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Opinión

Comportamiento antimonárquico del jefe de la Casa de Su Majestad el Rey. Por Efrén Díaz Casal, Coronel de Infantería

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Jaime Alfonsín Alfonso, todavía jefe de la Casa de S.M. el Rey:   

El domingo 29 de mayo de 2016 de 2016, arrogándose ilegales atribuciones, la entonces concejala presidenta del distrito de Latina del Ayuntamiento de Madrid, Esther Gómez Morante, del partido Ahora Madrid actualmente Más Madrid ideológicamente afín a Unidas Podemos, “prohibió” la procesión del Corpus Christi de mi parroquia castrense madrileña.

La Fiscal Jefe Provincial de Madrid y el Defensor del Pueblo decretaron el archivo de mi denuncia por el hecho precedente, por cuanto para que en España se respetase la Ley Orgánica 9/1983, de 15 de julio, reguladora del derecho de reunión, en la tramitación de actos religiosos en la vía pública, me vi obligado a recurrir a S.M el Rey por los motivos que expongo a continuación.

Y todavía hay gente que dice que España es un Estado de Derecho.

Mis solicitudes de intervención de S.M el Rey para que los distintos organismos y entidades respeten la Ley Orgánica 9/1983, de 15 de julio, reguladora del derecho de reunión, en la tramitación de actos religiosos en la vía pública, han sido obsequiadas por su parte con un displicente silencio por lo que le dirijo estas líneas con el propósito de defender la ley porque, según Montesquieu: “debe ser como la muerte, que no exceptúa a nadie”.

En mis anteriores misivas le solicitaba que informase a S.M el Rey sobre la ejecutoria del Excmo. y Rvdmo. Sr. D. Juan Antonio Aznárez Cobo, arzobispo castrense de España y capellán de su Casa Real, me comunicase si había recibido mi anterior correo y, en caso afirmativo, si había efectuado alguna gestión al respecto y resultado de la misma.

Su respuesta ha consistido en obsequiarme con un displicente silencio, ignorando que el respeto es una calle de dos vías, si se quiere recibir, hay que darlo. En cualquier caso, le comunico que no le permito el trato que me ha dispensado.

Mi sentido del decoro y del civismo me impide responderle descendiendo a su nivel por cuanto me limitaré a relatarle la verdad que no es otra que su actuación en este caso le inhabilita para el cargo que sus hechos demuestran que detenta.

Su proceder en el asunto en cuestión ha sido sustraer mis misivas al conocimiento de S.M el Rey impidiéndole su función constitucional de arbitraje y moderación del funcionamiento regular de las instituciones, guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes y respetar los derechos de los ciudadanos como juró ante las Cortes Generales el 2 de junio de 2014, fecha de su proclamación como Rey de España.

Evidentemente, su presencia en Zarzuela perjudica a S.M el Rey convirtiéndole en cómplice involuntario y desconocedor de los arbitrarios y punibles hechos de Monseñor Aznárez, siendo el momento presente el más inapropiado para insensateces de la índole de su ejecutoria en el caso en cuestión.   

Resulta evidente por tanto que, con su presencia en la Casa de Su Majestad el Rey, la Corona no necesita enemigos.

Consiguientemente, a fin de defender los preceptos constitucionales sobre dignidad de la persona, sus derechos fundamentales y el respeto a la ley, vulnerado reiteradamente por Monseñor Aznárez, y de conformidad con las atribuciones constitucionales de S.M el Rey de nombramiento y relevo de los miembros civiles y militares de su Casa, o en su defecto por usted a tenor de la normativa sobre reestructuración de la Casa de S. M. el Rey, REITERO MI SOLICITUD DE CESE INMEDIATO DEL EXCMO. Y RVDMO. SR. D. JUAN ANTONIO AZNÁREZ COBO, ARZOBISPO CASTRENSE DE ESPAÑA Y CAPELLÁN DE LA CASA REAL.

Efrén Díaz Casal

Coronel de Infantería (R) 

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Opinión

Profunda reflexión religiosa sobre la renuncia de Benedicto XVI y la Iglesia actual. Por el Sacerdote Jaime Mercant Simó

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Tal día como hoy, el 11 de febrero de 2013, festividad de Nuestra Señora de Lourdes, un potente rayo impactó en la cúpula de la Basílica de San Pedro del Vaticano.

Sin embargo, horas antes, cayó otro rayo todavía más enérgico a nivel espiritual, que dejó en estado de estupefacción a toda la cristiandad e incluso al mundo entero: el papa Benedicto XVI anunció su renuncia al sumo pontificado.

Dicha dimisión, efectiva día 28 de febrero, a las 20:00h, fue totalmente válida. Al respecto, las suspicaces especulaciones sobre la misma, además de poco rigurosas, nos abocarían al «delirium tremens» del sedevacantismo en el caso de que les diésemos un mínimo de crédito.

Dicho esto, siempre he reconocido que la mencionada renuncia ni me gustó ni la consideré un «acto de valentía», como muchos pública y mediáticamente sostuvieron, incluso aquellos hipócritas que, años antes, defendían y alababan todo lo contrario, a saber, el «acto de coraje y gran resistencia» de Juan Pablo II al no renunciar, pese a su enfermedad e insoportables dolores y al intenso debate público, existente entonces, acerca de dicha cuestión.

Sea como sea, aunque no me gustase su decisión, no quiero juzgar moralmente a Benedicto XVI, porque únicamente Dios sabe el grave y «misterioso» motivo por el cual la tomó. Ahora bien, el papa alemán abandonó la Sede Petrina en un momento, a mi modo de ver, muy inoportuno, esto es, cuando más falta nos hacía; éste es mi parecer y nadie puede obligarme a decir lo contrario.

Su pontificado me marcó muchísimo, tanto que no he dejado de echarle de menos, aunque no esté de acuerdo en todo lo que hizo como papa ni en todo lo que escribió como teólogo; en esa época había más libertad que ahora para realizar un «sano ejercicio» de disentimiento.

Por otra parte, es innegable que, desde entonces, las cosas han cambiado bastante en la Iglesia.

Tampoco voy a juzgar moralmente al papa Francisco ni le faltaré al respeto, habida cuenta de que ostenta el supremo ministerio del apostolado, pero, a la hora de hacer un balance honesto y serio de su pontificado, alejándome de toda suerte de «morbosa papolatría», me es inevitable concluir que esta última década no ha supuesto, propiamente hablando, una «primavera eclesial», como curiosamente les oí decir a unos sacerdotes nostálgicos de los años 70.

Vivimos, en este preciso «articulus temporum» de la historia, en un estado de decadencia tal que podríamos calificarlo de «época de hierro» -así lo siento yo-, lo cual choca frontalmente con la actitud de ingenuo optimismo que manifiesta la legión de sinodalistas radicales. De todos modos, nunca debemos perder la esperanza ni durante los «años de hierro» ni, mucho menos, en los años venideros de persecución; la Iglesia es de Dios y, como tal, es indefectible, pues depende teológica y metafísicamente de las «promesas de Cristo» relativas a su «perpetua asistencia». Dado que hoy es la festividad de Nuestra Señora de Lourdes, roguemos a la Santísima Virgen, «Mater Ecclesiae», para que interceda por la cristiandad, guardándola de todo peligro bajo su manto protector.

Confiemos en la Virgen María, pues, no lo olvidemos, ella es la «Omnipotente suplicante».

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