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Sociedad

La «nueva normalidad» no es lo que quieren que creas

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Por Ángel Manuel García Carmona.- En algunos países occidentales (principalmente europeos), en teoría, las cuarentenas masivas forzosas han ido llegando a su fin (por lo general, en base a procesos de “desescalada”). Se supone, atendiendo a datos oficiales, que la incidencia del coronavirus, codificado como COVID-19, es mucho menor que a comienzos de la pasada primavera.

Lo normal es que tras la tormenta u otra tempestad, llegue la calma (bueno, por poner otro ejemplo, también es obvio que cuando alguien se recupera de una intervención quirúrgica cardíaca recupere su actividad normal). Pero en este caso, parece que buscan una serie de aditivos de perspectiva psicológica.

En exclusiva, a la par que nos informan de rebrotes puntuales con un sesgo de amenaza condicionada de restablecimiento del secuestro político (confinamiento), nos hablan de una “nueva normalidad”. Puede sonar como algo redundante o como una burda cursilada pero, ¿cuál es el trasfondo verdadero?

Ya sea a la espera de una vacuna (un asunto que abre una discusión paralela, pero no por los motivos generales del movimiento antivacunas, que hace una combinación de infundios antimercado y juegos de selección natural darwiniana) o a fin de “contener rebrotes”, nuestro retorno a la normalidad no está siendo tan “libre”.

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Por decisión de nuestros burócratas de turno, siempre tan interesados en planificar toda la dinámica espontánea social desde un punto concéntrico, tenemos que salir a la puerta de la calle con la boca y la nariz tapadas literalmente (hablando con rigor, piensan en que utilicemos algún utensilio sanitario de protección).

Hablamos de las llamadas “mascarillas” o, en algunos países hispanoamericanos, “tapabocas”. Sí, y les da igual la que vayamos a utilizar (hay quienes se han atrevido a reconocer, con criterio sanitario, su inefectividad, ya que concentran dióxido de carbono y otros microorganismos). No tienen por qué ser las “más efectivas” FFP-2 y FFP-3.

Al mismo tiempo, nos imponen una “distancia social” (con pretexto de seguridad inmunológica) de entre uno y tres metros de longitud (ya sea en la calle, en los salones de actos o en los lugares de culto), aunque, por cuestiones lógicas, en una terraza o en una mesa de restaurante, es imposible hacerlo si vas con tu pareja, tus amigos o tu familia.

La adaptación a la crisis y los avances tecnológicos

Independientemente de la interferencia en la discusión del apartado anterior, resulta innegable que ciertas tendencias tecnológicas (con sus correspondientes aplicaciones) han visto su proceso de permeabilidad considerablemente acelerado, como consecuencia de esta “crisis”.

Ya sea para intentar mitigar los efectos del estrangulamiento económico y las modalidades de bloqueo económico, para no mermar demasiado la formación académica (no necesariamente la que es obligatoria o está reglada considerablemente) o para mantener el contacto social (aunque virtualizado), Internet ha sido clave.

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El teletrabajo era, hasta ahora, una especie de beneficio social que concedían las empresas, para determinados días de la semana, con la mera intención de facilitar la conciliación personal y/o familiar del trabajador (igual que se puede proporcionar un ticket de restaurante o un seguro de vida).

No obstante, en cuestión de semanas, las empresas han tenido que adaptarse al mismo a una velocidad astronómica, sin haber tenido demasiados problemas de productividad. De hecho, consideran que puede ayudar a reducir costes de infraestructura, y se resalta en actuales ofertas de trabajo. Por ello, puede decirse que ha venido para quedarse.

Lo mismo ocurre con el e-learning, que si bien estaba cobrando su popularidad en el ámbito universitario y del área extracurricular (no necesariamente mediante plataformas como edX y Udemy), está generando un impulso de mercado que lleva a las unidades presenciales a reinventarse para sobrevivir de cara a futuro.

Por otro lado, para bien y para mal, contando con las aplicaciones previamente mencionadas, uno puede corroborar que cuatro tendencias serán clave: el Big Data, la computación en la nube, el blockchain y la inteligencia artificial. Estaban avanzando y adquiriendo relevancia en el mercado y el tejido productivo, pero esto las impulsa.

Ni orden espontáneo ni seguridad sanitaria

Como se ha indicado antes, la clase política (con la correspondiente colaboración de una prensa determinada) tiene interés en que asumamos la nueva normalidad como una temporada de precaución sanitaria. Aunque si pensamos en los avances tecnológicos, mejor para ellos, dentro de su interesada anestesiología.

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Ahora bien, la “nueva normalidad” que, en colaboración con los ideólogos, otros burócratas, ciertas élites, las Big Tech y varias unidades de agit-prop viene a ser un avance en el ordenamiento político que ellos pretenden, basado en la quinta fase revolucionaria (queramos llamarlo o no “criterio del NOM”).

Sin discutir la incidencia sanitaria (así como tampoco su posible resultado de la acción humana en un laboratorio que ya debería de ser bastante conocido), cierto es que esta situación ha sido vista como una oportunidad para realizar uno de los mayores ensayos sociales contemporáneos, jugando con la “psicosis colectiva” y el síndrome de Estocolmo.

Los decretos de “estado de alarma” o “estado de emergencia” han reforzado los resortes de poder de no pocos gobernantes (España es un ejemplo considerable de ello, así como un ejemplo de dictadura posmoderna, al mando de socialistas y comunistas como Pedro Sánchez y Pablo Iglesias). Véase como una aplicación de las leyes marciales.

Al mismo tiempo, advirtiendo de caos descoordinado cuando ha correspondido, se ha procurado incidir la “necesidad” de avanzar hacia el Estado único global (nula descentralización), que basado en una falsa religión artificial, también apostará por un férreo intervencionismo económico.

Por otro lado, en materia económica, aparte de cuestionar la poca libertad que en general aseguran muchos de estos Estados modernos, se busca reforzar el papel de unos bancos centrales que crean masas crediticias muy artificiales. Pero es que se está tratando de acostumbrar a la gente a no pagar en metálico.

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El problema que tienen con el dinero en efectivo no es de “obsolescencia” ni de “salud”. Básicamente aprovechan el paso del Pisuerga por Pucela para que ninguna transacción económica se escape del control estatal (de esta forma, pueden expoliar más aún), con el cual colaboran muy estrechamente los big businesses del sector financiero.

Asimismo, al control de las transacciones financieras se suma la amenaza mayor sobre nuestra privacidad, por medio de las cámaras térmicas, ciertos sistemas de videovigilancia y las llamadas apps anti-COVID19, con las que, en realidad, se busca monitorizar el más mínimo movimiento del ciudadano.

Por lo tanto, ya finalizando, si queremos encontrar sentido al concepto de “nueva normalidad”, considerémoslo como un eufemismo que en realidad supone un juego con la propaganda y la “falsa inseguridad” para estrangular a la sociedad y anular sus libertades, vulnerando la libertad de mercado, la subsidiariedad y otros patrones naturales.

*García Carmona es ingeniero de software y reside en Madrid.

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España

Así nos ven desde fuera: el sucio traidor de Feijóo y sus adláteres son reconocidos por lo que son

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Escándalo en España: El PP se unió al socialismo y votó a favor de darle la ciudadanía a 500.000 inmigrantes ilegales de África

El PP, el PSOE y todos los partidos de izquierda se unieron para votar a favor de la regularización de medio millón de inmigrantes que ingresaron de manera ilegal en la última década.

El Partido Popular (PP), una suerte de Juntos por el Cambio en España, ha vuelto a traicionar a su base de votantes y decidió unirse con la extrema izquierda para regularizar y otorgarle la ciudadanía a más de 500.000 inmigrantes ilegales que arribaron al país desde África o Medio Oriente.

Si bien la ley todavía no ha sido aprobada, más bien solo se ha aprobado el tratamiento del mismo en el Parlamento, el PP sienta un peligroso precedente y ha anticipada que busca volver a votar de la misma manera en el recinto una vez que se modifiquen algunos aspectos del proyecto de ley.

De hecho, todos los partidos en el Parlamento han votado a favor del tratamiento y aprobarán pronto la ley, con la única excepción de los legisladores de VOX, que se opuso de cuajo contra la ley que le agregaría más de 500.000 votos en todo el país a la izquierda.

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Según la diputada del PP, Sofía Acedo, fue Cáritas, la organización benéfica de la Iglesia Católica, que hizo lobby para que dicha legislación sea aprobada, a pesar de que dentro de ese medio millón de personas hay prácticamente una totalidad de árabes musulmanes.

Por su parte, la socialista Elisa Garrido ha trasladado que el PSOE votará a favor de la Iniciativa Legislativa Popular (ILP) por el “respeto” que merece darle participación directa en la política a quienes viven en España, y que creen que es necesario “seguir avanzando en mecanismos que garanticen procesos seguros de inmigración”.

Por su parte, la diputada de VOX Rocío De Meer ha indicado de nuevo que la formación liderada por Santiago Abascal rechaza la medidaQueremos que España siga siendo España, no Marruecos, ni Argelia, ni Nigeria, ni Senegal. Y esto no es odio ni es xenofobia, ni racismo, es puro sentido común“.

En España se han llevado a cabo seis regularizaciones extraordinarias de inmigrantes en toda su historia. Entre 1991 y 1992 se puso en marcha, con el Gobierno socialista, una regularización extraordinaria que benefició a 108.321.

En 1996, con el PP mediante otro proceso de regularización extraordinaria, obtuvieron papeles 21.294 inmigrantes de los 25.128 que lo solicitaron. En el año 2000 solicitaron la regularización 244.327 extranjeros y consiguieron la documentación 163.352. En el año 2001 fue denominado “regularización por arraigo” y se otorgó papeles a 239.174 inmigrantes más.

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Como si esto no fuera poco, en el 2005, durante el gobierno del comunista José Luis Rodríguez Zapatero, hace casi 20 años, se le otorgó ciudadanía a medio millón de inmigrantes, la misma cantidad que pretende dar ahora Pedro Sánchez, peleando codo a codo por el récord histórico de pérdida de identidad.

Fuente: Derecha Diario.

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