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Internacional

Pinochet: El régimen militar que salvó a Chile del comunismo y del terrorismo de Salvador Allende

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LAS BASES DEL PROGRESO DE CHILE SE ASENTARON DURANTE ESE PERÍODO

La incómoda verdad sobre Pinochet y el régimen militar que salvó a Chile del comunismo

 

En la primera entrega dedicada al 11 de septiembre chileno, se abordó cómo Salvador Allende llevó a Chile a la deriva. Su Gobierno fue declarado anticonstitucional y antidemocrático por la Corte Suprema y el Congreso, mientras los chilenos vieron cómo su sueldo se depreciaba por la inflación alcanzada. Asimismo, el desabastecimiento de alimentos y el racionamiento de ellos fue parte de la cotidianeidad. Para 1973 Chile estaba extremadamente polarizado por las narrativas marxistas-leninistas, por lo que la disyuntiva para ese entonces era dar cauce a la dictadura del proletariado o, en su defecto, a un régimen militar.

Finalmente, el 11 de septiembre de 1973 los militares se pronunciaron y derrocaron a Salvador Allende, acción que permitió a Chile liberarse del comunismo. Hay que tener en cuenta que los dilemas de aquel entonces se enmarcan en la Guerra Fría, donde la lucha ideológica se diseminó por todo el mundo.

No obstante, en el presente las izquierdas chilenas han tomado una cómoda posición de víctimas sin realizar mea culpas ni tomar responsabilidades de cómo su sector llevó al país al abismo. De hecho, el Gobierno de Gabriel Boric ha hecho de esta fecha todo un hito, que se traduce en más polarización en el presente.

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El mandatario chileno ha invitado a todo el espectro político a firmar el Acuerdo para el «nunca más» este día lunes, sin embargo, las derechas han rechazado firmarlo porque sostienen que es un homenaje a Salvador Allende. Y tienen motivos para sospecharlo, ya que Boric realizará una conmemoración a la que invitó políticos y artistas abiertamente de izquierdas, como la presidente de las Abuelas de Plaza de Mayo, la argentina Estela Barnes de Carlotto; la secretaria general de la Internacional Socialista, Benedicta Lasi; Tom Morello, guitarrista de Rage Against the Machine y Audioslave, quien ha apoyado abiertamente al grupo terrorista Sendero Luminoso; y Mon Laferte, feminista cercana al Frente Amplio chileno.

De hecho, Chile Vamos firmó su propio compromiso con la democracia, la Constitución y las leyes, el respeto a la dignidad humana y sus libertades, entre otros puntos, e invitó al presidente Boric a firmarlo, mientras advirtieron del peligro de instalar una sola verdad desde el Ejecutivo.

Y dado que desde el Gobierno se impulsó una «Comisión Asesora contra la Desinformación» que busca determinar qué es «verdad» y qué es «fake news», y por otro lado, que el oficialismo, en especial desde el Partido Comunista, pidieron la renuncia de Patricio Fernández —quien fue nombrado por Boric para asesorar la conmemoración de los 50 años del 11 de septiembre chileno— solo por decir en una entrevista radial que «Los historiadores y los politólogos podrán discutir por qué y cómo se llegó a eso, pero lo que podríamos intentar acordar es que sucesos posteriores a ese golpe son inaceptables en cualquier pacto civilizatorio», conviene en esta segunda entrega hablar de la incómoda verdad para las izquierdas del Régimen Militar.

El Régimen Militar

Se ha caricaturizado al Régimen Militar liderado por Augusto Pinochet como un Gobierno que propició exclusivamente la violación de los derechos humanos, luego que instaló un neoliberalismo que profundizó las desigualdades de los chilenos, y que todos los malestares actuales se deben a este periodo. De hecho, las revueltas de octubre de 2019 sostuvieron esta hipótesis y han tratado de desplazar la Constitución de 1980 con los procesos constitucionales. Sin embargo, todas las críticas de las izquierdas en el presente son tendenciosas o fungen como discursos que desinforman a las nuevas generaciones.

En primer lugar, por honestidad intelectual y por el respeto a la historia, efectivamente hubo violación a los derechos humanos. Sin embargo, se han hecho grandes esfuerzos por todos los sectores políticos del país, incluyendo a las derechas, en poder aclarar estos hechos y alcanzar la reconciliación. Sin embargo, el Gobierno Militar está lejos de lo sanguinario que fueron los regímenes totalitaristas de Mao Tse-Tung (se le atribuyen 78 millones de asesinatos); de Josef Stalin (quien es responsable de 23 millones de muertes); y de Adolf Hitler (responsable de 17 millones de muertes). Es más, Augusto Pinochet ni siquiera aparece dentro de los diez primeros regímenes del mundo con más muertes.

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Por otro lado, desde el mismo año 1973, el Régimen Militar entendía que se debía reconstruir una institucionalidad colapsada, por lo que se fijó una ruta para ello. Por este motivo, se convocó a abogados constitucionalistas para que presentaran a la Junta Militar un proyecto constitucional que permitiera a Chile subirse al camino del desarrollo.

La Comisión de Estudios de la Nueva Constitución Política de la República de Chile, mejor conocida como Comisión Ortuzar, estuvo encargada de esta labor. Sesionó entre el 24 de septiembre de 1973 y el 5 de octubre de 1978, es decir, trabajó durante cinco años un texto que, efectivamente, le permitió a Chile avanzar en el desarrollo.

En su primera sesión, se fijó que «El establecimiento de un precepto constitucional, similar al contemplado en la Carta de Alemania Federal, que declare contrarios a la Constitución a los Partidos o movimientos que sustenten Ideas o doctrinas marxistas«, la importancia de la segunda vuelta presidencial, el derecho a la propiedad privada como fuente de las libertades públicas, entre otros aspectos.

Finalmente, el texto constitucional presentado y promulgado en 1980 estableció que las personas son libres e iguales en dignidad y derechos; que se defiende la vida del que está por nacer hasta la muerte natural; la familia es el núcleo fundamental de la sociedad; y es el Estado el que está al servicio de la persona humana y no al revés. Asimismo, se estableció el derecho de propiedad y el principio de libertad personal y económica. De igual forma, se estableció la importancia de la subsidiariedad —concepto que no aparece explícitamente en el texto— la que dialogó con el plan económico conocido como «El Ladrillo», un aporte de chilenos que estudiaron en la Universidad de Chicago, conocidos como «Chicago Boys», que permitieron establecer las bases del progreso económico.

En consecuencia, se impulsó una política fiscal ordenada: el gasto fiscal como porcentaje del PIB pasó de 32,7% en el año 1985 a 22,4% en 1990; tras la crisis inflacionaria de 1982, se realizó una reforma tributaria en 1984 que puso el foco en incentivar el ahorro privado y la inversión, y se abrió la economía y el comercio. La inflación en 1973 bordeaba el 1000% anual, y al momento de que Augusto Pinochet entregó el poder tras el plebiscito de 1989  que preguntó a la ciudadanía si quería continuar en un gobierno militar o quería elecciones presidenciales, la inflación en era del 27% (correspondiente al año 1990). Igualmente, se estableció la autonomía del Banco Central.

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Este panorama económico se tradujo en una mejor calidad de vida de los chilenos. En la década de los setenta, la tasa de mortalidad infantil en menores de 1 año era de 63,4%, y en los noventas bajó a 12,9%. Hoy está en torno al 6,5%. Asimismo, la desnutrición infantil para los setenta era del 19% en niños menores de seis años mientras que en la actualidad es del 2,6%.

El acceso al agua potable es una realidad para los chilenos, independiente de si viven en zonas urbanas o rurales. Se superó el analfabetismo, y hoy vemos que ingresar a la universidad es posible en todos los sectores socioeconómicos. Según la encuesta Casen, corregida a la metodología actual, en 1990 el 68,5% estaba en situación de pobreza, pero para el 2017 solo el 8,6% estaba en esa situación. No obstante, hubo un retroceso ya que para el 2020 aumentó al 10,8% debido a la crisis institucional y económica que el país ha enfrentado explícitamente desde las revueltas de octubre de 2019 y las restrictivas medidas que se impusieron en la pandemia.

Boric y el 11 de septiembre

En suma, todas las bases del progreso y el desarrollo de Chile se asentaron en el Régimen Militar, y esto se ha traducido en mejor calidad de vida, acceso a bienes y servicios, y altos índices de libertad. Y esta es la incómoda verdad que a la extrema izquierda no le conviene aceptar. Sin embargo, todo lo construido desde esta época se ha visto fuertemente amenazado por políticas estatistas, como la amenaza de las reformas tributaria y previsional que ha tratado de empujar el Gobierno de Boric. Asimismo, las izquierdas no han cesado de instalar discursos que dividen a los chilenos, homenajeando a Salvador Allende en la víspera del 11 de septiembre.

De hecho, el domingo 10 de septiembre, el presidente Gabriel Boric se unió a la marcha convocada por la extrema izquierda para conmemorar los cincuenta años del 11 de septiembre, marcha capturada por la violencia y el vandalismo. Sin embargo, inmediatamente los insurrectos lograron entrar al frontis del palacio presidencial, tras enfrentarse con bombas molotov a Carabineros, quebrando seis ventanales de La Moneda. Y en el Cementerio General vandalizaron y quemaron tumbas como la de Jaime Guzmán, uno de los redactores de la Constitución de 1980 y posteriormente senador, asesinado por el grupo terrorista Frente «Patriótico» Manuel Rodríguez en 1991.

Si bien, y lamentablemente, es usual que cada víspera del 11 de septiembre los vándalos de la extrema izquierda muestren su real cara a través de la violencia, por primera vez un presidente se ha sumado a una marcha exponiendo el palacio presidencial. El mismo presidente que insistió a las derechas firmar su Acuerdo en el que sostenía «más democracia», que en clave post-marxista implica radicalizar la democracia, es decir, subvertirla desde los marcos institucionales.

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No obstante, los chilenos se han pronunciado categóricamente contra las ideas divisorias de la extrema izquierda. Así lo evidenció el rechazo a la propuesta de nueva Constitución el 4 de septiembre del 2022. Incluso, no comparten el diagnóstico de La Moneda sobre el 11 de septiembre. Según la encuesta de Pulso Ciudadanose impone la percepción en la ciudadanía de que Salvador Allende tiene más responsabilidad en «el Golpe de Estado» que Augusto Pinochet.

En definitiva, el 11 de septiembre continúa siendo un clivaje irreconciliable para los chilenos. Sin embargo, desde el oficialismo se han encargado de profundizarlo al tratar de hacer de esta fecha todo un hito de lucha, e instalar una verdad oficial sesgada. Esa apuesta no contribuye a la sana convivencia democrática, que finalmente nos aleja y divide en la diferencia.

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1 Comentario

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  1. Avatar

    Tormenta

    17/09/2023 at 15:24

    Se escondió detrás de Inglaterra en la Guerra de Malvinas, porque no se animó a pelear con Argentina con sus propias banderas. A Argentina, le dijo que tenía las espaldas cubiertas, y secretamente, ayudaba a los ingleses, CONDUCTA PROPIA de un cobarde. Si hubiera salido a pelear contra Argentina con sus propias banderas, hubiera sido diferente, pero se escondió detras de los ingleses.

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España

Contra la debilidad mental occidental: La esclavitud en el Islam todavía sigue vigente (Y siempre ha apuntado CONTRA EUROPA) Por Ernesto Milá

Ernesto Milá

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Introducción a La esclavitud en el Islam, libro que estará disponible en breve.

Durante siglos, especialmente del XVI a principios del XIX, nuestras costas fueron hostigadas por piratas berberiscos. Querían vengar la “pérdida de Al-Andalus” (esto es, la Reconquista). La captura de poblaciones costeras del norte del Mediterráneo para venderlas en los mercados de esclavos del Magreb o negociar su rescate se convirtió en una práctica habitual entre las poblaciones del norte de África. Quienes practicaban estas razzias, que hacían imposible la vida en nuestras costas, eran considerados “yihâdistas”. Este comercio de esclavos europeos existió, por mucho que los “multiculturalistas” de hoy quieran olvidarlo.

Todavía ningún gobierno del Magreb se ha disculpado por estos actos.

*    *    *

LA CAÍDA DEL PRIMER ARGUMENTO INMIGRACIONISTA: 

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EUROPA NECESITA TRABAJADORES

Hoy, ya nadie puede dudar que el primer argumento que se utilizó para justificar la presencia de compactos núcleos musulmanes en Europa Occidental –aquel que afirmaba que eran necesarios inyectar inmigrantes para pagar las pensiones de los abuelos…– era una simple falacia. La realidad es que, las pensiones de los abuelos –yo lo soy– pierden cada día poder adquisitivo porque a los gobiernos de nuestro entorno les es necesario comprar la “paz étnica y social” subvencionando a los recién llegados. No hay dinero para todos. Y los que llevan las de perder es la parte más débil: los jubilados. La inmigración es hoy una pesada carga económica para todos los Estados que se han negado durante décadas a controlarla.

Desde, como mínimo, 2008, la inmigración ha variado su carácter; hasta ese momento, podía pensarse que los motivos del desplazamiento hacia España se debían a la posibilidad de integrarse en nuestro mercado laboral y, en especial, en el sector de la construcción. Pero, desde el estallido de la burbuja inmobiliaria, con la mecanización progresiva de la agricultura, las deslocalizaciones y el proceso de desindustrialización creciente, es casi seguro que, hoy, pocos de los inmigrantes que llegan a España, –especialmente los que no tienen ningún tipo de cualificación profesional (esto es, la mayoría)–, tengan como proyecto personal integrarse en el mercado laboral y vivir del propio trabajo, ahorrar para volver al país de origen con capital suficiente para emprender una nueva vida.

Se suele creer que las motivaciones de los inmigrantes en el siglo XXI son las mismas que las de los españoles, portugueses e italianos que se desplazaron a Francia, Suiza, Alemania, Benelux, en los años 50 y 60, para reconstruir países que habían sido demolidos por la Segunda Guerra Mundial. En aquella inmigración existía la voluntad de trabajar durante unos años en unos países con unos niveles salariales mucho más altos, poder ahorrar llevando una vida austera (pero no miserable), acumular cierto patrimonio que les permitiera abrir un pequeño negocio o, simplemente, comprar una vivienda al regresar a la Patria. Esa inmigración, no es la actual.

Nuestros inmigrantes querían regresar –en grandísima medida– al país que habían abandonado. Iban a trabajar, a esforzarse, a partirse el espinazo para llevar a la práctica un proyecto personal legítimo y que enriquecía a todas las partes: a los receptores de inmigración porque sabían que los recién llegados eran gente dura y dispuesta a trabajar. A los inmigrantes porque, a cambio de su trabajo, recibían un salario muy superior al del mismo oficio en España y podían ahorrar. Al país emisor de inmigrantes porque allí recibían formación y volvían con una capacitación laboral superior a la que habían partido, sin olvidar que su trabajo en el extranjero generaba unas divisas preciosas en aquel momento para garantizar intercambios comerciales. Aquellos inmigrantes –nuestra inmigración– no planteaban problemas de convivencia, ni choques culturales; fieles al dicho “donde fueres, haz lo que vieres”, nuestra gente se integró perfectamente en la sociedad que los recibió. Nada de todo esto vale para el actual fenómeno migratorio.

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Ya no hay países en Europa Occidental que precisen ser reconstruidos después de una guerra. Tampoco hay un mercado laboral en expansión que permita pensar que, sin un alto nivel de cualificación y sólo en determinadas profesiones, vayan a encontrar trabajo bien remunerado. Ni siquiera para españoles, los salarios medios –a la vista del coste de la vida– permiten ahorrar gran cosa. Ningún inmigrante, en su sano juicio, puede transmitir a otros como él que residen en su propio país, la idea de que valga la pena venir a España para trabajar: la realidad es que, aquí y ahora, el poco trabajo que existe para gentes con poca o nula cualificación profesional, no permite ni vivir dignamente, ni mucho menos ahorrar. Entonces ¿por qué viene la inmigración?

Vale la pena no engañarse al respecto. Y los medios de comunicación, así como los diferentes gobiernos, de derechas y de izquierdas, llevan casi treinta años engañándose y falseando datos, cifras y circunstancias. No hay otra forma de definir la actitud de quienes niegan los problemas que se han generado a causa de la inmigración ilegal, masiva y descontrolada.

LA CAÍDA DEL SEGUNDO ARGUMEN IMIGRACIONISTA: 

“WELCOME REFUGIES”

Si bien es cierto que, hoy, ya nadie se atreve a sostener que, gracias a la inmigración, se van a poder “pagar las pensiones de los abuelos”, las justificaciones se han convertido en cada vez más extemporáneas, ridículas, ignorantes e, incluso, frecuentemente, entre los portavoces gubernamentales, zafias. Caído el mito de “las pensiones de los abuelos”, el nuevo argumento nos decía que los inmigrantes no eran tales: que se trata de “refugiados”. Ser “refugiado”, al parecer, hace obligada la “solidaridad”. El perseguido merece protección y ayuda para salvarlo de su perseguidor… En algunos casos, los menos, los recién llegados son “refugiados”. Pero, incluso, en esas circunstancias, cabe preguntarse: ¿y por qué un “refugiado afgano” elegirá vivir en Europa Occidental y no en Paquistán, en la India o, incluso en el sudeste asiático, países mucho más próximos, en todos los sentidos, a su patria originaria?

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Por otra parte, si existen “refugiados” es porque tal o cual país los genera y la situación allí es insoportable, por tanto, si se trata de admitir, por ejemplo, subsaharianos, vale la pena recordar que, en cualquiera de aquellos países, en toda África y en buena parte de Asia, casi sin excepción, la “democracia” es una palabra que no tiene el mismo significado que en Europa. De los 1.200 millones de africanos, la inmensa mayoría podrían ser considerados como “aspirantes a refugiados”, a la vista de que existen diferencias abismales entre los “derechos humanos” tal como se contemplan en Europa y como se practican en África.

Pero, Europa no puede admitir a 1.200 millones de inmigrantes que, por lo demás, deberían entender que ellos, para prosperar, sería oportuno que trataran de hacer cambios en su país, antes que adoptar la solución más cómoda de mudarse a otro… ¿a cuál? Y esta es el nudo de la cuestión: no se trata de países en los que exista un mercado laboral floreciente, ni aquellos otros más próximos al lugar de origen, para mantener el contacto con sus raíces, sino de aquellos en los se vive mejor y, lo que es aún más importante, donde se garantizan subvenciones solamente por llegar y en donde todo, absolutamente todo, está permitido (o poco menos). Ese es el centro de la cuestión que políticos y medios pretenden escamotearnos.

No hay nada más opaco en la actual democracia española que la suma total de subvenciones que reciben los no nacidos en España y sus hijos nacidos aquí. La falta de transparencia es, precisamente, lo que permite sospechar. Recientemente se ha publicado la cifra de que algo más de 2.000.000 de inmigrantes viven de subsidios públicos. El misterio está lejos de quedar resuelto, porque no se dice cuántos antiguos inmigrantes que han logrado naturalizarse como “españoles”, siguen subsidiados. Por otra parte, haría falta especificar qué tipo de subsidios reciben: en España existen muchos de tipos de ayudas y de pensiones no contributivas. Todo ello hace sospechar que las cifras son muchísimo mayores y es legítimo pensar que pueden ser, incluso, el doble o el triple, incluso, de las dadas. Por lo demás, no se especifica el volumen total de subsidios y subvenciones por distintos conceptos, ni los dados por las distintas administraciones, que van a parar a lo que en Francia se ha llamado “la aspiradora de recursos públicos”, esto es, la inmigración. La opacidad de las cifras, en efecto, no hace nada más que aumentar las sospechas.

LA CAIDA DEL TERCER ARGUMENTO INMIGRACIONISTA: 

“VIENEN PARA CONTRARRESTAR LA BAJA NATALIDAD”

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Luego está el argumento de la crisis de la natalidad en España. Era lo que podía esperarse: la elevación constante del coste de la vida, hace imposible el que se puedan formar parejas e, incluso, que una vez formadas, decidan tener hijos. La paternidad es una aventura que muy pocos se atreven a afrontar. Para hacerlo es preciso tener seguridad de que se podrá mantener a los hijos. Nadie está dispuesto a ofrecer tales garantías. Sin embargo, es un problema político: hubiera bastado con atribuir prioridad en beneficios sociales y ventajas fiscales a las parejas españolas que deseen tener hijos, garantizar su prioridad a la hora de obtener viviendas sociales, y simples campañas en pro de la natalidad, para que se estimulara la natalidad entre nuestra gente. No se hizo, ni se tiene intención de hacer. Si se hubiera empezado a hacer en 1996, cuando Aznar abrió las puertas a la inmigración, hoy tendríamos una generación de 28 años y un país homogéneo. Se hizo –y se hace– justo lo contrario: confiar en que gentes llegadas de todo el mundo salvarían la natalidad en España.

Desde el año 2000, en las cuatro provincias catalanas los nacidos en la noche del 31 de diciembre al 1 de enero de cada año, son en su inmensa mayoría hijos de nacidos en el extranjero. Pero, salvo entre las mujeres subsaharianas, el número de hijos va disminuyendo incluso dentro de la inmigración. Los inmigrantes andinos, por ejemplo, se han configurado como los primeros y principales usuarios de los servicios de aborto gratuito y de “píldora del día después”. La ruptura de la unidad étnica de España ni siquiera ha servido para que la natalidad remonte o para que se repueblen zonas “vacías”.

LA ÚLTIMA TRINCHERA INMIGRACIONISTA: 

“TENEMOS UNA DEUDA CON EL TERCER MUNDO Y SE LA VAMOS A PAGAR”

Caído el mito de “los que vienen a pagar las pensiones”, en un momento en el que ningún alcalde que quisiera mantenerse en el consistorio se atreve a colocar pancartas con el “Welcome refugies”, cuando se ha visto a las claras que la inmigración no resuelve el problema de los nacimientos, sino que complica la convivencia, ahora, como última trinchera inmigracionista, el argumentario se ha desplazado a otro frente; nos dicen: “estamos obligados a admitir a todos los inmigrantes que quieran establecerse en nuestro suelo y a mantenerlos, incluso, porque, se lo debemos”.

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Nos dicen que Europa “debe” a los inmigrantes del Tercer Mundo el haberlos explotado como colonias. Repiten, para bloquear a los más sensibles, que los europeos “somos responsables” de haber esclavizado a los africanos y que les debemos una compensación. Por eso están aquí, por eso estamos obligados a subsidiarlos… Es un argumento que tiene su fuerza, pero que no deja de ser otra falacia.

No solamente no fuimos esclavistas –valdría la pena, ya que estamos en esto, elaborar un censo de familias europeas que se dedicaron a la trata de esclavos, porque sería, en última instancia, a ellos a los que les correspondería pagar indemnizaciones, no a la totalidad de un pueblo– sino que, además, durante siglos, los europeos que vivían en las costas mediterráneas (pero, también, incluso en las del sur de Gran Bretaña y en Irlanda) corrían el riesgo de ser secuestrados ellos y sus hijos, saqueados sus bienes e incendiados sus pueblos, por parte de piratas berberiscos; una práctica que se prolongó hasta principios del siglo XIX. Unos fueron esclavizados de por vida, los otros extorsionados pidiendo fabulosos rescates, otros murieron sin dejar huellas… Sin olvidar, claro está, que el grueso de traficantes que capturaban esclavos en África eran árabes y que se beneficiaban de pactos con tribus africanas que los obtenían de tribus vecinas.

Sería bueno presentar una reclamación de cantidad por los millones de europeos, especialmente de los países mediterráneos, de los países eslavos, e incluso del Reino Unido, que fueron secuestrados, esclavizados, obligados a vivir en condiciones infrahumanas, asesinados y muertos de agotamiento en tierras del Magreb

Aquellas exacciones berberiscas han dejado recuerdos imborrables en nuestro folklore, en nuestra literatura e, incluso, en la configuración de las costas (las “torres de guaita” tan habituales en la costa catalana no eran para admirar la belleza del Mediterráneo, sino para vigilar la llegada de piratas berberiscos). Aquel valeroso soldado que recibió dos disparos de arcabuz en el pecho y en el brazo izquierdo, en la gloriosa jornada de Lepanto, Miguel de Cervantes, dejó constancia en El Quijote de sus nueve años de cautiverio en Argel.

Los grandes olvidados de la historia europea, son los millones de antepasados esclavizados en tierras islámicas. Los europeos no somos los “malvados” de esta historia. El colonialismo se explica en gran medida por las constantes molestias generadas por la piratería islámicaberberisca y otomana. Quienes la practicaban eran asimilados a yihadistas: y lo hacían con saña y con odio acumulado. La negativa a erradicar la esclavitud, hizo necesaria la intervención europea con la consiguiente disolución de los “mercados de esclavos” que todavía existía en el siglo XIX en el Magreb. No “debemos” nada: nos deben una reparación de aquellos crímenes contra los pueblos europeos.

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