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Opinión

Historia electoral, algunas observaciones y la Cocina para los Intereses de Sánchez (CIS)

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Sabemos que la historia electoral de la España Constitucional empieza el 1 de marzo de 1979, ya que el “ensayo” democrático del 15 de Junio de 1977 fue eso, una especie de anticipo de sufragio tras la aprobación en Noviembre de 1976 por parte de las propias Cortes franquistas -que paradójicamente firmaron su disolución en un gesto de extrema generosidad- de la Ley para la Reforma Política, refrendando la conocida y repetida frase de Torcuato Fernández Miranda, “de la ley a la ley a través de la ley”, y su entrada en vigor en enero siguiente.

Desde entonces se han celebrado doce elecciones generales y estamos a menos de tres semanas de la decimotercera convocatoria -“treceava”, que diría Javier Solana (ministro de Educación con Felipe González) dando señales de hacia dónde iba esa competencia- y, hasta la décima, dominadas por el bipartidismo imperante, bajo la zarpa en muchas de ellas de los nacionalismos catalán y vasco, hoy mucho más extendidos que en aquellos ya lejanos finales de los setenta y principios de los ochenta.

Sin ánimo de ser exhaustivo -vuelvo a utilizar la conocida entradilla de César Vidal- y para no cansar con demasiadas cifras y resultados que muchos recordarán o pueden encontrar en las hemerotecas, me voy a centrar en algunos de los producidos después de la refundación del centroderecha que hizo José Mª Aznar en 1990 y voy a tratar de analizar tendencias y exponer algunas reflexiones y pronósticos con el evidente riesgo de caer en el error más absoluto. Mis disculpas anticipadas.

Las primeras elecciones para el nuevo Partido Popular, 1993, no consiguieron el objetivo de ganarlas, hay quien dijo que por un error de cálculo y un exceso de confianza que recomendaba “levantar el pie” del acelerador -de ser cierto, mi opinión es que nunca se debe relajar uno cuando va en cabeza, que no sé si era el caso, aunque el primer debate de entonces con Felipe González así lo aparentase- y los 8’2 millones de votos obtenidos no fueron suficientes para superar los casi 10’5 que sumaron PSOE y PSC -su sucursal catalana, hoy dominante sobre la matriz-, aunque significaron la pérdida de casi tres mayorías absolutas de González -recordemos que en 1989 el PSOE se quedó en 175 escaños, a 1 de esa mayoría- y dejaban el terreno abonado para que la ya manifiesta corrupción de altos cargos socialistas -Director Gral. Guardia Civil, Presidente Cruz Roja, Directora Gral. BOE, Presidente RENFE, financiación del partido mediante facturas falsas (FILESA, MALESA y TIME SPORT), etc.- pudiera perpetuarse. La crisis económica que arrastraba ese Gobierno -primera ruina curricular de Pedro Solbes, a la sazón Vicepresidente y ministro de Economía- y una tasa de desempleo cercana al 23% en 1995 desde el 4’7% de 1976, primera fecha comparable de los datos de la EPA -Encuesta de Población Activa- permitieron la llegada al Gobierno del Partido Popular en Marzo de 1996, que para empezar se encontró sin reservas en la Caja de las Pensiones para abonar la extraordinaria de Julio, teniendo que pedir un préstamo a la Banca- y llevándole a crear en 1997 el Fondo de Reserva de la Seguridad Social, sensiblemente mermado tras la crisis dejada en 2011 por José Rodríguez Zapatero.

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Algo más de 9’7 millones de votos, frente a los 9’4 del PSOE, con el a la postre nefasto apoyo del nacionalismo catalán de Jorge Puyol -Pactos del Majestic- le dieron una victoria que tras una buena gestión refrendaron en una mayoría absoluta con más de 10’3 millones. Conseguir esa mayoría sin ser fruto de un “pendulazo” sentimental o visceral sino de una buena gestión fue algo inédito y no repetido en nuestra ya medio veterana democracia.

Poco que añadir, no reflejado en otros artículos, a las causas que originaron el sorprendente cambio de 2004, cuando las malditas vísceras, bien alimentadas por una sucia y manipulada publicidad, cambiaron la previsión generalizada de unas elecciones que nunca debieron celebrarse sólo tres días después de semejante conmoción social y casi 11’3 millones de votos y 164 diputados del PSOE -de nuevo con el apoyo nacionalista- se impusieron a los cerca de 9’8 del PP, empezando el desmoronamiento de España que ahora no es el asunto mollar de esta reflexión. Estos resultados se repitieron en 2008 tras la negación sistemática de la crisis económica, evidente en el resto del mundo desde la segunda mitad de 2007, y las mentiras de Pedro Solbes -que él mismo reconocería posteriormente- en su con Manuel Pizarro, hasta que la amenaza de intervención por la Comunidad Europea ante la pésima gestión de la “no crisis” forzó el adelanto electoral y, en noviembre de 2011, el PP logró la más holgada mayoría absoluta de su historia, casi 10’9 millones de votos y 186 escaños, primera vez desde 1993 que alguno de los dos grandes partidos bajara de lo que se consideraba su suelo electoral, situado desde entonces en los 8 millones de votos, que el PSOE de Alfredo Pérez Rubalcaba rompió, para dejarlo en los 7 raspados que su heredero Pedro Sánchez perforara dos veces más en 2015 y 2016, para dejarlo en algo más de 5’5 millones y 90 escaños y de 5’4 y 85, respectivamente, que forzaron también la dimisión del todavía desconocido como Dr. Fraude, tras un “fallido pucherazo” -ya apuntaba maneras- orquestado por su entonces número dos, César Luena -hoy premiado con la inclusión en las listas europeas-, mediante una “consulta” que “pretendía el fracaso del Comité Federal para permitir su continuidad” -como denunció en su día La Razón-.

En 2015 se rompería nuevamente ese suelo de 8 millones de “voto fiel” atribuible, oficiosamente, a cada uno de los dos grandes partidos que conformaban el ya citado bipartidismo imperante hasta entonces, esta vez por parte del Partido Popular, que se quedó en casi 7’3 millones de votos, cifra algo superior pero muy parecida a la del PSOE cuatro años antes, que entonces llevaron aparejada la dimisión del “joven” Rubalcaba, pero en esta ocasión con un escenario político muy diferente, ya que se consolidaba la presencia -incipiente en las elecciones europeas de 2014- de los dos nuevos partidos, Podemos -la gran sorpresa, que con sus Mareas obtuvo casi 5’3 millones de votos y 70 escaños- y Ciudadanos -con algo más de 3’5 y 40, respectivamente-.

Aquí va mi primera observación: Tras esa perforación y seis meses de parálisis, en la obligada repetición de elecciones de Junio de 2016, el mismo Partido Popular del desencanto por la no gestión política y social de Mariano Rajoy, no sólo no cae más sino que rebota significativamente hasta algo más de 7´9 millones de votos -casi su “suelo” y 700.000 más que en diciembre anterior (un 9’25%, que no está mal)- y 137 escaños -14 más que los 123 anteriores-, mientras los otros tres descienden, como decía dos párrafos antes, respecto al PSOE y casi 1’1 millones de votos Podemos, aunque con los mismos 71 escaños, tras su unión con IU, por eso de los repartos de la penosa Ley D’Hont y casi 400.000 votos y 8 escaños menos, Ciudadanos. Por eso, allá por Octubre de ese año y después de diez meses de gobierno en funciones y las tendencias que se veían entonces, recomendaba al PP ir a unas terceras elecciones antes de final de año, ¿qué más daba un par de meses más de impasse?

Ahora, tras esas doce elecciones generales constitucionales, todas ellas sin duda importantes y algunas transcendentales, como las antes citadas del 14 de marzo de 2004, que significaron un cambio de rumbo de nuestra historia democrática que se pudo reconducir pero se perdió la ocasión, llegan ahora otras, adelantadas al próximo 28 de abril, que pueden no ya continuar con ese nefasto cambio de rumbo iniciado entonces y retomado más que claramente a peor por el actual gobierno -ahora en funciones- resultante de la moción de censura apoyada por un nuevo frente popular, sino directamente acabar con la España unida que heredamos, construida por nuestros abuelos y padres a base de sacrificio y esfuerzo y que, en lugar de mejorarla en aquello que fuera mejorable sobre lo ya hecho, algunos se empeñaron en querer cambiar y otros en romper en aras de espurios intereses fruto del odio sectario y el resentimiento que se intentaron enterrar para siempre en 1978.

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Arranca la campaña este viernes -de Dolores para más inri-, aunque realmente empezó desde que se anunció el adelanto electoral allá por mediados de febrero pasado, abriendo un periodo de quince días en el que los diferentes líderes políticos prometerán “el oro y el moro” con promesas para no cumplir en su mayoría -bueno, circula por ahí un meme que dice que “el moro” sí que lo trajeron algunos ya-. Fuera de bromas, no sé si ser las elecciones constitucionales número trece hará buena la superstición sobre la mala fama del guarismo 13 o, por el contrario, romperán ese tópico y significarán el punto de inflexión de la nefasta tendencia de caída que estos nueve meses muestran.

Como anticipo, el pasado martes, ese tinglado, antes casi innecesario y ahora mucho más costoso al haber convertido sus desfasadas encuestas trimestrales en mensuales, que era el Centro de Investigaciones Sociológicas y ahora convertido en la Cocina para los Intereses de Sánchez -una máquina de dar jabón al patrón-, nos deja una nueva “estimación” de voto que “sorpresivamente” vuelve a dar la victoria a su jefe y único “elector” para tan bien remunerado puesto, al que augura un 30’2% del voto con una exagerada horquilla de entre 123 y 138 diputados, dejando a mucha distancia como segunda fuerza al Partido Popular, con un eximio 17’2% y entre 67 y 78 diputados -en su límite inferior la mitad exactamente de los que tenía-, tercero Ciudadanos, con un 13’6% y 42-51, cuarto, Podemos -ahora feminizado en “Unidas”-, con un 12’9% y 33-41 y como quinta fuerza VOX, con un 11’9%, esta vez con un fuerte crecimiento respecto a la encuesta anterior (5’9%)-parece que el patinazo de Andalucía dejó huella- y entre 29 y 37 diputados. Parece que un 41% de indecisos “justifica “esa amplitud. Todo bien estudiado para que su jefe pueda elegir con quién pactar, en el peor de los casos para España con los mismos que lo llevaron a la Moncloa y en el teóricamente menos malo con Ciudadanos, que si suma, no tengo la menor duda de que pactarían, eso sí, haciendo un “enorme sacrificio por el bien de los españoles”. Y, claro está, para que las mal llamadas “tres derechas”, una claramente de centro izquierda y la otra “transversal”, como ellos se definen, pero desde un núcleo evidentemente más extremo, nunca sumen lo suficiente para constituir gobierno pese a que la mayoría de las encuestas le dan la mayoría en el voto aunque dudosa en escaños.

Y aquí mi segunda observación para terminar: si en pleno descrédito del PP de Rajoy, en 2015, el suelo más bajo del PP le permitió ganar claramente las elecciones -33 diputados más que el PSOE- aunque no pudo formar gobierno y una consideración no mucho mejor en Junio de 2016 incrementó la “confianza” de los españoles, esta vez aumentando la diferencia -52 diputados más- y permitiendo una investidura en precario, ¿es muy optimista por mi parte pensar que este nuevo Partido Popular de Pablo Casado, mucho más cerca de la ideología del verdadero votante de esta opción, es casi imposible que obtenga la mitad o poco más de respaldo que su antecesor? ¡Ah! Que eso no gusta.

Y para preocupar un poco a los contrarios añadiré que nadie daba un euro por Casado en las primarias del partido y las ganó; mucho menos daban por él en Andalucía, en donde pese a contar con un, a priori, mal candidato -que está resultando ser un buen Presidente- ganó y recuerdo nuestro sabio Refranero que dice que “no hay dos sin tres”. Aquí lo dejo y feliz campaña.

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España

Contra la debilidad mental occidental: La esclavitud en el Islam todavía sigue vigente (Y siempre ha apuntado CONTRA EUROPA) Por Ernesto Milá

Ernesto Milá

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Introducción a La esclavitud en el Islam, libro que estará disponible en breve.

Durante siglos, especialmente del XVI a principios del XIX, nuestras costas fueron hostigadas por piratas berberiscos. Querían vengar la “pérdida de Al-Andalus” (esto es, la Reconquista). La captura de poblaciones costeras del norte del Mediterráneo para venderlas en los mercados de esclavos del Magreb o negociar su rescate se convirtió en una práctica habitual entre las poblaciones del norte de África. Quienes practicaban estas razzias, que hacían imposible la vida en nuestras costas, eran considerados “yihâdistas”. Este comercio de esclavos europeos existió, por mucho que los “multiculturalistas” de hoy quieran olvidarlo.

Todavía ningún gobierno del Magreb se ha disculpado por estos actos.

*    *    *

LA CAÍDA DEL PRIMER ARGUMENTO INMIGRACIONISTA: 

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EUROPA NECESITA TRABAJADORES

Hoy, ya nadie puede dudar que el primer argumento que se utilizó para justificar la presencia de compactos núcleos musulmanes en Europa Occidental –aquel que afirmaba que eran necesarios inyectar inmigrantes para pagar las pensiones de los abuelos…– era una simple falacia. La realidad es que, las pensiones de los abuelos –yo lo soy– pierden cada día poder adquisitivo porque a los gobiernos de nuestro entorno les es necesario comprar la “paz étnica y social” subvencionando a los recién llegados. No hay dinero para todos. Y los que llevan las de perder es la parte más débil: los jubilados. La inmigración es hoy una pesada carga económica para todos los Estados que se han negado durante décadas a controlarla.

Desde, como mínimo, 2008, la inmigración ha variado su carácter; hasta ese momento, podía pensarse que los motivos del desplazamiento hacia España se debían a la posibilidad de integrarse en nuestro mercado laboral y, en especial, en el sector de la construcción. Pero, desde el estallido de la burbuja inmobiliaria, con la mecanización progresiva de la agricultura, las deslocalizaciones y el proceso de desindustrialización creciente, es casi seguro que, hoy, pocos de los inmigrantes que llegan a España, –especialmente los que no tienen ningún tipo de cualificación profesional (esto es, la mayoría)–, tengan como proyecto personal integrarse en el mercado laboral y vivir del propio trabajo, ahorrar para volver al país de origen con capital suficiente para emprender una nueva vida.

Se suele creer que las motivaciones de los inmigrantes en el siglo XXI son las mismas que las de los españoles, portugueses e italianos que se desplazaron a Francia, Suiza, Alemania, Benelux, en los años 50 y 60, para reconstruir países que habían sido demolidos por la Segunda Guerra Mundial. En aquella inmigración existía la voluntad de trabajar durante unos años en unos países con unos niveles salariales mucho más altos, poder ahorrar llevando una vida austera (pero no miserable), acumular cierto patrimonio que les permitiera abrir un pequeño negocio o, simplemente, comprar una vivienda al regresar a la Patria. Esa inmigración, no es la actual.

Nuestros inmigrantes querían regresar –en grandísima medida– al país que habían abandonado. Iban a trabajar, a esforzarse, a partirse el espinazo para llevar a la práctica un proyecto personal legítimo y que enriquecía a todas las partes: a los receptores de inmigración porque sabían que los recién llegados eran gente dura y dispuesta a trabajar. A los inmigrantes porque, a cambio de su trabajo, recibían un salario muy superior al del mismo oficio en España y podían ahorrar. Al país emisor de inmigrantes porque allí recibían formación y volvían con una capacitación laboral superior a la que habían partido, sin olvidar que su trabajo en el extranjero generaba unas divisas preciosas en aquel momento para garantizar intercambios comerciales. Aquellos inmigrantes –nuestra inmigración– no planteaban problemas de convivencia, ni choques culturales; fieles al dicho “donde fueres, haz lo que vieres”, nuestra gente se integró perfectamente en la sociedad que los recibió. Nada de todo esto vale para el actual fenómeno migratorio.

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Ya no hay países en Europa Occidental que precisen ser reconstruidos después de una guerra. Tampoco hay un mercado laboral en expansión que permita pensar que, sin un alto nivel de cualificación y sólo en determinadas profesiones, vayan a encontrar trabajo bien remunerado. Ni siquiera para españoles, los salarios medios –a la vista del coste de la vida– permiten ahorrar gran cosa. Ningún inmigrante, en su sano juicio, puede transmitir a otros como él que residen en su propio país, la idea de que valga la pena venir a España para trabajar: la realidad es que, aquí y ahora, el poco trabajo que existe para gentes con poca o nula cualificación profesional, no permite ni vivir dignamente, ni mucho menos ahorrar. Entonces ¿por qué viene la inmigración?

Vale la pena no engañarse al respecto. Y los medios de comunicación, así como los diferentes gobiernos, de derechas y de izquierdas, llevan casi treinta años engañándose y falseando datos, cifras y circunstancias. No hay otra forma de definir la actitud de quienes niegan los problemas que se han generado a causa de la inmigración ilegal, masiva y descontrolada.

LA CAÍDA DEL SEGUNDO ARGUMEN IMIGRACIONISTA: 

“WELCOME REFUGIES”

Si bien es cierto que, hoy, ya nadie se atreve a sostener que, gracias a la inmigración, se van a poder “pagar las pensiones de los abuelos”, las justificaciones se han convertido en cada vez más extemporáneas, ridículas, ignorantes e, incluso, frecuentemente, entre los portavoces gubernamentales, zafias. Caído el mito de “las pensiones de los abuelos”, el nuevo argumento nos decía que los inmigrantes no eran tales: que se trata de “refugiados”. Ser “refugiado”, al parecer, hace obligada la “solidaridad”. El perseguido merece protección y ayuda para salvarlo de su perseguidor… En algunos casos, los menos, los recién llegados son “refugiados”. Pero, incluso, en esas circunstancias, cabe preguntarse: ¿y por qué un “refugiado afgano” elegirá vivir en Europa Occidental y no en Paquistán, en la India o, incluso en el sudeste asiático, países mucho más próximos, en todos los sentidos, a su patria originaria?

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Por otra parte, si existen “refugiados” es porque tal o cual país los genera y la situación allí es insoportable, por tanto, si se trata de admitir, por ejemplo, subsaharianos, vale la pena recordar que, en cualquiera de aquellos países, en toda África y en buena parte de Asia, casi sin excepción, la “democracia” es una palabra que no tiene el mismo significado que en Europa. De los 1.200 millones de africanos, la inmensa mayoría podrían ser considerados como “aspirantes a refugiados”, a la vista de que existen diferencias abismales entre los “derechos humanos” tal como se contemplan en Europa y como se practican en África.

Pero, Europa no puede admitir a 1.200 millones de inmigrantes que, por lo demás, deberían entender que ellos, para prosperar, sería oportuno que trataran de hacer cambios en su país, antes que adoptar la solución más cómoda de mudarse a otro… ¿a cuál? Y esta es el nudo de la cuestión: no se trata de países en los que exista un mercado laboral floreciente, ni aquellos otros más próximos al lugar de origen, para mantener el contacto con sus raíces, sino de aquellos en los se vive mejor y, lo que es aún más importante, donde se garantizan subvenciones solamente por llegar y en donde todo, absolutamente todo, está permitido (o poco menos). Ese es el centro de la cuestión que políticos y medios pretenden escamotearnos.

No hay nada más opaco en la actual democracia española que la suma total de subvenciones que reciben los no nacidos en España y sus hijos nacidos aquí. La falta de transparencia es, precisamente, lo que permite sospechar. Recientemente se ha publicado la cifra de que algo más de 2.000.000 de inmigrantes viven de subsidios públicos. El misterio está lejos de quedar resuelto, porque no se dice cuántos antiguos inmigrantes que han logrado naturalizarse como “españoles”, siguen subsidiados. Por otra parte, haría falta especificar qué tipo de subsidios reciben: en España existen muchos de tipos de ayudas y de pensiones no contributivas. Todo ello hace sospechar que las cifras son muchísimo mayores y es legítimo pensar que pueden ser, incluso, el doble o el triple, incluso, de las dadas. Por lo demás, no se especifica el volumen total de subsidios y subvenciones por distintos conceptos, ni los dados por las distintas administraciones, que van a parar a lo que en Francia se ha llamado “la aspiradora de recursos públicos”, esto es, la inmigración. La opacidad de las cifras, en efecto, no hace nada más que aumentar las sospechas.

LA CAIDA DEL TERCER ARGUMENTO INMIGRACIONISTA: 

“VIENEN PARA CONTRARRESTAR LA BAJA NATALIDAD”

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Luego está el argumento de la crisis de la natalidad en España. Era lo que podía esperarse: la elevación constante del coste de la vida, hace imposible el que se puedan formar parejas e, incluso, que una vez formadas, decidan tener hijos. La paternidad es una aventura que muy pocos se atreven a afrontar. Para hacerlo es preciso tener seguridad de que se podrá mantener a los hijos. Nadie está dispuesto a ofrecer tales garantías. Sin embargo, es un problema político: hubiera bastado con atribuir prioridad en beneficios sociales y ventajas fiscales a las parejas españolas que deseen tener hijos, garantizar su prioridad a la hora de obtener viviendas sociales, y simples campañas en pro de la natalidad, para que se estimulara la natalidad entre nuestra gente. No se hizo, ni se tiene intención de hacer. Si se hubiera empezado a hacer en 1996, cuando Aznar abrió las puertas a la inmigración, hoy tendríamos una generación de 28 años y un país homogéneo. Se hizo –y se hace– justo lo contrario: confiar en que gentes llegadas de todo el mundo salvarían la natalidad en España.

Desde el año 2000, en las cuatro provincias catalanas los nacidos en la noche del 31 de diciembre al 1 de enero de cada año, son en su inmensa mayoría hijos de nacidos en el extranjero. Pero, salvo entre las mujeres subsaharianas, el número de hijos va disminuyendo incluso dentro de la inmigración. Los inmigrantes andinos, por ejemplo, se han configurado como los primeros y principales usuarios de los servicios de aborto gratuito y de “píldora del día después”. La ruptura de la unidad étnica de España ni siquiera ha servido para que la natalidad remonte o para que se repueblen zonas “vacías”.

LA ÚLTIMA TRINCHERA INMIGRACIONISTA: 

“TENEMOS UNA DEUDA CON EL TERCER MUNDO Y SE LA VAMOS A PAGAR”

Caído el mito de “los que vienen a pagar las pensiones”, en un momento en el que ningún alcalde que quisiera mantenerse en el consistorio se atreve a colocar pancartas con el “Welcome refugies”, cuando se ha visto a las claras que la inmigración no resuelve el problema de los nacimientos, sino que complica la convivencia, ahora, como última trinchera inmigracionista, el argumentario se ha desplazado a otro frente; nos dicen: “estamos obligados a admitir a todos los inmigrantes que quieran establecerse en nuestro suelo y a mantenerlos, incluso, porque, se lo debemos”.

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Nos dicen que Europa “debe” a los inmigrantes del Tercer Mundo el haberlos explotado como colonias. Repiten, para bloquear a los más sensibles, que los europeos “somos responsables” de haber esclavizado a los africanos y que les debemos una compensación. Por eso están aquí, por eso estamos obligados a subsidiarlos… Es un argumento que tiene su fuerza, pero que no deja de ser otra falacia.

No solamente no fuimos esclavistas –valdría la pena, ya que estamos en esto, elaborar un censo de familias europeas que se dedicaron a la trata de esclavos, porque sería, en última instancia, a ellos a los que les correspondería pagar indemnizaciones, no a la totalidad de un pueblo– sino que, además, durante siglos, los europeos que vivían en las costas mediterráneas (pero, también, incluso en las del sur de Gran Bretaña y en Irlanda) corrían el riesgo de ser secuestrados ellos y sus hijos, saqueados sus bienes e incendiados sus pueblos, por parte de piratas berberiscos; una práctica que se prolongó hasta principios del siglo XIX. Unos fueron esclavizados de por vida, los otros extorsionados pidiendo fabulosos rescates, otros murieron sin dejar huellas… Sin olvidar, claro está, que el grueso de traficantes que capturaban esclavos en África eran árabes y que se beneficiaban de pactos con tribus africanas que los obtenían de tribus vecinas.

Sería bueno presentar una reclamación de cantidad por los millones de europeos, especialmente de los países mediterráneos, de los países eslavos, e incluso del Reino Unido, que fueron secuestrados, esclavizados, obligados a vivir en condiciones infrahumanas, asesinados y muertos de agotamiento en tierras del Magreb

Aquellas exacciones berberiscas han dejado recuerdos imborrables en nuestro folklore, en nuestra literatura e, incluso, en la configuración de las costas (las “torres de guaita” tan habituales en la costa catalana no eran para admirar la belleza del Mediterráneo, sino para vigilar la llegada de piratas berberiscos). Aquel valeroso soldado que recibió dos disparos de arcabuz en el pecho y en el brazo izquierdo, en la gloriosa jornada de Lepanto, Miguel de Cervantes, dejó constancia en El Quijote de sus nueve años de cautiverio en Argel.

Los grandes olvidados de la historia europea, son los millones de antepasados esclavizados en tierras islámicas. Los europeos no somos los “malvados” de esta historia. El colonialismo se explica en gran medida por las constantes molestias generadas por la piratería islámicaberberisca y otomana. Quienes la practicaban eran asimilados a yihadistas: y lo hacían con saña y con odio acumulado. La negativa a erradicar la esclavitud, hizo necesaria la intervención europea con la consiguiente disolución de los “mercados de esclavos” que todavía existía en el siglo XIX en el Magreb. No “debemos” nada: nos deben una reparación de aquellos crímenes contra los pueblos europeos.

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