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Opinión

Sigue aumentando la burbuja universitaria

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No hay día en el que quienes nos hablan de Europa y de la “identidad europea” no hagan referencia a la enorme aportación que hicieron a Europa y al mundo los antiguos romanos, pero nunca suelen decir qué aportaron y qué ha perdurado de aquella cultura, aquella civilización que surgió de una aldea de campesinos en el territorio de la actual Italia. Sí, aunque muchos lo ignoren, la antigua Roma y la cultura romana estaban dominadas por una oligarquía rural, de propietarios que, explotaban directamente sus propias tierras: una clase social muy distinta de la nobleza guerrera de la epopeya homérica de la antigua Grecia.

Una de las razones fundamentales por la que Roma duró siglos y siglos fue por la forma en que los romanos eran educados. La educación romana se basaba en el “mos maiorum”, “la costumbre de los ancestros”, conjunto de reglas y de preceptos que el ciudadano romano, apegado a la tradición, estaba obligado a respetar. Transmitir esa tradición a los jóvenes, hacerla respetar como un ideal incuestionable, como base de toda acción y de todo pensamiento, era la tarea esencial del educador.

Al joven romano no sólo se le educaba en el respeto a la tradición nacional, patrimonio común a toda Roma, sino también el respeto a las tradiciones propias de su familia de origen.

En opinión de los antiguos romanos la familia es el entorno natural en el que debe crecer y formarse el niño.

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La educación de los niños y adolescentes en la antigua Roma se producía en el ámbito familiar hasta los diecisiete años; primero, hasta los siete años, se llevaba a cabo bajo la supervisión de la madre; y con posterioridad, bajo la vigilancia del pater familias, a quien acompañaban en sus actividades cotidianas.

En la antigua Roma el padre era considerado como el verdadero educador; el pater familias romano se entregaba con plena implicación, en el cumplimiento de su papel de educador.

El conservadurismo -conservar lo que funciona- del que vengo hablando justifica el que Cicerón, a mediados del siglo I a. C., acabe afirmando que el bien de la patria es la suprema ley -salus publica suprema lex esto-, y años después estará presente en el intento de restauración de los viejos ideales morales que llevarán a cabo algunos emperadores siguiendo las directrices de Marco Flavio Quintiliano (originario de Calahorra, La Rioja) en el primer siglo de nuestra era.

Si observamos aquella “antigua educación”, advertimos, en primer lugar, un ideal moral: lo esencial es formar la conciencia del niño o del adolescente, inculcarle un sistema rígido de valores morales, de reflejos seguros, perdurables, un estilo de vida.

Cuando los antiguos romanos acaban asumiendo la cultura griega y se “helenizan”, hacen suya la filosofía griega, sus costumbres (no sin reticencias y múltiples protestas “nacionalistas”) adaptan su sistema educativo a las nuevas corrientes de pensamiento y pedagógicas que les llegan de oriente.

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Los romanos crearon un sistema nacional-estatal de enseñanza, una red de centros educativos en todas sus provincias, que llegaba hasta los lugares más remotos del imperio. Aunque no fueron especialmente innovadores, pues calcaron el modelo de la los griegos, mejor dicho atenienses, sí fueron ellos quienes lo divulgaron e implantaron por todos los lugares que rodean el “Mare Nostrum”, el Mediterráneo.

Tanto en la red de centros estatal de enseñanza, como en los centros privados, el objetivo principal era preparar a la juventud para que acabase asumiendo cargos de responsabilidad, ya fuera en la empresa privada como en la administración de la cosa pública; tanto en un ámbito como en el otro, los antiguos romanos pensaban que debían estar presentes la honestidad, la laboriosidad y la lealtad. El sistema educativo romano pretendía formar personas de orden, metódicos y enérgicos; una élite activa, emprendedora y bien educada. Los romanos de entonces nunca perdían de vista su ideal de “ciudadanos hechos a sí mismos”, para lo cual, para progresar, tanto académicamente como profesionalmente, o en la política, eran tenidos en cuenta la capacidad y el mérito, sin olvidar el compromiso ético de servicio a sus conciudadanos. Efectivamente, los antiguos romanos eran educados en la responsabilidad, en la justicia y en el sentido del deber… Todo lo contrario de lo que actualmente se practica en España.

Los antiguos romanos pusieron en marcha un sistema de instrucción pública equiparable a los actualmente existentes en el mundo desarrollado, y que este sistema educativo fue una de las razones de que la cultura, la civilización romana durara siglos y siglos.

He comenzado describiendo como era la educación en la antigua Roma, porque en estos tiempos que nos han tocado vivir, es imprescindible –más que nunca- releer a los clásicos, volver la vista atrás, no para regodearnos en la idea de que cualquier tiempo pasado fue mejor, sino para aprender de los aciertos y de los errores de nuestros ancestros.

Bien, regresemos a la España del siglo XXI:

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La formación de nuestros niños y jóvenes españoles cada vez es peor, se ha ido deteriorando de forma terrible en las últimas décadas, basta con echarle un vistazo a los informes Pisa (Informe del Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes) que, se lleva a cabo en los países pertenecientes a la OCDE, y observar también el funcionamiento de las universidades sostenidas con fondos públicos para comprender la situación de degradación a la que hemos llegado.

Una prueba de ello es el número de universitarios españoles que, tras terminar sus estudios, no encuentra empleo, que dobla la media europea. Doce de cada cien titulados españoles está en el paro, frente al 5,2% de la Unión Europea.

Otra muestra del deterioro del que vengo hablando es la alta tasa de abandono en nuestras universidades: más del 30% de los estudiantes no concluyen sus estudios, el doble que en Europa; a lo que hay que añadir el alto índice de repetidores, pues apenas la tercera parte de los que se titulan finaliza la carrera sin repetir curso, según los datos del Ministerio Español de Educación.

Tampoco está de más recordar que, año tras año, las universidades españolas no consiguen ser incluidas en la lista de universidades con mayor reconocimiento internacional. El índice de Shanghái, el más prestigioso, suele ubicar a los centros universitarios españoles más allá del puesto 201. Solo hay diez universidades españolas están entre las 500 mejores del mundo.

Según diversos informes internacionales, y en particular el Directorio de Asuntos Económicos de la Comisión Europea en 2016, el 68% de los jóvenes españoles que lograron terminar sus estudios en las universidades españolas –a las que en general llegan con una paupérrima enseñanza primaria y secundaria- no reúne los requisitos mínimos exigidos para incorporarse al mercado laboral, motivo por el cual es un absoluto disparate que haya quienes reclamen para ellos empleos para los que se necesita una alta especialización, así como altos salarios.

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La idea, repetida hasta el hartazgo, de que los jóvenes actuales son la generación mejor preparada de la historia de España y que por desgracia está condenada a emigrar o a aceptar empleos precarios, mal remunerados, es un tópico muy socorrido, sin fundamento, una absoluta necedad. Es una tremenda falsedad con la que los políticos profesionales que España y los españoles sufrimos desde hace años, tratan de engañarnos de forma demagógica, porque su tremenda mediocridad los conduce a creérsela, o para tratar de no tener mala conciencia y eximirse de cualquier responsabilidad, o sencillamente porque nos toman por estúpidos.

Los caciques y oligarcas, los profesionales de la política y sus trovadores, han convencido, entre otra muchas cuestiones, a una gran mayoría de nuestros compatriotas de que la escolarización masiva –masificada es un signo de modernidad. Han convencido a la mayoría de los españoles de que, la modernidad consiste en impedir y sancionar el mérito y el esfuerzo, a la vez que se premia la mediocridad (el aprobado general). Han convencido a los españoles de que la modernidad, el progreso, consiste en hacer más fácil el acceso a los estudios universitarios (más del 95 por ciento de quienes se someten a la selectividad supera el examen de acceso). Olvidan a propósito que, progresar es sinónimo de avanzar para mejorar; y por supuesto, tampoco tienen en cuenta que uno de los principales problemas a los que se debe enfrentar España es la pobrísima calidad de la enseñanza que reciben nuestros jóvenes que, inevitablemente conduce a la incapacidad para satisfacer las necesidades que demandan las empresas.

Pero, lo que más sorprende es que todos aquellos a los que, de vez en cuando se les llena la boca de expresiones como que “es necesario un pacto nacional por la educación” y recursos retóricos vacuos semejantes, nunca argumentan nada medianamente racional, nunca mencionan ninguna medida que, pretenda mejorar la actual situación de indigencia y que, vaya en la dirección de que los jóvenes tengan salidas profesionales y empleos duraderos.

Por un lado tenemos a la izquierda española que nos vende constantemente la idea de que la culpa de todo la tienen los empresarios, esos bandidos que se niegan a contratar a la generación de jóvenes mejor preparada de la historia de España y que, cuando lo hacen les ofrecen sueldos irrisorios y regímenes poco menos que esclavistas (esta historia macabra también se vende en los centros de enseñanza, desde el parvulario a la universidad, y se ve reforzada por los medios de información “progresistas”).

Pero la triste y cruda realidad es muy diferente, esos sapientísimos y cualificadísimos jóvenes, son generalmente analfabetos funcionales, y muchísimos de ellos no dominan su propio idioma y la mayoría tendría enormes dificultades para superar las antiguas reválidas que, ahora tanto se denostan y demonizan. Sí, son muchos los que apenas saben hacer la “o” con un canuto, y por no saber, algunos no saben qué es un canuto.

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Y, por otro lado, está la derecha boba que, se ha adherido, también, al consenso socialdemócrata y al discurso igualitarista, hasta el extremo de que algunos de sus miembros han llegado a afirmar que, una posible solución para acabar con la precarización de la enseñanza, el fracaso escolar y el abandono temprano de los centros de estudio, era permitir pasar de curso con suspensos… e incluso promocionar al bachillerato de ese modo.

¿Se trata de una burla cruel o de sadismo?

De veras, es llamativo que sigan administrándole al enfermo una medicación que, a todas luces hace que empeore su salud. Es aquello muy común, de haber emprendido un camino equivocado, darse cuenta de que no conduce a ningún lado, y en lugar de volver al comienzo del sendero –para tomar el camino correcto-, seguir, seguir hacia delante, y repetir una y otra vez que ya se encontrará un atajo, y que bastantes dinero, tiempo y energías se han invertido ya, como para volver al principio… Sería reconocer que se ha emprendido un camino equivocado, pero eso será lo último que hagan nuestros actuales gobernantes, sean en las taifas hispánicas o en el gobierno de la nación.

Por supuesto, todos, el gobierno y la oposición nos dirán que les preocupa la mejora la empleabilidad de los jóvenes y que están estudiando la manera de procurarles ese empleo estable por el que dicen “apostar”. Aunque siempre olvidan decirnos que el dinero que apuestan no es el de ellos, sino el nuestro.

Y no se trata, solamente de que en las universidades españolas entren muchos malos estudiantes, sino que la mayoría de ellos acaba consiguiendo el título sin apenas hacer esfuerzo, y por supuesto con muy escasa formación. Y todo ello se da por la sencilla razón de que, en la enseñanza universitaria española, tal como en el resto de los centros y niveles educativos está proscrito el mérito y el esfuerzo, y apenas sirve de guardería en la que se aparca a nuestros jóvenes, a los que se les crea falsas expectativas, se les engaña, y se les acaba suscitando frustraciones.

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Claro que, a quienes parasitan a nuestra costa y viven de nuestros impuestos, todo esto les importa un bledo.

Y mientras tanto, existe una enorme cantidad de padres españoles que parecen estar satisfechísimos, enormemente orgullosos con la idea de tener en casa uno o varios titulados universitarios, y orlas que colgar en las paredes… pero con conocimientos, y capacitación que, la empresa privada no pide (tampoco la pública), titulados universitarios que tienen como futuro inmediato el desempleo.

Llegados a este punto, la única conclusión posible es que todos los españoles, salvo honrosas excepciones, viven felizmente engañados.

Pasemos a hablar de la “burbuja universitaria”:

España vive en una continua burbuja, que cambia de forma y de tamaño; la tendencia al endeudamiento, al despilfarro, por parte de las administraciones es enfermiza, obsesiva. Tenemos –y sufrimos- la burbuja de los aeropuertos, también la del AVE, la de las autopistas de peaje y las denominadas “radiales”, la burbuja de las cajas de ahorro… y por supuesto, no podemos olvidar la más famosa de todas: “la inmobiliaria”. Pero de la que apenas nadie habla, y cuando reviente puede tener resultados catastróficos, es de la burbuja universitaria.

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¿De veras en España son necesarios 2500 grados y casi 3000 másteres?

España posee más de 1,5 millones de estudiantes universitarios, frente a una población de 3,23 millones de sus mismas edades, es decir una tasa del 47%, lo que nos sitúa en la parte más alta de la lista de países de UE.

En España hay carreras similares, con el mismo programa de estudios, a las que, las universidades les ponen nombres diferentes -cada vez más rimbombantes- con la intención de hacerlas más atractivas pues entre las diversas universidades hay una encarnizada competición en lo de captar alumnos-clientes. Tal es así que, hasta la universidad más pequeña de España ofrece la misma lista de titulaciones que la más grande, pues todos los papás desean que sus hijos estudien cerca de casa.

Otra causa de la desmesura, del exceso de grados y de másteres de nueva creación, es la lucha permanente entre departamentos de las diversas facultades universitarias por conseguir capacidad de influencia. Cada departamento es una taifa que aspira a conseguir el mayor número posible de alumnos, para poder pretextar la necesidad de aumentar el número de profesores, y así y conseguir más poder.

Casi todos los departamentos ofrecen su propio grado, un esperpento, pura demencia. Ofrecer más titulaciones es la excusa perfecta para reclamar más puestos de trabajo. Hasta el extremo de impartirse másteres con escasamente una decena de alumnos.

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Existe una hiperinflación, una enorme burbuja de titulaciones: infinidad de títulos que se crean, no para atender a la demanda de los estudiantes sino, para justificar la contratación de profesores, y para conservar sus empleos. Y la calidad de la mayoría de las titulaciones deja mucho que desear…

Y la gran paradoja es que cada año que pasa hay menos jóvenes que el año anterior, y por lo tanto una demanda a la baja, debido al descenso de la natalidad. A pesar de ello, la oferta de titulaciones con baja demanda sigue persistiendo y vuelve a incrementarse, sin que nadie la cuestione ni esté por la labor de ponerle remedio a tamaño desbarajuste.

España cuenta con 83 universidades y más de 240 Campus presenciales, es decir 25 universidades por cada millón de personas en edad universitaria; 1,78 universidades por cada millón de habitantes.

Hablo de una descomunal burbuja a la que nadie pretende poner fin. Y lo peor de todo es que se siguen abriendo nuevas universidades, al ritmo de una por año, y como consecuencia, a corto o medio plazo habrá facultades universitarias en las que muchos profesores no tendrán alumnos o que el número de horas semanales sea auténticamente ridículo.

¿Cómo podemos mantener, pagar, todo esto? Pues, no olvidemos que “nada es gratis”. ¿Estamos dispuestos a seguir malgastando, despilfarrando, derrochando tales cantidades de dinero, con la intención de mantener a nuestros hijos al lado de casa, y para obtener un título sin apenas valor?

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Como resultado de lo que vengo narrando, en España existe una minoría de jóvenes altamente especializados, y realmente bien preparados que, generalmente son hijos de padres que se pueden permitir enviarlos a prestigiosas universidades privadas, en España, o en el extranjero. Y obviamente esos jóvenes acaban teniendo más posibilidades de optar a mejores puestos de trabajos y conseguir altos salarios. Y, por otra parte existe una enorme cantidad de titulados universitarios, con formación escasa, precaria que tiene muy difícil, por no decir imposible, acceder a empleos bien pagados.

Ni que decir tiene que este círculo vicioso irá aumentando de forma exponencial a medida que se vaya generalizando la mecanización y robotización de los diversos sectores de la economía.

Frente a esto, solo caben dos soluciones. Una a largo plazo: aumentar la natalidad, e incluso si así se hiciera, tampoco tiene demasiado sentido mantener tal número de centros universitarios. Otra opción sería darle otro uso a multitud de instalaciones universitarias, cerrar algunas de ellas y recolocar a los profesores en otros centros, e incluso, más todavía: reciclar a parte del profesorado universitario, para que preste mejores servicios a los españoles, en otros ámbitos.

Es mucho más barato becar al conjunto de alumnos existentes, más de 1,5 millones con 12.000 euros/año, para que vayan a las mejores universidades, que mantener la burbuja universitaria, la multitud de facultades universitarias que en muchos casos no poseen ni calidad ni excelencia.

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España

Contra la debilidad mental occidental: La esclavitud en el Islam todavía sigue vigente (Y siempre ha apuntado CONTRA EUROPA) Por Ernesto Milá

Ernesto Milá

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Introducción a La esclavitud en el Islam, libro que estará disponible en breve.

Durante siglos, especialmente del XVI a principios del XIX, nuestras costas fueron hostigadas por piratas berberiscos. Querían vengar la “pérdida de Al-Andalus” (esto es, la Reconquista). La captura de poblaciones costeras del norte del Mediterráneo para venderlas en los mercados de esclavos del Magreb o negociar su rescate se convirtió en una práctica habitual entre las poblaciones del norte de África. Quienes practicaban estas razzias, que hacían imposible la vida en nuestras costas, eran considerados “yihâdistas”. Este comercio de esclavos europeos existió, por mucho que los “multiculturalistas” de hoy quieran olvidarlo.

Todavía ningún gobierno del Magreb se ha disculpado por estos actos.

*    *    *

LA CAÍDA DEL PRIMER ARGUMENTO INMIGRACIONISTA: 

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EUROPA NECESITA TRABAJADORES

Hoy, ya nadie puede dudar que el primer argumento que se utilizó para justificar la presencia de compactos núcleos musulmanes en Europa Occidental –aquel que afirmaba que eran necesarios inyectar inmigrantes para pagar las pensiones de los abuelos…– era una simple falacia. La realidad es que, las pensiones de los abuelos –yo lo soy– pierden cada día poder adquisitivo porque a los gobiernos de nuestro entorno les es necesario comprar la “paz étnica y social” subvencionando a los recién llegados. No hay dinero para todos. Y los que llevan las de perder es la parte más débil: los jubilados. La inmigración es hoy una pesada carga económica para todos los Estados que se han negado durante décadas a controlarla.

Desde, como mínimo, 2008, la inmigración ha variado su carácter; hasta ese momento, podía pensarse que los motivos del desplazamiento hacia España se debían a la posibilidad de integrarse en nuestro mercado laboral y, en especial, en el sector de la construcción. Pero, desde el estallido de la burbuja inmobiliaria, con la mecanización progresiva de la agricultura, las deslocalizaciones y el proceso de desindustrialización creciente, es casi seguro que, hoy, pocos de los inmigrantes que llegan a España, –especialmente los que no tienen ningún tipo de cualificación profesional (esto es, la mayoría)–, tengan como proyecto personal integrarse en el mercado laboral y vivir del propio trabajo, ahorrar para volver al país de origen con capital suficiente para emprender una nueva vida.

Se suele creer que las motivaciones de los inmigrantes en el siglo XXI son las mismas que las de los españoles, portugueses e italianos que se desplazaron a Francia, Suiza, Alemania, Benelux, en los años 50 y 60, para reconstruir países que habían sido demolidos por la Segunda Guerra Mundial. En aquella inmigración existía la voluntad de trabajar durante unos años en unos países con unos niveles salariales mucho más altos, poder ahorrar llevando una vida austera (pero no miserable), acumular cierto patrimonio que les permitiera abrir un pequeño negocio o, simplemente, comprar una vivienda al regresar a la Patria. Esa inmigración, no es la actual.

Nuestros inmigrantes querían regresar –en grandísima medida– al país que habían abandonado. Iban a trabajar, a esforzarse, a partirse el espinazo para llevar a la práctica un proyecto personal legítimo y que enriquecía a todas las partes: a los receptores de inmigración porque sabían que los recién llegados eran gente dura y dispuesta a trabajar. A los inmigrantes porque, a cambio de su trabajo, recibían un salario muy superior al del mismo oficio en España y podían ahorrar. Al país emisor de inmigrantes porque allí recibían formación y volvían con una capacitación laboral superior a la que habían partido, sin olvidar que su trabajo en el extranjero generaba unas divisas preciosas en aquel momento para garantizar intercambios comerciales. Aquellos inmigrantes –nuestra inmigración– no planteaban problemas de convivencia, ni choques culturales; fieles al dicho “donde fueres, haz lo que vieres”, nuestra gente se integró perfectamente en la sociedad que los recibió. Nada de todo esto vale para el actual fenómeno migratorio.

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Ya no hay países en Europa Occidental que precisen ser reconstruidos después de una guerra. Tampoco hay un mercado laboral en expansión que permita pensar que, sin un alto nivel de cualificación y sólo en determinadas profesiones, vayan a encontrar trabajo bien remunerado. Ni siquiera para españoles, los salarios medios –a la vista del coste de la vida– permiten ahorrar gran cosa. Ningún inmigrante, en su sano juicio, puede transmitir a otros como él que residen en su propio país, la idea de que valga la pena venir a España para trabajar: la realidad es que, aquí y ahora, el poco trabajo que existe para gentes con poca o nula cualificación profesional, no permite ni vivir dignamente, ni mucho menos ahorrar. Entonces ¿por qué viene la inmigración?

Vale la pena no engañarse al respecto. Y los medios de comunicación, así como los diferentes gobiernos, de derechas y de izquierdas, llevan casi treinta años engañándose y falseando datos, cifras y circunstancias. No hay otra forma de definir la actitud de quienes niegan los problemas que se han generado a causa de la inmigración ilegal, masiva y descontrolada.

LA CAÍDA DEL SEGUNDO ARGUMEN IMIGRACIONISTA: 

“WELCOME REFUGIES”

Si bien es cierto que, hoy, ya nadie se atreve a sostener que, gracias a la inmigración, se van a poder “pagar las pensiones de los abuelos”, las justificaciones se han convertido en cada vez más extemporáneas, ridículas, ignorantes e, incluso, frecuentemente, entre los portavoces gubernamentales, zafias. Caído el mito de “las pensiones de los abuelos”, el nuevo argumento nos decía que los inmigrantes no eran tales: que se trata de “refugiados”. Ser “refugiado”, al parecer, hace obligada la “solidaridad”. El perseguido merece protección y ayuda para salvarlo de su perseguidor… En algunos casos, los menos, los recién llegados son “refugiados”. Pero, incluso, en esas circunstancias, cabe preguntarse: ¿y por qué un “refugiado afgano” elegirá vivir en Europa Occidental y no en Paquistán, en la India o, incluso en el sudeste asiático, países mucho más próximos, en todos los sentidos, a su patria originaria?

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Por otra parte, si existen “refugiados” es porque tal o cual país los genera y la situación allí es insoportable, por tanto, si se trata de admitir, por ejemplo, subsaharianos, vale la pena recordar que, en cualquiera de aquellos países, en toda África y en buena parte de Asia, casi sin excepción, la “democracia” es una palabra que no tiene el mismo significado que en Europa. De los 1.200 millones de africanos, la inmensa mayoría podrían ser considerados como “aspirantes a refugiados”, a la vista de que existen diferencias abismales entre los “derechos humanos” tal como se contemplan en Europa y como se practican en África.

Pero, Europa no puede admitir a 1.200 millones de inmigrantes que, por lo demás, deberían entender que ellos, para prosperar, sería oportuno que trataran de hacer cambios en su país, antes que adoptar la solución más cómoda de mudarse a otro… ¿a cuál? Y esta es el nudo de la cuestión: no se trata de países en los que exista un mercado laboral floreciente, ni aquellos otros más próximos al lugar de origen, para mantener el contacto con sus raíces, sino de aquellos en los se vive mejor y, lo que es aún más importante, donde se garantizan subvenciones solamente por llegar y en donde todo, absolutamente todo, está permitido (o poco menos). Ese es el centro de la cuestión que políticos y medios pretenden escamotearnos.

No hay nada más opaco en la actual democracia española que la suma total de subvenciones que reciben los no nacidos en España y sus hijos nacidos aquí. La falta de transparencia es, precisamente, lo que permite sospechar. Recientemente se ha publicado la cifra de que algo más de 2.000.000 de inmigrantes viven de subsidios públicos. El misterio está lejos de quedar resuelto, porque no se dice cuántos antiguos inmigrantes que han logrado naturalizarse como “españoles”, siguen subsidiados. Por otra parte, haría falta especificar qué tipo de subsidios reciben: en España existen muchos de tipos de ayudas y de pensiones no contributivas. Todo ello hace sospechar que las cifras son muchísimo mayores y es legítimo pensar que pueden ser, incluso, el doble o el triple, incluso, de las dadas. Por lo demás, no se especifica el volumen total de subsidios y subvenciones por distintos conceptos, ni los dados por las distintas administraciones, que van a parar a lo que en Francia se ha llamado “la aspiradora de recursos públicos”, esto es, la inmigración. La opacidad de las cifras, en efecto, no hace nada más que aumentar las sospechas.

LA CAIDA DEL TERCER ARGUMENTO INMIGRACIONISTA: 

“VIENEN PARA CONTRARRESTAR LA BAJA NATALIDAD”

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Luego está el argumento de la crisis de la natalidad en España. Era lo que podía esperarse: la elevación constante del coste de la vida, hace imposible el que se puedan formar parejas e, incluso, que una vez formadas, decidan tener hijos. La paternidad es una aventura que muy pocos se atreven a afrontar. Para hacerlo es preciso tener seguridad de que se podrá mantener a los hijos. Nadie está dispuesto a ofrecer tales garantías. Sin embargo, es un problema político: hubiera bastado con atribuir prioridad en beneficios sociales y ventajas fiscales a las parejas españolas que deseen tener hijos, garantizar su prioridad a la hora de obtener viviendas sociales, y simples campañas en pro de la natalidad, para que se estimulara la natalidad entre nuestra gente. No se hizo, ni se tiene intención de hacer. Si se hubiera empezado a hacer en 1996, cuando Aznar abrió las puertas a la inmigración, hoy tendríamos una generación de 28 años y un país homogéneo. Se hizo –y se hace– justo lo contrario: confiar en que gentes llegadas de todo el mundo salvarían la natalidad en España.

Desde el año 2000, en las cuatro provincias catalanas los nacidos en la noche del 31 de diciembre al 1 de enero de cada año, son en su inmensa mayoría hijos de nacidos en el extranjero. Pero, salvo entre las mujeres subsaharianas, el número de hijos va disminuyendo incluso dentro de la inmigración. Los inmigrantes andinos, por ejemplo, se han configurado como los primeros y principales usuarios de los servicios de aborto gratuito y de “píldora del día después”. La ruptura de la unidad étnica de España ni siquiera ha servido para que la natalidad remonte o para que se repueblen zonas “vacías”.

LA ÚLTIMA TRINCHERA INMIGRACIONISTA: 

“TENEMOS UNA DEUDA CON EL TERCER MUNDO Y SE LA VAMOS A PAGAR”

Caído el mito de “los que vienen a pagar las pensiones”, en un momento en el que ningún alcalde que quisiera mantenerse en el consistorio se atreve a colocar pancartas con el “Welcome refugies”, cuando se ha visto a las claras que la inmigración no resuelve el problema de los nacimientos, sino que complica la convivencia, ahora, como última trinchera inmigracionista, el argumentario se ha desplazado a otro frente; nos dicen: “estamos obligados a admitir a todos los inmigrantes que quieran establecerse en nuestro suelo y a mantenerlos, incluso, porque, se lo debemos”.

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Nos dicen que Europa “debe” a los inmigrantes del Tercer Mundo el haberlos explotado como colonias. Repiten, para bloquear a los más sensibles, que los europeos “somos responsables” de haber esclavizado a los africanos y que les debemos una compensación. Por eso están aquí, por eso estamos obligados a subsidiarlos… Es un argumento que tiene su fuerza, pero que no deja de ser otra falacia.

No solamente no fuimos esclavistas –valdría la pena, ya que estamos en esto, elaborar un censo de familias europeas que se dedicaron a la trata de esclavos, porque sería, en última instancia, a ellos a los que les correspondería pagar indemnizaciones, no a la totalidad de un pueblo– sino que, además, durante siglos, los europeos que vivían en las costas mediterráneas (pero, también, incluso en las del sur de Gran Bretaña y en Irlanda) corrían el riesgo de ser secuestrados ellos y sus hijos, saqueados sus bienes e incendiados sus pueblos, por parte de piratas berberiscos; una práctica que se prolongó hasta principios del siglo XIX. Unos fueron esclavizados de por vida, los otros extorsionados pidiendo fabulosos rescates, otros murieron sin dejar huellas… Sin olvidar, claro está, que el grueso de traficantes que capturaban esclavos en África eran árabes y que se beneficiaban de pactos con tribus africanas que los obtenían de tribus vecinas.

Sería bueno presentar una reclamación de cantidad por los millones de europeos, especialmente de los países mediterráneos, de los países eslavos, e incluso del Reino Unido, que fueron secuestrados, esclavizados, obligados a vivir en condiciones infrahumanas, asesinados y muertos de agotamiento en tierras del Magreb

Aquellas exacciones berberiscas han dejado recuerdos imborrables en nuestro folklore, en nuestra literatura e, incluso, en la configuración de las costas (las “torres de guaita” tan habituales en la costa catalana no eran para admirar la belleza del Mediterráneo, sino para vigilar la llegada de piratas berberiscos). Aquel valeroso soldado que recibió dos disparos de arcabuz en el pecho y en el brazo izquierdo, en la gloriosa jornada de Lepanto, Miguel de Cervantes, dejó constancia en El Quijote de sus nueve años de cautiverio en Argel.

Los grandes olvidados de la historia europea, son los millones de antepasados esclavizados en tierras islámicas. Los europeos no somos los “malvados” de esta historia. El colonialismo se explica en gran medida por las constantes molestias generadas por la piratería islámicaberberisca y otomana. Quienes la practicaban eran asimilados a yihadistas: y lo hacían con saña y con odio acumulado. La negativa a erradicar la esclavitud, hizo necesaria la intervención europea con la consiguiente disolución de los “mercados de esclavos” que todavía existía en el siglo XIX en el Magreb. No “debemos” nada: nos deben una reparación de aquellos crímenes contra los pueblos europeos.

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