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Opinión

José Luis Rodríguez “Traicionero” y la “102.2 razón” para imputarlo (1ª parte)

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Hace unos días se hizo público algo que muchos sospechábamos en relación con los pactos con ETA del hasta hace un año peor presidente que tuvo España desde la Transición, al que el de ahora tiene muchas papeletas para superar, pero del que de momento no se conoce que haya traicionado de facto a nuestro país aunque haya dejado muestras, con sus pactos y socios para ganar la moción de censura hace un año, de que por falta de escrúpulos no va a ser.

Es escandaloso comprobar que lo que era sólo una sospecha se convierte en triste realidad con pelos y señales superando lo imaginable tras conocerse el contenido de las actas de sus “negociaciones”, entrega de Navarra incluida y voluntad de suavizar la acción judicial contra la banda terrorista.

No he dejado de pedir, desde su etapa de gobierno y las no pocas dudas al respecto sobre su “relación” con los enemigos de España, terrorismo, nacionalismo, 11-M incluido, y otras ruinas dejadas a la sociedad española -económica, social o moral- por su nefasta y triste etapa, que este sujeto de Valladolid, criado en León, era merecedor de que se le investigara en base a una posible traición al Estado como la que se recoge en el Artículo 102.2 de la Constitución Española de 1978: “Si la acusación fuese por traición o por cualquier delito contra la seguridad del Estado en el ejercicio de sus funciones, sólo, podrá ser planteada por iniciativa de la cuarta parte del Congreso, y con la aprobación de la mayoría absoluta del mismo”. Después de conocida esta información, y aunque yo no soy jurista, parece que hay más que indicios de que esta información puede comprometer a este personaje por su “presunta” deslealtad a la seguridad del Estado pero, ¿habrá esa cuarta parte, 88 diputados, dispuesta a hacerlo o, al menos, a pedir una de esas inútiles comisiones de investigación que tanto le gustan a sus señorías cuando de otros menores temas se trata?

Este asunto me ha hecho volver al archivo de lo que desde 2011 he venido escribiendo -mucho sin publicar- sobre las responsabilidades de José Luis Rodríguez que probablemente arranquen desde antes de su llegada al Gobierno de España y que se hacen evidentes con informaciones tales como “Un miembro de la Gendarmería francesa ha manifestado que por órdenes de Zapatero fue alertado un comando de la banda etarra que iba a ser detenido”. Y ya veremos qué sabremos cuando conozcamos la realidad de su estrecha colaboración con el régimen bolivariano de Maduro.

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Me parece oportuno recordar unas reflexiones que me hacía en la última fase de los desgobiernos del “bobo solemne” que decía Mariano Rajoy, allá por Marzo del citado 2011, antes de que entre Mayo y Noviembre de ese año el pueblo estallara en las urnas autonómicas y municipales primero y generales después, dándole al Partido Popular las mejores armas para combatir los despropósitos del “iluminado” leonés, sendas mayorías absolutas que no se aprovecharon para lo que España de verdad necesitaba.

Escribía entonces una larga reflexión que, para no cansar demasiado y con permiso de mis editores, expondré en varios artículos en los próximos días, en la que recogía mi visión sobre las causas y consecuencias de tan desastroso periodo para España, hoy en manos de un peligroso clon que, si Dios no lo remedia, puede hacer bueno al que dejó la peor herencia posible para nuestro país, cerca hoy de romper una larga UNIDAD de más de 500 años que soportó no pocos momentos difíciles en su larga Historia, superados gracias al esfuerzo de generaciones pasadas. Lo titulaba “ZaPatero no sale da la nada” y me preguntaba que “¿de dónde sale ZP?” y pese a los más de ocho años transcurridos, parece que lo acabara de pensar hoy porque en mi opinión sigue vigente -si no aumentado- casi todo lo que decía entonces. En su primera parte escribía esto añadiendo entre paréntesis y cursiva comentarios de hoy:

Es una pregunta que muchos nos hacemos porque parece que haya salido así, de pronto. Pero no, ZP no sale de la nada. No surge solo ni por generación espontánea. ZP es la consecuencia de un sistema de degradación, moral, educativa y de los valores éticos fundamentales que presidían el comportamiento de las últimas generaciones hasta los primeros 80’s, quizás hasta el 75, porque a partir de su llegada se manifiesta de lleno el conocido “complejo de la derecha” que hemos dejado que se extendiera entre nosotros como una mancha de aceite que, poco a poco, lo va impregnando todo. Entre los años 1977 y 1982, se inicia la Transición de un sistema autoritario a una democracia incipiente, que se caracterizó, sobre por parte de la derecha, por “quedar bien con la izquierda y los nacionalismos”.

El “Café para todos” del Profesor Manuel Clavero, Ministro de Administraciones Públicas con Adolfo Suárez, pudo ser el principio del desastre (tal vez sin buscarlo, lo que no les exime de su falta de conocimiento de la Historia y del pueblo español, añado) en el que ahora nos encontramos (en 2011 y yendo a peor en 2019). La reorganización del Estado español en Autonomías ha sido, en gran parte, el origen del crecimiento del gasto a unos niveles, ya, insostenibles, hasta convertirse en el cáncer que amenaza (¿qué decir hoy?) con acabar con el aparato del Estado. El todo ha cedido tanto a las partes que éstas -las autonomías- han acabado fagocitando al todo -el Estado- (creo que no exageraba entonces). Un sistema democrático falso, limitado a un paripé en forma de votaciones cada cierto tiempo, municipales, autonómicas o generales, en los que los “representados” -cada día más aborregados-depositan su voto y ahí se acaba la participación ciudadana.

Desde ese momento se impone la endogamia de los partidos y una Ley Electoral perversa que, con sus listas cerradas y un sistema de reparto demencial, permiten que se manipule la voluntad popular sin que, al parecer, llame la atención el círculo vicioso en qué se convierte el Sistema: 1.- Los partidos cierran sus listas: alguien conocido en los primeros puestos, a veces uno sólo, y 10, 15… 40, 60 desconocidos, de relleno, sin más mérito que los m2 de cartel pegados y, por supuesto, la sumisión al carismático líder que confecciona las listas: sonrisa fácil, aplauso generoso y bisagra bien engrasada. Esa es la condición “sine qua non” para formar parte de la estructura de un partido político.

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Más patente en unos que en otros, pero denominador común de todos. Antonio Asunción o María San Gil, por citar sólo dos de los más valiosos, son ejemplo de no someterse al aparato.

Los diputados designados, elegidos por el pueblo, sí, pero de la manera citada, conforman el Poder Legislativo, con la característica común en casi todos los partidos de un bajísimo nivel (¿qué decir de los de hoy?), en muchos casos de formación y, casi siempre, carentes de la experiencia necesaria para el buen desempeño de ese puesto que requeriría a los mejores. Es decir, se convierten en meros pulsadores del botón que ordene el aparato, siempre beneficiosas para ellos mismos y decisorias para la vida de los ciudadanos, sus “representados”, cuya situación “importa menos” que “el bienestar de su estado”, faltaría más.

Los partidos políticos se reparten los miembros de las Instituciones Judiciales, hasta llegar a que las actuaciones que estamos viendo en las últimas sentencias del TC, TS, AN y otras (Estatuto de Cataluña, Ley del Aborto, 11-M, Sortu, Bildu, caso Garzón, caso Bono, etc.), dejen pequeña aquella ocurrencia del que fuera Alcalde de Jerez de la Frontera, Pedro Pacheco, cuando afirmó, hace 20 años (casi treinta ya) que “La Justicia en España es un cachondeo” (puede que la actuación del Tribunal Supremo en el juicio del golpe de Estado en Cataluña, reivindique en parte esa afirmación). Este sistema cerrado y endogámico en el que se basa nuestra democracia, hace que se haga más presente que nunca la famosa frase de Alfonso Guerra: “Montesquieu ha muerto”. Ciertamente, se echa de menos a este filósofo francés del siglo XVIII que, entre otras cosas, decía: “El poder debe controlar al poder para que no abuse del poder”. Es decir, el Poder Judicial debe controlar al Poder Ejecutivo para que no abuse del Poder Legislativo. Pero ¿cómo puede el Poder Judicial, repartido entre los partidos, controlar al Poder Ejecutivo que quita y pone a sus miembros, para que no abuse del Poder Legislativo formado por los diputados de las listas cerradas que también son puestos por los que manejan el aparato? Es decir ellos se lo guisan y ellos se lo comen y, los ciudadanos, sus “representados”, insisto, que “voten cuando les toque y ya los engañaremos para mantenernos en nuestros privilegios”.

Al final, ni se enteran, y aquí estamos nosotros para “pensar por ellos”. Triste pero cierto. En estos dos aspectos, la Ley electoral y la politización del Poder Judicial, radican, en gran parte, los males de nuestro falso Sistema Democrático. Decía Alexis de Tocqueville que “Las naciones no pueden elegir el camino hacia la democracia porque les viene ya dado. Pero depende de las naciones que este camino les lleve al desarrollo y al progreso o al desastre. Es decir, de cómo se utilicen los valores del comportamiento, nos llevará a uno o a otro desenlace”. (Y con esa frase me preguntaría ¿qué camino eligió Zapatero y cómo manipuló los valores del comportamiento para conseguir sus espurios objetivos y el nefasto desenlace dejado? y que invito al lector a responderse).

Y hasta aquí esta primera parte que, como decía y con la venia del editor, continuará los próximos días.

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España

Contra la debilidad mental occidental: La esclavitud en el Islam todavía sigue vigente (Y siempre ha apuntado CONTRA EUROPA) Por Ernesto Milá

Ernesto Milá

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Introducción a La esclavitud en el Islam, libro que estará disponible en breve.

Durante siglos, especialmente del XVI a principios del XIX, nuestras costas fueron hostigadas por piratas berberiscos. Querían vengar la “pérdida de Al-Andalus” (esto es, la Reconquista). La captura de poblaciones costeras del norte del Mediterráneo para venderlas en los mercados de esclavos del Magreb o negociar su rescate se convirtió en una práctica habitual entre las poblaciones del norte de África. Quienes practicaban estas razzias, que hacían imposible la vida en nuestras costas, eran considerados “yihâdistas”. Este comercio de esclavos europeos existió, por mucho que los “multiculturalistas” de hoy quieran olvidarlo.

Todavía ningún gobierno del Magreb se ha disculpado por estos actos.

*    *    *

LA CAÍDA DEL PRIMER ARGUMENTO INMIGRACIONISTA: 

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EUROPA NECESITA TRABAJADORES

Hoy, ya nadie puede dudar que el primer argumento que se utilizó para justificar la presencia de compactos núcleos musulmanes en Europa Occidental –aquel que afirmaba que eran necesarios inyectar inmigrantes para pagar las pensiones de los abuelos…– era una simple falacia. La realidad es que, las pensiones de los abuelos –yo lo soy– pierden cada día poder adquisitivo porque a los gobiernos de nuestro entorno les es necesario comprar la “paz étnica y social” subvencionando a los recién llegados. No hay dinero para todos. Y los que llevan las de perder es la parte más débil: los jubilados. La inmigración es hoy una pesada carga económica para todos los Estados que se han negado durante décadas a controlarla.

Desde, como mínimo, 2008, la inmigración ha variado su carácter; hasta ese momento, podía pensarse que los motivos del desplazamiento hacia España se debían a la posibilidad de integrarse en nuestro mercado laboral y, en especial, en el sector de la construcción. Pero, desde el estallido de la burbuja inmobiliaria, con la mecanización progresiva de la agricultura, las deslocalizaciones y el proceso de desindustrialización creciente, es casi seguro que, hoy, pocos de los inmigrantes que llegan a España, –especialmente los que no tienen ningún tipo de cualificación profesional (esto es, la mayoría)–, tengan como proyecto personal integrarse en el mercado laboral y vivir del propio trabajo, ahorrar para volver al país de origen con capital suficiente para emprender una nueva vida.

Se suele creer que las motivaciones de los inmigrantes en el siglo XXI son las mismas que las de los españoles, portugueses e italianos que se desplazaron a Francia, Suiza, Alemania, Benelux, en los años 50 y 60, para reconstruir países que habían sido demolidos por la Segunda Guerra Mundial. En aquella inmigración existía la voluntad de trabajar durante unos años en unos países con unos niveles salariales mucho más altos, poder ahorrar llevando una vida austera (pero no miserable), acumular cierto patrimonio que les permitiera abrir un pequeño negocio o, simplemente, comprar una vivienda al regresar a la Patria. Esa inmigración, no es la actual.

Nuestros inmigrantes querían regresar –en grandísima medida– al país que habían abandonado. Iban a trabajar, a esforzarse, a partirse el espinazo para llevar a la práctica un proyecto personal legítimo y que enriquecía a todas las partes: a los receptores de inmigración porque sabían que los recién llegados eran gente dura y dispuesta a trabajar. A los inmigrantes porque, a cambio de su trabajo, recibían un salario muy superior al del mismo oficio en España y podían ahorrar. Al país emisor de inmigrantes porque allí recibían formación y volvían con una capacitación laboral superior a la que habían partido, sin olvidar que su trabajo en el extranjero generaba unas divisas preciosas en aquel momento para garantizar intercambios comerciales. Aquellos inmigrantes –nuestra inmigración– no planteaban problemas de convivencia, ni choques culturales; fieles al dicho “donde fueres, haz lo que vieres”, nuestra gente se integró perfectamente en la sociedad que los recibió. Nada de todo esto vale para el actual fenómeno migratorio.

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Ya no hay países en Europa Occidental que precisen ser reconstruidos después de una guerra. Tampoco hay un mercado laboral en expansión que permita pensar que, sin un alto nivel de cualificación y sólo en determinadas profesiones, vayan a encontrar trabajo bien remunerado. Ni siquiera para españoles, los salarios medios –a la vista del coste de la vida– permiten ahorrar gran cosa. Ningún inmigrante, en su sano juicio, puede transmitir a otros como él que residen en su propio país, la idea de que valga la pena venir a España para trabajar: la realidad es que, aquí y ahora, el poco trabajo que existe para gentes con poca o nula cualificación profesional, no permite ni vivir dignamente, ni mucho menos ahorrar. Entonces ¿por qué viene la inmigración?

Vale la pena no engañarse al respecto. Y los medios de comunicación, así como los diferentes gobiernos, de derechas y de izquierdas, llevan casi treinta años engañándose y falseando datos, cifras y circunstancias. No hay otra forma de definir la actitud de quienes niegan los problemas que se han generado a causa de la inmigración ilegal, masiva y descontrolada.

LA CAÍDA DEL SEGUNDO ARGUMEN IMIGRACIONISTA: 

“WELCOME REFUGIES”

Si bien es cierto que, hoy, ya nadie se atreve a sostener que, gracias a la inmigración, se van a poder “pagar las pensiones de los abuelos”, las justificaciones se han convertido en cada vez más extemporáneas, ridículas, ignorantes e, incluso, frecuentemente, entre los portavoces gubernamentales, zafias. Caído el mito de “las pensiones de los abuelos”, el nuevo argumento nos decía que los inmigrantes no eran tales: que se trata de “refugiados”. Ser “refugiado”, al parecer, hace obligada la “solidaridad”. El perseguido merece protección y ayuda para salvarlo de su perseguidor… En algunos casos, los menos, los recién llegados son “refugiados”. Pero, incluso, en esas circunstancias, cabe preguntarse: ¿y por qué un “refugiado afgano” elegirá vivir en Europa Occidental y no en Paquistán, en la India o, incluso en el sudeste asiático, países mucho más próximos, en todos los sentidos, a su patria originaria?

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Por otra parte, si existen “refugiados” es porque tal o cual país los genera y la situación allí es insoportable, por tanto, si se trata de admitir, por ejemplo, subsaharianos, vale la pena recordar que, en cualquiera de aquellos países, en toda África y en buena parte de Asia, casi sin excepción, la “democracia” es una palabra que no tiene el mismo significado que en Europa. De los 1.200 millones de africanos, la inmensa mayoría podrían ser considerados como “aspirantes a refugiados”, a la vista de que existen diferencias abismales entre los “derechos humanos” tal como se contemplan en Europa y como se practican en África.

Pero, Europa no puede admitir a 1.200 millones de inmigrantes que, por lo demás, deberían entender que ellos, para prosperar, sería oportuno que trataran de hacer cambios en su país, antes que adoptar la solución más cómoda de mudarse a otro… ¿a cuál? Y esta es el nudo de la cuestión: no se trata de países en los que exista un mercado laboral floreciente, ni aquellos otros más próximos al lugar de origen, para mantener el contacto con sus raíces, sino de aquellos en los se vive mejor y, lo que es aún más importante, donde se garantizan subvenciones solamente por llegar y en donde todo, absolutamente todo, está permitido (o poco menos). Ese es el centro de la cuestión que políticos y medios pretenden escamotearnos.

No hay nada más opaco en la actual democracia española que la suma total de subvenciones que reciben los no nacidos en España y sus hijos nacidos aquí. La falta de transparencia es, precisamente, lo que permite sospechar. Recientemente se ha publicado la cifra de que algo más de 2.000.000 de inmigrantes viven de subsidios públicos. El misterio está lejos de quedar resuelto, porque no se dice cuántos antiguos inmigrantes que han logrado naturalizarse como “españoles”, siguen subsidiados. Por otra parte, haría falta especificar qué tipo de subsidios reciben: en España existen muchos de tipos de ayudas y de pensiones no contributivas. Todo ello hace sospechar que las cifras son muchísimo mayores y es legítimo pensar que pueden ser, incluso, el doble o el triple, incluso, de las dadas. Por lo demás, no se especifica el volumen total de subsidios y subvenciones por distintos conceptos, ni los dados por las distintas administraciones, que van a parar a lo que en Francia se ha llamado “la aspiradora de recursos públicos”, esto es, la inmigración. La opacidad de las cifras, en efecto, no hace nada más que aumentar las sospechas.

LA CAIDA DEL TERCER ARGUMENTO INMIGRACIONISTA: 

“VIENEN PARA CONTRARRESTAR LA BAJA NATALIDAD”

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Luego está el argumento de la crisis de la natalidad en España. Era lo que podía esperarse: la elevación constante del coste de la vida, hace imposible el que se puedan formar parejas e, incluso, que una vez formadas, decidan tener hijos. La paternidad es una aventura que muy pocos se atreven a afrontar. Para hacerlo es preciso tener seguridad de que se podrá mantener a los hijos. Nadie está dispuesto a ofrecer tales garantías. Sin embargo, es un problema político: hubiera bastado con atribuir prioridad en beneficios sociales y ventajas fiscales a las parejas españolas que deseen tener hijos, garantizar su prioridad a la hora de obtener viviendas sociales, y simples campañas en pro de la natalidad, para que se estimulara la natalidad entre nuestra gente. No se hizo, ni se tiene intención de hacer. Si se hubiera empezado a hacer en 1996, cuando Aznar abrió las puertas a la inmigración, hoy tendríamos una generación de 28 años y un país homogéneo. Se hizo –y se hace– justo lo contrario: confiar en que gentes llegadas de todo el mundo salvarían la natalidad en España.

Desde el año 2000, en las cuatro provincias catalanas los nacidos en la noche del 31 de diciembre al 1 de enero de cada año, son en su inmensa mayoría hijos de nacidos en el extranjero. Pero, salvo entre las mujeres subsaharianas, el número de hijos va disminuyendo incluso dentro de la inmigración. Los inmigrantes andinos, por ejemplo, se han configurado como los primeros y principales usuarios de los servicios de aborto gratuito y de “píldora del día después”. La ruptura de la unidad étnica de España ni siquiera ha servido para que la natalidad remonte o para que se repueblen zonas “vacías”.

LA ÚLTIMA TRINCHERA INMIGRACIONISTA: 

“TENEMOS UNA DEUDA CON EL TERCER MUNDO Y SE LA VAMOS A PAGAR”

Caído el mito de “los que vienen a pagar las pensiones”, en un momento en el que ningún alcalde que quisiera mantenerse en el consistorio se atreve a colocar pancartas con el “Welcome refugies”, cuando se ha visto a las claras que la inmigración no resuelve el problema de los nacimientos, sino que complica la convivencia, ahora, como última trinchera inmigracionista, el argumentario se ha desplazado a otro frente; nos dicen: “estamos obligados a admitir a todos los inmigrantes que quieran establecerse en nuestro suelo y a mantenerlos, incluso, porque, se lo debemos”.

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Nos dicen que Europa “debe” a los inmigrantes del Tercer Mundo el haberlos explotado como colonias. Repiten, para bloquear a los más sensibles, que los europeos “somos responsables” de haber esclavizado a los africanos y que les debemos una compensación. Por eso están aquí, por eso estamos obligados a subsidiarlos… Es un argumento que tiene su fuerza, pero que no deja de ser otra falacia.

No solamente no fuimos esclavistas –valdría la pena, ya que estamos en esto, elaborar un censo de familias europeas que se dedicaron a la trata de esclavos, porque sería, en última instancia, a ellos a los que les correspondería pagar indemnizaciones, no a la totalidad de un pueblo– sino que, además, durante siglos, los europeos que vivían en las costas mediterráneas (pero, también, incluso en las del sur de Gran Bretaña y en Irlanda) corrían el riesgo de ser secuestrados ellos y sus hijos, saqueados sus bienes e incendiados sus pueblos, por parte de piratas berberiscos; una práctica que se prolongó hasta principios del siglo XIX. Unos fueron esclavizados de por vida, los otros extorsionados pidiendo fabulosos rescates, otros murieron sin dejar huellas… Sin olvidar, claro está, que el grueso de traficantes que capturaban esclavos en África eran árabes y que se beneficiaban de pactos con tribus africanas que los obtenían de tribus vecinas.

Sería bueno presentar una reclamación de cantidad por los millones de europeos, especialmente de los países mediterráneos, de los países eslavos, e incluso del Reino Unido, que fueron secuestrados, esclavizados, obligados a vivir en condiciones infrahumanas, asesinados y muertos de agotamiento en tierras del Magreb

Aquellas exacciones berberiscas han dejado recuerdos imborrables en nuestro folklore, en nuestra literatura e, incluso, en la configuración de las costas (las “torres de guaita” tan habituales en la costa catalana no eran para admirar la belleza del Mediterráneo, sino para vigilar la llegada de piratas berberiscos). Aquel valeroso soldado que recibió dos disparos de arcabuz en el pecho y en el brazo izquierdo, en la gloriosa jornada de Lepanto, Miguel de Cervantes, dejó constancia en El Quijote de sus nueve años de cautiverio en Argel.

Los grandes olvidados de la historia europea, son los millones de antepasados esclavizados en tierras islámicas. Los europeos no somos los “malvados” de esta historia. El colonialismo se explica en gran medida por las constantes molestias generadas por la piratería islámicaberberisca y otomana. Quienes la practicaban eran asimilados a yihadistas: y lo hacían con saña y con odio acumulado. La negativa a erradicar la esclavitud, hizo necesaria la intervención europea con la consiguiente disolución de los “mercados de esclavos” que todavía existía en el siglo XIX en el Magreb. No “debemos” nada: nos deben una reparación de aquellos crímenes contra los pueblos europeos.

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