España
Ley de Memoria Histórica: Cuando los milicianos asesinaron a los benedictinos de El Pueyo y los enterraron en cal viva. Con o sin Ley, NO VAMOS A OLVIDAR LA HISTORIA REAL
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2 años agoon
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Redacción
Los actuales promotores de la ley de memoria democrática son los sucesores y herederos políticos de los asesinos del 36. Y pretenden cambiar la historia.
Barbastro y 28 de agosto de 1936. Un día como hoy, hace 86 años, fue exterminada casi al completo la comunidad de benedictinos de El Pueyo (Barbastro, Huesca). Este crimen del Frente Popular es menos conocido, porque le tapa otro mayor que cometieron los socialistas, los comunistas y los anarquistas, del que ya dimos cuenta, en el que martirizaron nada menos que a 51 claretianos.
En la investigación que he llevado cabo, me ha llamado la atención la coincidencia de varios testigos al describir cómo se llevaron a cabo estos crímenes. Veamos una de estas declaraciones, la de José Lacamba Lejarreta, como muestra de lo que quiero exponer. Este hombre era un empleado y vecino de Barbastro, que tenía dos hermanas: Jesusa y Juliana. A estas dos mujeres las asesinaron porque en uno de los registros les encontraron en su casa propaganda política de Pilar Primo de Rivera.
Pues bien, José Lacamba Lejarreta, tras comentar la detención y encarcelamiento de sus hermanas, declara que fueron asesinadas “en el llamado cementerio nuevo, en la madrugada del 21 de septiembre [1936], donde hubo una aglomeración de izquierdas, que consideraban un mérito rojo intervenir y contemplar los asesinatos de estos días”.
Y exactamente en esto consiste la llamada Ley de Memoria Democrática, impulsada por los sucesores y herederos políticos de los asesinos de Barbastro, en obligarnos a decir, bajo gravísimas amenazas de multas y hasta de cárcel, que las acciones criminales del Frente Popular durante la Segunda República y la Guerra Civil fueron actos con un contenido democrático, tolerante y ético.
La Ley de Memoria Democrática nos obliga a decir, bajo gravísimas amenazas de multas y hasta de cárcel, que las acciones criminales del Frente Popular durante la Segunda República y la Guerra Civil fueron actos con un contenido democrático, tolerante y ético
Cada año, en la primera clase que daba a mis alumnos de Alcalá, les decía que si bien el programa de la asignatura tenía treinta temas, en realidad a lo largo del curso solo explicaba una cosa, y que además se la podía expresar a continuación con una frase bien corta, aprovechando que el primer día lectivo siempre hay pleno en el aula. Y en ese momento, cuando todos ponían sus bolígrafos en prevengan, por mi parte dramatizaba la situación, hacía un silencio largo para recibir con importancia a la frasecita y a continuación proclamaba: “Si, con el correr de los años, alguna vez les preguntan a ustedes qué les enseñó el profesor Paredes, pueden decir que solo una cosa y es esta: ‘Las cosas son lo que son’. Eso es todo y lo más importante, lo que además de servir para estudiar Historia, resulta muy útil tenerlo en cuenta para no ir dándose trompicones por la vida”.
Las caras de asombro que ponían mis alumnos, yo no sabría decir si era de no entender nada, de pensar que les estaba tomando el pelo o de las dos cosas a la vez. Por eso les explicaba con un ejemplo que las situaciones más graves en la historia de la Humanidad se han producido cuando no se ha respetado la máxima de que “las cosas son lo que son”. Y para ilustrar mi sentencia les recordaba la escena de la película La lista de Schindler, en la que el jefe nazi del campo de concentración se divierte matando judíos con su rifle desde el balcón de su residencia, para a continuación dirigirse con ojos de cordero degollado a su bella criada, una judía guapísima de la que está enamorado, a la que le dice: “Pero tú no eres una cucaracha”.
En efecto, ese fue el origen del problema de los judíos, que en lugar de verlos como personas —“las cosas son lo que son”—, los nazis les definieron como cucarachas, y partir de esa consideración se justifica el exterminio de tan repugnante insecto. Y, repito, esto es exactamente lo que sucede con la Ley de Memoria Democrática. Y desgraciadamente de esta misma tergiversación del lenguaje adolece la denominación oficial “de mártires del siglo XX o de la década de los treinta” para referirse a los católicos asesinados por los comunistas, los socialistas y los anarquistas durante la Segunda República y la Guerra Civil. Y estoy convencido que los señores obispos si abandonan estrategias que ni les dan credibilidad, ni tampoco les sirven para hacerse amigos del PSOE y llaman a las cosas por su nombre, verán incrementado su prestigio, no solo entre los católicos, sino hasta entre los mismísimos socialistas.
El santuario de Nuestra Señora de El Pueyo, situado en las afueras de Barbastro (Huesca), tiene una antigüedad centenaria, pues fue erigido en el siglo XII, poco después de reconquistar estas tierras a los moros. A finales del siglo XIX se instaló allí una comunidad de benedictinos, que fue exterminada durante la Guerra Civil.
Desde el pucherazo de febrero de 1936, que aupó al Frente Popular al poder, los benedictinos de El Pueyo ya se sintieron acosados
Pocos días después de estallar la Guerra Civil, detuvieron a los monjes con el pretexto de que el monasterio era un almacén de armas, por más que en los registros practicados no se encontró ni un tirachinas.
Lo cierto es que desde el pucherazo de febrero de 1936, que aupó al Frente Popular al poder, los benedictinos de El Pueyo ya se sintieron acosados. Como muestra de lo que digo sirva la carta de la hermana de uno de los monjes, Honorato Suárez Ríus, informándole de la visita que hizo el día de San José de 1936 a su familia en su pueblecito, Torres del Obispo, perteneciente al municipio de Graus.
Este texto, como los que transcribiré a continuación se los tomo prestados a Martín Ibarra Benlloch, máximo experto en la persecución religiosa en Barbastro, que en los próximos días publicará un libro en la editorial San Román con el título Barbastro una diócesis mártir, del que cuando aparezca les tendré informados. Esto es lo que escribía la hermana de fray Honorato al padre Alejandro Pérez en una carta, que se incorporó como documentación para el proceso de beatificación:
“Respetable padre acabo de recibir su atenta carta, y en contestación a ella debo decirle que cuando dijo mi hermano que venía a despedirse de la familia, supuesto que pronto los matarían a todos, fue el día de San José, y sí estaba yo presente cuando mi madre le dijo: ‘márchate hijo mío al extranjero y quizá no te matarán’; y él dijo: ‘no mamá porque será muy bonito morir por Dios y subir al Cielo’. Y entonces dijo que el médico de Albelda por mediación de su madrastra, o sea por la esposa de su padre, le había ofrecido su casa para ocultarlo y él no aceptó eso fue el año mil novecientos treinta y seis y ya no le vimos más”.
Sin duda que no eran infundades las sospechas de fray Honorato. En la madrugada del día 28 de agosto de 1936 un grupo de milicianos entró en el colegio de los escolapios, donde estaban presos los benedictinos, les ataron con cuerdas de dos en dos y les subieron a un camión.
Le subieron a los camiones atados, mientra gritaban “Viva Cristo Rey”
Lo sucedido a partir de ese momento lo cuenta la riquísima documentación aportada por Martín Ibarra Benlloch. El relato pertenece a una mujer que fue testigo, llamada Benjamina Valencia Gambarte:
“Que sobre la una o las dos de la mañana (no recuerda fecha) en que sacaron a matar a los de Pueyo, ella estaba en el balcón del convento, desde el cual presenció toda la escena desarrollada en la contigua plaza del Ayuntamiento, donde entonces había poquísima gente.
Que las víctimas salieron del colegio de los padres Escolapios. Que al montar en el camión, situado junto a la escalerilla de acceso a dicha plaza, los milicianos les pegaban con las armas, y vio como a uno de los conducidos dieron tan fuerte golpe en la cabeza, que ella misma notó saltar algo de la víctima, y al preguntar al día siguiente a un miliciano que estuvo presente en tan criminal acto, qué es lo que saltó, respondiéndola: ‘A aquel le saltaron los dientes’.
Que al ponerse en marcha el camión comenzaron las víctimas a gritar ¡Viva Cristo Rey! en un tono valiente y fervoroso.
Que en el camión montaron los presos sacados de aquella noche del colegio de los padres Escolapios, en cuanto a nadie vio de ellos que caminara a pie. Con ellos montó también la guardia”.
Y los últimos momentos de este crimen los narra Plácido María Gil: “Uno de los enterradores cuenta un caso excepcional. Habla exactamente de catorce ejecutados, que él ignoraba fueran los frailes de El Pueyo. Estaban desnudándolos del todo (caso también raro) cuando se sorprendió al ver que uno, que era joven, pero no de los más jóvenes de aspecto bello y buen tipo y que se hallaba ya desnudo del todo trataba de incorporarse, consiguiendo arrodillarse ante él. Tenía el pelo moreno y alguna entrada. Bien estudiados uno por uno, esta bella figura martirial solamente podía corresponder entre los catorce al padre Anselmo Palau. He llegado a esa conclusión después de muchas cavilaciones. ¡Imaginemos, si es que estuvo consciente lo que sufrió este monje! ¡Pero él era capaz de la heroicidad! Además de piadoso era de ánimo fuerte. Nos costa por el testigo que los desnudaba que al ver M. A. C. cómo trataba de incorporarse el monje, lo remató con dos disparos de pistola en la cabeza. Cubiertos los cadáveres con una fuerte cantidad de cal viva, echaron sobre ellos unos cuarenta cubos de agua”.
Y concluye Martín Ibarra Benlloch, en su detallada y contrastada investigación: el enterrador al que se refiere es José Soria García, que intervino en desatar las cuerdas, desnudar los cadáveres y darles sepultura.
Javier Paredes
Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá.
España
Contra la debilidad mental occidental: La esclavitud en el Islam todavía sigue vigente (Y siempre ha apuntado CONTRA EUROPA) Por Ernesto Milá
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2 horas agoon
12/05/2024By
Ernesto Milá
Introducción a La esclavitud en el Islam, libro que estará disponible en breve.
Durante siglos, especialmente del XVI a principios del XIX, nuestras costas fueron hostigadas por piratas berberiscos. Querían vengar la “pérdida de Al-Andalus” (esto es, la Reconquista). La captura de poblaciones costeras del norte del Mediterráneo para venderlas en los mercados de esclavos del Magreb o negociar su rescate se convirtió en una práctica habitual entre las poblaciones del norte de África. Quienes practicaban estas razzias, que hacían imposible la vida en nuestras costas, eran considerados “yihâdistas”. Este comercio de esclavos europeos existió, por mucho que los “multiculturalistas” de hoy quieran olvidarlo.
Todavía ningún gobierno del Magreb se ha disculpado por estos actos.
* * *
LA CAÍDA DEL PRIMER ARGUMENTO INMIGRACIONISTA:
EUROPA NECESITA TRABAJADORES
Hoy, ya nadie puede dudar que el primer argumento que se utilizó para justificar la presencia de compactos núcleos musulmanes en Europa Occidental –aquel que afirmaba que eran necesarios inyectar inmigrantes para pagar las pensiones de los abuelos…– era una simple falacia. La realidad es que, las pensiones de los abuelos –yo lo soy– pierden cada día poder adquisitivo porque a los gobiernos de nuestro entorno les es necesario comprar la “paz étnica y social” subvencionando a los recién llegados. No hay dinero para todos. Y los que llevan las de perder es la parte más débil: los jubilados. La inmigración es hoy una pesada carga económica para todos los Estados que se han negado durante décadas a controlarla.
Desde, como mínimo, 2008, la inmigración ha variado su carácter; hasta ese momento, podía pensarse que los motivos del desplazamiento hacia España se debían a la posibilidad de integrarse en nuestro mercado laboral y, en especial, en el sector de la construcción. Pero, desde el estallido de la burbuja inmobiliaria, con la mecanización progresiva de la agricultura, las deslocalizaciones y el proceso de desindustrialización creciente, es casi seguro que, hoy, pocos de los inmigrantes que llegan a España, –especialmente los que no tienen ningún tipo de cualificación profesional (esto es, la mayoría)–, tengan como proyecto personal integrarse en el mercado laboral y vivir del propio trabajo, ahorrar para volver al país de origen con capital suficiente para emprender una nueva vida.
Se suele creer que las motivaciones de los inmigrantes en el siglo XXI son las mismas que las de los españoles, portugueses e italianos que se desplazaron a Francia, Suiza, Alemania, Benelux, en los años 50 y 60, para reconstruir países que habían sido demolidos por la Segunda Guerra Mundial. En aquella inmigración existía la voluntad de trabajar durante unos años en unos países con unos niveles salariales mucho más altos, poder ahorrar llevando una vida austera (pero no miserable), acumular cierto patrimonio que les permitiera abrir un pequeño negocio o, simplemente, comprar una vivienda al regresar a la Patria. Esa inmigración, no es la actual.
Nuestros inmigrantes querían regresar –en grandísima medida– al país que habían abandonado. Iban a trabajar, a esforzarse, a partirse el espinazo para llevar a la práctica un proyecto personal legítimo y que enriquecía a todas las partes: a los receptores de inmigración porque sabían que los recién llegados eran gente dura y dispuesta a trabajar. A los inmigrantes porque, a cambio de su trabajo, recibían un salario muy superior al del mismo oficio en España y podían ahorrar. Al país emisor de inmigrantes porque allí recibían formación y volvían con una capacitación laboral superior a la que habían partido, sin olvidar que su trabajo en el extranjero generaba unas divisas preciosas en aquel momento para garantizar intercambios comerciales. Aquellos inmigrantes –nuestra inmigración– no planteaban problemas de convivencia, ni choques culturales; fieles al dicho “donde fueres, haz lo que vieres”, nuestra gente se integró perfectamente en la sociedad que los recibió. Nada de todo esto vale para el actual fenómeno migratorio.
Ya no hay países en Europa Occidental que precisen ser reconstruidos después de una guerra. Tampoco hay un mercado laboral en expansión que permita pensar que, sin un alto nivel de cualificación y sólo en determinadas profesiones, vayan a encontrar trabajo bien remunerado. Ni siquiera para españoles, los salarios medios –a la vista del coste de la vida– permiten ahorrar gran cosa. Ningún inmigrante, en su sano juicio, puede transmitir a otros como él que residen en su propio país, la idea de que valga la pena venir a España para trabajar: la realidad es que, aquí y ahora, el poco trabajo que existe para gentes con poca o nula cualificación profesional, no permite ni vivir dignamente, ni mucho menos ahorrar. Entonces ¿por qué viene la inmigración?
Vale la pena no engañarse al respecto. Y los medios de comunicación, así como los diferentes gobiernos, de derechas y de izquierdas, llevan casi treinta años engañándose y falseando datos, cifras y circunstancias. No hay otra forma de definir la actitud de quienes niegan los problemas que se han generado a causa de la inmigración ilegal, masiva y descontrolada.
LA CAÍDA DEL SEGUNDO ARGUMEN IMIGRACIONISTA:
“WELCOME REFUGIES”
Si bien es cierto que, hoy, ya nadie se atreve a sostener que, gracias a la inmigración, se van a poder “pagar las pensiones de los abuelos”, las justificaciones se han convertido en cada vez más extemporáneas, ridículas, ignorantes e, incluso, frecuentemente, entre los portavoces gubernamentales, zafias. Caído el mito de “las pensiones de los abuelos”, el nuevo argumento nos decía que los inmigrantes no eran tales: que se trata de “refugiados”. Ser “refugiado”, al parecer, hace obligada la “solidaridad”. El perseguido merece protección y ayuda para salvarlo de su perseguidor… En algunos casos, los menos, los recién llegados son “refugiados”. Pero, incluso, en esas circunstancias, cabe preguntarse: ¿y por qué un “refugiado afgano” elegirá vivir en Europa Occidental y no en Paquistán, en la India o, incluso en el sudeste asiático, países mucho más próximos, en todos los sentidos, a su patria originaria?
Por otra parte, si existen “refugiados” es porque tal o cual país los genera y la situación allí es insoportable, por tanto, si se trata de admitir, por ejemplo, subsaharianos, vale la pena recordar que, en cualquiera de aquellos países, en toda África y en buena parte de Asia, casi sin excepción, la “democracia” es una palabra que no tiene el mismo significado que en Europa. De los 1.200 millones de africanos, la inmensa mayoría podrían ser considerados como “aspirantes a refugiados”, a la vista de que existen diferencias abismales entre los “derechos humanos” tal como se contemplan en Europa y como se practican en África.
Pero, Europa no puede admitir a 1.200 millones de inmigrantes que, por lo demás, deberían entender que ellos, para prosperar, sería oportuno que trataran de hacer cambios en su país, antes que adoptar la solución más cómoda de mudarse a otro… ¿a cuál? Y esta es el nudo de la cuestión: no se trata de países en los que exista un mercado laboral floreciente, ni aquellos otros más próximos al lugar de origen, para mantener el contacto con sus raíces, sino de aquellos en los se vive mejor y, lo que es aún más importante, donde se garantizan subvenciones solamente por llegar y en donde todo, absolutamente todo, está permitido (o poco menos). Ese es el centro de la cuestión que políticos y medios pretenden escamotearnos.
No hay nada más opaco en la actual democracia española que la suma total de subvenciones que reciben los no nacidos en España y sus hijos nacidos aquí. La falta de transparencia es, precisamente, lo que permite sospechar. Recientemente se ha publicado la cifra de que algo más de 2.000.000 de inmigrantes viven de subsidios públicos. El misterio está lejos de quedar resuelto, porque no se dice cuántos antiguos inmigrantes que han logrado naturalizarse como “españoles”, siguen subsidiados. Por otra parte, haría falta especificar qué tipo de subsidios reciben: en España existen muchos de tipos de ayudas y de pensiones no contributivas. Todo ello hace sospechar que las cifras son muchísimo mayores y es legítimo pensar que pueden ser, incluso, el doble o el triple, incluso, de las dadas. Por lo demás, no se especifica el volumen total de subsidios y subvenciones por distintos conceptos, ni los dados por las distintas administraciones, que van a parar a lo que en Francia se ha llamado “la aspiradora de recursos públicos”, esto es, la inmigración. La opacidad de las cifras, en efecto, no hace nada más que aumentar las sospechas.
LA CAIDA DEL TERCER ARGUMENTO INMIGRACIONISTA:
“VIENEN PARA CONTRARRESTAR LA BAJA NATALIDAD”
Luego está el argumento de la crisis de la natalidad en España. Era lo que podía esperarse: la elevación constante del coste de la vida, hace imposible el que se puedan formar parejas e, incluso, que una vez formadas, decidan tener hijos. La paternidad es una aventura que muy pocos se atreven a afrontar. Para hacerlo es preciso tener seguridad de que se podrá mantener a los hijos. Nadie está dispuesto a ofrecer tales garantías. Sin embargo, es un problema político: hubiera bastado con atribuir prioridad en beneficios sociales y ventajas fiscales a las parejas españolas que deseen tener hijos, garantizar su prioridad a la hora de obtener viviendas sociales, y simples campañas en pro de la natalidad, para que se estimulara la natalidad entre nuestra gente. No se hizo, ni se tiene intención de hacer. Si se hubiera empezado a hacer en 1996, cuando Aznar abrió las puertas a la inmigración, hoy tendríamos una generación de 28 años y un país homogéneo. Se hizo –y se hace– justo lo contrario: confiar en que gentes llegadas de todo el mundo salvarían la natalidad en España.
Desde el año 2000, en las cuatro provincias catalanas los nacidos en la noche del 31 de diciembre al 1 de enero de cada año, son en su inmensa mayoría hijos de nacidos en el extranjero. Pero, salvo entre las mujeres subsaharianas, el número de hijos va disminuyendo incluso dentro de la inmigración. Los inmigrantes andinos, por ejemplo, se han configurado como los primeros y principales usuarios de los servicios de aborto gratuito y de “píldora del día después”. La ruptura de la unidad étnica de España ni siquiera ha servido para que la natalidad remonte o para que se repueblen zonas “vacías”.
LA ÚLTIMA TRINCHERA INMIGRACIONISTA:
“TENEMOS UNA DEUDA CON EL TERCER MUNDO Y SE LA VAMOS A PAGAR”
Caído el mito de “los que vienen a pagar las pensiones”, en un momento en el que ningún alcalde que quisiera mantenerse en el consistorio se atreve a colocar pancartas con el “Welcome refugies”, cuando se ha visto a las claras que la inmigración no resuelve el problema de los nacimientos, sino que complica la convivencia, ahora, como última trinchera inmigracionista, el argumentario se ha desplazado a otro frente; nos dicen: “estamos obligados a admitir a todos los inmigrantes que quieran establecerse en nuestro suelo y a mantenerlos, incluso, porque, se lo debemos”.
Nos dicen que Europa “debe” a los inmigrantes del Tercer Mundo el haberlos explotado como colonias. Repiten, para bloquear a los más sensibles, que los europeos “somos responsables” de haber esclavizado a los africanos y que les debemos una compensación. Por eso están aquí, por eso estamos obligados a subsidiarlos… Es un argumento que tiene su fuerza, pero que no deja de ser otra falacia.
No solamente no fuimos esclavistas –valdría la pena, ya que estamos en esto, elaborar un censo de familias europeas que se dedicaron a la trata de esclavos, porque sería, en última instancia, a ellos a los que les correspondería pagar indemnizaciones, no a la totalidad de un pueblo– sino que, además, durante siglos, los europeos que vivían en las costas mediterráneas (pero, también, incluso en las del sur de Gran Bretaña y en Irlanda) corrían el riesgo de ser secuestrados ellos y sus hijos, saqueados sus bienes e incendiados sus pueblos, por parte de piratas berberiscos; una práctica que se prolongó hasta principios del siglo XIX. Unos fueron esclavizados de por vida, los otros extorsionados pidiendo fabulosos rescates, otros murieron sin dejar huellas… Sin olvidar, claro está, que el grueso de traficantes que capturaban esclavos en África eran árabes y que se beneficiaban de pactos con tribus africanas que los obtenían de tribus vecinas.
Sería bueno presentar una reclamación de cantidad por los millones de europeos, especialmente de los países mediterráneos, de los países eslavos, e incluso del Reino Unido, que fueron secuestrados, esclavizados, obligados a vivir en condiciones infrahumanas, asesinados y muertos de agotamiento en tierras del Magreb…
Aquellas exacciones berberiscas han dejado recuerdos imborrables en nuestro folklore, en nuestra literatura e, incluso, en la configuración de las costas (las “torres de guaita” tan habituales en la costa catalana no eran para admirar la belleza del Mediterráneo, sino para vigilar la llegada de piratas berberiscos). Aquel valeroso soldado que recibió dos disparos de arcabuz en el pecho y en el brazo izquierdo, en la gloriosa jornada de Lepanto, Miguel de Cervantes, dejó constancia en El Quijote de sus nueve años de cautiverio en Argel.
Los grandes olvidados de la historia europea, son los millones de antepasados esclavizados en tierras islámicas. Los europeos no somos los “malvados” de esta historia. El colonialismo se explica en gran medida por las constantes molestias generadas por la piratería islámica, berberisca y otomana. Quienes la practicaban eran asimilados a yihadistas: y lo hacían con saña y con odio acumulado. La negativa a erradicar la esclavitud, hizo necesaria la intervención europea con la consiguiente disolución de los “mercados de esclavos” que todavía existía en el siglo XIX en el Magreb. No “debemos” nada: nos deben una reparación de aquellos crímenes contra los pueblos europeos.
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