado y era encargado del Archivo de Logias, Masonería y Comunismo, es decir, un puesto clave de la represión de posguerra. Fue asesinado en la carretera de Talavera junto a su hija (Pilar, 16 años) y su chófer.

El asesinato fue imputado a los comunistas, o sea, a las JSU. Hubo una redada que desmanteló los últimos restos del partido comunista en Madrid y llevó al tribunal, primero, y al paredón después, a 56 personas, entre ellas las jóvenes que luego la propaganda comunista bautizará como las “trece rosas”.

El mismo día del asesinato, según refiere Piñar Pinedo citando una resolución judicial del 20 de octubre de 1939, apareció en la prisión de Porlier nada menos que Gutiérrez Mellado para excarcelar a uno de los detenidos, el militante comunista Sinesio “el Pionero”, que resultó ser un confidente del SIM. Sólo él se salvó. Y enseguida desapareció para siempre. Todo el episodio del asesinato de Gabaldón y la investigación posterior está lleno de misterios y contradicciones. No es, en todo caso, el objeto de este artículo.

Los 56 detenidos en aquella operación fueron acusados de terrorismo, tanto por el asesinato de Gabaldón como por otras tentativas. Objetivamente, terrorismo era. Después, la mitología de la izquierda española ha convertido a las víctimas, y en particular a las “trece rosas”, en leyenda. La placa que conmemora su muerte dice que “dieron su vida por la libertad y la democracia”. No: dieron su vida –o, más bien, se la quitaron- por la dictadura del proletariado y por la revolución bolchevique, que era en lo que realmente creían.

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España

Genocidio del Frente Popular (RECUERDEN, EL PSOE) en la Guerra Civil: otros 140 laicos y sacerdotes españoles asesinados por su fe van camino a los altares

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Se acaba de cerrar la fase de los procesos de beatificación de 140 sacerdotes y laicos asesinados en España durante la persecución religiosa del Frente Popular de los comunistas-anarquistas y separatistas durante la Guerra Civil española.

Se trata de tres causas que agrupan a 71 laicos y 8 miembros de la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP) y a 61 sacerdotes diocesanos de Madrid, , asesinados todos ellos durante el genocidio religioso desatado que tuvo lugar entre 1931 y 1939 durante la II República española y la Guerra Civil

Persecución religiosa entre 1931 y 1939

La persecución religiosa de aquellos años “fue la más sangrienta sufrida por la Iglesia en nuestra patria, aunque no la mayor de la historia; sí, tal vez, la más intensa”, según el Obispo Auxiliar de Madrid, Mons. Juan Antonio Martínez Camino.

La II República española, proclamada el 14 de abril de 1931, llegó impregnada de fuerte anticlericalismo. Apenas un mes más tarde se produjeron incendios de templos en Madrid, Valencia, Málaga y otras ciudades, sin que el Gobierno hiciera nada para impedirlos y sin buscar a los responsables para juzgarles según la ley. Los daños fueron inmensos, pero el Gobierno no los reparó ni material ni moralmente, por lo que fue acusado de connivencia.

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Durante la revolución comunista de Asturias (octubre de 1934) derramaron su sangre muchos sacerdotes y religiosos, entre ellos le diez Mártires de Turón (9 Hermanos de las Escuelas Cristianas y un Pasionista, canonizados el 21 de noviembre de 1999).

Durante el primer semestre de 1936, después del triunfo del Frente Popular, formado por socialistas, comunistas, separatistas y otros grupos radicales, se produjeron atentados más graves, con nuevos incendios de templos, derribos de cruces, expulsiones de párrocos, prohibición de entierros y procesiones, etc., y amenazas de mayores violencias.

Éstas se desataron, con verdadero furor, después del 18 de julio d 1936. España volvió a ser tierra de mártires desde esa fecha hasta el 1 de abril de 1939, pues en la zona republicana se desencadenó la mayor persecución religiosa conocida en la historia desde los tiempos del Imperio Romano, superior incluso a la Revolución Francesa.

En efecto, el 18 de julio de 1936 comenzaba la Guerra Civil Española, que desencadena una violenta persecución contra la Iglesia católica. Sólo en los últimos 5 meses de 1936, iniciada la guerra se martirizaron más de 7.500 sacerdotes. Sin embargo, no se trata propiamente de ‘mártires de la guerra’, como se dice a veces. Son más bien mártires de la persecución revolucionaria” antes y después de la guerra.

Entre los candidatos a beatos cuya fase diocesana se cierra ahora en Madrid, hay muestras abundantes de la cruenta persecución.

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Muchos fueron localizados y asesinados a las pocas horas. No fueron pocos los que terminaron en las matanzas de Paracuellos de Jarama. Todos asumieron la muerte como un triunfo de Dios.

Confesando la fe antes de morir

El abogado Fernando Urquijo, asesinado a los 34 años, dejó escrito antes de morir: “Muero mártir de estos ideales, y lo proclamo como mi mayor timbre de gloria, el haber sido católico, apostólico, romano hasta el último instante de mi existencia, en que si Dios lo permite, moriré gritando: ¡Viva Cristo Rey! y ¡Viva España!”.

El P. Manuel Escribano tuvo que salir ante los milicianos que entraron en su domicilio: “Si buscan al sacerdote, ¡soy yo!”. una vez detenido, se despidió de sus familiares diciendo: “¡Hasta el Cielo!”.

El P. José Bermúdez fue denunciado por una vecina. Al ser detenido, exclamó: “Sabed que nunca voy a renunciar a mi fe, podéis hacer conmigo lo que queráis”. Llevado a una checa, fue apaleado antes de ser asesinado.

Asociación Católica de Propagandista

Ocho son los miembros de la Asociación Católica de Propagandistas que forman parte de esta causa de beatificación.

Entre ellos se encuentran José María de la Torre Rodas, abogado que fue secretario general de los propagandistas. También fue congregante mariano. Es descrito como un “hombre ejemplar que unía a la alegría de su trato la más severa austeridad de su persona y de su vida particular”.

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También forma parte de esta causa el primer rector de Centro de Estudios Universitarios (CEU) Federico Salmón. Abogado del Estado, lideró los estudiantes de Derecho de la Confederación Nacional de Estudiantes Católicos.

En el ámbito político, fue consejero nacional y secretario general de la Confederación Española de Derechas Autónomas y ministro de Trabajo, Justicia y Sanidad en 1935.

Protegiendo a San Isidro y la Virgen de la Paloma

El P. Timoteo Rojo era desde 1929 canónigo archivero y bibliotecario de la entonces Catedral de San Isidro. Era una presa predilecta de los milicianos, pues se creía que podría acceso a documentación importante del Obispado.

Junto a otros tres sacerdotes, se encargó de emparedar la urna con el cuerpo de San Isidro, de cuya canonización se cumplen ahora 400 años. Preservar el secreto le costó la vida.

El P. Andrés Rodríguez Perdiguero tras poner a salvo el lienzo de la Virgen de la Paloma, imagen con una extraordinaria devoción popular en Madrid, fue a casa de sus padres. Enormemente popular, se le acusa de “desafecto a las milicias de Fuencarral”. Fue ejecutado “con los brazos abiertos en forma de cruz” tras perdonar a sus asesinos.

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