El PSOE creía tener asegurada una campaña electoral suave, ya ganadora, que diera todo el protagonismo a un Pedro Sánchez moderado y centrista. Al final, la naturaleza política del candidato socialista ha quebrado el artificio creado a su mayor gloria. El escándalo de los debates televisados ha retratado fielmente al Pedro Sánchez político, es decir, un dirigente sin palabra ni compromiso, oportunista hasta el extremo, manipulador de la televisión pública y confiado más en los errores ajenos que en sus propias virtudes. Primero quiso que el debate televisado en Atresmedia contara con Vox para avivar públicamente el conflicto de voto en la derecha. Cuando la Junta Electoral censuró la participación de Vox, la táctica del PSOE se vino abajo, pero Sánchez halló la coartada perfecta para librarse del debate con sus contrincantes: Televisión Española recuperó su debate a cuatro y luego lo programó para el próximo martes, el mismo día en que Atresmedia tenía previsto el suyo. El PSOE sabía que para Casado, Rivera a Iglesias, renunciar al debate ya apalabrado era un acto de seguidismo a Sánchez que no podrían asumir. Y ha sucedido lo que el PSOE quería: que la máxima responsable de RTVE, Rosa María Mateo, humillara el ente público hasta límites insospechados, como mera agencia de propaganda de Sánchez; y que los demás candidatos se mantuvieran fieles a su palabra y anunciaran que su debate es el de Atresmedia y no el de TVE.
Este es el candidato socialista. Un político marrullero que concibe su actividad pública como un ejercicio permanente de supervivencia personal, objetivo que justifica no ser leal a la palabra dada, esconder siempre sus verdaderas intenciones y poner las instituciones públicas a su servicio personal. Se entienden mejor con esta crisis de campaña que está sufriendo ciertos episodios de su paso por La Moncloa. No dijo la verdad con su tesis doctoral, un plagio sin paliativos, pese a que usó la Presidencia del Gobierno para difundir un falso informe a favor de su supuesto trabajo académico. No quiso comparecer en el Senado para explicar sus falsedades con la tesis porque decía que quería «prestigiar» la Cámara Alta. No se ha atrevido a un cara a cara con Pablo Casado, el líder del que a día de hoy es el primer partido con representación parlamentaria y único candidato de la oposición en condiciones de gobernar. Se resiste de manera sospechosa a cumplir con los requerimientos de información que le ha dirigido el Consejo de Transparencia sobre sus viajes en avión oficial. Sumen a todo esto sus conversaciones y pactos ocultos con separatistas e independentistas.
Pedro Sánchez se ha retratado a sí mismo de manera auténtica, pero no ha resultado una imagen distinta de la que ha dibujado su paso por La Moncloa desde la moción de censura, la de un político en el que no se puede confiar.