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Sociedad

Siete razones para NO ser feminista

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José Sáez-Peñalver (R).- El movimiento feminista ha conseguido el sueño húmedo de cualquier líder o ideólogo político: conseguir acomplejar a quienes NO apoyan su causa. Hoy día, hombres y mujeres parecen trucar su cerebro con su propia visión imaginaria de feminismo (que nunca se corresponde con cómo se manifiesta éste en realidad) para no tener que decir que no son feministas. En esta entrada daré 7 motivos para que dejes de hackear tu cerebro, salgas por fin del armario, reconozcas que no eres feminista y no te sientas (ni te hagan sentir) miserable después.

1. ¡No pasa nada!

Esto es de cajón: uno no nace feminista. La gente no nace afiliada a una causa política, eso no va en la genética. ¿Por qué entonces lo raro, escandaloso e indignante es NO suscribir el ideario feminista? Es ridículo; ¿desde cuándo el ser feminista es requisito básico para ser una persona normal? No naciste feminista, y es bastante probable que a día de hoy tampoco lo seas. No es ningún crimen; no eres ningún monstruo. No tienes que acomplejarte, no tienes que disculparte, no tienes que forzarte a creer tu propia versión ideal del feminismo para poder decir que eres feminista. El feminismo es un movimiento muy concreto, con unas bases, un ideario, una historia, unas perspectivas y unos métodos específicos. Si no estás de acuerdo o no te gustan ninguno o la mayoría de éstos, no es que todo esté mal salvo el nombre, es que no eres feminista. Deja que las premisas te lleven solas a la conclusión, no fuerces una conclusión falsa. No eres feminista y ya está, no le des más vueltas.

2. En realidad, no te quieren ahí

¿Cuántas veces has pasado por al lado de un cartel anunciando unas jornadas feministas y has visto la palabra ‘mujer’ escrita en cada puñetero renglón? “Mujer y diversidad“, “La mujer en el mundo laboral“, “Salud reproductiva en la mujer“, “La mujer en Palestina“, “La mujer en la Europa del s. XVI“, “Organiza: Asociación de Mujeres, Fundación Mujer, Instituto de la Mujer…” Mujer, mujer, mujeres, mujer, requetemujer. ¿Dónde estamos los tíos? Ah mira, aquí: “Los crímenes del patriarcado“, “Masculinidad: la nueva opresión“, “La normalización del machismo“, “Micromachismos cotidianos“, “La toxicidad de la cultura masculina“… Nueve de diez charlas o eslóganes feministas incluyen la palabra ‘mujer’, y la única en la que se refieren a los hombres es para ponerlos a parir… ¿no te dice eso nada? ¡Tus cinco sentidos te están gritando que no eres bienvenido en ese mundo! No les cortes el rollo con tu presencia, déjalas que disfruten y vete a ver el fútbol.

3. Sí, el feminismo ES ESO

Es posible que ya hayas mencionado esta observación tuya del ginocentrismo de las jornadas feministas (porque tus sentidos no son tontos) y alguna chica con gafas de pasta haya resoplado al oírte, puesto los ojos en blanco y respondido cosas como “el feminismo no es eso”, “infórmate un poco antes de hablar”, “el feminismo quiere la igualdad”, “esas no son verdaderas feministas”… con una actitud condescendiente que viene a ser un dardo envenenado para tu orgullo masculino. Duele y jode. Y como no quieres que se repita más esta humillación, estás tentado a trucar las premisas de las que hablábamos en el punto 1 para forzar la conclusión”soy feminista” y no tener que enfrentarte nunca más a esos ojos en blanco juzgándote sin compasión. Pues insisto: sigue fiándote de tus sentidos, porque rara vez se equivocan y siempre tratan de salvarte el pellejo. Tú tienes razón: el feminismo es el que es, el único que hay y ha habido, el que se ve día a día, el de las jornadas ginocéntricas, el que manipula la información, el que malinterpreta los datos, el que hace proselitismo en edades tempranas, el que busca privilegios legales, el de Femen, el de “machete al machote”. Sí, el feminismo es todo eso, ¿cuál va a ser si no? ¿Es que hay un feminismo paralelo y oculto que no se parece en nada a este y al que cada vez que se intenta acceder viene una desquiciada radical y lo estropea? Venga ya, por Dios…

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La reacción de la feminista es un fenómeno social bien conocido, que también ocurre por ejemplo cuando a un comunista le hablas de Stalin. Resoplará como compadeciéndose de tu alma cándida, volverá los ojos y dirá: “Eso no es el comunismo real”, arremeterá con una definición naíf del tipo: “el comunismo es acabar con la pobreza y la desigualdad”. Y finalizará con el amén de la dialéctica doctrinaria: “infórmate un poco” (Porque por supuesto, si no comulgas con la idea, ¡debe ser necesariamente porque estás desinformado! ¡No es posible que hayas llegado a una conclusión distinta con la misma información!). Por cada comunista activo hay diez de estos “disculpadores” que creen que esa definición vaga e idealista es suficiente para mantener viva la llama de la ideología, aunque ésta haya incendiado medio mundo. Limpian así su nombre y la ayudan a prevalecer unos cuantos años más. Con el feminismo ocurre exactamente igual; ninguna de las manifestaciones físicas del feminismo parece tener sentido o buscar otra cosa que no sea el culto y la supremacía de la mujer sobre el hombre, pero como la frase “feminismo es igualdad entre hombres y mujeres” suena bien, es más que suficiente para que los idealistas lo mantengan vivo. Las doctrinas totalitarias se valen de estos “disculpadores” de la causa para sobrevivir en el tiempo, no importa cuán antisociales y destructivas sean: proporciónales una definición dulce y facilona y tendrás a todo un ejército de disculpadores allanándole el camino y blindándola de críticas. Teniendo esto en cuenta, se deduce que las feministas radicales y las feministas idealistas son en realidad dos departamentos de la misma empresa; las piernas izquierda y derecha de la gran máquina: una ejecuta, la otra disculpa. Sin las dos, el feminismo no podría caminar, y acabaría muriendo.
Una ideología no es una definición vaga y ambigua. Es el conjunto de efectos que tiene su aplicación sobre las personas y la sociedad. Este criterio es una máxima que jamás debemos olvidar.

4. Lo inventó la CIA

El feminismo no nació espontáneamente del seno de la población femenina. No fue esa gran revolución social de mujeres hartas del sistema patriarcal que se rebelaron contra el yugo del macho opresor. Los rostros de la Woman’s Lib de los años sesenta no eran los de madres ni amas de casa que gritaron “¡basta!”, se arrancaron el delantal y se liberaron de esa cárcel que era su hogar y del centinela de su marido; la mayoría eran chicas jóvenes, hippies, universitarias, de clase media, de vida libertina y acomodada, que no habían vivido una situación de discriminación en toda su vida. Pero el verdadero artífice en la sombra fue otro.

El principal rostro de la Woman’s Lib era el de Gloria Steinem, quien reconoció públicamente haber trabajado para la CIA para controlar las corrientes de activismo en el entorno estudiantil. La revista Ms., principal órgano de expresión de la Woman’s Lib, era financiada por la CIA y por la Fundación Rockefeller. La operación consistió básicamente en secuestrar la labor de las sufragistas del s. XIX y el espíritu de la Convención de Seneca Falls, presentarse como las continuadoras de esa causa, la “segunda ola” del feminismo, e inyectar entre la juventud una nueva forma de pensamiento marxista que actuara como desestabilizador social. Comparte con el marxismo, entre otras cosas, su misma perspectiva materialista de la Historia, su mismo concepto de “lucha” aplicado a sexo en vez de a clase, su misma justificación del rupturismo social, sus mismos métodos propagandísticos. Los motivos para esta operación de la CIA, como apunta Aaron Russo, estrecho amigo de Nick Rockefeller, fueron esencialmente dos: 1) Introducir a la mujer en el mundo laboral, para así gravar impuestos a la totalidad de la población en lugar de sólo a los hombres; y 2) forzar a los niños a empezar en las escuelas a edades más tempranas, por la imposibilidad de los padres de educarlos en casa, quitando así peso en la sociedad a la educación familiar tradicional y sustituyéndola por la educación que ofrece el Estado.

5. No ha logrado nunca nada

Y es comprensible. “La igualdad” no es una meta política específica y alcanzable como lo es bajar el IVA, arreglar el asfaltado de una calle, o como lo era el escueto y tajante “Vote for women” de las sufragistas. No, la “igualdad” parece ser una causa abstracta, un horizonte que se aleja de nosotros a la misma velocidad a la que nos dirigimos a él, algo escurridizo que parece tener que ser revisado cada tres o cuatro años. Todos los objetivos políticos que han conseguido las feministas no han servido para alcanzar esa “igualdad” con la que sueñan, ni siquiera para rozarla con los dedos. Ya van casi 60 años de lucha feminista y las activistas nunca han reconocido estar mejor que cuando empezaron; siempre hay nuevas desigualdades, nuevas discriminaciones, nuevos tipos de opresión patriarcal (y mira que es raro, porque los tíos no nos reunimos para diseñar nuevas formas de opresión), y siempre “queda mucho que hacer”. Parece que todo lo que se hace es fútil, que cada paso que se da es en falso, ¿para qué seguir gastando energías? Si es que existe esa “igualdad”, está claro que huye de nosotros.

6. Ha hecho infelices a las mujeres

Y es que encima de todo ¡la mujer es más desgraciada ahora que antes! El feminismo ha estado 60 años diciéndoles a las mujeres que no necesitan a un marido, que no necesitan formar una familia, que no necesitan ser femeninas, que los tacones y el maquillaje son herramientas masculinas de opresión, que la caballerosidad es un micromachismo, que tienen que rechazar la vida del hogar y ponerse a trabajar como hombres, que tienen que amar una nómina más que a un hijo, y que lo que empodera de verdad a una mujer es ser libre, promiscua, desvergonzada, irresponsable, ordinaria y viciosa. Y el resultado es justamente ese: mujeres de treinta años despojadas de su esencia, inadaptadas social y laboralmente, malgastando su instinto maternal con gatos, incapaces de encontrar la felicidad por muchas causas benéficas en las que participen y por muchos cursos universitarios que hagan. Y los hombres, lejos de arrastrarse humillados, rendidos y suplicantes y aceptar a la nueva mujer del s. XXI, se encogen de hombros y dicen “ah, vale”, dan media vuelta y se buscan a otra menos histriónica y más limpita.
¡Esto TAMBIÉN es el feminismo!, todas esas mujeres de mediana edad que no han podido poner orden y sentido a sus vidas porque un libro les dijo que eran demasiado buenas para los hombres y que estos no las merecían. Mujeres que se han pasado la vida actuando contra natura, negando su esencia femenina e interpretando pobremente a un hombre, y ya es demasiado tarde para cambiar. ¿Y nos tenemos que sentir mal nosotros por no apoyar esta doctrina ovaricida que hace miserable a toda mujer que la toca? ¡Qué narices! ¡Al contrario, deberíamos estar orgullosos!

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7. No representa a las mujeres

Y aún podríamos decir: bueno, pero pese a que el feminismo esté fallando a las mujeres y sea un invento de la CIA, quizá bajo él subyacen los verdaderos deseos de la mujer. Quizá realmente no haga falta desecharlo del todo, ¡algo de verdad tendrá! Al fin y al cabo, han sido mujeres las que lo han mantenerlo vivo, algo tendrá el feminismo con lo que ellas se sientan identificadas.

Pues tampoco. Cuando se hace un estudio entre las mujeres observamos que la mayoría tiende a preferir los roles tradicionales, los que ya venían eligiendo desde antes de la Woman’s Lib: El 80% considera el matrimonio una meta en la vida, el 60% consideran que serían buenas esposas, el 65% acaba formando una familia convencional, el 80% acaba teniendo hijos, y de las que no tienen, el 80% es por circunstancias ajenas, no por decisión propia. Además, el 75% de las madres asegura que se quedarían en el hogar con sus hijos si pudieran. Así que parece que no hay lugar a duda en que la tendencia entre las mujeres sigue siendo la vida de esposa y madre tradicional.

Entonces, ¿cómo es que es objetivo primordial del feminismo acabar con este estilo de vida que no sólo ha pasado el filtro de la Historia sino que aún sigue siendo el favorito del género femenino?, ¿el feminismo no debería representar lo que quieren las mujeres? Una última estadística nos da la respuesta: solamente el 31% de las mujeres menores de 35 años se consideran feministas, y solo el 4.5% en las mayores de 65 años. ¡Vaya!, resulta que cuando desoímos las consignas feministas y preguntamos directamente a las mujeres, ellas mismas pasan del feminismo. ¡El feminismo no representa a las mujeres! Como en tantos otros casos, hemos mezclado y confundido los deseos, intereses e inquietudes de todo un grupo demográfico con el de un movimiento político cerrado que se ha autoproclamado portavoz de éste. Las feministas nos han hecho creer que ellas son la voz de las mujeres. Pero no es así; el feminismo, como cualquier lobby, sólo representa los intereses del feminismo. Es un grupo activista con una élite con aspiraciones de poder y, como cualquier lobby, secuestra y utiliza a todo un grupo demográfico para conseguirlo. Y tanto es así, que cuando una mujer se muestra crítica con el feminismo, las feministas no parecen tener problema en insultar, humillar y agredir a aquella a quien se supone están protegiendo de la opresión patriarcal. Que le pregunten a Lauren Southern de The Rebel, quien es constantemente insultada, humillada y agredida por sus “hermanas” (vídeo).

Creo que estos 7 motivos ilustran bien el por qué de mi rechazo al feminismo. Lo he hecho intencionadamente en castellano simple; no he usado neologismos ni jerga interna como los archiconocidos feminazismo, hembrismo, neofeminismo, masculinismo, etc… no voy a usar la técnica doctrinaria de añadir términos inventados al debate general que todo el mundo debe aprender para discutir “a mi nivel”; odio eso. Simplemente me opongo, niego la mayor, que a mi juicio es la postura más noble dadas las circunstancias (y la que más enfurece a las feministas, dicho sea de paso).

La lista de motivos es extensible, pero creo todos desembocan en la misma pregunta que es nuestro deber como hombres hacernos: ¿de parte de quién estás?, ¿del feminismo o de las mujeres?

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España

Contra la debilidad mental occidental: La esclavitud en el Islam todavía sigue vigente (Y siempre ha apuntado CONTRA EUROPA) Por Ernesto Milá

Ernesto Milá

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Introducción a La esclavitud en el Islam, libro que estará disponible en breve.

Durante siglos, especialmente del XVI a principios del XIX, nuestras costas fueron hostigadas por piratas berberiscos. Querían vengar la “pérdida de Al-Andalus” (esto es, la Reconquista). La captura de poblaciones costeras del norte del Mediterráneo para venderlas en los mercados de esclavos del Magreb o negociar su rescate se convirtió en una práctica habitual entre las poblaciones del norte de África. Quienes practicaban estas razzias, que hacían imposible la vida en nuestras costas, eran considerados “yihâdistas”. Este comercio de esclavos europeos existió, por mucho que los “multiculturalistas” de hoy quieran olvidarlo.

Todavía ningún gobierno del Magreb se ha disculpado por estos actos.

*    *    *

LA CAÍDA DEL PRIMER ARGUMENTO INMIGRACIONISTA: 

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EUROPA NECESITA TRABAJADORES

Hoy, ya nadie puede dudar que el primer argumento que se utilizó para justificar la presencia de compactos núcleos musulmanes en Europa Occidental –aquel que afirmaba que eran necesarios inyectar inmigrantes para pagar las pensiones de los abuelos…– era una simple falacia. La realidad es que, las pensiones de los abuelos –yo lo soy– pierden cada día poder adquisitivo porque a los gobiernos de nuestro entorno les es necesario comprar la “paz étnica y social” subvencionando a los recién llegados. No hay dinero para todos. Y los que llevan las de perder es la parte más débil: los jubilados. La inmigración es hoy una pesada carga económica para todos los Estados que se han negado durante décadas a controlarla.

Desde, como mínimo, 2008, la inmigración ha variado su carácter; hasta ese momento, podía pensarse que los motivos del desplazamiento hacia España se debían a la posibilidad de integrarse en nuestro mercado laboral y, en especial, en el sector de la construcción. Pero, desde el estallido de la burbuja inmobiliaria, con la mecanización progresiva de la agricultura, las deslocalizaciones y el proceso de desindustrialización creciente, es casi seguro que, hoy, pocos de los inmigrantes que llegan a España, –especialmente los que no tienen ningún tipo de cualificación profesional (esto es, la mayoría)–, tengan como proyecto personal integrarse en el mercado laboral y vivir del propio trabajo, ahorrar para volver al país de origen con capital suficiente para emprender una nueva vida.

Se suele creer que las motivaciones de los inmigrantes en el siglo XXI son las mismas que las de los españoles, portugueses e italianos que se desplazaron a Francia, Suiza, Alemania, Benelux, en los años 50 y 60, para reconstruir países que habían sido demolidos por la Segunda Guerra Mundial. En aquella inmigración existía la voluntad de trabajar durante unos años en unos países con unos niveles salariales mucho más altos, poder ahorrar llevando una vida austera (pero no miserable), acumular cierto patrimonio que les permitiera abrir un pequeño negocio o, simplemente, comprar una vivienda al regresar a la Patria. Esa inmigración, no es la actual.

Nuestros inmigrantes querían regresar –en grandísima medida– al país que habían abandonado. Iban a trabajar, a esforzarse, a partirse el espinazo para llevar a la práctica un proyecto personal legítimo y que enriquecía a todas las partes: a los receptores de inmigración porque sabían que los recién llegados eran gente dura y dispuesta a trabajar. A los inmigrantes porque, a cambio de su trabajo, recibían un salario muy superior al del mismo oficio en España y podían ahorrar. Al país emisor de inmigrantes porque allí recibían formación y volvían con una capacitación laboral superior a la que habían partido, sin olvidar que su trabajo en el extranjero generaba unas divisas preciosas en aquel momento para garantizar intercambios comerciales. Aquellos inmigrantes –nuestra inmigración– no planteaban problemas de convivencia, ni choques culturales; fieles al dicho “donde fueres, haz lo que vieres”, nuestra gente se integró perfectamente en la sociedad que los recibió. Nada de todo esto vale para el actual fenómeno migratorio.

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Ya no hay países en Europa Occidental que precisen ser reconstruidos después de una guerra. Tampoco hay un mercado laboral en expansión que permita pensar que, sin un alto nivel de cualificación y sólo en determinadas profesiones, vayan a encontrar trabajo bien remunerado. Ni siquiera para españoles, los salarios medios –a la vista del coste de la vida– permiten ahorrar gran cosa. Ningún inmigrante, en su sano juicio, puede transmitir a otros como él que residen en su propio país, la idea de que valga la pena venir a España para trabajar: la realidad es que, aquí y ahora, el poco trabajo que existe para gentes con poca o nula cualificación profesional, no permite ni vivir dignamente, ni mucho menos ahorrar. Entonces ¿por qué viene la inmigración?

Vale la pena no engañarse al respecto. Y los medios de comunicación, así como los diferentes gobiernos, de derechas y de izquierdas, llevan casi treinta años engañándose y falseando datos, cifras y circunstancias. No hay otra forma de definir la actitud de quienes niegan los problemas que se han generado a causa de la inmigración ilegal, masiva y descontrolada.

LA CAÍDA DEL SEGUNDO ARGUMEN IMIGRACIONISTA: 

“WELCOME REFUGIES”

Si bien es cierto que, hoy, ya nadie se atreve a sostener que, gracias a la inmigración, se van a poder “pagar las pensiones de los abuelos”, las justificaciones se han convertido en cada vez más extemporáneas, ridículas, ignorantes e, incluso, frecuentemente, entre los portavoces gubernamentales, zafias. Caído el mito de “las pensiones de los abuelos”, el nuevo argumento nos decía que los inmigrantes no eran tales: que se trata de “refugiados”. Ser “refugiado”, al parecer, hace obligada la “solidaridad”. El perseguido merece protección y ayuda para salvarlo de su perseguidor… En algunos casos, los menos, los recién llegados son “refugiados”. Pero, incluso, en esas circunstancias, cabe preguntarse: ¿y por qué un “refugiado afgano” elegirá vivir en Europa Occidental y no en Paquistán, en la India o, incluso en el sudeste asiático, países mucho más próximos, en todos los sentidos, a su patria originaria?

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Por otra parte, si existen “refugiados” es porque tal o cual país los genera y la situación allí es insoportable, por tanto, si se trata de admitir, por ejemplo, subsaharianos, vale la pena recordar que, en cualquiera de aquellos países, en toda África y en buena parte de Asia, casi sin excepción, la “democracia” es una palabra que no tiene el mismo significado que en Europa. De los 1.200 millones de africanos, la inmensa mayoría podrían ser considerados como “aspirantes a refugiados”, a la vista de que existen diferencias abismales entre los “derechos humanos” tal como se contemplan en Europa y como se practican en África.

Pero, Europa no puede admitir a 1.200 millones de inmigrantes que, por lo demás, deberían entender que ellos, para prosperar, sería oportuno que trataran de hacer cambios en su país, antes que adoptar la solución más cómoda de mudarse a otro… ¿a cuál? Y esta es el nudo de la cuestión: no se trata de países en los que exista un mercado laboral floreciente, ni aquellos otros más próximos al lugar de origen, para mantener el contacto con sus raíces, sino de aquellos en los se vive mejor y, lo que es aún más importante, donde se garantizan subvenciones solamente por llegar y en donde todo, absolutamente todo, está permitido (o poco menos). Ese es el centro de la cuestión que políticos y medios pretenden escamotearnos.

No hay nada más opaco en la actual democracia española que la suma total de subvenciones que reciben los no nacidos en España y sus hijos nacidos aquí. La falta de transparencia es, precisamente, lo que permite sospechar. Recientemente se ha publicado la cifra de que algo más de 2.000.000 de inmigrantes viven de subsidios públicos. El misterio está lejos de quedar resuelto, porque no se dice cuántos antiguos inmigrantes que han logrado naturalizarse como “españoles”, siguen subsidiados. Por otra parte, haría falta especificar qué tipo de subsidios reciben: en España existen muchos de tipos de ayudas y de pensiones no contributivas. Todo ello hace sospechar que las cifras son muchísimo mayores y es legítimo pensar que pueden ser, incluso, el doble o el triple, incluso, de las dadas. Por lo demás, no se especifica el volumen total de subsidios y subvenciones por distintos conceptos, ni los dados por las distintas administraciones, que van a parar a lo que en Francia se ha llamado “la aspiradora de recursos públicos”, esto es, la inmigración. La opacidad de las cifras, en efecto, no hace nada más que aumentar las sospechas.

LA CAIDA DEL TERCER ARGUMENTO INMIGRACIONISTA: 

“VIENEN PARA CONTRARRESTAR LA BAJA NATALIDAD”

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Luego está el argumento de la crisis de la natalidad en España. Era lo que podía esperarse: la elevación constante del coste de la vida, hace imposible el que se puedan formar parejas e, incluso, que una vez formadas, decidan tener hijos. La paternidad es una aventura que muy pocos se atreven a afrontar. Para hacerlo es preciso tener seguridad de que se podrá mantener a los hijos. Nadie está dispuesto a ofrecer tales garantías. Sin embargo, es un problema político: hubiera bastado con atribuir prioridad en beneficios sociales y ventajas fiscales a las parejas españolas que deseen tener hijos, garantizar su prioridad a la hora de obtener viviendas sociales, y simples campañas en pro de la natalidad, para que se estimulara la natalidad entre nuestra gente. No se hizo, ni se tiene intención de hacer. Si se hubiera empezado a hacer en 1996, cuando Aznar abrió las puertas a la inmigración, hoy tendríamos una generación de 28 años y un país homogéneo. Se hizo –y se hace– justo lo contrario: confiar en que gentes llegadas de todo el mundo salvarían la natalidad en España.

Desde el año 2000, en las cuatro provincias catalanas los nacidos en la noche del 31 de diciembre al 1 de enero de cada año, son en su inmensa mayoría hijos de nacidos en el extranjero. Pero, salvo entre las mujeres subsaharianas, el número de hijos va disminuyendo incluso dentro de la inmigración. Los inmigrantes andinos, por ejemplo, se han configurado como los primeros y principales usuarios de los servicios de aborto gratuito y de “píldora del día después”. La ruptura de la unidad étnica de España ni siquiera ha servido para que la natalidad remonte o para que se repueblen zonas “vacías”.

LA ÚLTIMA TRINCHERA INMIGRACIONISTA: 

“TENEMOS UNA DEUDA CON EL TERCER MUNDO Y SE LA VAMOS A PAGAR”

Caído el mito de “los que vienen a pagar las pensiones”, en un momento en el que ningún alcalde que quisiera mantenerse en el consistorio se atreve a colocar pancartas con el “Welcome refugies”, cuando se ha visto a las claras que la inmigración no resuelve el problema de los nacimientos, sino que complica la convivencia, ahora, como última trinchera inmigracionista, el argumentario se ha desplazado a otro frente; nos dicen: “estamos obligados a admitir a todos los inmigrantes que quieran establecerse en nuestro suelo y a mantenerlos, incluso, porque, se lo debemos”.

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Nos dicen que Europa “debe” a los inmigrantes del Tercer Mundo el haberlos explotado como colonias. Repiten, para bloquear a los más sensibles, que los europeos “somos responsables” de haber esclavizado a los africanos y que les debemos una compensación. Por eso están aquí, por eso estamos obligados a subsidiarlos… Es un argumento que tiene su fuerza, pero que no deja de ser otra falacia.

No solamente no fuimos esclavistas –valdría la pena, ya que estamos en esto, elaborar un censo de familias europeas que se dedicaron a la trata de esclavos, porque sería, en última instancia, a ellos a los que les correspondería pagar indemnizaciones, no a la totalidad de un pueblo– sino que, además, durante siglos, los europeos que vivían en las costas mediterráneas (pero, también, incluso en las del sur de Gran Bretaña y en Irlanda) corrían el riesgo de ser secuestrados ellos y sus hijos, saqueados sus bienes e incendiados sus pueblos, por parte de piratas berberiscos; una práctica que se prolongó hasta principios del siglo XIX. Unos fueron esclavizados de por vida, los otros extorsionados pidiendo fabulosos rescates, otros murieron sin dejar huellas… Sin olvidar, claro está, que el grueso de traficantes que capturaban esclavos en África eran árabes y que se beneficiaban de pactos con tribus africanas que los obtenían de tribus vecinas.

Sería bueno presentar una reclamación de cantidad por los millones de europeos, especialmente de los países mediterráneos, de los países eslavos, e incluso del Reino Unido, que fueron secuestrados, esclavizados, obligados a vivir en condiciones infrahumanas, asesinados y muertos de agotamiento en tierras del Magreb

Aquellas exacciones berberiscas han dejado recuerdos imborrables en nuestro folklore, en nuestra literatura e, incluso, en la configuración de las costas (las “torres de guaita” tan habituales en la costa catalana no eran para admirar la belleza del Mediterráneo, sino para vigilar la llegada de piratas berberiscos). Aquel valeroso soldado que recibió dos disparos de arcabuz en el pecho y en el brazo izquierdo, en la gloriosa jornada de Lepanto, Miguel de Cervantes, dejó constancia en El Quijote de sus nueve años de cautiverio en Argel.

Los grandes olvidados de la historia europea, son los millones de antepasados esclavizados en tierras islámicas. Los europeos no somos los “malvados” de esta historia. El colonialismo se explica en gran medida por las constantes molestias generadas por la piratería islámicaberberisca y otomana. Quienes la practicaban eran asimilados a yihadistas: y lo hacían con saña y con odio acumulado. La negativa a erradicar la esclavitud, hizo necesaria la intervención europea con la consiguiente disolución de los “mercados de esclavos” que todavía existía en el siglo XIX en el Magreb. No “debemos” nada: nos deben una reparación de aquellos crímenes contra los pueblos europeos.

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