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La nueva yihad: más amenazante que nunca

Redacción

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En la imagen, policías y militares acordonan el escenario de un ataque terrorista en el que perdió la vida un policía. París, 27 de abril de 2017.
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Por Guy Millière.- Cuando tuvo lugar el ataque terrorista en Barcelona el 17 de agosto de 2017, a pesar de lo horroroso que fue (13 muertos, 130 heridos), los yihadistas no lo consideraron un éxito. Tenían un proyecto más letal. Querían empotrar furgonetas cargadas de explosivos contra la basílica de la Sagrada Familia y otras dos zonas turísticas de la ciudad. Sin embargo, ese fue el último gran atentado yihadista en un país occidental. El atentado de Mánchester, producido dos meses antes, el 22 de mayo de 2017; el atentado en Niza (Francia) tuvo lugar el 14 de julio de 2016 y el atentado en Orlando (Florida), el 12 de junio de 2016.

La destrucción del Estado Islámico, con el presidente Donald J. Trump, no sólo ha privado a los yihadistas de lo que se había convertido en un santuario y campo de entrenamiento; también les privó de la idea de que podrían derrotar rápidamente a Occidente.

Enseguida, la conciencia del peligro que encarna el islam radical se desvaneció en Estados Unidos y se borró en gran parte en Europa. Los ataques con cuchillo y el asesinato de los transeúntes en Francia o Gran Bretaña no recibieron mayor relevancia en los principales medios que los accidentes de tráfico. Los asesinos yihadistas solían ser definidos inmediatamente por las autoridades como trastornados mentales. En Europa, el nombre de los asesinos se ocultaba a menudo para evitar la posibilidad de desencadenar los «prejuicios» contra los musulmanes.

Lo que ocurre en otras partes del mundo rara vez llega a los titulares y se suele tratar como un problema local sin importancia global. Apuñalar a los israelíes y lanzar cohetes y cometas y globos incendiarios desde Gaza a Israel se considera estrictamente parte del «conflicto en Oriente Medio». Los ataques contra los cristianos coptos en Egipto son definidos como un problema egipcio. Más de 1.800 cristianos masacrados en Nigeria apenas se mencionan en las noticias. La sentencia a muerte por blasfemia en países como Pakistán no se mencionan en absoluto.

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El islam radical puede estar a la defensiva, pero su ofensiva no ha cesado. Las principales organizaciones islamistas parecen estar esperando el momento para atacar otra vez. Al Qaeda fue recientemente descrita en un informe de la ONU de enero de 2018 como «fuerte», «influyente» y «resistente». El Estado Islámico puede haber perdido territorios que antes gobernó en Siria e Irak, pero, según el informe de la ONU, «la organización sigue transformándose en una organización terrorista con una jerarquía plana, con células y afiliados que actúan cada vez con mayor autonomía».

Los grupos de yihadistas islamistas siguen activos en Libia, donde controlan las actividades de tráfico de personas e infiltran a sus operativos entre los inmigrantes que tratan de cruzar el Mediterráneo hacia Europa. La policía sigue incautándose componentes utilizados para fabricar dispositivos explosivos y ha desbaratado intentos de atentado en suelo europeo, pero siguen circulando vídeos con instrucciones.

Lo que es importante recalcar es que los islamistas radicales usan otros medios aparte del terrorismo para ganar terreno. Los Hermanos Musulmanes, la principal organización islamista suní, jamás ha rechazado la violencia, pero dice que prefiere la da’wa (proselitismo, infiltración e influencia) para alcanzar el poder en el mundo musulmán y más allá. Sayid Qutb, su líder en la década de 1950, dijo que el objetivo de los Hermanos Musulmanes era «establecer el régimen islámico» allá donde fuese posible, por «cualquier medio al alcance». Sus miembros pueden haber pensado que estaban logrando su objetivo durante la revuelta que los periodistas llamaron «Primavera árabe». Por desgracia para ellos, el intento del expresidente egipcio Mohamed Morsi de convertir Egipto en un Estado islámico totalitario, y la crisis económica que le siguió, dio lugar a una toma del Gobierno por parte del actual presidente de Egipto, Abdel Fatah al Sisí, y a una represión que erradicó a la organización allí. Los Hermanos Musulmanes, sin embargo, no han desaparecido. Siguen teniendo el apoyo de Turquía y Qatar, y Hamás se fundó como la rama palestina de los Hermanos Musulmanes.

Las informaciones señalan ahora que los miembros de los Hermanos Musulmanes pueden recurrir ahora a una red de afiliados en más de 70 países. Mantienen su esperanza de ganar en todo el mundo musulmán, pero su objetivo principal parece seguir siendo transformar Occidente.

Los líderes delos Hermanos Musulmanes parecen pensar que si Occidente cae, el resto del mundo caerá después. En EEUU, los Hermanos Musulmanes tienen ramas no oficiales que intentan ocultar lo que son en realidad, pero están muy activas; entre ellas se encuentran el Consejo para las Relaciones Islámicas Americanas (CAIR) y la Sociedad Islámica de Norteamérica (ISNA).

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Los Hermanos Musulmanes tienen una fuerte implantación en la Europa occidental, donde controla muchas organizaciones y asociaciones benéficas que hacen todo lo posible por ocultar lo que son. Éstas incluyen «La Comunidad Islámica de Alemania», la Asociación Musulmana de Gran Bretaña y «Los Musulmanes de Francia». Los Hermanos Musulmanes han creado, además, vastas redes de mezquitas y escuelas que reclutan, adoctrinan y afirman que el futuro de Europa occidental será pertenecer al islam y que los europeos seguirán sometiéndose.

Esta semana, los jueces no electos del Tribunal Europeo de Derechos Humanos se sometieron a las demandas de las leyes sobre blasfemia de la sharia y decidieron no permitir las críticas a Mahoma, no vaya a ser que se hieran los sentimientos de los musulmanes. El Tribunal eligió en realidad herir los sentimientos por la libertad de expresión y la defensa de la verdad. Probablemente es hora de «deselegir» a estos jueces no electos.

Las organizaciones islamistas están presentes y creciendo. A menudo, aúnan fuerzas para promover campañas de intimidación y presionar a los gobiernos, los grandes medios y las universidades para prohibir toda crítica al islam e imponer una creciente islamización de la vida cotidiana. Los ejemplos incluyen los esfuerzos por cambiar los programas académicos para presentar la civilización musulmana con una luz más atractiva; los esfuerzos por tener hospitales que acepten que las mujeres musulmanas sean examinadas únicamente por doctoras, y que las agencias de servicios sociales deben respetar la poligamia. Muchas organizaciones recurren al apoyo de los «compañeros de viaje», principalmente occidentales que odian la civilización occidental y pueden ver el auge del islam como un medio para desestabilizarla. Quieren, y consiguen, resultados.

Los políticos occidentales europeos, de izquierda y derecha, confían cada vez más en el voto musulmán para salir elegidos: piensan que las tasas de natalidad (que ahora es inferior a los niveles de reemplazo) y los flujos migratorios crean un cambio de la población; calculan que ser demasiado hostiles con el islam podría conducir a su derrota política.

Aunque el escritor suizo islamista Tariq Ramadan sigue en prisión en Francia acusado de violación, sus libros siguen escalando en las listas de los más vendidos. Las librerías islámicas son cada vez más numerosas. Venden libros antisemitas y antioccidentales que incitan a la violencia. Las zonas de exclusión siguen proliferando en Francia, Gran Bretaña y ahora en Alemania. En su libro No Go Zones, Rahim Kasam muestra la mutilación genital femenina, las agresiones sexuales y a veces los asesinatos por honor que tienen lugar en estas zonas.

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Unos pocos políticos –el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, el vice primer ministro y ministro del Interior italiano, Matteo Salvini y el canciller austriaco Sebastian Kurz– están intentando defender la civilización occidental. Son arrastrados al barro por Merkel, May, Macron y otros líderes europeos occidentales. La oportunidad de Orbán, Kurz y Salvini de ganar la lucha en el corto plazo se ve limitada por el rápido envejecimiento de las poblaciones de sus países.

Se sigue permitiendo escribir a los escritores que critican el islam en Europa occidental, pero, con algunas excepciones, como la de Éric Zemmour en Francia o Thilo Sarrazin en Alemania, son casi totalmente ignorados por los grandes medios. Todos ellos han sido hostigados por los islamistas y a veces mediante procesamientos. Cualquiera que haya abandonado el islam se arriesga a que lo maten. Algunos han optado por escapar a una parte más segura del mundo. Ayaan Hirsi Ali abandonó los Países Bajos en 2006 y ahora es ciudadana estadounidense. Otros que han permanecido en Europa tienen que vivir bajo la protección policial. Hamed Abdel-Samad, exmiembro de los Hermanos Musulmanes que ahora vive en Alemania, es el autor de Islamic Fascism. Abdel-Samad dice lo que los líderes europeos occidentales se niegan a ver: «El islam es una religión de guerra». En una entrevista reciente, añadió que cuando un país no musulmán es fuerte, «el islam puede acabar accediendo a convivir», pero cuando un país no musulmán es pasivo «vuelve la guerra» sobre el horizonte. Esta guerra, continuó, «puede ser violenta. Puede ser no violenta. Los países europeos occidentales muestran todos los síntomas de ser pasivos.

Estados Unidos es más fuerte. ¿Seguirá siendo un refugio seguro para los exmusulmanes y la libertad de expresión? Los islamistas están trabajando. Algunos en las mezquitas incitan a la violencia. Encuentran apoyo. Intimidan a las instituciones. En abril de 2018, M. Zuhdi Yaser, médico practicante y fundador y presidente del American Islamic Forum for Democracy, que defiende la separación entre religión y Estado, fue invitado a hablar en la Universidad de Duke. Por la presión de los estudiantes islamistas, la invitación se canceló, después se reinstauró.

En 2014, cuando la Universidad de Brandéis quiso homenajear a Ayaan Hirsi Ali, escritora que abandonó el islam, las organizaciones islámicas y «progresistas» exigieron que Brandéis revocara la invitación. Fue «desinvitada» y no se le volvió a extender la invitación. Hirsi Ali dijo:

«Como conocedora de lo que es vivir sin libertad, observo atónita a los que se dicen liberales y progresistas –personas que afirman creer fervientemente en la libertad individual y los derechos de las minorías– hacer causa común con las fuerzas del mundo que representan de forma manifiesta las mayores amenazas a esa propia libertad y a esas mismas minorías […]. Tenemos que decirles a los musulmanes que viven en Occidente: si queréis vivir en nuestras sociedades, compartir sus beneficios materiales, entonces tenéis que aceptar que nuestras libertades no son opcionales».

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Europa: La decadencia de una civilización. Por Alberto Bradanini

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Los habitantes del Viejo Continente menos incautos deberían coincidir en que la representación de Europa –como región geográfica, como conjunto caótico de Estados nacionales ( soberanos sólo en el papel) o como la llamada Unión Europea– es decididamente exagerada y , en esencia, no corresponde a la verdad. Aquellos que estén convencidos de lo contrario pueden dejar de leer aquí un texto que encontrarían innecesariamente corrosivo para sus convicciones.

Esta reflexión inicial supone un reflejo de la UE que podríamos encontrar entre las lianas de la selva amazónica, pues la comprensión de su identidad jurídica e institucional, así como de su esencia teleológica, requiere un gasto de energía habitualmente superior a la disponible. En ausencia de un pueblo europeo subyacente –que sólo la historia podría haber construido, pero no lo hizo–, el nivel de cohesión de sus llamadas clases dominantes, similar al de las ondas de frecuencia modulada, cambia de orientación dependiendo del punto cardinal desde el que sale la luna.

Basta una mirada distraída, o unas cuantas páginas web, para comprender que el tiempo actual es uno en el que Europa –cuya historia milenaria, trágica y enmarañada como pocas, sigue siendo desconocida para la mayoría– ve desvanecerse aquellos rasgos que un día le valieron el título de civilización . El continente no es hoy más que una región objetivo dirigida con fines puramente extractivos por entidades sulfurosas pero brutales, es decir, los poseedores del capital global, aquellos que deciden a lo Schmitt el estado de emergencia , una terminología sofisticada para significar que en los temas que realmente importan son ellos los que deciden. Consideran a Europa de un modo diferente que los ciudadanos europeos (en gran medida ensordecidos por el ruido de fondo de la Gran Mentira) o los no europeos, estos últimos distantes y aún más indiferentes. ¿Y la democracia? Bueno, eso sirve para llenar el vacío que es el vacío de los títeres que ocupan los asientos del poder. Ya vemos.

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Qué problemas aquejan a la región llamada Europa debería ser conocido, pero por eso mismo no se conoce (Hegel) y por eso se repite . Por el término «poseedores de capital global» nos referimos aquí a los propietarios y controladores del capital financiero global que valoran a Europa (y, de hecho, a todas las regiones del mundo) sólo como un territorio del cual extraer beneficios, riqueza, trabajo y ganancias de todo tipo, para ser descartados cuando se vuelva inadecuado para tal propósito.

Estos individuos, capitalistas hasta la médula, no tienen ningún pasaporte en particular: americano, británico, alemán, francés o suizo (los conocidos gnomos de Basilea); los demás países cuentan mucho menos; no son leales ni a Occidente ni a Oriente, no tienen bandera bajo la cual luchar, no se identifican con ningún pueblo, historia, lengua, tradición o valor; en sus corazones, si tienen uno, no es la tierra de sus padres la que hace vibrar las cuerdas profundas; no ven el mundo como un lugar donde la solidaridad y la justicia puedan hacer soportables los sufrimientos de la existencia humana y, por tanto, no tienen intención de mejorarla. No captan la efervescencia de las culturas, de los pueblos y de las naciones. Para este agregado poshumano –fruto incestuoso de la toxicidad globalista neocapitalista– la obtusidad ontológica lo convierte todo en invisible.

Sólo ven zonas de oportunidad, cuyo valor depende de los beneficios que se derivan de ellas y de la cantidad de recursos extraíbles: trabajo humano, datos, logística, transporte, tierras raras, petróleo, gas, mercados de consumo, etc. Cualquier otro rasgo humano, ético o social, carece a sus ojos de atractivo, como si fuera el cadáver de un elefante.

El tiempo, también, huelga decirlo , es a veces una variable que puede multiplicar los rendimientos, pues estos recursos se vuelven más efervescentes en los momentos de crisis. Estos a su vez, si no surgen espontáneamente, se hacen emerger con técnicas adecuadas.

A la luz de esta ilustración, el territorio europeo es asumido por los detentadores del capital global no como un agregado de naciones, con su historia, sus prioridades, sus especificidades y sus objetivos, sino nada más que una utilidad , un activo en acto o en potencial, adquirible cuando sea necesario para generar beneficio, si es necesario mediante una profunda recomposición social, identitaria, económica y, por tanto, mediante el trabajo y el sufrimiento, borrando demandas, necesidades, características, etc. de los pueblos y de las culturas. ¿Y el Estado, se podría decir, y los gobiernos? Pues bien, resulta incluso banal señalar que desempeñan el papel de figurantes, son los encargados de dar sentido a la noción de guarnición , vestidos con la librea de las fiestas para servir las mesas cargadas de comida de sus señores , mientras los mendigos no tienen más remedio que recoger las migajas que caen de la mesa de vez en cuando.

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Volviendo al tema, es bastante evidente que los países europeos no son soberanos , y menos aún democráticos , como veremos. En su tiempo, nuestro Maquiavelo había definido las dos cualidades que permiten a un país ser clasificado como soberano : no tener soldados de otro país en su territorio y ser dueño de su propia moneda. Hoy hay que añadir un tercero, el control de los factores de producción, es decir, el trabajo (hoy globalizado, correspondiente al mínimo común múltiplo ) y el capital (insaciable y libre de moverse allí donde aumenta las ganancias, mediante la compresión del factor trabajo). Los gobiernos y las clases dominantes –cuerpos etéreos que flotan en el aire como humo saliendo de una chimenea– no tienen control sobre lo anterior. No responden a demandas democráticas , no se mueven por valores éticos ni por las necesidades del pueblo, no persiguen el avance cultural, la equidad distributiva y la participación, sino que –a cambio de miserables recompensas en dinero, honores y carreras– sirven a los privilegios de la élite financiera, ese poder lejano situado en lugares incorpóreos.

En Europa, el Reino Unido, Alemania y Francia están a la cabeza de esos amigos del partido , quienes a su vez están bajo la correa móvil del sistema corporativo estadounidense, vinculados entre sí por intereses abiertos y encubiertos, chantajes y corrupción de todo tipo, bajo la campana del neocapitalismo globalista. Vale la pena repetirlo: los políticos electos brillan por su irrelevancia: después de todo, cualquiera puede ocupar un alto cargo político. Para ser ministro no hay necesidad de demostrar cultura, ética, preparación y aptitud. Lo único que importa es la voluntad de obedecer al contexto , adaptándose a la optimización de la función extractiva.

La Unión Europea es el lugar de selección oficial por excelencia, sobre el que se colocan individuos seleccionados por una particular insignificancia y propensión a la nulidad, encargados de aplicar sin preguntas molestas cada directiva que emana del Olimpo capitalista. La soberanía se ha externalizado, el gobierno (que las constituciones de los países miembros quieren que sea democrático ) se ha privatizado, la democracia es hoy una mera representación formal. El voto no cambia nada, es pura cosmética, un producto estético que proyecta programas de televisión que quitan el tiempo para disfrutarlos tumbados en el sofá, después de cenar. La democracia, para reflejar la esencia del término, exige participación y respeto a los principios fundadores de un pueblo ( la guerra fue repudiada hace décadas por nuestros padres después de la inmensa tragedia del último conflicto, pero ese imperativo categórico es traicionado cada día por quienes gobiernan).

A la sombra de tales reflexiones, la guerra en Ucrania no es un conflicto geopolítico, sino un instrumento multicolor al servicio del capital globalizado. Este último ve a Europa como una tierra de saqueo. Todavía relativamente rico en recursos, pretende acelerar su desindustrialización, cortando sus lazos con la región euroasiática, inflando aún más, si fuera necesario, la deuda de los países miembros, fabricando un enemigo imaginario para militarizar un continente que tanto necesita pero destruyendo la cohesión social con migraciones masivas, dejando que el continente sea gobernado por lunáticos no electos que intimidan a los ciudadanos con guerras , crisis y emergencias prefabricadas .

La destrucción del Nord Stream no sólo fue un increíble acto de sabotaje por parte de un aliado, sino un acontecimiento crucial en la reestructuración estratégica de la economía europea. Todo el continente, especialmente Alemania, dependía del gas ruso. Los contratos de energía a largo plazo, baratos y confiables permitieron a la industria europea vivir y prosperar. Con la destrucción del gasoducto se quemó el combustible que alimentaba el sistema. Hoy en día, la energía llega a Europa desde proveedores lejanos y precarios, en su mayoría estadounidenses (peones clave en la cadena de plusvalías globalistas) a precios cuadruplicados. A esto se suma el uso militar de la narrativa de la energía verde. La transición a las energías renovables no protege el clima, lo que justifica el desmantelamiento de la industria pesada, la reducción de la capacidad de producción, la importación de tecnología y sistemas digitales intensivos en capital.

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Como se ha señalado, la segunda función de la guerra en Ucrania es la militarización. Europa (es decir, los poseedores del capital global , que supervisan las fechorías de una tal Ursula Gertrud Albrecht , casada con  von der Leyen ) ha decidido que se necesitan cientos de miles de millones de euros para construir armas y ejércitos para defender a Europa. Se trata realmente de crear una economía de guerra sin guerra: keynesianismo militar. Un gasto público tan masivo, concentrado en el sector privado de la producción bélica, exige una fuerte reducción de los servicios sociales, el deterioro de las infraestructuras y de los bienes públicos, mientras los productores de muerte (Raytheon, GE, Boeing, Lockheed Martin, Rheinmetall, etc.) ven cómo sus bolsillos se llenan aún más. Paralelamente, la militarización se extiende al ámbito civil: medios de comunicación, educación, sociedad civil, todo está bajo vigilancia, sometido a estrictos protocolos de seguridad . La disidencia, demonizada o criminalizada, se clasifica como desinformación . El enemigo está dentro: el ciudadano que impugna la guerra expresa preocupaciones populistas . El colapso económico de Europa no es un accidente que surgió de la historia como un rayo caído del cielo en agosto. Es el resultado de una planificación consciente. La inflación, los costos de la energía, la devaluación de la moneda y los shocks en la cadena de suministro sirven para eliminar a la clase media, expandir la dependencia de las plataformas corporativas, erosionar el sector público y crear las condiciones para la centralización digital de la economía y las finanzas. Las políticas migratorias e identitarias buscan generar una fragmentación social controlada . Las migraciones masivas no deben promover la integración, sino socavar la cohesión social. Una sociedad fragmentada es más fácil de gobernar. Si los grupos sociales son agresivos entre sí, están menos inclinados a organizarse contra quienes están en el poder. Claro y sencillo. Europa –en crisis demográfica estructural y harta del uso de la libertad y de la crítica– se precipita hacia el abismo de una crisis permanente, al borde perenne del colapso, lo que justifica la emergencia y la vigilancia de una población cada vez más inquieta . La condición de caos controlado no es evidencia de un fracaso de la gobernanza , sino de su éxito. Esta estrategia no pretende garantizar la estabilidad y el progreso, sino únicamente optimizar beneficios y privilegios.

Como se ha señalado anteriormente, uno de los objetivos de la guerra en Ucrania es cortar los vínculos de Rusia y China con Europa. Ésta debe permanecer sumisa al capital globalista y estadounidense, esclavizado a la ideología de la guerra, de la OTAN (quizás con un matiz ligeramente diferente, pero siempre belicosa), de la deuda pública crónica o de las recetas persecutorias del FMI. La perspectiva de que los Estados-nación recuperen su soberanía debe ser destruida para siempre. Subordinada a súbditos lejanos, dueños de un capital inmenso, Europa debe convertirse en un enorme depósito de armas inutilizables (¡porque nadie quiere un holocausto nuclear!) producidas por sistemas hiperendeudados, desocializados, promiscuos, pero siempre obedientes a quienes se sientan en las montañas del capital globalizado.

Así, poco a poco, asistimos al ocaso de la civilización europea. La cultura, la economía, la política y el sistema ético de las naciones europeas están siendo vaciados. Europa no está siendo conquistada por ejércitos extranjeros, sino convertida, aparentemente pacíficamente, en un activo económico/financiero gestionado por los globalistas. No se trata de una crisis de liderazgo, que está completamente ausente, sino de una representación teatral como reflejo de la ontología de la mercantilización de la existencia humana.

Si alguien piensa que estas clases dominantes están fracasando, estaría equivocado. Ellos son los ganadores. No les interesa construir una Europa mejor, sino vaciarla y luego descartarla. Así como antes los reyes reinaban pero no gobernaban, hoy los gobiernos administran pero no gobiernan. Y si los europeos no entendemos el drama histórico de esta perspectiva, seguiremos confundiendo los síntomas con la enfermedad y buscando respuestas en las mismas instituciones e individuos que gestionan el colapso. No se trata de conquistar territorios ajenos, sino de un conflicto para decidir los fundamentos éticos de nuestra sociedad en la era posterior al Estado-nación. Europa es el campo de pruebas, el resto del mundo seguirá el ejemplo.

A través de : https://www.sinistrainrete.info/crisi-mondiale/30550-alberto-bradanini-europa-il-tramonto-di-una-civilta.html

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Originalmente en: https://www.lafionda.org/2025/05/20/europa-il-tramonto-di-una-civilta/

Traducción: Carlos X. Blanco

Alberto Bradanini es un ex diplomático. Entre los muchos cargos que ocupó, fue embajador de Italia en Teherán (2008-2012) y Pekín (2013-2015). Actualmente es presidente del Centro de Estudios sobre la China Contemporánea. Publicó «Más allá de la Gran Muralla» Ed. Bocconi 2018; «China, la visión de Nenni y los desafíos actuales», Ed. Anteo 2012; En enero de 2022 se estrena «China, el ascenso irresistible», Ed. Sandro Teti.

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