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Opinión

Todo está relacionado: “Crónica de una degeneración anunciada”

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Envueltos en la vorágine política, continuamos asistiendo a la indefinición tanto en el ámbito nacional como en el de algunas regiones, que siguen en el limbo de la parálisis después de más de dos meses y medio y de uno y medio, respectivamente, desde las fechas en que fuimos llamados a las urnas, tras lo cual se refuerza la pantomima que en muchos casos supone nuestra democracia partidocrática y el fraude en el que se traducen los pactos postelectorales que en no pocas ocasiones no responden a lo que los ciudadanos votan.

Así vimos hace unos días la consumación de la “felonía” de VOX en Murcia, que se repite en Madrid, en las que el mensaje inequívoco de la campaña electoral: “Nuestro principal objetivo es que no gobierne la izquierda”, se traduce en votar junto a Podemos y PSOE la negativa a investir al candidato del Partido Popular primero e impedir siquiera que haya candidato después, en la principal economía de España -hoy comunidad uniprovincial también, otra de las incomprensibles “creaciones” de este sistema-, en base a un supuesto ninguneo con el que pretenden vestir su ansia de tocar el poder que le negaron las urnas al no alcanzar una representación significativa en ninguno de los dos casos, más allá del papel de comparsa en ambas regiones, sin que se pueda entender otra cosa que su deseo de estar en primera línea en los medios a los que denostaban no hace mucho: “mis principios por una foto y que hablen de nosotros aunque sea mal”, que ya lo están haciendo no pocos -incluso los que no hace mucho los defendían ciegamente-, que han tardado bastante en ver lo que algunos venimos diciendo de este “Fraude VOX” desde 2014 y a lo que otros que también lo conocieron de cerca se han venido uniendo desde entonces. Siempre anteponiendo el protagonismo a la prevalencia del objetivo que anunciaban. Lo dicho, un auténtico fraude electoral, mejor dicho, otro, porque no es el único.

Eso, sin entrar en lo que suponen de inefectividad gestora los alargamientos de los periodos de “gobiernos en funciones”, que en algunos casos como en el del gobierno central sería más apropiado llamar de “sin gobierno”, debido a unos plazos que en España son vergonzosos y de lo que hasta Grecia nos acaba de dar una lección: elecciones el domingo y el lunes nombramiento del nuevo presidente y formación de gobierno, además de haber dejado fuera del parlamento a Syriza, la izquierda podemita griega de Alexis Tsipras, y a Amanecer Dorado, la extrema derecha de Nikos Mijaloliakos, que algunos malintencionados comparaban respectivamente con VOX y Santiago Abascal. Cierto que haber obtenido mayoría absoluta ayuda, pero en España -muy dada a las vacaciones, especialmente en el ámbito político- ni así se evitó una paralización de la gestión de gobierno que en 2011 fue de un mes largo -mayoría absoluta de Mariano Rajoy que pudo adelantarse a la lección que nos dio Grecia el domingo-.

En España, si hay que “pactar”, o sea, subvertir el deseo popular, nos vamos ya camino de los tres meses con visos de llegar a seis -ya hubo precedente en 2016-, sin que sea fácil entender que el sistema no obligue a que haya un debate de investidura en un plazo máximo de una o dos semanas, que sería lo lógico, y si no se puede formar gobierno convocar nuevas elecciones en el plazo máximo de un mes. Se me ocurre que si sus “señorías” no empezaran a cobrar sus generosos sueldos -con la excepción en todo caso de la Mesa del Congreso- hasta que no se constituyera de manera efectiva el Poder Legislativo, tras la formación del gobierno, la agilidad se impondría por encima de los espurios y calculados intereses de los supuestos “representantes” del pueblo. Otro cambio urgente que necesita el sistema.

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Por si fuera poco, la semana nos ha “obsequiado” nuevamente con la aberrante celebración del “día del orgullo gay”, que nunca entenderé que merezca tal algarabía, y mucho menos que consista en la exhibición lamentable de toda clase de “espectá-culos”, sexo explícito o actos de demostración de ese “amor homosexual” que parece que sea más fuerte y sincero porque se haga en público en un jolgorio, cuando menos, alejado de la estética, si no de la mínima ética humana y, por supuesto, moral, en los que no tienen el menor reparo en utilizar a niños sin que se escuche un solo comentario de esas asociaciones de defensa del menor, que en esos días también “se dan vacaciones” y miran para otro lado si lo hacen los suyos. Ya sé que mi comentario no entrará en el concepto de “libertad de expresión” que para los que dan ese espectáculo sí ampara sus comportamientos, pero así lo veo yo.

Se trató de un espectáculo en el que de nuevo hemos visto la doble vara de medir a la hora de calificar las agresiones verbales y al parecer físicas a representantes de un partido político que no era “de los suyos” por parte de los que sistemáticamente predican la democracia pero no la respetan y que no llegaron a mayores por la intervención policial. Este año, además, con un invitado especial, el otrora admirado juez del caso Faisán, Fernando Grande-Marlaska, hoy responsable del orden público y que bailando el “Sobreviviré” oficial de estos eventos, tuvo una actuación bastante reprobable en su ambigüedad característica, más propia del sectarismo sanchista que de un ministro del ramo del que hoy los partidos de la oposición piden su dimisión o cese, que tendría que haber sido ya si se confirma que ha habido “intervención” en el “informe policial” que exculpa a los presuntos agresores. Que no digo yo, líbreme Dios, que haya que perseguir o encarcelar a los homosexuales como hacen sus admiradas dictaduras de izquierdas -Cuba, por ejemplo-, colgarlos de una grúa como sus amigos iraníes o tirarlos desde la azotea como en Irak, pero de ahí a considerarlo un “orgullo”, va un trecho. Recuerdo, ¡qué tiempos aquellos!, que me enseñaron que un orgullo era trabajar o estudiar y formarse, terminar la carrera, encontrar un empleo, esforzarse y hacer méritos para conseguir algo, ayudar al prójimo, sacar adelante una familia, educar bien a los hijos…, pero no exteriorizar la parte animal que todo ser humano lleva dentro. Debo estar desfasado.

También conocimos la noticia de que casi uno de cada cuatro universitarios -el 27’7%- no encuentra trabajo en los cuatro años siguientes a terminar su carrera, según un informe sobre “Inserción laboral de los titulados universitarios” del curso 2013-14, publicado por el Ministerio de Ciencia Innovación y Universidades y más de la mitad -el 53%- no lo encuentra durante el primer año. Algo que contrasta con la euforia que allá por Marzo de 2015 publicaba un conocido medio y que poco después motivó mi artículo “Cuatro de cada diez jóvenes tienen titulación universitaria”, que comenzaba con una pregunta para la reflexión: “¿cuántos de esos jóvenes titulados españoles encuentran un empleo, profesional y económicamente, acorde con la cualificación que el título supondría?” y el MCIU me ha dado, cuatro años después, la respuesta oficial con los porcentajes que cito más arriba. Porque este es el resultado de esa “Incontinencia Universitaria” que vengo denunciando desde los años ochenta en que la clase política -por acción o por omisión- ha ido cayendo desde entonces en su carrera desnortada de abrir universidades en todas las capitales de provincia -y ciudades de mediana importancia-, sin freno ni control y sin un previo análisis objetivo de la necesidad real sobre qué disciplinas podían ser necesarias, o siquiera convenientes, para el mercado y la sociedad, en ese intento “igualitarista”, que no igualitario, de la izquierda de que todo el mundo tuviera acceso ‘fácil´ a la Universidad, que llevó aparejada una sensible y creciente bajada del nivel de calidad en la docencia y sus impartidores -entre el 82 y el 96 tener el carnet del PSOE se convirtió en el principal mérito para dotar cátedras- que han sido y son los “formadores” de la mayoría de los que ahora “forman” y de los padres actuales. Simultáneamente se bajó el listón de la exigencia de esfuerzo y mérito como valores selectivos en busca de la excelencia, que es lo que debería buscar una buena Universidad, hoy muy escasas en la enseñanza superior española. Al final, lo que debían ser cribas de la excelencia complementando la preparación de los futuros cuadros con una buena Formación Profesional, que antes se impartía en las Universidades Laborales, también apartadas del sistema por “franquistas”, se convirtieron en fábricas de desempleados y frustrados que el mercado no quiere ni necesita. Pero queda muy bien de cara a la estadística decir que casi todos nuestros jóvenes son “universitarios”, que tenemos cero “analfabetos” aunque una buena parte no entiendan lo que leen y escriban con más faltas de ortografía que aciertos, pero todos igualitos y “chupiguays”, que “mola mazo” como dirían nuestros progres. Y no hablemos del coste de mantenimiento de tanta universidad inútil o contraproducente y de tanto “profesor” mediocre, que sería un asunto que habría que analizar con detenimiento, pero trasciende el propósito de hoy.

Pero como digo en el título, “Todo está relacionado”, aunque en orden inverso al que he venido comentando los tristes acontecimientos de la semana, como es obvio. Sin duda, esta laxitud del sistema docente masificado e igualitarista, tanto en cuanto a la calidad de la enseñanza como en la pérdida del rigor en la exigencia académica -que un 95% de los presentados aprueben la Selectividad, en mi opinión no debería ser motivo de orgullo sino de preocupación, vistos los resultados-, tenía como fin último influir negativamente en la sociedad y lo ha hecho. Había que empezar por los “cimientos” para destruir el “edificio” y los enemigos de nuestros valores y raíces basados en el Humanismo Cristiano se pusieron a la tarea de romper la célula fundamental, deformar al individuo y acabar con la familia y ahí está como primera evidencia ese “orgullo gay” mal entendido y mucho más allá de la tendencia sexual del individuo, respetable siempre mientras no se traspasen ciertas líneas de decoro y respeto, superadas año tras año en estos eventos descontrolados que sólo dejan basura moral y física -véanse las fotos de las calles de Madrid tras la “celebración”- hoy lamentablemente crecientes en el corto plazo si no se ataja de raíz el problema vía educación y exigencia. Unida a eso ha ido la implantación sibilina de términos en ese sentido y la proliferación de tipos de “familia”, término que ha pasado del concepto tradicional de padre, madre e hijos -si los hay- a utilizarse para cualquier otra convivencia de individuos de cualquier sexo incluida la de consigo mismo, que también es ya “familia”, si interesa al “progresismo” de izquierda.

Por último, teniendo en cuenta que, como es lógico en una “democracia”, aunque sea tan particular y desvirtuada como la nuestra, al Parlamento y demás instituciones llegan “representantes” de esa sociedad que estoy describiendo y, precisamente por eso, no podemos sorprendernos del mediocre nivel que demuestra la inmensa mayoría de nuestros políticos actuales -afortunadamente hay excepciones-, que anteponen sus intereses personales al bien general de lo que representan, algo que se hizo más patente especialmente desde la llegada del primer mediocre por excelencia que ascendió al máximo nivel de una democracia, “Para ser presidente del gobierno solo hace falta ser español y mayor de edad”, dicen que confesaba a su mujer el que llegó a la Moncloa por Atocha, sin entrar en más detalles, y así nos va desde 2004 y no se ha sabido, querido o, a lo mejor, podido, tratar de cambiar en 2000 o 2011 y así nos va.

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¡Viva la “democracia” totalitaria que la izquierda impuso y que la derecha consintió! Pese a todo, “es el menos malo de los sistemas políticos”, que decía Sir Winston Churchill… ¿o no?

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España

Contra la debilidad mental occidental: La esclavitud en el Islam todavía sigue vigente (Y siempre ha apuntado CONTRA EUROPA) Por Ernesto Milá

Ernesto Milá

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Introducción a La esclavitud en el Islam, libro que estará disponible en breve.

Durante siglos, especialmente del XVI a principios del XIX, nuestras costas fueron hostigadas por piratas berberiscos. Querían vengar la “pérdida de Al-Andalus” (esto es, la Reconquista). La captura de poblaciones costeras del norte del Mediterráneo para venderlas en los mercados de esclavos del Magreb o negociar su rescate se convirtió en una práctica habitual entre las poblaciones del norte de África. Quienes practicaban estas razzias, que hacían imposible la vida en nuestras costas, eran considerados “yihâdistas”. Este comercio de esclavos europeos existió, por mucho que los “multiculturalistas” de hoy quieran olvidarlo.

Todavía ningún gobierno del Magreb se ha disculpado por estos actos.

*    *    *

LA CAÍDA DEL PRIMER ARGUMENTO INMIGRACIONISTA: 

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EUROPA NECESITA TRABAJADORES

Hoy, ya nadie puede dudar que el primer argumento que se utilizó para justificar la presencia de compactos núcleos musulmanes en Europa Occidental –aquel que afirmaba que eran necesarios inyectar inmigrantes para pagar las pensiones de los abuelos…– era una simple falacia. La realidad es que, las pensiones de los abuelos –yo lo soy– pierden cada día poder adquisitivo porque a los gobiernos de nuestro entorno les es necesario comprar la “paz étnica y social” subvencionando a los recién llegados. No hay dinero para todos. Y los que llevan las de perder es la parte más débil: los jubilados. La inmigración es hoy una pesada carga económica para todos los Estados que se han negado durante décadas a controlarla.

Desde, como mínimo, 2008, la inmigración ha variado su carácter; hasta ese momento, podía pensarse que los motivos del desplazamiento hacia España se debían a la posibilidad de integrarse en nuestro mercado laboral y, en especial, en el sector de la construcción. Pero, desde el estallido de la burbuja inmobiliaria, con la mecanización progresiva de la agricultura, las deslocalizaciones y el proceso de desindustrialización creciente, es casi seguro que, hoy, pocos de los inmigrantes que llegan a España, –especialmente los que no tienen ningún tipo de cualificación profesional (esto es, la mayoría)–, tengan como proyecto personal integrarse en el mercado laboral y vivir del propio trabajo, ahorrar para volver al país de origen con capital suficiente para emprender una nueva vida.

Se suele creer que las motivaciones de los inmigrantes en el siglo XXI son las mismas que las de los españoles, portugueses e italianos que se desplazaron a Francia, Suiza, Alemania, Benelux, en los años 50 y 60, para reconstruir países que habían sido demolidos por la Segunda Guerra Mundial. En aquella inmigración existía la voluntad de trabajar durante unos años en unos países con unos niveles salariales mucho más altos, poder ahorrar llevando una vida austera (pero no miserable), acumular cierto patrimonio que les permitiera abrir un pequeño negocio o, simplemente, comprar una vivienda al regresar a la Patria. Esa inmigración, no es la actual.

Nuestros inmigrantes querían regresar –en grandísima medida– al país que habían abandonado. Iban a trabajar, a esforzarse, a partirse el espinazo para llevar a la práctica un proyecto personal legítimo y que enriquecía a todas las partes: a los receptores de inmigración porque sabían que los recién llegados eran gente dura y dispuesta a trabajar. A los inmigrantes porque, a cambio de su trabajo, recibían un salario muy superior al del mismo oficio en España y podían ahorrar. Al país emisor de inmigrantes porque allí recibían formación y volvían con una capacitación laboral superior a la que habían partido, sin olvidar que su trabajo en el extranjero generaba unas divisas preciosas en aquel momento para garantizar intercambios comerciales. Aquellos inmigrantes –nuestra inmigración– no planteaban problemas de convivencia, ni choques culturales; fieles al dicho “donde fueres, haz lo que vieres”, nuestra gente se integró perfectamente en la sociedad que los recibió. Nada de todo esto vale para el actual fenómeno migratorio.

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Ya no hay países en Europa Occidental que precisen ser reconstruidos después de una guerra. Tampoco hay un mercado laboral en expansión que permita pensar que, sin un alto nivel de cualificación y sólo en determinadas profesiones, vayan a encontrar trabajo bien remunerado. Ni siquiera para españoles, los salarios medios –a la vista del coste de la vida– permiten ahorrar gran cosa. Ningún inmigrante, en su sano juicio, puede transmitir a otros como él que residen en su propio país, la idea de que valga la pena venir a España para trabajar: la realidad es que, aquí y ahora, el poco trabajo que existe para gentes con poca o nula cualificación profesional, no permite ni vivir dignamente, ni mucho menos ahorrar. Entonces ¿por qué viene la inmigración?

Vale la pena no engañarse al respecto. Y los medios de comunicación, así como los diferentes gobiernos, de derechas y de izquierdas, llevan casi treinta años engañándose y falseando datos, cifras y circunstancias. No hay otra forma de definir la actitud de quienes niegan los problemas que se han generado a causa de la inmigración ilegal, masiva y descontrolada.

LA CAÍDA DEL SEGUNDO ARGUMEN IMIGRACIONISTA: 

“WELCOME REFUGIES”

Si bien es cierto que, hoy, ya nadie se atreve a sostener que, gracias a la inmigración, se van a poder “pagar las pensiones de los abuelos”, las justificaciones se han convertido en cada vez más extemporáneas, ridículas, ignorantes e, incluso, frecuentemente, entre los portavoces gubernamentales, zafias. Caído el mito de “las pensiones de los abuelos”, el nuevo argumento nos decía que los inmigrantes no eran tales: que se trata de “refugiados”. Ser “refugiado”, al parecer, hace obligada la “solidaridad”. El perseguido merece protección y ayuda para salvarlo de su perseguidor… En algunos casos, los menos, los recién llegados son “refugiados”. Pero, incluso, en esas circunstancias, cabe preguntarse: ¿y por qué un “refugiado afgano” elegirá vivir en Europa Occidental y no en Paquistán, en la India o, incluso en el sudeste asiático, países mucho más próximos, en todos los sentidos, a su patria originaria?

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Por otra parte, si existen “refugiados” es porque tal o cual país los genera y la situación allí es insoportable, por tanto, si se trata de admitir, por ejemplo, subsaharianos, vale la pena recordar que, en cualquiera de aquellos países, en toda África y en buena parte de Asia, casi sin excepción, la “democracia” es una palabra que no tiene el mismo significado que en Europa. De los 1.200 millones de africanos, la inmensa mayoría podrían ser considerados como “aspirantes a refugiados”, a la vista de que existen diferencias abismales entre los “derechos humanos” tal como se contemplan en Europa y como se practican en África.

Pero, Europa no puede admitir a 1.200 millones de inmigrantes que, por lo demás, deberían entender que ellos, para prosperar, sería oportuno que trataran de hacer cambios en su país, antes que adoptar la solución más cómoda de mudarse a otro… ¿a cuál? Y esta es el nudo de la cuestión: no se trata de países en los que exista un mercado laboral floreciente, ni aquellos otros más próximos al lugar de origen, para mantener el contacto con sus raíces, sino de aquellos en los se vive mejor y, lo que es aún más importante, donde se garantizan subvenciones solamente por llegar y en donde todo, absolutamente todo, está permitido (o poco menos). Ese es el centro de la cuestión que políticos y medios pretenden escamotearnos.

No hay nada más opaco en la actual democracia española que la suma total de subvenciones que reciben los no nacidos en España y sus hijos nacidos aquí. La falta de transparencia es, precisamente, lo que permite sospechar. Recientemente se ha publicado la cifra de que algo más de 2.000.000 de inmigrantes viven de subsidios públicos. El misterio está lejos de quedar resuelto, porque no se dice cuántos antiguos inmigrantes que han logrado naturalizarse como “españoles”, siguen subsidiados. Por otra parte, haría falta especificar qué tipo de subsidios reciben: en España existen muchos de tipos de ayudas y de pensiones no contributivas. Todo ello hace sospechar que las cifras son muchísimo mayores y es legítimo pensar que pueden ser, incluso, el doble o el triple, incluso, de las dadas. Por lo demás, no se especifica el volumen total de subsidios y subvenciones por distintos conceptos, ni los dados por las distintas administraciones, que van a parar a lo que en Francia se ha llamado “la aspiradora de recursos públicos”, esto es, la inmigración. La opacidad de las cifras, en efecto, no hace nada más que aumentar las sospechas.

LA CAIDA DEL TERCER ARGUMENTO INMIGRACIONISTA: 

“VIENEN PARA CONTRARRESTAR LA BAJA NATALIDAD”

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Luego está el argumento de la crisis de la natalidad en España. Era lo que podía esperarse: la elevación constante del coste de la vida, hace imposible el que se puedan formar parejas e, incluso, que una vez formadas, decidan tener hijos. La paternidad es una aventura que muy pocos se atreven a afrontar. Para hacerlo es preciso tener seguridad de que se podrá mantener a los hijos. Nadie está dispuesto a ofrecer tales garantías. Sin embargo, es un problema político: hubiera bastado con atribuir prioridad en beneficios sociales y ventajas fiscales a las parejas españolas que deseen tener hijos, garantizar su prioridad a la hora de obtener viviendas sociales, y simples campañas en pro de la natalidad, para que se estimulara la natalidad entre nuestra gente. No se hizo, ni se tiene intención de hacer. Si se hubiera empezado a hacer en 1996, cuando Aznar abrió las puertas a la inmigración, hoy tendríamos una generación de 28 años y un país homogéneo. Se hizo –y se hace– justo lo contrario: confiar en que gentes llegadas de todo el mundo salvarían la natalidad en España.

Desde el año 2000, en las cuatro provincias catalanas los nacidos en la noche del 31 de diciembre al 1 de enero de cada año, son en su inmensa mayoría hijos de nacidos en el extranjero. Pero, salvo entre las mujeres subsaharianas, el número de hijos va disminuyendo incluso dentro de la inmigración. Los inmigrantes andinos, por ejemplo, se han configurado como los primeros y principales usuarios de los servicios de aborto gratuito y de “píldora del día después”. La ruptura de la unidad étnica de España ni siquiera ha servido para que la natalidad remonte o para que se repueblen zonas “vacías”.

LA ÚLTIMA TRINCHERA INMIGRACIONISTA: 

“TENEMOS UNA DEUDA CON EL TERCER MUNDO Y SE LA VAMOS A PAGAR”

Caído el mito de “los que vienen a pagar las pensiones”, en un momento en el que ningún alcalde que quisiera mantenerse en el consistorio se atreve a colocar pancartas con el “Welcome refugies”, cuando se ha visto a las claras que la inmigración no resuelve el problema de los nacimientos, sino que complica la convivencia, ahora, como última trinchera inmigracionista, el argumentario se ha desplazado a otro frente; nos dicen: “estamos obligados a admitir a todos los inmigrantes que quieran establecerse en nuestro suelo y a mantenerlos, incluso, porque, se lo debemos”.

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Nos dicen que Europa “debe” a los inmigrantes del Tercer Mundo el haberlos explotado como colonias. Repiten, para bloquear a los más sensibles, que los europeos “somos responsables” de haber esclavizado a los africanos y que les debemos una compensación. Por eso están aquí, por eso estamos obligados a subsidiarlos… Es un argumento que tiene su fuerza, pero que no deja de ser otra falacia.

No solamente no fuimos esclavistas –valdría la pena, ya que estamos en esto, elaborar un censo de familias europeas que se dedicaron a la trata de esclavos, porque sería, en última instancia, a ellos a los que les correspondería pagar indemnizaciones, no a la totalidad de un pueblo– sino que, además, durante siglos, los europeos que vivían en las costas mediterráneas (pero, también, incluso en las del sur de Gran Bretaña y en Irlanda) corrían el riesgo de ser secuestrados ellos y sus hijos, saqueados sus bienes e incendiados sus pueblos, por parte de piratas berberiscos; una práctica que se prolongó hasta principios del siglo XIX. Unos fueron esclavizados de por vida, los otros extorsionados pidiendo fabulosos rescates, otros murieron sin dejar huellas… Sin olvidar, claro está, que el grueso de traficantes que capturaban esclavos en África eran árabes y que se beneficiaban de pactos con tribus africanas que los obtenían de tribus vecinas.

Sería bueno presentar una reclamación de cantidad por los millones de europeos, especialmente de los países mediterráneos, de los países eslavos, e incluso del Reino Unido, que fueron secuestrados, esclavizados, obligados a vivir en condiciones infrahumanas, asesinados y muertos de agotamiento en tierras del Magreb

Aquellas exacciones berberiscas han dejado recuerdos imborrables en nuestro folklore, en nuestra literatura e, incluso, en la configuración de las costas (las “torres de guaita” tan habituales en la costa catalana no eran para admirar la belleza del Mediterráneo, sino para vigilar la llegada de piratas berberiscos). Aquel valeroso soldado que recibió dos disparos de arcabuz en el pecho y en el brazo izquierdo, en la gloriosa jornada de Lepanto, Miguel de Cervantes, dejó constancia en El Quijote de sus nueve años de cautiverio en Argel.

Los grandes olvidados de la historia europea, son los millones de antepasados esclavizados en tierras islámicas. Los europeos no somos los “malvados” de esta historia. El colonialismo se explica en gran medida por las constantes molestias generadas por la piratería islámicaberberisca y otomana. Quienes la practicaban eran asimilados a yihadistas: y lo hacían con saña y con odio acumulado. La negativa a erradicar la esclavitud, hizo necesaria la intervención europea con la consiguiente disolución de los “mercados de esclavos” que todavía existía en el siglo XIX en el Magreb. No “debemos” nada: nos deben una reparación de aquellos crímenes contra los pueblos europeos.

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