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Cómo atacar a Franco es atacar a la democracia y defenderlo es defender la libertad

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En su escalada de ataques y provocaciones contra la democracia, comenzada por Zapatero con la ley de memoria histórica y mantenida por el PP, el Doktor está llegando a los extremos: trata de cerrar cualquier “espacio” en que se exalte a Franco. Por supuesto, en democracia cualquiera puede exaltar o denigrar a Franco, por lo que ese plan ya es un ataque directo a las libertades básicas. Ataque por parte de un tercer frente popular, compuesto, como los anteriores, por separatistas, totalitarios y golpistas.

Pero de lo que se trata no es de exaltar o denigrar, sino de defender la verdad histórica contra el Himalaya de falsedades y calumnias que ha constituido siempre la propaganda del frente popular, como denunciaba Besteiro. Y la verdad histórica es que Franco, con todos los defectos que se le quieran achacar, representa datos fundamentales como la continuidad y la independencia de la nación española, de la cultura cristiana, de la libertad personal. Representa la prosperidad, la reconciliación entre los españoles y la paz más larga que ha vivido el país en siglos. Representa el triunfo sobre el comunismo y sobre la disgregación de España. Y esto es lo que sufre como una herida insanable el irreconciliable tercer frente popular, una amalgama de grupos que quieren considerarse herederos de los derrotados en la guerra civil, y, fraudulentamente, invocan una democracia a la que amenazan y corroen a diario. Una “democracia” que acaba de retratarse, una vez más, en Alsasua.

Conviene ver claramente quienes son los que persiguen la libertad de los españoles con el pretexto de Franco: son cuadrillas de estafadores académicos, corruptos, ligados por un lado a la prostitución y por otro a lo peor de las llamadas cloacas del estado, pandillas de proetarras, cómplices del terrorismo y de regímenes brutales como el de Maduro, destructores de la ley y profanadores de tumbas. Son una chusma que por algo se identifica con los asesinos y torturadores de las chekas, a quienes trata de “víctimas del franquismo” cuando, si de algo fueron víctimas, fue una chusma como ellos, los jefes del PSOE y los separatistas entonces derrotados. Gente que escapó a toda prisa llevándose tesoros expoliados a medio país y abandonando a su suerte a aquellos sicarios que fueron capturados, juzgados y fusilados por los vencedores.

La pregunta es: ¿cómo estamos llegando a estos extremos desde la espléndida herencia de Franco que permitía una convivencia en paz y libertad entre los españoles? ¿Desde una herencia que en el referéndum de 1976 descartó rotundamente una democratización contra el franquismo, y rechazó la amenazadora ruptura propuesta por un frente popular en ciernes de juntas y plataformas “democráticas”, que intentaban un nuevo frente popular? ¿Cómo ha podido resurgir a estas alturas un frente popular?

La respuesta es: por la complicidad de una derecha indecente que confundió enseguida democracia con antifranquismo y entregó, desde Suárez, el campo de las ideas, la cultura y la historia a aquella chusma. Una derecha descerebrada –desde el Vaticano II– que creía que lo importante en definitiva es “la pasta”. No han faltado las advertencias sobre la peligrosa deriva emprendida, sobre la corrupción, sobre los ataques a la libertad, sobre las complicidades con la ETA, la financiación de los separatismos, la marea de falsificación histórica, la degradación de la familia y de la salud social… Todo en vano. Y hoy, la tarea del momento histórico es derrotar a este tercer frente popular desde una posiciones difíciles y divididas. Pero es preciso hacerlo.

Y no es casualidad que la cuestión de Franco se haya convertido en la piedra de toque para distinguir a un demócrata de un totalitario y antiespañol. Quienes defienden a Franco pueden ser o no demócratas. Pero quienes lo atacan son forzosamente liberticidas, que corroen la base sobre la que es posible una democracia: la subsistencia de España y las libertades políticas.

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Opinión

Un Análisis de la situación actual. Por J.G.L.

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No soy un analista político, no poseo conocimientos geoestratégicos, no soy politólogo ni sociólogo, ni economista y, gracias a Dios, no pertenezco a la clase política. Es decir, estoy en las mejores condiciones para hacer un análisis que se acerque un poco a la situación tan complicada que nos está tocando vivir.

Hace ya unos tres o cuatro años, en un programa argentino de televisión, le preguntaban a Javier Milei, cuando comenzó a involucrarse en la política, cuál era el problema de la Argentina. Y cuando sin vacilación alguna respondió: «el problema de la Argentina es un problema moral», me dije: «este tipo es un fenómeno. Si pudiera llegar a la presidencia del gobierno, Argentina cambiaría radicalmente». Y como no soy analista político, ni politólogo, ni sociólogo, ni economista, ni nada de eso, acerté. Así que ahora me atrevo a lanzar algunas reflexiones sobre la complejísima e inédita situación en la que nos encontramos.

Los expertos son los que con más frecuencia se equivocan. Saben tanto y analizan tantos datos y variables, estadísticas, antecedentes históricos, aspectos socioeconómicos… que es muy difícil que acierten. Alguien dijo que la economía es la ciencia en la que se puede dar un premio Nobel a dos expertos por decir uno, todo lo contrario de lo que dice el otro. Me parece que esto es aplicable a bastantes más campos y no solo al de la economía. De modo que con la autoridad de quien no es un experto, doy mi visión de lo que está sucediendo.

La respuesta de Javier Milei sobre el problema de Argentina, pone de manifiesto algo que me parece fundamental. Hay que tomar distancia suficiente para tener una perspectiva que no se quede en el detalle sino que vea todo el conjunto y detectar el aspecto central. Milei hizo eso. Jamás escuché a ningún economista decir algo tan sensato y acertado. Milei no se quedó en la perspectiva , meramente económica, de los datos, de la inflación, de la subida del dólar, de la emisión del Banco Central, de los movimientos de los mercados, de la deuda, del ahorro y de la inversión. Conoce muy bien todas estas cuestiones, pero no se quedó pegado a ellas. Tomó distancia. Bastante distancia. Y eso le permitió ver no solo la economía sino todo lo que afecta a la economía y todo lo que afecta a Argentina. Por eso pudo visualizar cuál era realmente el problema.

Ya estoy viendo y escuchando a los especialistas y a los expertos sonreírse y hacer jocosos comentarios despectivos sobre lo que estoy planteando. Y por eso se equivocan y se vuelven a equivocar una y otra vez y se seguirán equivocando. El problema de la compleja situación actual que atravesamos es un problema moral. Quien pretenda dar explicaciones y hacer análisis más concretos y detallados, no encontrará el camino de la solución.

Hay muchos, demasiados expertos, demasiados científicos, cada vez más especializados, muy inteligentes que saben mucho pero de una pequeñísima parte de la realidad. Lo que faltan son sabios. Hombres y mujeres con sabiduría.  Estos sabios no conocen a penas una mínima parte de lo que conocen los inteligentísimos expertos y científicos sobre cada uno de los campos concretos que estudian, pero conocen lo más importante del ser humano y poseen la capacidad de ver la realidad con distancia, con perspectiva, porque poseen sabiduría.

Buscar soluciones con estrategias de alianzas políticas, sinergias ideológicas, cambios estructurales, capacidad económica, proyectos financieros, control de la opinión pública, organismos globales, equilibrios de intereses, capacidad de imposiciones, dominio de avances tecnológicos como la inteligencia artificial, afán y pretensiones de repartos de influencias, y otras muchas cuestiones por el estilo, puede resolver ciertos problemas, pero no «el problema».

Y como ya he señalado antes, el problema es moral. Pero lo primero que hace falta es reconocerlo. De lo contrario no se podrá intentar resolverlo. Reconocerlo es difícil porque supone en cierto modo humillarse, es decir, reconocer que la ciencias, que la técnica, el hacer, no es lo decisivo para el ser humano. Estamos ante la distinción clásica de los griegos entre praxis y poiesis. No es lo mismo hacer que actuar. Los latinos también distinguen entre el hacer y actuar, entre el facere y el agere.

El hacer connota un obrar humano que tiene su fin fuera de él. Mediante su hacer, el hombre transforma el mundo. El actuar, por el contrario, connota un obrar humano que tiene en el hombre su fin.

El problema moral es muy sencillo de describir. Consiste en aceptar la realidad tal y como es, no como quisiéramos que fuera. Y esto es el reconocimiento de que no nos hemos dado el ser y que, por tanto somos criaturas. Aceptando esto podremos afrontar el principio clásico de la metafísica que dice: Agere sequitur esse (el actuar se sigue del ser). Se trata de algo muy sencillo que supone volver al sentido común, saber tratar y aceptar la realidad tal y como es, obrar de acuerdo al ser de las cosas. Es la realidad, el esse, el que nos guía en cuanto al agere. Eso nos permitirá  llamar bien a lo que es bueno, y llamar mal a lo que es malo. Solo los necios se sonreirán escépticos ante esta afirmación. Pero será mejor que tengan en cuenta una advertencia llena de sabiduría: ¡Ay de los que al mal llaman bien, y al bien mal; que de la luz hacen tinieblas, y de las tinieblas luz; y dan lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!

Sí, el problema de la humanidad actual es moral por eso «la ira de Dios se revela desde el cielo contra la impiedad y la injusticia de los hombres, que por su injusticia retienen prisionera la verdad. No hay excusa. La humanidad se ha extraviado en vanos razonamientos y se ha quedado en la oscuridad. Cuando el mundo y las naciones rechazan a Dios se atraen sobre sí toda suerte de calamidades. La realidad de lo que está ocurriendo ya la describió hace casi dosmil años Pablo de Tarso con una precisión que asombra: «dejándolos [a los hombres] abandonados a los deseos de su corazón, Dios los entregó a una impureza que deshonraba sus propios cuerpos, ya que han sustituido la verdad de Dios por la mentira, adorando y sirviendo a las criaturas en lugar del Creador, que es bendito eternamente. Por eso, Dios los entregó también a pasiones vergonzosas: sus mujeres cambiaron las relaciones naturales por otras contrarias a la naturaleza. Del mismo modo, los hombres, dejando la relación natural con la mujer, ardieron en deseos los unos por los otros, teniendo relaciones deshonestas entre ellos y recibiendo en sí mismos la retribución merecida por su extravío. Y como no se preocuparon por reconocer a Dios, él los entregó a su mente depravada para que hicieran lo que no se debe. Están llenos de toda clase de injusticia, iniquidad, ambición y maldad; colmados de envidia, crímenes, peleas, engaños, depravación, difamaciones. Son detractores, enemigos de Dios, insolentes, arrogantes, vanidosos, hábiles para el mal, rebeldes con sus padres, insensatos, desleales, insensibles, despiadados. Y a pesar de que conocen el decreto de Dios, que declara dignos de muerte a los que hacen estas cosas, no sólo las practican, sino que también aprueban a los que las hacen».

Hoy la situación ha empeorado porque son los mismos gobernantes, los dirigentes de las naciones quienes se comportan así, legislan así, y aplauden toda esta inmundicia. Cuando los que rigen las naciones hablan de respeto, de paz, de honestidad, de solidaridad, de justicia, de igualdad y resulta que ellos son mentirosos, cinicos, en corruptos, ladrones, explotadores y viven entregándose a todo tipo de bajezas, abusos, vilezas y maldades ¿qué tipo de sociedad se va a construir?

Sí, el problema fundamental ante el que nos encontramos es moral. No es un problema que tiene solución en lo técnico sino en lo ético. Hay que educar en el bien y la verdad. La educación en las virtudes propuesta en el siglo IV por Aristóteles en su Ética a Nicómaco, es la que puede y debe formar personas honradas e íntegras, que fomenten la concordia y que motiven a los jóvenes desde niños a buscar la «vida excelente». Aristoteles señala que el modelo que hay que seguir para alcanzar esa «vida excelente» es el hombre virtuoso. Son los hombres y mujeres virtuosos los que pueden guiar con prudencia el destino de las naciones.

Cuando la virtud es denostada, y es ensalzado el vicio, la sociedad concibe la vida de un modo puramente materialista y hedonista, y deviene pronto en toda esa serie de vicios que señala Pablo de Tarso: iniquidad, envidia, crímenes, arrogancia, avaricia… En definitiva, una sociedad corrupta y depravada. Es necesario volver al sentido común que posee todo ser humano en su interior y por el que reconoce lo que está bien y lo que está mal. Y hay que exigir, especialmente a la clase dirigente, a los gobernantes, que sean personas honradas, honestas, justas, que asuman sus funciones como un verdadero servicio y no como una posibilidad de beneficios, ventajas, enriquecimiento y ejercicio del poder por el poder. Hay que buscar mecanismos rápidos y eficaces para controlar a los políticos y para desalojarlos de sus puestos cuando se comporten de manera indigna, cuando mientan o se beneficien personalmente de los cargos que ocupan. Los políticos están al servicio de la sociedad y no para servirse de ella. La mayor parte de los gobernantes que tenemos han confundido la «vida excelente», la «vida buena», con darse la buena vida. Y así nos va.

 

J.G.L. 

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