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Opinión

El Día del Complejo Gay

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Quiero pensar que no se le habrá ocurrido a nadie hacer réplicas de la celebración del orgullo gay en los colegios. Y además porque no es un día, ¡sino una semana entera! ¿Se imaginan toda una semana en los colegios, empezando por la primaria, exaltando y mimando en taparrabos o menos, todos los géneros sexuales que promocionan los del orgullo? Lo digo porque de momento, no habiéndose instaurado todavía en ellos el deterioro institucional, justamente a cargo de los especialistas en ese arte (se les ven las intenciones y las maneras en la organización del orgullo), aún no está adaptada la sensibilidad social para admitir que la institución escolar se entregue con pasión a organizar una tal exhibición de orgullo, implicando en ella a los niños y adolescentes, escenificando toda clase de lubricidades.

Sugiero de paso, que por más que presuman de ultraprogres en materia de moralidad sexual, algún pudor les quedará a las autoridades políticas y a las autoridades escolares, para no inculcar en el sistema de enseñanza esas costumbres que todos ellos encuentran tan loables en la calle, y que promocionan con entusiasmo tan desbordado.

Pero bueno, ¿qué tiene la celebración del orgullo en plena calle, ante los menores de edad, con la bendición de todas las autoridades y el estridente silencio de los pastores del Pueblo de Dios, que no pueda trasladarse a los colegios? ¿Qué tiene de indecoroso o de inconveniente? Algo tendrá, digo yo, para que no se atrevan todavía a celebrar en los colegios lo que los niños ven en la calle y en televisores y pantallas de bolsillo, elogiado por todos como una gran celebración cívica, y sabiamente consentido por las condescendientes autoridades eclesiásticas.

Algo profundamente anómalo hay efectivamente en esa celebración, que la convierte en tabú para la escuela que, supuestamente, tiene la misión de entrenar a los niños para la vida. ¡Qué digo tabú para la escuela! Hasta para la Universidad, tan avanzada en cuanto a implantación de la novísima moda de la plurisexualidad. De todos modos parece evidente que la anomalía está en la exhibición de las intimidades, no importa de qué signo. En efecto, todavía es muchísima la gente que aunque no sabe explicarse, tiene la incómoda sensación de que no es un acierto derribar las barreras de la intimidad.

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En cualquier caso, dime de qué presumes, y te diré de qué careces. Eso ha sido así toda la vida. Es normal que ande fanfarroneando de aventuras y conquistas quien nunca se come un rosco, y que ande exhibiendo orgullo el acomplejado.

Estamos, en efecto, ante la magna exhibición no del orgullo que sienten los gays por serlo, sino ante el profundo complejo que no hay manera de que se quiten de encima, por más que las leyes y los medios se empeñen en desplegar métodos absolutamente desproporcionados y singulares para poder presumir de normalidad. ¡Ni con esas! Discriminación positiva llaman a eso. Pero al final, se mire por donde se mire, van en dirección contraria a la que pretenden o dicen pretender, porque toda discriminación (¡aunque sea positiva!) es una forma de incriminación, pero invertida.

Es lo que tienen los complejos, es la conducta propia de los acomplejados. Sacar pecho y exponerse a hacer el ridículo en su exhibición de normalidad. No se han enterado aún de que la normalidad no se exhibe ni es ostentosa, simplemente se lleva con naturalidad.

¿Salidos del armario, dicen? Pues no, no del todo, porque lo llevan a cuestas como el caracol, no consiguen deshacerse de él; ni lo quieren en realidad, porque el armario es el pretexto y la deuda histórica a cuenta de la cual justifican todos los privilegios y hasta los abusos en que incurren. Lo que hacen en realidad con esta exhibición es mantenerse en el armario, pero abierto de par en par para exhibir a plena luz lo que siempre se ha protegido con pudor.

Porque identificar la homosexualidad con el esperpento que se exhibe en la celebración del orgullo, es algo que echa para atrás incluso a los que se esfuerzan y se esmeran en ser simple y naturalmente homosexuales (si finalmente eso es posible), sin andar llamando la atención por serlo, sin exigir privilegios por ello, sin reivindicar discriminaciones positivas.

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Y es evidente que por ese camino no van a conseguirlo nunca: porque la imagen final es la identificación de la homosexualidad y demás formas modernas de sexualidad como una extravagancia, que es lo que exhiben supuestamente con “orgullo”. Es, en efecto, colocar en el esperpento a todos los que siguen esas novedosas sendas.

Con el agravante de la pura teatralización del asunto: porque las doctrinas, por más que las expliquen, no acaban de calar.

Aunque estén afianzadas y remachadas por las leyes. No hay manera de que penetren en las conciencias.

Así que se recurre a los ritos, que se instalan más fácilmente en forma de fiestas: y por ese medio se asientan en la sociedad. A ese fin está orientada esa teatralización, esa especie de festivales étnicos convertidos en festivales plurisexuales. Poco sostenibles de todos modos si no hay doctrinas sólidas en que sostenerlos. A ese paso, cualquier día nos montan el festival de los eructos y demás manifestaciones fisiológicas exhibidas con orgullo. Y parando ahí, que podemos encontrarnos con orgullos mucho más cuestionables; que en el mundo hay gente para todo.

He ahí cómo pretendiendo crear conciencia a favor de la homosexualidad mediante la exhibición de un orgullo que no se siente (y que resulta en exhibición descarnada de un complejo), consiguen que eche raíces el complejo de situación estrafalaria. Cada vez son más los homosexuales que se desmarcan públicamente de esos esperpénticos rituales; los que entienden que si ya es difícil sentirse orgullosos de una condición de excepción, muchísimo más difícil lo tendrán si su condición es presentada en sociedad con caracteres de mascarada. Pero la política es otra cosa. La política tiene razones que la razón ignora.

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Y la razón más poderosa (¡para qué nos vamos a engañar!) es la liquidación de la moral cristiana. Los políticos necesitan destruir la religión cristiana; y saben que no lo conseguirán si no destruyen la moral, ese criterio divino para distinguir el bien del mal, el pecado de la virtud. Sí señor, han de acabar con la moral: que como en toda civilización, hunde sus raíces en la moral sexual; porque finalmente ésta es el cimiento de la moral de relación, es decir de construcción de la sociedad.
Mofas a la Iglesia en el orgullo gay. Con el islam, no se atreven.

Y los políticos se han empeñado en construir sobre los escombros de la moral cristiana, los tres pilares fundamentales de su excéntrica “construcción” de la sociedad según el nuevo modelo de progreso: la promoción de la homosexualidad empezando por la escuela, el desmantelamiento de la familia (que la izquierda extrema y la no tan extrema llaman patriarcal y esclavizadora) y la cultura de la muerte, sustentada en la banalización del aborto, el infanticidio y la eutanasia.

Por eso los católicos, incluido el obispo de Solsona, Xavier Novell, tenemos el derecho y la obligación de defender nuestros valores de toda la vida: por el bien no sólo de los cristianos, sino de toda la humanidad.

Pero la presión es tan fuerte que los obispos -tan prestos a firmar una Nota conjunta a favor de la identidad y singularidad nacional de Cataluña- han dejado solo a Novell, en su elemental predicación del Catecismo, frente a la persecución gay. El “audaz” obispo de Solsona no ha podido resistir el acoso agravado por la soledad en que le han dejado sus hermanos de la Conferencia Episcopal Tarraconense.

Así que finalmente optó por plegar velas y disculparse, impresionado y avergonzado de su insólita e imprudente valentía.

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Y es que el orgullo gay es tan potente que hasta en su lastimosa rectificación el pobre Novell, obnubilado, cae en el sofisma de negar y afirmar lo contrario simultáneamente: No es mi intención mantener un conflicto abierto con los partidarios de la ideología de género, pero no dejaré de defender el derecho de los pastores de la Iglesia a enseñar la doctrina católica, amparados en la libertad de expresión y la libertad religiosa. En román paladino, proclama un derecho que no volverá a ejercer nunca más: arrepentimiento y propósito de enmienda. Puede estar tranquilo el lobby LGTB. Lo han conseguido. Lo han callado para siempre.

Y es que no sé cómo lo va a hacer. ¿Cómo no va haber conflicto abierto con los partidarios de la ideología de género, si se anuncia el Evangelio? ¿O es que el señor obispo tiene la intención de enmendar o de eliminar de la Carta a los Romanos las palabras del apóstol Pablo?: Igualmente los hombres, abandonando el uso natural de la mujer, se abrasaron en deseos los unos por los otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, recibiendo en sí mismos el pago merecido de su extravío (Rm 1,27). Avergonzarse de la Palabra de Dios, disimularla, taparla y acallarla a conveniencia, siempre ha tenido amargas consecuencias ya en el presente… y las tendrá en el futuro; y sobre todo en la eternidad. Deberían saberlo.

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España

Cartas desde Colombia: Librería Europa, un símbolo; Pedro Varela, un referente de lo que la Hispanidad y Occidente representan

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Por Carlos Arturo Calderón Muñoz.-

A inicios de la década de los 2000 este chicuelo caminaba por el centro de Bogotá, lugar en el que siempre pareciera que algo mágico está a punto de pasar pero en el que la caprichosa realidad se impone sin resistencia. Estaba buscando la Editorial Solar, extraño negocio ubicado a unas calles del principal centro de la masonería en Colombia; un recinto rodeado por una sociedad que nunca se entera de su propio drama, pero en cuyo interior se escuchaban acertados análisis geopolíticos. De entre los aromas de esoterismo andino y revisionismo histórico siempre emergían comentarios acerca de una librería con nombre de viejo continente.

En la lejana Barcelona, algún loco llamado como un apóstol con oficio de Papa, había leído tantos libros que un día, en medio de su delirio, decidió contener el avance de la realidad con una muralla de papel; respondiendo al fuego de la maquinaria globalista con letras destinadas a la censura. La lealtad a su sangre le impedía suscribirse a tratados de rendición, pues esa no es costumbre española y capitaneando una empresa que sólo se financiaba de su propia fe logró mantener una quimera por décadas.

Ese caballero andante, que deambula por caminos de tinta y bits, no es más que un viejo que contamina a las juventudes con fantasías seniles. Va por ahí hablando, y peor aún, enseñando con su ejemplo, de ridiculeces como el honor, lealtad, austeridad, marcialidad, el triunfo de la voluntad y otras cosas sin valor alguno. Porque gracias a dios nosotros conocemos el dinero y si se habla de un artículo que éste no puede comprar seguramente no existe.

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¿Por qué alguien renunciaría a amasar una fortuna que le permita satisfacer a los sentidos? ¿En qué momento alguien se aleja del goce sensual para escuchar al rojo que surca por sus venas y por extensión a la divinidad que este representa? Un simple librero sin recursos económicos o linajes políticos se ha vuelto tan problemático para las fuerzas de un sistema que gobierna todo un planeta, que le han tenido que agredir, enjuiciar y encarcelar en múltiples ocasiones. ¿Quién es ese sujeto tan peligroso? ¿Eres tú Pedro?

Con la fuerza de las leyes, más no de la justicia, el señor del mundo ha logrado capturar el bastión que ese quijote contemporáneo defendiera por un cuarto de siglo. Hace tan sólo unos días, alrededor de un centenar de agitadores a sueldo de la finanza internacional representada por Soros, gritaban con odio “Refugiados sí, españoles no”. Esas palabras se dirigían a Manuel Canduela y algunos miembros de Democracia Nacional, quienes protestaban, muy cerca de la ya caída librería, por los atropellos cometidos contra el editor y algunos políticos.

Muy probablemente esos extremistas endofobicos no se imaginan que para muchos hispanos, desde Estados Unidos hasta Chile, incluido el que esto escribe, ese librero, al que le dio por llamarse Pedro Varela, es un referente inequívoco de lo que la Hispanidad y Occidente representan. Es una fantasía de carne y hueso que demuestra que un sólo hombre, que haya hecho de su honor la lealtad, es capaz es de transformar al mundo. Ese pequeño establecimiento, castillo casi inexpugnable de autores malditos, se convirtió en una luz tan potente que nos deslumbró al otro del atlántico.

Conferencia de Pedro Varela en Castellón.

Conferencia de Pedro Varela en Castellón.

 

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Para nosotros, muchos de los cuales nacimos el mismo año que la denominada Librería Europa, Pedro Varela es un ejemplo de ese estado de consciencia al que se llega cuando se mezclan porciones equivalentes de heroísmo y locura, eso a lo que llaman amor. Porque como toda encarnación del arquetipo de la hispanidad sólo puede decir que el amor no engendra cobardes y al nacer en este planeta prisión, no ha hecho más que arrebatarle plazas a la desesperanza para convertirlas en fortalezas de las que pueda emerger un mejor mañana.

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Oponiendo libros a finanzas nos ha demostrado que los Rothchilds, Rockefellers, Soros y demás ralea usurera, son en realidad patéticos acobardados que aman el oro porque al cubrirse con este pueden fingir una nobleza que no tienen. Se aferran con desespero a ese metal porque ellos mismos son incapaces de transmutar su ser en algo más grande. Don Pedro, guiado por la memoria de la sangre e impulsado por la voluntad ha sobrepasado los límites de su materia. Ahora, cuando la Librería Europa ha desaparecido, y aún si su biología fuera asesinada, él no ha sido derrotado. Ya se convirtió en un símbolo para miles de nosotros y nos aseguraremos de que la siguiente generación retome el testigo de nuestra luz como pueblo. Aún si eso implica que el último reducto de los hispanos en las Américas tenga que reconquistar una península ibérica en la que ya no existan españoles.

Sé que muchos de los que de esta parte del mundo llegan a España lo único que quieren es dinero, en este caso en particular no soy la excepción. Quisiera pedirles a todos los que esto lean que, por favor, no comenten el artículo, no le den “me gusta” o asientan en el silencio en su casa. Pedro Varela ha dado mucho por la superviviencia de Occidente y en este momento podemos, con pequeñas acciones, ayudarle a continuar. En la red es fácil encontrar las cuentas bancarias a las que podemos enviarle un auxilio a don Pedro en este momento de apremiante necesidad.

Fachada de la librería Europa.

Fachada de la librería Europa.

 

 

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Por favor, ahórrense lo de una noche de tapas en el bar, pospongan por unos meses ese nuevo celular o desvíen una parte del dinero que quieren donarle a los pobres indígenas de Colombia y dénselo a este hombre, con el mismo amor con el que él ha entregado su vida por Occidente.

En lo que a mí respecta, no me importa lo que diga la Colau, la calle Séneca va a ser lo primero que visite cuando vaya a Barcelona, porque es ahí donde culmina ese puente de literatura que se conecta con las cumbres andinas de una infancia bogotana.

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Muchas gracias don Pedro, siga siendo luz.

*Desde San Bonifacio de Ibagué (Colombia)

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