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Opinión

¿Tendrá un Brexit duro efectos colaterales en Gibraltar y en las Malvinas?

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El Brexit y el triunfo de Trump escenificaron el finiquito del “escenario teleológico” en el que la finalidad de los procesos creativos eran planeadas por modelos finitos que podían intermodelar o simular varios futuros alternativos y en los que primaba la intención, el propósito y la previsión y su sustitución por el “escenario teleonómico”, marcado por dosis extremas de volatilidad que afectarán de manera especial a la vieja Europa. Así, Europa estaría sufriendo una aguda crisis identitaria agravada por el triunfo del Brexit y por el “proceso de balcanización europeo” diseñado por EEUU para mediante selectivos atentados terroristas, la crisis de los refugiados y el despertar del anhelo independentista de las Naciones europeas sin Estado, provocar la aparición de fuerzas centrífugas que aceleren la desmembración de la actual Unión Europea y que tendría como paradigma la posible salida desordenada de Gran Bretaña de la Unión Europea (Brexit duro).

Así, tras retornar al poder los conservadores liderados por David Cameron y fieles a su política euroescéptica (nula voluntad británica de embarcarse en un proyecto en decadencia en el que la soberanía británica estaría supeditada a los mandatos de Bruselas), incluyeron en su programa electoral del 2.015 la convocatoria de un referéndum sobre la salida de la UE para el 2016, con lo que Cameron tranquilizó a las bases más radicales de su partido al tiempo que arrebató la bandera al partido en alza de los euro-escépticos( UKIP) en la creencia de un cómodo triunfo y de la continuación de Reino Unido en la Unión Europea en condiciones similares a Suiza.

Sin embargo, la irrupción de fuerzas centrífugas lideradas por el ex-alcalde de Londres, Boris Johnson consiguió la victoria inesperada de los partidarios del Brexit que consideran que “el Reino Unido no necesita de Europa ya que podría convertirse en la Singapur de Occidente desde su atalaya financiera de la City londinense” al tiempo que metrópolis del comercio de Ultramar al pilotar la nave capitana de una renacida Commonwealt, siguiendo la filosofía de Winston Churchill : “Estamos en Europa, pero no en ella”. Dada la intransigencia de las partes en conflicto (UE y Gran Bretaña) no sería descartable una salida traumática de la Unión Europea (Brexit duro) que tendría como efectos colaterales el nacimiento del Eje anglosajón (EEUU y Gran Bretaña), el renacimiento de la Commonwealt, la cronificación de la violencia en el Ulster, el aislamiento del Peñón de Gibraltar y la reedición del Conflicto de las Malvinas.

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    Ramiro

    07/07/2019 at 13:55

    La solución FRANCO es la mejor: una vez que salgan de la UE, se cierra la verja, y que entren o salgan a nado, en barco o en avión.
    El día que GIBRALTAR les cueste mucho dinero mantenerlo a los británicos, no les quepa ninguna duda de que lo abandonarán…

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    Ramiro

    19/11/2018 at 17:51

    La solución FRANCO es la mejor: una vez que salgan de la UE, se cierra la verja, y que entren o salgan a nado, en barco o en avión.
    El día que GIBRALTAR les cueste mucho dinero mantenerlo a los británicos, no les quepa ninguna duda de que lo abandonarán…

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Opinión

La ilusión diplomática

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Conflitti&Strategie

Demasiadas personas, incluso hoy, confían ciegamente en la diplomacia, como si el diálogo fuera suficiente para evitar los conflictos que hierven bajo la superficie de la historia. Sin embargo, la diplomacia, a pesar de su noble función, nunca ha resuelto ningún conflicto. Más bien, es como el búho de Minerva evocado por Hegel, que emprende el vuelo al anochecer, cuando los hechos ya están realizados. Sirve para fijar los detalles lo máximo posible. Cuando nadie está dispuesto a actuar, la diplomacia es útil, o mejor dicho, no es útil, porque de todos modos no se habría llegado a esta situación.

Además, no es éste el tiempo de Metternich, ni vemos figuras capaces de tejer nuevos equilibrios mundiales con palabras y visión, como solían hacerlo ciertas grandes y eruditas figuras del pasado. En cambio, estamos asistiendo a un deslizamiento inexorable hacia una temporada de conflictos, en la que las grandes potencias, en ascenso o en decadencia (razones suficientes para todos) se miden cada vez más abiertamente. Y en los pliegues de estas tensiones globales, de un equilibrio ahora perdido y de uno nuevo que avanza caóticamente, no hay mucho espacio para esperanzas ingenuas. Estamos apenas al comienzo de una fase que marcará el fin de décadas de paz en suelo europeo.

Una época que habríamos podido afrontar con mayor preparación si nuestras clases dirigentes hubieran demostrado estatura, visión de futuro y sentido de la Historia. Por un lado, vemos a los charlatanes de las “sanciones”, convencidos de que las amenazas o las armas subsidiarias son suficientes para hacer retroceder a las potencias decididas a avanzar. Por otro lado, los llamados pseudorrealistas, que confían demasiado en la diplomacia (o se sienten desanimados por la diplomacia traicionada) como panacea para un tiempo que no puede tenerla, olvidando el hecho de que, cuando el nivel de conflictos indirectos excede el umbral de control, la guerra real se vuelve inevitable. Un verdadero realista sabe que, haya diálogo o no, la guerra llegará porque la Historia, en su enésimo punto de inflexión, lo exige.

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Como siempre ha sido, en realidad. Porque, en su esencia trágica, esto es parte integral de la dinámica humana. No se trata de amarla u odiarla, sino de reconocer su presencia constante y su retorno inexorable, como advertía Gianfranco La Grassa en Un nuevo recorrido teórico: “La verdadera paz universal sólo existe con la muerte general de todo lo que existe”. Mientras haya vida, habrá conflicto, incluso en las realidades vivas más microscópicas.

Durante demasiado tiempo hemos disfrutado de una paz dentro de un estrecho perímetro, mientras en otros lugares se desataba el infierno, también y sobre todo gracias a nuestra cómoda paz. Hoy ese infierno se acerca, toca nuestras fronteras y ninguna diplomacia podrá mantenerlo fuera. Quizás podamos retrasar su llegada, pero no podemos evitarla. Europa, que un día fue protagonista, es hoy un teatro débil, donde se juega su derrumbe, sin dirección y sin destino. Ella pretende dictar los tiempos y las soluciones al mundo, cuando ya ni siquiera tiene un camino para sí misma. Mientras tanto, las nuevas potencias –Rusia hoy, China antes de que llegue mañana– se sentarán a la mesa del poder global en sus propios términos y para remodelarlo a su favor. Las provocaciones de aquellos dispuestos a ser tontos, si siguen siendo simples ejecutores del poder norteamericano en decadencia, serán ridiculizadas o ignoradas, y pronto incluso derrotadas. Es hora de entender que ya no podemos jugar con ilusiones. La historia llama y nosotros los europeos no abrimos porque no tenemos puertas que abrir.
Agradezco a Mario Schena por haber rescatado este pasaje de Un nuevo recorrido teórico (ed. Solfanelli, 2023) de Gianfranco La Grassa con mi presentación:
“Cuando la guerra decidió el nuevo orden mundial, simplemente definió la nueva jerarquía de poder entre los distintos países, una jerarquía que asegura un período de ‘paz’, que no es otra cosa que el desencadenamiento de conflictos menos agudos y no conducidos con medios de destrucción y matanza de muchos seres humanos. Pero incluso el conflicto llamado ‘guerra’ debe existir siempre mientras haya vida. La verdadera paz universal solo existe con la muerte general de todo lo que existe. No hay un solo organismo en el mundo, ni siquiera la pequeña molécula, en el que no haya conflicto mientras haya vida. ¿Queremos finalmente entender esto? Esto no significa amar la guerra, que sin duda conduce a dramas y dolores de inmensa magnitud. Solo significa reconocer y comprender que el drama y el dolor son una parte esencial de la vida en ‘este mundo’. Quien crea en el «otro», debe dirigir hacia él toda su esperanza de paz y amor; resignarse a lo que sucede en este mundo y participar en él.

http://www.conflittiestrategie.it/lillusione-diplomatica

Traducción : Carlos X. Blanco

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