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Opinión

Poder y oligarquía

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  1. En todas las sociedades humanas encontramos siempre el fenómeno del poder. Este hecho proviene de la diversidad y a menudo oposición de intereses, sentimientos, gustos e ideas que existen en toda sociedad humana. Esta diversidad tiende por si misma a la disgregación social y a la lucha permanente de unos grupos contra otros y dentro de cada grupo. Esta fuerte tendencia a la disgregación se manifiesta siempre, desde las asociaciones culturales a los imperios, y exige una fuerza o poder que evite la disgregación y permita una convivencia tolerablemente pacífica y productiva.
  2. La anarquía o ausencia de poder solo sería posible en una sociedad homogénea, de intereses, gustos e ideas iguales y no chocantes entre sí, regida por algo parecido al instinto. La anarquía sería un retroceso al nivel puramente animal, y su intento, en la práctica humana, no elimina el poder, sino que crea gran número de poderes que generan más despotismo y confusión. El funcionamiento interno de los grupos ácratas y la experiencia española en la guerra civil son suficientemente ilustrativos.

  3. La necesidad del poder genera grupos pequeños que lo ejerzan, lo que a veces se llama «clase política» o más propiamente oligarquías. Un gran país, un imperio, puede ser gobernado y de hecho lo es, por un número proporcionalmente escasísimo de personas. Por contra, la inmensa mayoría tiene interés muy limitado por el ejercicio del poder, del que espera más bien que le permita vivir y trabajar sin caer en una lucha generalizada.

  4. Por tanto, el poder consiste en el gobierno de la gran mayoría por una pequeña minoría: es siempre y forzosamente oligárquico, como por lo demás atestigua la historia, incluso en el caso de poderes que afirman negar el poder. No es posible que la mayoría gobierne a una oligarquía o que el pueblo, donde se rozan o chocan intereses tan diversos, gobierne o ejerza el poder sobre algo por lo demás inexistente fuera de él.

  5. Las formas del poder pueden ser muy variadas, pero siempre e inevitablemente son oligárquicas. La división tradicional entre monarquía, oligarquía (o aristocracia) y democracia, es falsa. De hecho, todo régimen estable resulta de una combinación de monarquía (casi siempre hay una sola persona a la cabeza de la oligarquía) y democracia considerada como consentimiento de la mayoría; pero su base es forzosamente oligárquica. Incluso en la monarquía absolutista o en un régimen totalitario, un solo hombre no puede gobernar sin un grupo que haga cumplir sus órdenes y que le asesore. Ni mantenerse largo tiempo sin algún grado de consentimiento y apoyo de una parte suficiente del pueblo. De ahí que todo poder estable combine en diversas proporciones las tres formas clásicas, que tomadas aisladamente con una ficción.

  6. A su vez, las oligarquías nunca son homogéneas en ideas e intereses, por lo que los choques dentro de ellas se forman partidos y camarillas, cuyos choques pueden ser violentos. La historia política es en gran medida la de la lucha entre facciones oligárquicas.

  7. Dada la diversidad y oposición de intereses sociales, el poder se basa necesariamente en la violencia: solo hay que prestar atención a los enormes aparatos armados (policía y militares) o de arbitraje forzoso.

El control de los medios de violencia permite la imposición de unos intereses sociales (o de facción oligárquica) sobre otros. Según la llamada ley de hierro de las oligarquías, de Michels, estas acceden al poder sirviendo en principio a intereses sociales más generales, pero una vez en el poder su mayor interés es permanecer en él, utilizándolo en su propio interés. Según Pareto, ello daría lugar a ciclos de auge y decadencia oligárquicos, hasta ser sustituida una oligarquía por otra.

  1. La violencia, siendo connatural al poder, no garantiza por sí sola la estabilidad y duración de este. Aunque ella permita imponer unos intereses particulares (tiranía, despotismo), la justificación del poder consiste en su capacidad de establecer un equilibrio (justicia) entre los diversos intereses sociales, y sobre ese equilibrio se legitima. Así pues, sin legitimidad, la mera violencia (tiranía, despotismo) no puede sostenerse largo tiempo. El principio espiritual de la legitimidad es tan necesario que incluso las mayores tiranías se lo fabrican y despliegan una intensa propaganda que convenza a suficientes personas.

  2. Así, las críticas supuestamente democráticas al franquismo, afirman que este se sostenía meramente por la violencia, careciendo por ello de legitimidad. De ahí la importancia de clarificar esta cuestión, a la que doy especial importancia en el libro Por qué el Frente Popular perdió la guerra.

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Opinión

Von der Leyen ataca a quienes quieren la paz

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Diego Fusaro

La señora von der Leyen, vestal de los mercados sin Estado y sacerdotisa del verbo neoliberal sin fronteras, declaró recientemente que la mayoría de los europeos quieren el rearme. También dejó claro que quienes se oponen al rearme, ya sea desde la derecha o desde la izquierda, no son pacifistas sino simplemente putinistas disfrazados.

Las noticias relativas a estas delirantes y descabelladas declaraciones las podemos encontrar, por ejemplo, en las columnas del “Fatto Quotidiano”. Intentemos pues comentar, aunque sea telegráficamente, las declaraciones de la virgen vestal de los mercados sin Estado. En primer lugar, nos preguntamos seriamente y sin prejuicios sobre qué base real la señora von der Leyen declara programáticamente que los europeos quieren el rearme, es decir, el plan disparatado que propone para propiciar sobre todo el interés teutónico. Para nuestra vergüenza, admitimos abiertamente que no tenemos datos que respalden la tesis de la Sra. von der Leyen. ¿Estamos realmente seguros, entonces, de que la mayoría de los europeos quieren el rearme de Europa?

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Paso ahora rápidamente a la segunda cuestión: cualquiera que se oponga al rearme es ipso facto un partidario de Putin disfrazado. Ésta es la habitual varita mágica de la ideología y la propaganda, que desacredita toda posición crítica mediante el reductio ad monstrum: de modo que, según el orden discursivo dominante, quien no quiere el rearme y la guerra no es un partidario de la paz, sino un pérfido partidario oculto de Putin.

Además, según el discurso hegemónico la única manera de querer la paz coincide con el rearme y la guerra: en palabras de Orwell, la guerra es la paz. Y cualquiera que se oponga a esta narrativa ni siquiera merece ser escuchado, sino que debería ser condenado al ostracismo y demonizado como malvado partidario del zar ruso. He mencionado a Orwell, pero debo señalar inmediatamente que era un aficionado comparado con el escenario actual, en el que la realidad ha superado en varios aspectos las peores fantasías distópicas orwellianas.

https://www.filosofico.net/diegofusaro/la-von-der-leyen-attacca-chi-vuole-la-pace/

Traducción: Carlos X. Blanco

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