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Opinión

¿Hasta cuándo tendremos que aguantar la violencia izquierdista?

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En esta España nuestra se ha generalizado el escrache por doquier, y se ha convertido en práctica habitual en los últimos días, desde que estamos en campaña electoral (aunque no es exagerado decir que España y los españoles estamos permanentemente en campaña electoral desde hace meses, años, lustros…). El que se haya acabado considerando que está justificado “escrachar”, o sea, acosar y violentar a otros, inevitablemente acaba invitando al “ojo por ojo, y diente por diente”; y como decía Mahatma Gandhi, como resultado, la mitad de la gente tuerta o desdentada… la situación ha llegado a ser tal que, si le preguntas a alguien al azar, muy posiblemente acabe diciendo que no le parece tan mal.

Cada día que uno hojea un periódico, o pone el telediario, lo primero que se sale de ojo son los innumerables casos de corrupción, protagonizados por multitud de bichos vivientes, y especialmente miembros de la casta política, de caciques y oligarcas: La familia real, políticos de todos los signos, ERES andaluces, Gúrtel, Noós, comisiones de las ITV, paraísos fiscales, Bárcenas, plan E, aeropuertos fantasmas, jubilaciones súper millonarias, bancos rescatados con presidentes con retiro de lujo, dineros en colchones, golpistas catalanes.

Y mientras tanto el común de los mortales se ve abocado a situaciones más y más penosas, terribles; la mayoría de los españoles ve como su poder adquisitivo disminuye día tras día, aumenta el desempleo, disminuyen las prestaciones sociales… y la casta política se queda tan pancha.

Evidentemente es mucha la gente que ha llegado a la conclusión de que de nada vale tener la oportunidad de votar cada cuatro años. También es cada día mayor el número de personas que apenas o nada tiene confianza en que los jueces y fiscales acaben poniendo orden, y en los casos en que algún golfo acaba condenado, el gobierno de turno acaba indultándolo.

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Estando así las cosas, pese a la capacidad anestésica, narcotizante de la que, hasta ahora ha sido capaz el régimen del 78, tiene cierta lógica (lo ilógico sería lo contrario) que, mucha gente se haya acabado echando a la calle y saltándose barreras que hasta ahora eran impensables. Y, también es lógico que, a río revuelto, surjan grupos de gente autoritaria, totalitaria que, se erigen en “vanguardias revolucionarias” que, se arrogarán la representación de la mayoría (“una incontestable mayoría”, de “las mayorías sociales de este país” se hacen llamar) que, considerarán legítimo el uso de la fuerza, de cualquier clase de estrategia de tipo coercitivo, antisistema, y cuyas soluciones son fórmulas añejas, ya sobradamente fracasadas, que se resumen en “más Estado, más burocracia, más impuestos”. Y todo aquel que ose oponérseles, será considerado contra-revolucionario, será considerado inmoral e injusto, un enemigo público que “ha declarado la guerra a las mayorías sociales del país” y por lo tanto merece ser castigado; y por consiguiente no se le puede permitir que siga viviendo en situación de impunidad.

Esos que pretenden erigirse en los nuevos gestores de la moral colectiva y decidir acerca de todo lo que nos concierne, y, por supuesto, destruir nuestra actual forma de vida, generalmente son gente ignorante, aparte de golfos, gánsteres, mafiosos, estalinistas y fascistas (al fin y al cabo apenas tienen diferencias, aunque su ignorancia les lleve a “pensar”, es un decir- pues dudo que piensen- que, son diferentes e incluso son alternativa unos de los otros). Esos que pretenden erigirse en los nuevos gestores de la moral colectiva, son gente cobarde que se esconde en el anonimato, y actúan cuando van en manada, y lo último a lo que están dispuestos es a un debate abierto, con público… Es por ello que ponen todo su empeño en que no haya debates, ni libre exposición de ideas, etc.

¿Hasta cuándo tenemos que soportar a la izquierda macarra, maporrera que actúa con completa impunidad que, incluso cuenta con el aplauso entusiasta de algunos jueces y fiscales y el silencio cobarde y cómplice del gobierno?

¿Hasta cuándo hay que aguantar su actitud violenta, vejatoria, sus modos mafiosos hacia todo aquel que no comulga con sus ideas y acciones? ¿Hasta cuándo va a continuar la “omerta”, hasta cuándo van a seguir aplicando algunos medios de información y creadores de opinión la ley del silencio? Pues sí, la izquierda española cada día es más canalla, corrupta, y mamporrera; sí hablo de esa izquierda que dice ser heredera de la izquierda de la segunda república española, de aquella izquierda que se opuso mayoritariamente a que se le concediera el voto a las mujeres, y persiguió, maltrató y vejó, con saña a Clara Campoamor y ahora dice ser la defensora de los “derechos de las mujeres”.

Sí, hablo de la izquierda que dice ser heredera de aquella izquierda que hasta hace bien poco consideraba a los homosexuales gente depravada, pequeñoburguesa a la que había que psiquiatrizar, reeducar, y encarcelar, sí aunque parezca mentira, la izquierda fue durante la segunda república la principal promotora de la perversa “ley de vagos y maleantes”, en la que luego, transcurridos los años se inspiró el régimen del General Franco para aprobar la “ley de peligrosidad social” de 1970.

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“Casualmente” gente de tanto predicamento y prestigio como Enrique Tierno Galán –sí, aquel de la “movida”- fue favorable a reprimir y rehabilitar a los homosexuales, y no fue el único de entre los “progresistas”; tampoco podemos olvidar que don Carlos Marx y sus seguidores también eran partidarios de perseguir y rehabilitar a ese tres por ciento de la población, tal es así que todavía en la actualidad sigue habiendo presos en Cuba por su condición de homosexuales.

Pues sí, hablo de esa izquierda que dice ser progresista (en castellano progresar es avanzar para mejorar) y a la vez adopta actitudes liberticidas, como lo hizo la izquierda de la que se considera heredera, esa izquierda que pretende implantar un sistema político, un régimen de partido único en el que no haya discrepantes, no haya posibilidad de disentir; y a la vez dice ser la representante del pueblo trabajador, de la “gente”, de la voluntad popular, y una larga ristra de palabras “talismán” que nadie osa discutir, esa izquierda que dice ser la máxima defensora del librepensamiento y de la libre expresión, a la vez que persigue, acosa, violenta a sus disidentes y monta bronca continua a quien osa oponérsele.

Pues sí, hablo de esa izquierda que no tolera que nadie le rechiste y practica el mobbing, el bullying, y violenta y acosa duramente a todo quisqui, aunque ahora lo llamen “escrache” y digan que es una forma de más de ejercer el derecho de manifestación y libre expresión y, dado que ya está feo eso de contratar los servicios de un sicario y asesinarlo con un piolé, tal como hicieron con un tal León Trosky, procuran asesinar socialmente y civilmente a los que no se pliegan a su conveniencia, con procedimientos más “suaves”.

Sí, hablo de esa gente de izquierda que se solidariza con los terroristas vascos y terroristas de toda clase –incluyendo a los musulmanes- y les muestran comprensión y apoyo, e incluso les desean los mayores éxitos, y reclama para ellos libertad de expresión, de manifestación e incluso la posibilidad de que concurran a las elecciones y estén presentes en las instituciones.

Hablo de esa gente de izquierda que, nunca aceptan los resultados de las urnas, salvo que les sean favorables, y en el pasado recurrieron a la insurrección y llamaron a la gente a desobedecer al gobierno salido de las urnas (aunque lo llamaran “gloriosa revolución del 34) y ya en tiempos más actuales acaban rodeando el Congreso de los Diputados o cercan la sede partido gobernante porque no aceptan su derrota, y durante las campañas electorales tratan de impedir que se celebren mítines, conferencias, y actos diversos cuando quienes pretenden llevarlos a cabo no son de su cuerda.

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Hablo de esa gente que diferencia entre “guerras” y guerras, dependiendo de quién sea el agresor y quién el agredido; y que cuando gobierna un partido “progresista” y declara la guerra a otra nación o se suma a la guerra, entonces sí es legítimo, pues “es una guerra justa, de liberación, progresista”.

Sí, hablo de esa gente que se dice progresista, demócrata, y tras la caída del muro de Berlín, y el fracaso de la socialdemocracia sueca, ha sustituido aquello de la “lucha de clases” por la “lucha de sexos” y tiene como libro de cabecera el “Manifiesto Scum” de Valerìe Solanas, y promueve leyes para perseguir a los varones, destruir la institución familiar y tiene como objetivo último la destrucción de la civilización occidental judeocristiana. Es por ello que aplican en su quehacer cotidiano la máxima de “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”… así se entiende su apoyo entusiasta al terrorismo de origen musulmán, ya sea de forma disimulada o de manera entusiasta.

Sí, hablo de esas gentes que llevan décadas fomentando la ignorancia y el odio, desde que se hicieron dueños de todos, o casi todos, los centros de enseñanza -desde el parvulario a la universidad- así como de los medios de información y creadores de opinión, y que han llegado con intención de quedarse, y no paran de jactarse, pavonearse, gloriarse de ello.

Sí, hablo de esas gentes, de izquierda que cuando tratas de conversar con ellas, no tardan ni un minuto en ponerles etiquetas a quienes con ellos discrepan, tales como “fascista”, sin haberse leído, ni tan siquiera un poquito de la historia del siglo XX y especialmente lo referido a la época de los totalitarismos, y en particular lo concerniente a Benito Mussolini, Lenin, Stalin, y Adolf Hitler… Gente que si leyera, descubriría que sus ideas están más próximas de lo que imaginan a las de Benito Mussolini, del cual demuestran con sus comentarios que lo ignoran todo o casi todo.

Hablo de gente que puestos a ignorar –pues, no leen, ni falta que les hace- ignoran que un tal Lenin se manifestó ferviente admirador de las ideas de Benito Mussolini que, tal como él proponía un programa “socialista”. Sí, hablo de gente que también ignora que la mayoría de las “soluciones” que proponen los partidos políticos a los que pertenecen y apoyan con su voto coinciden mayoritariamente con el programa del “Partido Obrero Nacional Socialista de los Trabajadores Alemanes”, cuyo líder, “casualmente” fue un tal Adolf Hitler. Ni que decir tiene que el tal Adolf era antijudío, tal como lo es la mayoría de la gente que en España dice ser de izquierda. Stalin y Lenin, y Marx también lo eran.

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¡Curiosas coincidencias! y todos, sin excepción se hacían llamar socialistas y pretendían acabar con la economía de mercado y la democracia liberal… ¡Qué cosas, ¿verdad?!

Y, claro, de semejantes incultos y analfabetos se puede esperar uno de todo, posiblemente muchos de ellos hasta ignoran que el muro de Berlín desapareció en 1989, y que el fascismo y el nacionalsocialismo fueron vencidos hace más de medio siglo.

Por cierto, para los que no lo sepan: Hitler llegó al poder a través de las urnas. Seguro que para algunos eso legitima que hiciera lo que luego hizo.

Por el contrario, los camaradas Lenin, Stalin, Mao, Pol-Pot, los hermanos Castro, y el argentino con boina que no cantaba tangos, y un largo etc. no lo hicieron precisamente de forma pacífica, luego implantaron “democracias populares” en las que todo aquel que disintiera era encarcelado, psiquiatrizado, e incluso eliminado (como el camarada Troski); resultado; más de cien millones de asesinatos en los países de “socialismo real” en menos de un siglo… Al lado de las bondades de quienes admiran los que en España se hacen llamar de izquierdas, lo sucedido en el régimen hitleriano, que dieron como resultado algo así como 6 millones de muertos, es pecata minuta.

La izquierda mostrenca y mamporrera siempre dirá que hay “violencias” y VIOLENCIAS, y que la que ellos practican es “revolucionaria”, y por lo tanto, legítima.

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Y ya para terminar: han sido muchos los “pensadores” que han afirmado que, generalmente la maldad acaba triunfando, se acaba imponiendo, porque la gente buena no hace nada para evitarlo, se pone a silbar, o mira para otro lado, o se cruza de brazos.

Permítanme recordarles el poema de Friedrich Gustav Emil Martin Niemöller, (injustamente atribuido al escritor estalinista Bertolt Brecht):

“Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas,
guardé silencio,
porque yo no era comunista.
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata.
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista.
Cuando vinieron a por los judíos,
no pronuncié palabra,
porque yo no era judío.
Cuando finalmente vinieron a por mí,
no había nadie más que pudiera protestar”.

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España

Contra la debilidad mental occidental: La esclavitud en el Islam todavía sigue vigente (Y siempre ha apuntado CONTRA EUROPA) Por Ernesto Milá

Ernesto Milá

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Introducción a La esclavitud en el Islam, libro que estará disponible en breve.

Durante siglos, especialmente del XVI a principios del XIX, nuestras costas fueron hostigadas por piratas berberiscos. Querían vengar la “pérdida de Al-Andalus” (esto es, la Reconquista). La captura de poblaciones costeras del norte del Mediterráneo para venderlas en los mercados de esclavos del Magreb o negociar su rescate se convirtió en una práctica habitual entre las poblaciones del norte de África. Quienes practicaban estas razzias, que hacían imposible la vida en nuestras costas, eran considerados “yihâdistas”. Este comercio de esclavos europeos existió, por mucho que los “multiculturalistas” de hoy quieran olvidarlo.

Todavía ningún gobierno del Magreb se ha disculpado por estos actos.

*    *    *

LA CAÍDA DEL PRIMER ARGUMENTO INMIGRACIONISTA: 

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EUROPA NECESITA TRABAJADORES

Hoy, ya nadie puede dudar que el primer argumento que se utilizó para justificar la presencia de compactos núcleos musulmanes en Europa Occidental –aquel que afirmaba que eran necesarios inyectar inmigrantes para pagar las pensiones de los abuelos…– era una simple falacia. La realidad es que, las pensiones de los abuelos –yo lo soy– pierden cada día poder adquisitivo porque a los gobiernos de nuestro entorno les es necesario comprar la “paz étnica y social” subvencionando a los recién llegados. No hay dinero para todos. Y los que llevan las de perder es la parte más débil: los jubilados. La inmigración es hoy una pesada carga económica para todos los Estados que se han negado durante décadas a controlarla.

Desde, como mínimo, 2008, la inmigración ha variado su carácter; hasta ese momento, podía pensarse que los motivos del desplazamiento hacia España se debían a la posibilidad de integrarse en nuestro mercado laboral y, en especial, en el sector de la construcción. Pero, desde el estallido de la burbuja inmobiliaria, con la mecanización progresiva de la agricultura, las deslocalizaciones y el proceso de desindustrialización creciente, es casi seguro que, hoy, pocos de los inmigrantes que llegan a España, –especialmente los que no tienen ningún tipo de cualificación profesional (esto es, la mayoría)–, tengan como proyecto personal integrarse en el mercado laboral y vivir del propio trabajo, ahorrar para volver al país de origen con capital suficiente para emprender una nueva vida.

Se suele creer que las motivaciones de los inmigrantes en el siglo XXI son las mismas que las de los españoles, portugueses e italianos que se desplazaron a Francia, Suiza, Alemania, Benelux, en los años 50 y 60, para reconstruir países que habían sido demolidos por la Segunda Guerra Mundial. En aquella inmigración existía la voluntad de trabajar durante unos años en unos países con unos niveles salariales mucho más altos, poder ahorrar llevando una vida austera (pero no miserable), acumular cierto patrimonio que les permitiera abrir un pequeño negocio o, simplemente, comprar una vivienda al regresar a la Patria. Esa inmigración, no es la actual.

Nuestros inmigrantes querían regresar –en grandísima medida– al país que habían abandonado. Iban a trabajar, a esforzarse, a partirse el espinazo para llevar a la práctica un proyecto personal legítimo y que enriquecía a todas las partes: a los receptores de inmigración porque sabían que los recién llegados eran gente dura y dispuesta a trabajar. A los inmigrantes porque, a cambio de su trabajo, recibían un salario muy superior al del mismo oficio en España y podían ahorrar. Al país emisor de inmigrantes porque allí recibían formación y volvían con una capacitación laboral superior a la que habían partido, sin olvidar que su trabajo en el extranjero generaba unas divisas preciosas en aquel momento para garantizar intercambios comerciales. Aquellos inmigrantes –nuestra inmigración– no planteaban problemas de convivencia, ni choques culturales; fieles al dicho “donde fueres, haz lo que vieres”, nuestra gente se integró perfectamente en la sociedad que los recibió. Nada de todo esto vale para el actual fenómeno migratorio.

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Ya no hay países en Europa Occidental que precisen ser reconstruidos después de una guerra. Tampoco hay un mercado laboral en expansión que permita pensar que, sin un alto nivel de cualificación y sólo en determinadas profesiones, vayan a encontrar trabajo bien remunerado. Ni siquiera para españoles, los salarios medios –a la vista del coste de la vida– permiten ahorrar gran cosa. Ningún inmigrante, en su sano juicio, puede transmitir a otros como él que residen en su propio país, la idea de que valga la pena venir a España para trabajar: la realidad es que, aquí y ahora, el poco trabajo que existe para gentes con poca o nula cualificación profesional, no permite ni vivir dignamente, ni mucho menos ahorrar. Entonces ¿por qué viene la inmigración?

Vale la pena no engañarse al respecto. Y los medios de comunicación, así como los diferentes gobiernos, de derechas y de izquierdas, llevan casi treinta años engañándose y falseando datos, cifras y circunstancias. No hay otra forma de definir la actitud de quienes niegan los problemas que se han generado a causa de la inmigración ilegal, masiva y descontrolada.

LA CAÍDA DEL SEGUNDO ARGUMEN IMIGRACIONISTA: 

“WELCOME REFUGIES”

Si bien es cierto que, hoy, ya nadie se atreve a sostener que, gracias a la inmigración, se van a poder “pagar las pensiones de los abuelos”, las justificaciones se han convertido en cada vez más extemporáneas, ridículas, ignorantes e, incluso, frecuentemente, entre los portavoces gubernamentales, zafias. Caído el mito de “las pensiones de los abuelos”, el nuevo argumento nos decía que los inmigrantes no eran tales: que se trata de “refugiados”. Ser “refugiado”, al parecer, hace obligada la “solidaridad”. El perseguido merece protección y ayuda para salvarlo de su perseguidor… En algunos casos, los menos, los recién llegados son “refugiados”. Pero, incluso, en esas circunstancias, cabe preguntarse: ¿y por qué un “refugiado afgano” elegirá vivir en Europa Occidental y no en Paquistán, en la India o, incluso en el sudeste asiático, países mucho más próximos, en todos los sentidos, a su patria originaria?

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Por otra parte, si existen “refugiados” es porque tal o cual país los genera y la situación allí es insoportable, por tanto, si se trata de admitir, por ejemplo, subsaharianos, vale la pena recordar que, en cualquiera de aquellos países, en toda África y en buena parte de Asia, casi sin excepción, la “democracia” es una palabra que no tiene el mismo significado que en Europa. De los 1.200 millones de africanos, la inmensa mayoría podrían ser considerados como “aspirantes a refugiados”, a la vista de que existen diferencias abismales entre los “derechos humanos” tal como se contemplan en Europa y como se practican en África.

Pero, Europa no puede admitir a 1.200 millones de inmigrantes que, por lo demás, deberían entender que ellos, para prosperar, sería oportuno que trataran de hacer cambios en su país, antes que adoptar la solución más cómoda de mudarse a otro… ¿a cuál? Y esta es el nudo de la cuestión: no se trata de países en los que exista un mercado laboral floreciente, ni aquellos otros más próximos al lugar de origen, para mantener el contacto con sus raíces, sino de aquellos en los se vive mejor y, lo que es aún más importante, donde se garantizan subvenciones solamente por llegar y en donde todo, absolutamente todo, está permitido (o poco menos). Ese es el centro de la cuestión que políticos y medios pretenden escamotearnos.

No hay nada más opaco en la actual democracia española que la suma total de subvenciones que reciben los no nacidos en España y sus hijos nacidos aquí. La falta de transparencia es, precisamente, lo que permite sospechar. Recientemente se ha publicado la cifra de que algo más de 2.000.000 de inmigrantes viven de subsidios públicos. El misterio está lejos de quedar resuelto, porque no se dice cuántos antiguos inmigrantes que han logrado naturalizarse como “españoles”, siguen subsidiados. Por otra parte, haría falta especificar qué tipo de subsidios reciben: en España existen muchos de tipos de ayudas y de pensiones no contributivas. Todo ello hace sospechar que las cifras son muchísimo mayores y es legítimo pensar que pueden ser, incluso, el doble o el triple, incluso, de las dadas. Por lo demás, no se especifica el volumen total de subsidios y subvenciones por distintos conceptos, ni los dados por las distintas administraciones, que van a parar a lo que en Francia se ha llamado “la aspiradora de recursos públicos”, esto es, la inmigración. La opacidad de las cifras, en efecto, no hace nada más que aumentar las sospechas.

LA CAIDA DEL TERCER ARGUMENTO INMIGRACIONISTA: 

“VIENEN PARA CONTRARRESTAR LA BAJA NATALIDAD”

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Luego está el argumento de la crisis de la natalidad en España. Era lo que podía esperarse: la elevación constante del coste de la vida, hace imposible el que se puedan formar parejas e, incluso, que una vez formadas, decidan tener hijos. La paternidad es una aventura que muy pocos se atreven a afrontar. Para hacerlo es preciso tener seguridad de que se podrá mantener a los hijos. Nadie está dispuesto a ofrecer tales garantías. Sin embargo, es un problema político: hubiera bastado con atribuir prioridad en beneficios sociales y ventajas fiscales a las parejas españolas que deseen tener hijos, garantizar su prioridad a la hora de obtener viviendas sociales, y simples campañas en pro de la natalidad, para que se estimulara la natalidad entre nuestra gente. No se hizo, ni se tiene intención de hacer. Si se hubiera empezado a hacer en 1996, cuando Aznar abrió las puertas a la inmigración, hoy tendríamos una generación de 28 años y un país homogéneo. Se hizo –y se hace– justo lo contrario: confiar en que gentes llegadas de todo el mundo salvarían la natalidad en España.

Desde el año 2000, en las cuatro provincias catalanas los nacidos en la noche del 31 de diciembre al 1 de enero de cada año, son en su inmensa mayoría hijos de nacidos en el extranjero. Pero, salvo entre las mujeres subsaharianas, el número de hijos va disminuyendo incluso dentro de la inmigración. Los inmigrantes andinos, por ejemplo, se han configurado como los primeros y principales usuarios de los servicios de aborto gratuito y de “píldora del día después”. La ruptura de la unidad étnica de España ni siquiera ha servido para que la natalidad remonte o para que se repueblen zonas “vacías”.

LA ÚLTIMA TRINCHERA INMIGRACIONISTA: 

“TENEMOS UNA DEUDA CON EL TERCER MUNDO Y SE LA VAMOS A PAGAR”

Caído el mito de “los que vienen a pagar las pensiones”, en un momento en el que ningún alcalde que quisiera mantenerse en el consistorio se atreve a colocar pancartas con el “Welcome refugies”, cuando se ha visto a las claras que la inmigración no resuelve el problema de los nacimientos, sino que complica la convivencia, ahora, como última trinchera inmigracionista, el argumentario se ha desplazado a otro frente; nos dicen: “estamos obligados a admitir a todos los inmigrantes que quieran establecerse en nuestro suelo y a mantenerlos, incluso, porque, se lo debemos”.

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Nos dicen que Europa “debe” a los inmigrantes del Tercer Mundo el haberlos explotado como colonias. Repiten, para bloquear a los más sensibles, que los europeos “somos responsables” de haber esclavizado a los africanos y que les debemos una compensación. Por eso están aquí, por eso estamos obligados a subsidiarlos… Es un argumento que tiene su fuerza, pero que no deja de ser otra falacia.

No solamente no fuimos esclavistas –valdría la pena, ya que estamos en esto, elaborar un censo de familias europeas que se dedicaron a la trata de esclavos, porque sería, en última instancia, a ellos a los que les correspondería pagar indemnizaciones, no a la totalidad de un pueblo– sino que, además, durante siglos, los europeos que vivían en las costas mediterráneas (pero, también, incluso en las del sur de Gran Bretaña y en Irlanda) corrían el riesgo de ser secuestrados ellos y sus hijos, saqueados sus bienes e incendiados sus pueblos, por parte de piratas berberiscos; una práctica que se prolongó hasta principios del siglo XIX. Unos fueron esclavizados de por vida, los otros extorsionados pidiendo fabulosos rescates, otros murieron sin dejar huellas… Sin olvidar, claro está, que el grueso de traficantes que capturaban esclavos en África eran árabes y que se beneficiaban de pactos con tribus africanas que los obtenían de tribus vecinas.

Sería bueno presentar una reclamación de cantidad por los millones de europeos, especialmente de los países mediterráneos, de los países eslavos, e incluso del Reino Unido, que fueron secuestrados, esclavizados, obligados a vivir en condiciones infrahumanas, asesinados y muertos de agotamiento en tierras del Magreb

Aquellas exacciones berberiscas han dejado recuerdos imborrables en nuestro folklore, en nuestra literatura e, incluso, en la configuración de las costas (las “torres de guaita” tan habituales en la costa catalana no eran para admirar la belleza del Mediterráneo, sino para vigilar la llegada de piratas berberiscos). Aquel valeroso soldado que recibió dos disparos de arcabuz en el pecho y en el brazo izquierdo, en la gloriosa jornada de Lepanto, Miguel de Cervantes, dejó constancia en El Quijote de sus nueve años de cautiverio en Argel.

Los grandes olvidados de la historia europea, son los millones de antepasados esclavizados en tierras islámicas. Los europeos no somos los “malvados” de esta historia. El colonialismo se explica en gran medida por las constantes molestias generadas por la piratería islámicaberberisca y otomana. Quienes la practicaban eran asimilados a yihadistas: y lo hacían con saña y con odio acumulado. La negativa a erradicar la esclavitud, hizo necesaria la intervención europea con la consiguiente disolución de los “mercados de esclavos” que todavía existía en el siglo XIX en el Magreb. No “debemos” nada: nos deben una reparación de aquellos crímenes contra los pueblos europeos.

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