Internacional
INFORME COMPLETO: Así ha liquidado Occidente la libertad de pensamiento: de las mentiras del 11S a los asesinatos de estado contra periodistas. La historia de Thierry Meyssan

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3 años agoon


Thierry Meyssan en 2012, después de 3 días de ataque contra su domicilio en Damasco (Siria), donde estuvo bajo el fuego de los yihadistas armados y respaldados por el entonces presidente de Francia, Francois Hollande.
Occidente ha utilizado todos los medios a su disposición, para tratar de silenciar a aquellos de sus ciudadanos que han revelado su verdadera política, desde los hechos del 11 de septiembre de 2001, y que se han levantado contra ella.
En 2002 publiqué mi libro L’Effroyable imposture [1], un trabajo de ciencias políticas donde cuestionaba la versión oficial de los atentados cometidos el 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, Washington y Pensilvania y auguraba lo que sería la nueva política de Estados Unidos: una generalización de la vigilancia sobre sus propios ciudadanos y la dominación sobre el Gran Medio Oriente o Medio Oriente ampliado. Después de la publicación de un artículo del New York Times, que mencionaba con sorpresa el impacto que mi libro había tenido en Francia, el Departamento de Defensa de Estados Unidos asignó al Mosad israelí la misión de eliminarme.
El entonces presidente de Francia Jacques Chirac, quien había solicitado a sus propios servicios de inteligencia verificar el contenido de mi libro en cuanto a los atentados del 11 de septiembre, decidió entonces protegerme. En una conversación telefónica, el presidente Chirac hizo saber al primer ministro israelí Ariel Sharon que cualquier acción contra mí –no sólo en Francia sino en cualquier país de la Unión Europea– sería interpretado como un acto hostil contra Francia. El presidente Chirac también asignó a uno de sus colaboradores la tarea de velar por mí y de informar a todos los países no europeos que me invitaran que al hacerlo se hacían directamente responsables de garantizar mi seguridad. Efectivamente, en cada país donde fui invitado siempre se me asignó una escolta armada.
En 2007, cuando el presidente Jacques Chirac terminó su mandato y fue reemplazado por Nicolas Sarkozy, este nuevo presidente aceptó la solicitud de Washington de ordenar a la Dirección General de la Seguridad Exterior (DGSE) que se encargara de eliminarme. Sabiendo lo que se preparaba, hice las maletas y me fui de Francia. En 2 días llegué a Damasco, la capital siria, donde recibí protección del Estado.
Meses después decidí instalarme en Beirut ya que Al-Manar –la televisión del Hezbollah– me proponía hacer un programa semanal en francés. Aquel proyecto nunca llegó a concretarse porque Al-Manar renunció a realizar transmisiones en francés, aunque ese idioma es una de las lenguas oficiales en Líbano. Fue entonces cuando la ministro francesa de Justicia, la señora Michele Alliot-Marie, solicitó a Líbano que me interrogara porque un periodista, autor de un libro contra mí, me acusaba de difamación. Era la primera vez en 30 años que la justicia francesa dirigía un pedido así a Líbano. La policía libanesa me hizo llegar una citación pero yo sabía que el pedido francés carecía de base legal en derecho francés. El Hezbollah me protegió y desaparecí voluntariamente. Meses después, el primer ministro libanés, Fouad Siniora trató de desarmar a la resistencia libanesa, pero el Hezbollah logró invertir la correlación de fuerzas. Me presenté entonces ante un juez libanés, en medio de los aplausos de la policía que sólo 3 días antes todavía estaba buscándome. Aquel juez libanés me dijo que en su carta oficial, la ministro francesa Michèle Alliot-Marie había agregado de su puño y letra una nota para que me arrestaran y me mantuviesen tras las rejas el mayor tiempo posible mientras que el caso siguiera su curso en Francia. La ministro de Justicia de Francia aplicaba así el procedimiento de las llamadas «lettres de cachet» de los reyes franceses, que simplemente metían en la cárcel a cualquier personaje incómodo, sin someterlo a juicio ni ocuparse siquiera de justificar el encarcelamiento. El magistrado libanés me leyó el pedido oficial de Francia y me invitó a responder yo mismo por escrito. En mi respuesta subrayé que, a la luz del derecho francés y también del derecho libanés, el artículo que se invocaba para acusarme ya había prescrito desde hacía tiempo, además de que no me parecía que su contenido pudiese ser considerado difamatorio. La Corte de Casación de Beirut conservó una copia de la carta de la ministro francesa y de mi respuesta.
Algunos meses más tarde, asistí como invitado a una cena en casa de una alta personalidad libanesa. También estaba presente un colaborador del presidente Sarkozy y tuvimos una dura discusión sobre nuestras concepciones opuestas del laicismo. Aquel señor aseguró a los demás presentes que él no rechazaba el debate… pero abandonó la cena y tomó de inmediato un avión de regreso a París. Al día siguiente, recibí una citación según la cual un juez me recibiría para discutir una cuestión administrativa. Cuando me hallaba en camino hacia el lugar donde supuestamente debía ver al juez, recibí una llamada telefónica del príncipe Talal Arslane avisándome que, según el Hezbollah, aquello era una trampa y que no debía presentarme en aquel lugar. Finalmente resultó que aquel día ningún funcionario libanés estaba trabajando –era feriado por tratarse de la celebración del nacimiento del Profeta Mahoma– pero una unidad de la DGSE francesa estaba esperándome para secuestrarme y entregarme a la CIA. La operación había sido organizada por el mismo consejero de la presidencia francesa con quien yo había cenado el día anterior.
Después de aquello, he sido objeto de varios intentos de asesinato pero siempre ha sido difícil determinar quién o quiénes han dado la orden de eliminarme.
Por ejemplo, en Venezuela, en medio de una conferencia en el ministerio de Cultura, la escolta del presidente Hugo Chávez vino inesperadamente a sacarme del estrado mientras yo hablaba. Un oficial me empujó detrás del escenario, llevándome a los camerinos. Sólo tuve tiempo de ver como varios hombres sacaban armas en la sala. Dos bandos se vieron frente a frente. Un disparo habría iniciado allí un sangriento enfrentamiento a tiros. En otra ocasión, también en Caracas, fui invitado con mi compañero a una cena. Él no tenía mucho apetito y, cuando trajeron nuestros platos, en el mío había menos comida que en el suyo, así que hicimos un discreto intercambio. Ya de regreso en nuestro hotel, mi compañero comenzó a sufrir temblores, cayó al suelo y perdió el conocimiento. Cuando llegaron los médicos, rápidamente determinaron que se trataba de un envenenamiento y lograron salvarle la vida. Dos días después, una decena de oficiales del SEBIN (Servicio Bolivariano de Inteligencia) nos visitaron para presentarnos sus excusas y comunicarnos que habían logrado identificar al agente extranjero que había organización el envenenamiento. Mi compañero, en silla de ruedas después del incidente, demoró 6 meses en recuperarse.
Posteriormente, a partir de 2010, los intentos de asesinarme siempre implicaron la participación de yihadistas. En Líbano, un discípulo del jeque yihadista Ahmed al-Assir tendió una emboscada a mi compañero y estuvo a punto de matarlo. Lo salvó la intervención de un militante armado del PSNS. El agresor fue arrestado por el Hezbollah, que lo entregó al ejército libanés, y fue posteriormente juzgado y condenado.

El general Benoit Puga fue jefe del estado mayor particular de los presidentes franceses Nicolas Sarkozy y Francois Hollande. Todo indica que este general francés impartía directamente órdenes a los soldados franceses que el estado mayor interarmas ponía a la disposición del jefe de las fuerzas armadas, soldados que fueron utilizados en las guerras secretas contra Libia, contra Siria y en el Sahel, para dirigir secretamente las acciones armadas de los yihadistas. El general Benoit Puga ostenta hoy el título de Gran Canciller de la Orden de la Legión de Honor.
En 2011, la hija del líder libio Muammar el Kadhafi, Aicha, me invitó a Libia, después de haberme visto criticar duramente a su padre en televisión. Aicha Kadhafi puso el mayor empeño en que yo visitara su país para sacarme del error. Viajé a Libia y llegué ser parte del gobierno libio, que me solicitó preparar su participación en la Asamblea General de la ONU. Cuando la OTAN atacó la Yamahiriya Árabe Libia, yo estaba viviendo en el hotel Rixos, donde se hospedaba toda la prensa extranjera. La OTAN sacó de Libia a los periodistas que colaboraban con las fuerzas atlantistas, pero no pudo tener acceso a los que se hallaban en el hotel, defendido personalmente por Khamis, el hijo más joven de Muammar el-Kadhafi. Khamis tenía su puesto de mando en el sótano del hotel, cuyos ascensores habían sido previamente condenados. Los yihadistas libios que posteriormente conformaron el “Ejército Sirio Libre”, bajo las órdenes de Mahdi al-Harati y controlados directamente por militares franceses, asediaron el hotel durante días, baleando a quien se aproximara a las ventanas.

El ministro francés de Exteriores, Alain Juppé, aprobó en secreto la eliminación de Thierry Meyssan. Hoy es miembro del Consejo Constitucional de Francia.
Finalmente, la Cruz Roja Internacional vino a sacarnos del hotel Rixos, con la capital libia ya en manos de los mercenarios de la OTAN, y nos trasladó a otro hotel, donde ya se conformaba el nuevo gobierno. En cuanto llegamos a aquel hotel, dos Guardianes de la Revolución iraníes se presentaron a mí, el presidente iraní Mahmud Ahmadineyad y el vicepresidente Hamid Baghaie los habían enviado para protegerme. Los dirigentes iraníes habían obtenido un documento que contenía las decisiones adoptadas en una reunión secreta de la OTAN en Nápoles (Italia) y en una de esas decisiones se precisaba que sería conveniente matarme durante la toma de Trípoli. Aquel documento mostraba que el ministro francés de Exteriores, Alain Juppé, amigo de mi padre, había participado en la reunión. Sin embargo, la oficina de Juppé aseguró posteriormente que aquella reunión nunca existió y que aquel día el ministro estaba de vacaciones.
Creyendo el problema resuelto, los Guardianes de la Revolución regresaron a su país. Pero en la capital libia circulaban pasquines con retratos de 12 personas “buscadas”: 11 libios y yo. Un grupo de “rebeldes” llegó a registrar el hotel buscándome. Primero me salvó una periodista de la televisora Russia Today, que me escondió en su habitación y se negó a permitir que los “rebeldes” penetraran en ella. Otros colegas también me escondieron después, incluyendo una periodista de la televisión francesa TF1. Al cabo de toda una serie de peripecias, durante las cuales escapé a la muerte unas 40 veces, logré salir de Libia, como un boat people, junto a unas 40 personas, en un pequeño barco de pesca que nos llevó a Malta… en medio de los navíos de guerra de la OTAN. Cuando llegamos a La Valeta, la capital maltesa, el primer ministro de Malta nos esperaba en el puerto, junto a los embajadores de los países de las personas que llegaban de Libia en aquel barquichuelo, todos… menos el embajador de Francia.

El yihadista Mahdi al-Harati –aquí lo vemos besando en la frente al presidente turco Erdogan– fue uno de los principales organizadores de la Flotilla de la Libertad por Gaza y después fue sucesivamente cuadro del Grupo Islámico Combatiente en Libia y del “Ejército Sirio Libre”. Contó con financiamiento de la CIA y fue formado por Francia.
Cuando se inició en Siria la llamada «primavera árabe» –o sea, la operación secreta planeada por los británicos para poner a la Hermandad Musulmana en el poder, como ya lo habían hecho 100 años antes con los wahabitas en Arabia Saudita–, regresé a Damasco para ayudar a quienes me habían acogido cuando me vi obligado a salir de Francia. Y en Damasco también estuve varias veces en peligro de muerte, pero allí había una guerra. No obstante, al menos una vez fui blanco de un ataque directo de los yihadistas. Una de las veces que los “rebeldes” respaldados por el presidente francés Francois Hollando trataron de tomar Damasco por asalto, mi domicilio fue atacado directamente. El Ejército Árabe Sirio instaló un mortero en la azotea de mi apartamento y los atacantes fueron rechazados. Eran al menos un centenar de yihadistas contra 5 soldados sirios pero tuvieron que retirarse después de 3 días de combate. Entre aquellos “rebeldes” no había sirios sino pakistaníes y somalíes sin entrenamiento militar.
Volví a Francia en 2020 para reunirme con mi familia. Varios amigos me habían asegurado que, al contrario de sus dos predecesores –Nicolas Sarkozy y Francois Hollande–, el presidente Emmanuel Macron no practica el asesinato político. Pero eso no significa que estoy enteramente libre. La aduana francesa recibió una denuncia que aseguraba que el contenedor donde venían mis pertenencias y las de mi compañero en realidad estaba lleno de explosivos y armas. La aduana interceptó nuestro contenedor y envió 40 funcionarios para registrarlo. Todo fue una operación montada por un servicio de inteligencia extranjero: la aduana francesa permitió que una empresa privada se ocupara de volver a poner en el contenedor las pertenencias ya revisadas. Aquello demoró 2 días, durante los cuales nuestro contenedor fue saqueado. Los documentos que traíamos desaparecieron en el proceso.
Pero mi caso no es único. Cuando Julian Assange reveló la existencia del sistema Vault 7, que permite a la CIA hackear cualquier ordenador o teléfono celular, también se convirtió en blanco de los ataques de Estados Unidos. Con el consentimiento del Reino Unido, el director de la CIA, Mike Pompeo, montó varias operaciones para secuestrar a Assange o asesinarlo. Cuando Edward Snowden publicó el importante volumen de información que había acumulado sobre las violaciones de la privacidad cometidas cotidianamente por la National Security Agency (NSA) estadounidense, todos los países miembros de la OTAN se concertaron contra él. Francia incluso cerró su espacio aéreo al avión del presidente boliviano Evo Morales porque Estados Unidos “suponía” que Snowden podía hallarse a bordo. Hoy, Snowden vive como refugiado en Rusia.
La Libertad ya no está en Occidente.
Internacional
Cambio de régimen y Declaración de Guerra a la Europa de la UE: el discurso completo de J. D. Vance en Múnich

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10 horas agoon
18/02/2025
En Múnich, esta tarde, el vicepresidente de los Estados Unidos no habló realmente de seguridad —y sólo mencionó de pasada a Ucrania, Putin o Rusia—.
Convencido de que «la principal amenaza [para Europa proviene] de dentro», apuntando a las élites políticas y deseando hacer saltar los cordones sanitarios erigidos contra la extrema derecha en Alemania, J. D. Vance articuló por primera vez la visión maximalista de la Casa Blanca de Donald Trump para el continente: un cambio de régimen.
Traducimos y comentamos este discurso que todos los europeos deberían leer.
Gracias a todos los delegados, autoridades y profesionales de los medios de comunicación reunidos, y gracias especialmente a nuestro anfitrión de la Conferencia de Seguridad de Múnich por haber podido organizar un evento tan increíble. Estamos, por supuesto, encantados de estar aquí.
Una de las cosas de las que quería hablar hoy son, por supuesto, nuestros valores comunes.
Es fantástico estar de vuelta en Alemania. Como han oído antes, estuve aquí el año pasado como senador de los Estados Unidos. Me encontré con el ministro de Asuntos Exteriores británico, David Lammy, que bromeaba diciendo que los dos teníamos puestos diferentes el año pasado de los que tenemos ahora.
Pero ahora es el momento, en nuestros países, para que todos aquellos que han tenido la suerte de que nuestros respectivos pueblos les confíen poder político, lo utilicen sabiamente para mejorar sus vidas. Y quiero decir que he tenido la suerte, durante mi estancia aquí, de pasar un poco de tiempo fuera de las paredes de esta conferencia en las últimas 24 horas. Y me ha impresionado mucho la hospitalidad de la gente, que todavía está conmocionada por el horrible atentado de ayer. La primera vez que vine a Múnich fue con mi mujer, que hoy está aquí conmigo en un viaje personal. Siempre me ha gustado la ciudad de Múnich y siempre me han gustado sus habitantes.
Quiero decir que estamos muy conmocionados y que nuestros pensamientos y oraciones están con Múnich y con todas las personas afectadas por el daño infligido a esta hermosa comunidad. Pensamos en ustedes, rezamos por ustedes y, por supuesto, los apoyaremos en los próximos días y semanas.
(Aplausos)
Espero que este no sea el último aplauso que reciba. Pero, por supuesto, estamos reunidos en esta conferencia para hablar de seguridad.
El día antes de la inauguración de la Conferencia de Seguridad de Múnich, el jueves 13 de febrero, un conductor atropelló deliberadamente a un grupo de personas en la ciudad, causando al menos treinta heridos. Según las autoridades alemanas, el autor del atentado habría actuado por motivos religiosos, gritando «Allah Akhbar» tras su detención.
Normalmente hablamos de las amenazas que pesan sobre nuestra seguridad exterior y veo a muchos altos cargos reunidos aquí hoy. Pero aunque la administración Trump está muy preocupada por la seguridad europea y cree que podemos llegar a un acuerdo razonable entre Rusia y Ucrania, también creemos que es importante que Europa tome medidas importantes en los próximos años para garantizar su propia defensa.
Porque la amenaza que más me preocupa en Europa no es Rusia, no es China, no es ningún otro actor externo.
Y lo que me preocupa es la amenaza desde dentro: el retroceso de Europa en algunos de sus valores más fundamentales. Valores compartidos con los Estados Unidos.
Me sorprendió que un excomisario europeo se expresara recientemente en televisión para alegrarse de que el gobierno rumano anulara unas elecciones presidenciales. Advirtió de que, si las cosas no salían como estaba previsto, lo mismo podría ocurrir en Alemania.
El 4 de diciembre, tras consultar documentos elaborados por los servicios rumanos, el máximo tribunal rumano anuló los resultados de la primera vuelta de las elecciones presidenciales, declarando que había que volver a empezar todo el proceso.
Según estos documentos, a los que la revista tuvo acceso, desde noviembre de 2024 «más de 100 influencers (con un total de 8 millones de seguidores) fueron manipulados y movilizados para promover la figura de Georgescu». También se habría llevado a cabo una financiación ilegal masiva de forma sistemática y oculta para apoyar la campaña de Călin Georgescu. El mismo documento desarrolla: «Rusia ha inundado el espacio informativo con relatos divisivos y favorables a vectores (personas o formaciones políticas) que comparten puntos de vista cercanos al Kremlin (extremistas, nacionalistas, populistas, figuras políticas antisistema, etc.)».
Estas declaraciones temerarias son chocantes para los oídos estadounidenses.
Durante años, se nos ha dicho que todo lo que financiamos y apoyamos se hace en nombre de nuestros valores democráticos comunes. Todo, desde nuestra política hacia Ucrania hasta lo digital, se presenta como una defensa de la democracia.
Pero cuando vemos a los tribunales europeos anular elecciones y a altos funcionarios amenazar con anular otras, debemos preguntarnos si nos imponemos normas lo suficientemente altas. Y digo «nosotros» porque creo fundamentalmente que estamos en el mismo equipo. Debemos hacer algo más que hablar de valores democráticos. Debemos vivirlos ahora, en la memoria viva de muchos de ustedes en esta sala.
La guerra fría enfrentó a los defensores de la democracia con fuerzas mucho más tiránicas en este continente. Consideren el bando en esta lucha que censuró a los disidentes, que cerró iglesias, que anuló elecciones: ¿eran los buenos? Desde luego que no. Y gracias a Dios, perdieron la Guerra Fría. Perdieron porque no apreciaron ni respetaron todos los beneficios extraordinarios de la libertad. La libertad de sorprender, de cometer errores, de inventar, de construir. Resulta que no se puede imponer la innovación o la creatividad, al igual que no se puede obligar a la gente a pensar, sentir o creer. Y estas dos cosas están sin duda relacionadas. Por desgracia, cuando miro a Europa hoy, no siempre está muy claro qué ha pasado con algunos de los vencedores de la Guerra Fría.
Miro a Bruselas, donde los commissars europeos advierten a los ciudadanos de que tienen la intención de cerrar las redes sociales en tiempos de disturbios civiles tan pronto como detecten lo que han considerado, cito, contenido de odio.
El término inglés commissar es la transliteración del ruso комисса́р (komissar) y significa «comisario». Se refiere a los comisarios políticos soviéticos o a los comisarios del pueblo (ministros). Tomado del francés «commissaire», este título existe en Rusia desde Pedro el Grande. Aquí, el vicepresidente de los Estados Unidos parece retomar la retórica desarrollada por Orbán y el PiS polaco, que ven en Bruselas la capital de una nueva Unión Soviética y en los comisarios europeos nuevos agentes imperiales.
O en este mismo país, donde la policía ha realizado redadas contra ciudadanos sospechosos de haber publicado comentarios antifeministas en línea, siempre en el marco de la lucha contra la misoginia en Internet.
Pienso en Suecia, donde el gobierno condenó hace dos semanas a un activista cristiano por participar en incendios de Coranes, que provocaron la muerte de su amigo. Como señaló de manera aterradora el juez en su caso, las leyes suecas, que se supone que protegen la libertad de expresión, no conceden, y cito, «un salvoconducto» para hacer o decir cualquier cosa sin correr el riesgo de ofender al grupo que posee ese credo.
Quizás aún más preocupante, me dirijo a nuestros queridos amigos del Reino Unido, donde el retroceso de los derechos de conciencia ha puesto en peligro las libertades fundamentales de los británicos, en particular de los creyentes. Hace poco más de dos años, el gobierno británico acusó a Adam Smith Connor, un fisioterapeuta de 51 años y veterano de guerra, del odioso delito de rezar en silencio durante tres minutos a 50 metros de una clínica de abortos. No molestó a nadie, no interactuó con nadie; simplemente rezó en silencio. Después de que las fuerzas británicas del orden lo detectaran y le preguntaran por qué rezaba, Adam respondió simplemente que rezaba por el hijo que podría haber tenido con su exnovia y que habían abortado años antes.
Los agentes se quedaron impasibles y Adam fue declarado culpable de infringir la nueva ley gubernamental sobre «zonas de seguridad», que penaliza el rezo en silencio y otras acciones que puedan influir en la decisión de una persona en un radio de 200 metros alrededor de un centro de abortos. Fue condenado a pagar miles de libras por violar la designación judicial.
Me gustaría poder decir que fue una casualidad, un ejemplo único y descabellado de una ley mal redactada, promulgada contra una sola persona, pero no.
El pasado octubre, hace apenas unos meses, el gobierno escocés comenzó a distribuir cartas a los ciudadanos cuyas casas se encontraban en zonas denominadas de «acceso seguro», advirtiéndoles que incluso rezar en privado en sus casas podía constituir una infracción de la ley. Naturalmente, el gobierno exhortó a los lectores a denunciar a cualquier ciudadano sospechoso de delitos de opinión en Gran Bretaña y en toda Europa.
Me temo que la libertad de expresión está retrocediendo.
Y, queridos amigos, en aras del humor, pero también de la verdad, estaré dispuesto a admitir que, a veces, las voces más fuertes a favor de la censura no provienen de Europa, sino de mi propio país, donde la administración anterior amenazó e intimidó a las redes sociales para que censuraran lo que ella llamaba desinformación. Desinformación, como por ejemplo la idea de que el coronavirus probablemente se había escapado de un laboratorio en China. Nuestro propio gobierno animó a las empresas privadas a silenciar a las personas que se atrevían a decir lo que resultó ser una verdad evidente.
Así que vengo hoy aquí no solo con una observación, sino también con una propuesta. La administración de Biden parecía dispuesta a todo para silenciar a las personas que expresaban su opinión: la administración de Trump hará exactamente lo contrario. Y espero que podamos trabajar juntos en Washington.
Bajo el liderazgo de Donald Trump, podemos estar en desacuerdo con sus opiniones, pero lucharemos para defender su derecho a expresarlas en público. ¿Están de acuerdo? Estamos en un punto en el que la situación se ha vuelto tan crítica que, el pasado diciembre, Rumanía anuló los resultados de unas elecciones presidenciales basándose en las vagas sospechas de una agencia de inteligencia y en la enorme presión de sus vecinos continentales.
Si entendí bien, el argumento era que la desinformación rusa había infectado las elecciones rumanas. Pero les pediría a mis amigos europeos que se distanciaran: pueden pensar que está mal que Rusia compre anuncios en las redes sociales para influir en sus elecciones. Nosotros pensamos lo mismo. Incluso pueden condenarlo en la escena mundial. Pero si su democracia puede ser destruida con unos cientos de miles de dólares de publicidad digital procedente de un país extranjero, entonces no era muy sólida desde el principio.
La buena noticia es que creo que sus democracias son mucho menos frágiles de lo que muchos temen.
Y creo que, en el fondo, permitir que nuestros ciudadanos expresen su opinión los hará aún más fuertes.
Lo que, por supuesto, nos lleva de vuelta a Múnich, donde los organizadores de esta conferencia prohibieron a los legisladores que representan a los partidos populistas de izquierda y derecha participar en estas conversaciones.
La candidata a la cancillería de la AfD, Alice Weidel, aplaudió inmediatamente el discurso del vicepresidente estadounidense retomando la cita «There’s no room for firewalls !». En una publicación en X, destacó la ausencia de aplausos en la sala ante las palabras de J. D. Vance por parte de los partidos tradicionales alemanes (CDU, CSU, SPD, Verdes) e invitó a todos los alemanes a ver el discurso, publicando un vídeo del discurso con subtítulos en alemán a las 15:13, es decir, unos minutos después de que terminara, lo que podría significar que disponían del texto del discurso con antelación.
Ahora bien, tampoco estamos obligados a estar de acuerdo con todo o parte de lo que dicen las personas, pero cuando las personas, cuando los líderes políticos representan a un distrito importante, al menos tenemos la responsabilidad de dialogar con ellos. Sin embargo, para muchos de nosotros, al otro lado del Atlántico, todo esto se parece cada vez más a viejos intereses bien establecidos que se esconden detrás de palabras horribles de la era soviética como desinformación y mala información, y que simplemente no les gusta la idea de que alguien con un punto de vista diferente pueda expresar una opinión distinta o, Dios no lo quiera, votar de manera diferente o, peor aún, ganar una elección.
Estamos en una conferencia sobre seguridad.
Y estoy seguro de que todos ustedes han venido aquí dispuestos a hablar de la forma exacta en que planean aumentar el gasto en defensa en los próximos años, de acuerdo con un nuevo objetivo que se han fijado. Y eso está muy bien porque, como ha dejado claro el presidente Trump, considera que nuestros amigos europeos deben desempeñar un papel más importante en el futuro de este continente.
Creemos que no entienden bien el término «reparto de la carga», y creemos que es importante, en el marco de una alianza común, que los europeos tomen el relevo mientras Estados Unidos se concentra en las regiones del mundo que están en gran peligro. Pero déjenme también preguntarles cómo van a empezar siquiera a pensar en cuestiones presupuestarias si no sabemos qué estamos defendiendo.
He tenido muchas conversaciones interesantes con muchas personas reunidas aquí en esta sala. He oído hablar mucho de lo que necesitan para defenderse, y, por supuesto, eso es importante. Pero lo que me pareció un poco menos claro, y sin duda a muchos ciudadanos europeos, es la razón exacta por la que se defienden: ¿cuál es la visión positiva que anima este pacto de seguridad compartida que todos consideramos tan importante? Pues creo profundamente que no hay seguridad si se teme a las voces, a las opiniones y a la conciencia que guían a su propio pueblo.
Europa se enfrenta a muchos desafíos, pero la crisis a la que se enfrenta actualmente este continente, la crisis a la que nos enfrentamos todos juntos, creo, es una crisis que nosotros mismos hemos provocado. Si temen a sus propios votantes, Estados Unidos no puede hacer nada por ustedes. Además, ustedes tampoco pueden hacer nada por el pueblo estadounidense que me eligió a mí y que eligió al presidente Trump. Necesitan mandatos democráticos para lograr algo que valga la pena en los próximos años. ¿No hemos aprendido nada? ¿Que los mandatos débiles producen resultados inestables? Pero se pueden lograr tantas cosas útiles con el tipo de mandato democrático que, creo, vendrá de una mayor atención a las voces de sus ciudadanos.
Si quieren beneficiarse de economías competitivas, si quieren beneficiarse de una energía asequible y de cadenas de suministro seguras, entonces necesitan mandatos para gobernar, porque deben tomar decisiones difíciles para beneficiarse de todas estas cosas. En Estados Unidos lo sabemos muy bien: no se puede obtener un mandato democrático censurando a los adversarios o encarcelándolos, ya sea el jefe de la oposición, un humilde cristiano rezando o un periodista que intenta informar sobre la actualidad.
Tampoco se puede conseguir ignorando a su electorado de base en cuestiones tan fundamentales como quién puede formar parte de nuestra sociedad común.
Y de todos los retos urgentes a los que se enfrentan los países aquí representados, creo que no hay nada más urgente que la inmigración masiva.
Hoy en día, casi una de cada cinco personas que viven en este país ha venido del extranjero. Por supuesto, es un récord histórico. Es una cifra similar, por cierto, a la de Estados Unidos, también un récord histórico. La cantidad de inmigrantes que han entrado en la Unión procedentes de países no miembros de la Unión se ha duplicado solo entre 2021 y 2022. Y, por supuesto, ha seguido aumentando desde entonces.
Y conocemos esta situación. No ha surgido de la nada. Es el resultado de una serie de decisiones conscientes tomadas por políticos de todo el continente y de otros lugares del mundo durante el período de una década. Ayer mismo vimos en esta misma ciudad los horrores que estas decisiones han generado. No puedo hablar de ello sin pensar en las terribles víctimas que vieron cómo se arruinaba un hermoso día de invierno en Múnich. Nuestros pensamientos y oraciones están y estarán siempre con ellos.
Pero, ¿por qué ha ocurrido esto? Es una historia terrible, pero que hemos escuchado con demasiada frecuencia en Europa y, por desgracia, también en Estados Unidos. Un solicitante de asilo, a menudo un joven de unos veinte años, ya conocido por la policía, se lanza con su coche contra una multitud y destruye una comunidad. ¿Cuántas veces tendremos que sufrir estos terribles reveses antes de cambiar de rumbo y dar una nueva dirección a nuestra civilización común? Ningún votante de este continente ha acudido a las urnas para abrir las compuertas a la entrada incontrolada de millones de inmigrantes.
Los ingleses votaron por el Brexit. Estén de acuerdo o no, votaron a favor. Y cada vez más, en toda Europa, la gente vota por líderes políticos que prometen poner fin a la inmigración incontrolada. Resulta que comparto muchas de estas preocupaciones, pero no tienen por qué estar de acuerdo conmigo. Simplemente creo que a la gente le preocupan su hogar, sus sueños, su seguridad y su capacidad para mantenerse a sí mismos y a sus hijos.
Cinco años después del Brexit, el 55 % de los británicos cree que la salida de la Unión Europea fue un error. Según una encuesta de YouGov realizada del 20 al 21 de enero de 2025, el 18 % de los partidarios del «Leave» lamentan su elección, frente al 7 % de los que votaron por el «Remain» en el referéndum de 2016.
Y son inteligentes. Creo que es una de las cosas más importantes que he aprendido durante mi breve paso por la política.
Al contrario de lo que se oye en Davos, los ciudadanos de todos nuestros países no se consideran, por lo general, animales domesticados o engranajes intercambiables de una economía mundial. Y no es de extrañar que no quieran que sus dirigentes los zarandeen o los ignoren sin piedad. La democracia tiene la función de decidir estas grandes cuestiones en las urnas. Creo que rechazar a la gente, rechazar sus preocupaciones o, peor aún, cerrar los medios de comunicación, interrumpir las elecciones o excluir a la gente del proceso político no protege nada. De hecho, es la forma más segura de destruir la democracia. Expresarse y expresar sus opiniones no es una intromisión electoral, incluso cuando la gente expresa opiniones fuera de su propio país, e incluso cuando esas personas son muy influyentes.
Y créanme, lo digo con humor, si la democracia estadounidense puede sobrevivir a diez años de reprimendas de Greta Thunberg, ustedes pueden sobrevivir a unos meses de Elon Musk. Pero lo que ninguna democracia, ya sea alemana, estadounidense o europea, sobrevivirá es decirle a millones de votantes que sus pensamientos y preocupaciones, sus aspiraciones, sus peticiones de ayuda son inválidas o ni siquiera merecen ser tomadas en consideración. La democracia se basa en el principio sagrado de que la voz del pueblo cuenta. No hay lugar para las barreras sanitarias. O defiendes el principio o no lo haces.
El uso del término firewall (para “barrera sanitaria”), traducción del alemán Brandmauer, es una clara alusión a la posibilidad de una apertura de la CDU a la AfD y a la ruptura del cordón sanitario de la derecha alemana.
El pueblo europeo tiene voz. Los líderes europeos tienen la opción.
Estoy firmemente convencido de que no debemos tener miedo del futuro. Pueden aceptar lo que su pueblo les diga, aunque sea sorprendente, aunque no estén de acuerdo. Y si lo hacen, pueden afrontar el futuro con certeza y confianza, sabiendo que la nación los apoya a todos. Y para mí, ahí radica la gran magia de la democracia. No se encuentra en esos edificios de piedra o en esos hermosos hoteles. Ni siquiera se encuentra en las grandes instituciones que hemos construido juntos como sociedad compartida.
Creer en la democracia es comprender que cada uno de nuestros ciudadanos tiene sabiduría y voz. Y si nos negamos a escuchar esa voz, incluso nuestras luchas más fructíferas no llegarán a ninguna parte. Como dijo una vez el papa Juan Pablo II, que en mi opinión es uno de los mayores defensores de la democracia en este continente y en cualquier otro, no tengan miedo. No debemos tener miedo de nuestro pueblo, incluso cuando expresa opiniones que no están de acuerdo con sus líderes. Gracias a todos. Buena suerte a todos. Que Dios los bendiga.


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Un Análisis de la situación actual. Por J.G.L.
¡Comparte esta publicación! No soy un analista político, no poseo conocimientos geoestratégicos, no soy politólogo ni sociólogo, ni economista y,...
Tras la llamada telefónica entre Vladimir Putin y Donald Trump de este miércoles y las declaraciones de Pete Hegseth en Bruselas, cuando las negociaciones directas entre Washington y Moscú para el fin de la guerra han comenzado oficialmente dejando totalmente de lado a los europeos, J.D. Vance podría haber hablado de Ucrania. En su lugar, pronunció un discurso esencialmente identitario y político, confirmando implícitamente una línea que se está perfilando cada vez más claramente: Europa —que, sin embargo, ha gastado más para apoyar a Kiev que Estados Unidos— no tiene cabida en las discusiones sobre el futuro de Ucrania.
Durante 20 minutos, en uno de los escenarios más visibles de la diplomacia mundial y en un momento especialmente crítico, el vicepresidente de Estados Unidos optó por centrarse en lo que considera una deriva de las élites europeas: desde el caso de un ciudadano británico condenado por rezar en silencio junto a un centro de salud que practica abortos hasta el de las elecciones en Rumanía, J.D. Vance no hizo más que evocar las prioridades estratégicas de Estados Unidos. El núcleo de su intervención se centró en la defensa de los «valores comunes» que, según el vicepresidente de Estados Unidos, los propios europeos estarían pisoteando.
Una injerencia sin precedentes. Apenas unos días antes de las elecciones en Alemania, que se celebrarán el 23 de febrero, defendió en Múnich las posiciones de Elon Musk, quien, a pesar de sus funciones en el D.O.G.E. y su omnipresencia junto a Trump en la Casa Blanca, no dudó en interferir directamente en las elecciones alemanas ofreciendo una plataforma a la líder de la AfD, Alice Weidel. Según Vance, para quien «expresar opiniones no es una injerencia electoral, incluso cuando la gente expresa opiniones fuera de su propio país, e incluso cuando esas personas son muy influyentes», se trata sólo del uso de la libertad de expresión por parte de un ciudadano especialmente influyente: «Si los estadounidenses han sobrevivido a diez años de Greta Thunberg, ustedes sobrevivirán bien a unos meses de Elon Musk».
El vicepresidente de Estados Unidos fue más allá. Al afirmar que «en democracia no hay lugar para los cordones sanitarios», se refirió claramente al contexto electoral alemán y a la posibilidad de que la AfD entrara en el gobierno con la CDU, una unión de derechas que parece poco probable a nivel federal, pero que tendría consecuencias para todo el panorama político alemán si se concretara a nivel de los Länder. En X, Alice Weidel aplaudió el guiño de J. D. Vance.
En un discurso con acentos eminentemente identitarios, atacó a lo que, según él, es el peor enemigo de Europa —la amenaza desde dentro— y criticó como «el problema más urgente de nuestro tiempo» la migración masiva, estableciendo una relación directa entre esta y el atentado que tuvo lugar en Múnich el día anterior a su discurso. Desde el Reino Unido hasta Suecia, pasando por Escocia, Alemania y Rumanía, el vicepresidente estadounidense atacó lo que considera una deriva sistémica del continente: un supuesto retroceso de la libertad de expresión. Tomando prestados los temas de lo que el ideólogo putiniano Aleksandr Duguin llamó el «wokismo de derecha», fustigó a una élite europea considerada envejecida —retomando la imagen de una fortaleza Davos desconectada de los ciudadanos— y apoyándose en «palabras horribles de la era soviética como desinformación y mala información» , antes de llamar a los comisarios europeos Commissars.
En el Wall Street Journal de esta mañana, J. D. Vance dio un giro de 180 grados con respecto al brutal discurso de Hegseth en Bruselas , declarando, en particular, que no descartaba el envío de tropas terrestres a Ucrania si Moscú se negaba a negociar de buena fe y que estaba considerando la posibilidad de imponer «sanciones militares» contra Rusia.
Durante el discurso de Múnich, un miembro de la nueva administración expresó por primera vez la visión maximalista de la Casa Blanca de Donald Trump: un cambio de régimen destinado a la vasallización definitiva de Europa.