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Opinión

Miente Albares, mal despertar catalán y desprecio al euskera. Por Jesús Salamanca Alonso

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«Albares insistió en la necesidad de que fuera el catalán la primera con la que experimentar, quedando desplazados el euskera y el gallego. Albares mintió y hoy siguen vetadas las tres»

La mentira forma parte del ADN del presidente del Gobierno español. Paulatinamente se ha ido extendiendo por todos los miembros de su gabinete, que mienten ya tanto como hablan. Ejemplo de ello han sido la propia ‘portacoz’ (Isabel Rodríguez), el falseador ministro Grande Marlasca, el ridículo Félix Bolaños, alias «Okupa del Dos de Mayo» y ahora, ayer para ser más exacto, el ministro de exteriores, José Manuel Albares. Muy diplomático, pero muy torpe y dañino en la exposición. Este último individuo ha falseado los datos sobre la notificación a la Comisión Europea para que el catalán sea considerado como idioma reconocido en las instituciones de la UE; se centró en el catalán, no sin antes hacer la peineta al gallego y al euskera: estos dos últimos no suman para mantenerse en el poder, además de ser excesivamente minoritarios.

Y es que, cuando expuso que sería la lengua catalana la primera con la que experimentaría el Parlamento Europeo, olvidó y mintió con datos. Los miembros de la Comisión pretendían que fuera el euskera la lengua que en primer lugar se utilizara para la experimentación, estudio e informe. Y, de hecho, era lo que apoyaban casi todos los miembros presentes, pero el ministro Albares insistió en la necesidad de que fuera el catalán la primera con la que se experimentara; de ahí que quedaran aplazadas y desplazadas el euskera y el gallego para dar prioridad al idioma de los condados catalanes, que no reinos ni países. Es más, las tres lenguas iban a ser rechazadas y vetadas por al menos 17 miembros, pero todo quedó aplazado. Hoy hemos sabido que seguirán vetadas las tres.  

Albares debería dar explicaciones más concretas, sin tapujos ni mentiras. Tenía el encargo del presidente Sánchez de que el catalán fuera admitido y, si no, ninguna. En la Comisión se inclinaban por el euskera ya que apenas lo dominan los propios vascos y no llegan a 400.000 quienes lo dominan a la perfección, otra cuestión es que lo chapurreen. De los 760.000 nativos apenas lo hablan 395.000 personas con competencia plena. Según una encuesta sociolingüística, «el 25,7% de la población habla euskera en una u otra medida (el 10,3% más habitualmente que en castellano/francés, el 6,2% en una proporción similar y el 9,2% lo utiliza, aunque con menor frecuencia que el francés o el castellano».

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Quienes se consideran «euskaldunes», hablan el euskera el 43%, según datos de 2021, mientras que en 2011 apenas llegaba al 34%. En ello ha influido mucho el sistema educativo vasco, aunque olvida otras cuestiones de base que, no tardando, le van a crear los mismos problemas que ahora crea el catalán; no olvidemos que, al finalizar los estudios universitarios en Cataluña, son cientos de estudiantes catalanes los que acuden a vivir un año a Madrid para perfeccionar el castellano, sobre todo si son potenciales opositores a la Función Pública. Apenas un 13% de familias vascas reconocen que en casa se habla euskera.

«El sistema educativo catalán nos corta de raíz las aspiraciones futuras porque es muy restrictivo y simplificado. Solo se centra en Cataluña, como si fuera el ombligo del mundo, pero miles de estudiantes catalanes, incluso universitarios, se las ven y se las desean para situar Cáceres, Zamora u Orense en un mapa mudo», decía un alumno catalán, licenciado en Derecho, además de titulado en Ingeniería de Telecomunicaciones.

Razón tenían los miembros de la Comisión Europea, pues el euskera era mejor idioma para la práctica inicial que el catalán. Este último lo entiende el 94,2% y lo habla el 81%. Dos millones de personas tienen el catalán como lengua madre. El porcentaje de quienes tienen el castellano como lengua madre ha bajado (era el 55,4% hace unos años) y ahora es el 53,7%. Podríamos aportar infinidad de datos, sobre todo la presión de ciertos sectores que se niegan a hablar en castellano porque lo consideran «una pérdida de tiempo». A nadie sorprende que en el manifiesto Koiné, que intelectuales y lingüistas presentaron en 2016 alertando de los riesgos del bilingüismo «y con la petición tácita de que el catalán fuese la única lengua oficial». Con ello alertaban de cómo el castellano estaba comiendo terreno al catalán y el riesgo clave podía ser la desaparición de ese frente a la lengua de Cervantes.

Se mire por donde se mire, el catalanismo visceral no ha perdido sus complejos de inferioridad respecto al castellano: se sienten invadidos, aculturados y defraudados. No por casualidad hablaban de aquel «España nos engaña», cuando es Cataluña quien ha engañado a España desde tiempo inmemorial. Hoy son más de 87.000M de euros la deuda que Cataluña tiene con España por las subvenciones del FLA. Y si hablamos de la deuda histórica catalana con España, entonces nos vamos a algo más de TRES BILLONES de euros.

¿Alguien se cree que ese no es el motivo de que el independentismo repita lo de la condenación de su deuda? Pues lo es, saben de su desastre de gestión y del alto grado de corrupción en Cataluña,  como saben que Madrid ya ha superado hace tiempo a Cataluña en porcentaje de pymes, a la vez que cuenta la que fuera alcaldía de Carlos III con un futuro más despejado, brillante, acogedor y atractivo para la población de España y cualquier multinacional. Y además en Madrid se pagan 16 impuestos menos que en Cataluña.

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Hoy, desde el punto de vista económico, Cataluña está casi hundida y fundida. Lograda su independencia, su actual tasa de paro (8,4%) pasaría a ser del 36%, según Datosmacro.com Si miramos los datos: el paro de menores de 24 años ya sobrepasa el 19,8% y el de menores de 20 años está en 2023 en el 30,4%, llegando al 34,3% entre las mujeres. Vamos, que Cataluña está que lo tira. El abandono de sus políticos, más preocupados de su enriquecimiento particular que de lo general, ha llevado a una situación caótica; de ahí lo de pedir dinero al Estado, siempre en perjuicio del resto de Comunidades Autónomas y a su costa.  ¿Y España nos roba? La certeza es la contraria: Cataluña nos roba a todo el Estado y lo lleva haciendo décadas. Lo hace de forma permanente e insaciable. Los independentistas se pueden marchar, pero Cataluña se queda.

¿Entienden ahora el cabreo generalizado de los políticos vascos? ¿Entienden que Íñigo Urkullu esté harto de que el euskera sea relegado y ninguneado por el Gobierno de Sánchez? Precisamente Urkullu ha anunciado que los votos del PNV no los tiene asegurados Sánchez, por mucho que lo piense. Hasta Andoni Ortuzar ha cambiado el rabo, aunque Esteban empiece a sembrar dudas tras la intervención de Feijóo poniendo negro sobre blanco el hecho de que EH Bildu los come terreno día a día y en las próximas elecciones los «recogenueces» del PNV pueden quedar en el País Vasco como segundones. A esas banderillas negras, ni Esteban ni el PNV han sabido reaccionar. Sánchez los necesita, pero los desprecia. ¿Acabarán esos votos en la cesta de Feijóo cuando vean pelar las barbas del vecino? La última encuesta para el País Vasco no da ninguna alcaldía de las tres grandes ciudades al PNV, ninguna diputación, pierde 16 grandes poblaciones y una riada de votos y de expectativas. La fuerte ascensión de EH Bildu deja noqueado al PNV y a Otegi como Lehendakari. Las lágrimas inundarán su torpeza, indecencia y corrupción de lustros.

Lo que parece que ha quedado claro es que Felipe VI no encargará presuntamente la investidura a Pedro Sánchez. Sería torpeza por su parte y alta traición contra el Estado. Las provocaciones a las que le sometió Sánchez en Zarzuela y los desprecios que ha recibido a lo largo de esta legislatura le han llevado a tomar una decisión que él va a saber responder con entereza, equilibrio, responsabilidad y diligencia, como así ha declarado. Si lo hace así, el pueblo se lo premiará, y si decide presentar al mentiroso y felón a investidura, la ciudanía se lo reprochará, además de quedar como el pusilánime del siglo y el tonto útil para el sanchismo proterrorista.

Ya saltan las ranas dentro de SUMAR PLUS y las prostitutas de Tito Berni se vienen arriba y se echan al monte. En el Congreso solo quedan dos «diputeros» del Ramsés: uno como diputado raso y otro dedicado a insultar a los periodistas valientes, pero pronto formarán batallón. Aún son simples reclutas. La noche madrileña también sirve para eso.

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España

Contra la debilidad mental occidental: La esclavitud en el Islam todavía sigue vigente (Y siempre ha apuntado CONTRA EUROPA) Por Ernesto Milá

Ernesto Milá

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Introducción a La esclavitud en el Islam, libro que estará disponible en breve.

Durante siglos, especialmente del XVI a principios del XIX, nuestras costas fueron hostigadas por piratas berberiscos. Querían vengar la “pérdida de Al-Andalus” (esto es, la Reconquista). La captura de poblaciones costeras del norte del Mediterráneo para venderlas en los mercados de esclavos del Magreb o negociar su rescate se convirtió en una práctica habitual entre las poblaciones del norte de África. Quienes practicaban estas razzias, que hacían imposible la vida en nuestras costas, eran considerados “yihâdistas”. Este comercio de esclavos europeos existió, por mucho que los “multiculturalistas” de hoy quieran olvidarlo.

Todavía ningún gobierno del Magreb se ha disculpado por estos actos.

*    *    *

LA CAÍDA DEL PRIMER ARGUMENTO INMIGRACIONISTA: 

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EUROPA NECESITA TRABAJADORES

Hoy, ya nadie puede dudar que el primer argumento que se utilizó para justificar la presencia de compactos núcleos musulmanes en Europa Occidental –aquel que afirmaba que eran necesarios inyectar inmigrantes para pagar las pensiones de los abuelos…– era una simple falacia. La realidad es que, las pensiones de los abuelos –yo lo soy– pierden cada día poder adquisitivo porque a los gobiernos de nuestro entorno les es necesario comprar la “paz étnica y social” subvencionando a los recién llegados. No hay dinero para todos. Y los que llevan las de perder es la parte más débil: los jubilados. La inmigración es hoy una pesada carga económica para todos los Estados que se han negado durante décadas a controlarla.

Desde, como mínimo, 2008, la inmigración ha variado su carácter; hasta ese momento, podía pensarse que los motivos del desplazamiento hacia España se debían a la posibilidad de integrarse en nuestro mercado laboral y, en especial, en el sector de la construcción. Pero, desde el estallido de la burbuja inmobiliaria, con la mecanización progresiva de la agricultura, las deslocalizaciones y el proceso de desindustrialización creciente, es casi seguro que, hoy, pocos de los inmigrantes que llegan a España, –especialmente los que no tienen ningún tipo de cualificación profesional (esto es, la mayoría)–, tengan como proyecto personal integrarse en el mercado laboral y vivir del propio trabajo, ahorrar para volver al país de origen con capital suficiente para emprender una nueva vida.

Se suele creer que las motivaciones de los inmigrantes en el siglo XXI son las mismas que las de los españoles, portugueses e italianos que se desplazaron a Francia, Suiza, Alemania, Benelux, en los años 50 y 60, para reconstruir países que habían sido demolidos por la Segunda Guerra Mundial. En aquella inmigración existía la voluntad de trabajar durante unos años en unos países con unos niveles salariales mucho más altos, poder ahorrar llevando una vida austera (pero no miserable), acumular cierto patrimonio que les permitiera abrir un pequeño negocio o, simplemente, comprar una vivienda al regresar a la Patria. Esa inmigración, no es la actual.

Nuestros inmigrantes querían regresar –en grandísima medida– al país que habían abandonado. Iban a trabajar, a esforzarse, a partirse el espinazo para llevar a la práctica un proyecto personal legítimo y que enriquecía a todas las partes: a los receptores de inmigración porque sabían que los recién llegados eran gente dura y dispuesta a trabajar. A los inmigrantes porque, a cambio de su trabajo, recibían un salario muy superior al del mismo oficio en España y podían ahorrar. Al país emisor de inmigrantes porque allí recibían formación y volvían con una capacitación laboral superior a la que habían partido, sin olvidar que su trabajo en el extranjero generaba unas divisas preciosas en aquel momento para garantizar intercambios comerciales. Aquellos inmigrantes –nuestra inmigración– no planteaban problemas de convivencia, ni choques culturales; fieles al dicho “donde fueres, haz lo que vieres”, nuestra gente se integró perfectamente en la sociedad que los recibió. Nada de todo esto vale para el actual fenómeno migratorio.

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Ya no hay países en Europa Occidental que precisen ser reconstruidos después de una guerra. Tampoco hay un mercado laboral en expansión que permita pensar que, sin un alto nivel de cualificación y sólo en determinadas profesiones, vayan a encontrar trabajo bien remunerado. Ni siquiera para españoles, los salarios medios –a la vista del coste de la vida– permiten ahorrar gran cosa. Ningún inmigrante, en su sano juicio, puede transmitir a otros como él que residen en su propio país, la idea de que valga la pena venir a España para trabajar: la realidad es que, aquí y ahora, el poco trabajo que existe para gentes con poca o nula cualificación profesional, no permite ni vivir dignamente, ni mucho menos ahorrar. Entonces ¿por qué viene la inmigración?

Vale la pena no engañarse al respecto. Y los medios de comunicación, así como los diferentes gobiernos, de derechas y de izquierdas, llevan casi treinta años engañándose y falseando datos, cifras y circunstancias. No hay otra forma de definir la actitud de quienes niegan los problemas que se han generado a causa de la inmigración ilegal, masiva y descontrolada.

LA CAÍDA DEL SEGUNDO ARGUMEN IMIGRACIONISTA: 

“WELCOME REFUGIES”

Si bien es cierto que, hoy, ya nadie se atreve a sostener que, gracias a la inmigración, se van a poder “pagar las pensiones de los abuelos”, las justificaciones se han convertido en cada vez más extemporáneas, ridículas, ignorantes e, incluso, frecuentemente, entre los portavoces gubernamentales, zafias. Caído el mito de “las pensiones de los abuelos”, el nuevo argumento nos decía que los inmigrantes no eran tales: que se trata de “refugiados”. Ser “refugiado”, al parecer, hace obligada la “solidaridad”. El perseguido merece protección y ayuda para salvarlo de su perseguidor… En algunos casos, los menos, los recién llegados son “refugiados”. Pero, incluso, en esas circunstancias, cabe preguntarse: ¿y por qué un “refugiado afgano” elegirá vivir en Europa Occidental y no en Paquistán, en la India o, incluso en el sudeste asiático, países mucho más próximos, en todos los sentidos, a su patria originaria?

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Por otra parte, si existen “refugiados” es porque tal o cual país los genera y la situación allí es insoportable, por tanto, si se trata de admitir, por ejemplo, subsaharianos, vale la pena recordar que, en cualquiera de aquellos países, en toda África y en buena parte de Asia, casi sin excepción, la “democracia” es una palabra que no tiene el mismo significado que en Europa. De los 1.200 millones de africanos, la inmensa mayoría podrían ser considerados como “aspirantes a refugiados”, a la vista de que existen diferencias abismales entre los “derechos humanos” tal como se contemplan en Europa y como se practican en África.

Pero, Europa no puede admitir a 1.200 millones de inmigrantes que, por lo demás, deberían entender que ellos, para prosperar, sería oportuno que trataran de hacer cambios en su país, antes que adoptar la solución más cómoda de mudarse a otro… ¿a cuál? Y esta es el nudo de la cuestión: no se trata de países en los que exista un mercado laboral floreciente, ni aquellos otros más próximos al lugar de origen, para mantener el contacto con sus raíces, sino de aquellos en los se vive mejor y, lo que es aún más importante, donde se garantizan subvenciones solamente por llegar y en donde todo, absolutamente todo, está permitido (o poco menos). Ese es el centro de la cuestión que políticos y medios pretenden escamotearnos.

No hay nada más opaco en la actual democracia española que la suma total de subvenciones que reciben los no nacidos en España y sus hijos nacidos aquí. La falta de transparencia es, precisamente, lo que permite sospechar. Recientemente se ha publicado la cifra de que algo más de 2.000.000 de inmigrantes viven de subsidios públicos. El misterio está lejos de quedar resuelto, porque no se dice cuántos antiguos inmigrantes que han logrado naturalizarse como “españoles”, siguen subsidiados. Por otra parte, haría falta especificar qué tipo de subsidios reciben: en España existen muchos de tipos de ayudas y de pensiones no contributivas. Todo ello hace sospechar que las cifras son muchísimo mayores y es legítimo pensar que pueden ser, incluso, el doble o el triple, incluso, de las dadas. Por lo demás, no se especifica el volumen total de subsidios y subvenciones por distintos conceptos, ni los dados por las distintas administraciones, que van a parar a lo que en Francia se ha llamado “la aspiradora de recursos públicos”, esto es, la inmigración. La opacidad de las cifras, en efecto, no hace nada más que aumentar las sospechas.

LA CAIDA DEL TERCER ARGUMENTO INMIGRACIONISTA: 

“VIENEN PARA CONTRARRESTAR LA BAJA NATALIDAD”

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Luego está el argumento de la crisis de la natalidad en España. Era lo que podía esperarse: la elevación constante del coste de la vida, hace imposible el que se puedan formar parejas e, incluso, que una vez formadas, decidan tener hijos. La paternidad es una aventura que muy pocos se atreven a afrontar. Para hacerlo es preciso tener seguridad de que se podrá mantener a los hijos. Nadie está dispuesto a ofrecer tales garantías. Sin embargo, es un problema político: hubiera bastado con atribuir prioridad en beneficios sociales y ventajas fiscales a las parejas españolas que deseen tener hijos, garantizar su prioridad a la hora de obtener viviendas sociales, y simples campañas en pro de la natalidad, para que se estimulara la natalidad entre nuestra gente. No se hizo, ni se tiene intención de hacer. Si se hubiera empezado a hacer en 1996, cuando Aznar abrió las puertas a la inmigración, hoy tendríamos una generación de 28 años y un país homogéneo. Se hizo –y se hace– justo lo contrario: confiar en que gentes llegadas de todo el mundo salvarían la natalidad en España.

Desde el año 2000, en las cuatro provincias catalanas los nacidos en la noche del 31 de diciembre al 1 de enero de cada año, son en su inmensa mayoría hijos de nacidos en el extranjero. Pero, salvo entre las mujeres subsaharianas, el número de hijos va disminuyendo incluso dentro de la inmigración. Los inmigrantes andinos, por ejemplo, se han configurado como los primeros y principales usuarios de los servicios de aborto gratuito y de “píldora del día después”. La ruptura de la unidad étnica de España ni siquiera ha servido para que la natalidad remonte o para que se repueblen zonas “vacías”.

LA ÚLTIMA TRINCHERA INMIGRACIONISTA: 

“TENEMOS UNA DEUDA CON EL TERCER MUNDO Y SE LA VAMOS A PAGAR”

Caído el mito de “los que vienen a pagar las pensiones”, en un momento en el que ningún alcalde que quisiera mantenerse en el consistorio se atreve a colocar pancartas con el “Welcome refugies”, cuando se ha visto a las claras que la inmigración no resuelve el problema de los nacimientos, sino que complica la convivencia, ahora, como última trinchera inmigracionista, el argumentario se ha desplazado a otro frente; nos dicen: “estamos obligados a admitir a todos los inmigrantes que quieran establecerse en nuestro suelo y a mantenerlos, incluso, porque, se lo debemos”.

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Nos dicen que Europa “debe” a los inmigrantes del Tercer Mundo el haberlos explotado como colonias. Repiten, para bloquear a los más sensibles, que los europeos “somos responsables” de haber esclavizado a los africanos y que les debemos una compensación. Por eso están aquí, por eso estamos obligados a subsidiarlos… Es un argumento que tiene su fuerza, pero que no deja de ser otra falacia.

No solamente no fuimos esclavistas –valdría la pena, ya que estamos en esto, elaborar un censo de familias europeas que se dedicaron a la trata de esclavos, porque sería, en última instancia, a ellos a los que les correspondería pagar indemnizaciones, no a la totalidad de un pueblo– sino que, además, durante siglos, los europeos que vivían en las costas mediterráneas (pero, también, incluso en las del sur de Gran Bretaña y en Irlanda) corrían el riesgo de ser secuestrados ellos y sus hijos, saqueados sus bienes e incendiados sus pueblos, por parte de piratas berberiscos; una práctica que se prolongó hasta principios del siglo XIX. Unos fueron esclavizados de por vida, los otros extorsionados pidiendo fabulosos rescates, otros murieron sin dejar huellas… Sin olvidar, claro está, que el grueso de traficantes que capturaban esclavos en África eran árabes y que se beneficiaban de pactos con tribus africanas que los obtenían de tribus vecinas.

Sería bueno presentar una reclamación de cantidad por los millones de europeos, especialmente de los países mediterráneos, de los países eslavos, e incluso del Reino Unido, que fueron secuestrados, esclavizados, obligados a vivir en condiciones infrahumanas, asesinados y muertos de agotamiento en tierras del Magreb

Aquellas exacciones berberiscas han dejado recuerdos imborrables en nuestro folklore, en nuestra literatura e, incluso, en la configuración de las costas (las “torres de guaita” tan habituales en la costa catalana no eran para admirar la belleza del Mediterráneo, sino para vigilar la llegada de piratas berberiscos). Aquel valeroso soldado que recibió dos disparos de arcabuz en el pecho y en el brazo izquierdo, en la gloriosa jornada de Lepanto, Miguel de Cervantes, dejó constancia en El Quijote de sus nueve años de cautiverio en Argel.

Los grandes olvidados de la historia europea, son los millones de antepasados esclavizados en tierras islámicas. Los europeos no somos los “malvados” de esta historia. El colonialismo se explica en gran medida por las constantes molestias generadas por la piratería islámicaberberisca y otomana. Quienes la practicaban eran asimilados a yihadistas: y lo hacían con saña y con odio acumulado. La negativa a erradicar la esclavitud, hizo necesaria la intervención europea con la consiguiente disolución de los “mercados de esclavos” que todavía existía en el siglo XIX en el Magreb. No “debemos” nada: nos deben una reparación de aquellos crímenes contra los pueblos europeos.

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