Por Hanan Serrouhk.- Cuando se detiene a un terrorista de la yihad que se preparaba para atentar o, después de que éste haya cometido un atentado como sucedió en Madrid, Barcelona, Londres o París, tanto las fuerzas y cuerpos de seguridad como los periodistas y los agentes sociales estudian su entorno, su trayectoria vital y entrevistan a los familiares, como también a sus amigos, vecinos, conocidos y profesores, lo curioso es que todos coinciden en un mismo veredicto “era un chico normal”.
El joven Ahmed Hassan con solo 18 años, detenido por su implicación en los atentados del metro de Londres; Mohamed Marah, fallecido a la edad de 23 años, murió en el tiroteo durante el asalto de la policía en el apartamento que permanecía atrincherado en Toulouse (Francia). En nuestro país, también tenemos referencias de jóvenes “normales” como los 11 autores del atentado de Barcelona, dos de ellos actualmente en libertad provisional:
Mohamed Aalla y Salh El Karid, o los famosos gemelos de Badalona con apenas 18 años, expulsados del país por suponer una amenaza a la Seguridad Nacional. El caso más reciente es la detención en Marruecos, del joven de 23 años residente en Sevilla y estudiante de Filología Árabe.
Todos son ejemplo de una juventud “normal”, aceptada por su entorno, cada una con sus características particulares, proveniente de hogares estructurados y desestructurados, con estudios o sin estudios, pero todos son “normales” ante la gente de su entorno.
Uno de los momentos curiosos, lo protagonizó la hermana de Moussa Oukabir, uno de los terroristas de Cambrils, donde se filtró una conversación con su madre, en la que se justificaba el acto de su hermano como “el camino hacia el paraíso”, a su concepto de paraíso o sus discursos de condena de los atentados donde nos explicó que estos jóvenes “normales” eran víctimas de la sociedad. Lo que tendría que hacernos reflexionar sobre el tipo de “normalidad” al que se refiere su entorno y en qué parámetros de normalidad se mueven.
Sabiendo que la normalidad es relativa, que en nuestra sociedad occidental por mayoría numérica tenemos unas referencias consensuadas sobre lo que es “normal”, pero también hemos aprendido a reconocer un tipo de “normalidad” que no forma parte de la mayoría numérica social.
Estamos viviendo una especie de plurinormalidad compartida y consensuada en un marco legal común que marca los límites.
¿Entonces qué sucede con la “normalidad” de estos jóvenes? ¿A qué normalidad se refieren? ¿A su identidad religiosa? ¿O quizás se trata de la normalización de un orden y control social basado en el código islámico dentro la Sharía?
Para hacer posible el asentamiento de este modelo en la democracia occidental quizás sea necesario ejercer un control social, poseer el poder suficiente para etiquetar o distinguir quién es quién. Por un lado están quienes están contaminados contra Occidente y por otro los integrados dentro de la «normalidad» occidental.
Es importante detenernos y analizar cuando un colectivo nos hable de “normalidad” y así distinguir el tipo de normalidad al que se refieren. Porque si la normalidad de estos jóvenes era hablar de infieles, de la maldad de Occidente, de lo que es “halal” y “haram” (lo permitido y lo pecaminoso). Si su “normalidad” es la sumisión de la mujer y de las niñas enjauladas en el hyab, sin índices suficientes para conocer la dimensión del problema.
No podemos olvidar que nos enfrentamos no solo a grupos violentos que nos amenazan con el horror y el terror, sino que el elemento clave es la yihad de las ideas, la imposición de un modelo social y político que quiere imponerse sobre otros. La política islámica quiere someter la democracia de la Europa Occidental.
Esto sucede así porque en nuestro concepto de plurinormalidad hemos permitido que existan guetos, sociedades paralelas donde la violación de los derechos fundamentales de la mujer y su libertad están siendo violados constantemente, donde la instauración de este modelo que es contrario a nuestro marco jurídico por una normalidad que su objetivo es destruir aquellos que no se convierten a la supuesta verdadera fe.
No podemos crear una única normalidad social, nuestra riqueza está en la diversidad que hay en cada uno de nosotros y es lo que nos hace avanzar, pero sí que hemos de empezar a conocer las otras normalidades que conviven con nosotros e incorporar los límites dentro de la democracia y la ley.
Cuando nos digan eso de que era “normal”, tendremos que profundizar sobre la realidad de sus ideas y su vida, porque quizás el campo de batalla está entre la “normalidad” de unos y la “anormalidad” de otros.