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Opinión

INFORME COMPLETO: ¿Por qué Vladimir Putin invadió Ucrania?

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Han pasado tres semanas desde que el presidente ruso, Vladimir Putin, inició su invasión de Ucrania, pero aún no está claro por qué lo hizo y qué espera lograr. Los analistas, comentaristas y funcionarios gubernamentales occidentales han ofrecido más de una docena de teorías para explicar las acciones, motivos y objetivos de Putin.

Algunos analistas postulan que Putin está motivado por el deseo de reconstruir el Imperio ruso. Otros aseguran que está obsesionado con incluir de nuevo a Ucrania en el ámbito de influencia de Rusia. Y un tercer grupo cree que Putin quiere controlar los vastos recursos energéticos submarinos de Ucrania. Incluso otros especulan que Putin, un autócrata envejecido, está tratando de mantener su control sobre el poder.

Mientras algunos piensan que Putin tiene una estrategia proactiva a largo plazo destinada a establecer la primacía rusa en Europa, hay otros que creen que es un reaccionario a corto plazo que busca preservar lo que queda de la posición decreciente de Rusia en el panorama mundial.

Lo que sigue a continuación es una recopilación de ocho teorías diferentes, pero al mismo tiempo complementarias, que tratan de explicar por qué Putin invadió Ucrania.

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1. Reconstrucción del Imperio

La explicación más corriente para la invasión rusa de Ucrania es que Putin, con un intenso resentimiento por la desaparición del Imperio soviético, está decidido a restablecer a Rusia (generalmente considerada una potencia regional) como una gran potencia que pueda ejercer influencia a escala global.

De acuerdo con esta teoría, Putin tiene como objetivo recuperar el control de los 14 estados postsoviético —que a menudo se les refiere como el “extranjero cercano” de Rusia— los cuales se independizaron tras el colapso de la Unión Soviética en 1991. Esto es parte de un plan más amplio para reconstruir el Imperio ruso, que territorialmente era aún más extenso que el Imperio soviético.

La teoría del Imperio ruso sostiene que la invasión de Putin a Georgia en 2008 y a Crimea en 2014, así como su decisión de 2015 de intervenir militarmente en Siria, fueron parte de una estrategia para restaurar la posición geopolítica de Rusia—y deteriorar el orden internacional basado en reglas liderado por Estados Unidos.

Los que creen que Putin está tratando de restablecer a Rusia como una gran potencia sostienen que una vez que obtenga el control de Ucrania, se centrará en otras exrepúblicas soviéticas, incluidos los países bálticos de Estonia, Letonia y Lituania y, finalmente, Bulgaria, Rumania e incluso Polonia.

El objetivo final de Putin, aseguran, es expulsar a Estados Unidos de Europa, establecer una esfera de influencia exclusiva de gran potencia para Rusia en el continente y dominar el orden de seguridad europeo.

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La literatura rusa apoya este punto de vista. En 1997, por ejemplo, el estratega ruso Aleksander Dugin, amigo de Putin, publicó un libro muy influyente —”Foundations of Geopolitics: The Geopolitical Future of Russia” (“Fundamentos de la geopolítica: el futuro geopolítico de Rusia”)— que argumentaba que el objetivo a largo plazo de Rusia debería ser la creación, no de un Imperio ruso, sino de un imperio euroasiático.

El libro de Dugin, de lectura obligatoria en las academias militares rusas, afirma que para que Rusia vuelva a ser una superpotencia, Georgia debe ser desmembrada, Finlandia debe ser anexada y Ucrania debe dejar de existir: “Ucrania, como estado independiente con ciertas ambiciones territoriales, representa un enorme peligro para toda Eurasia”. Dugin, quien ha sido descrito como el “Rasputín de Putin”, añadió:

“El imperio euroasiático se debe construir sobre el principio fundamental del enemigo común: el rechazo del atlantismo y el control estratégico de los EE. UU. y la negativa a permitir que los valores liberales nos dominen”.

En abril de 2005, Putin se hizo eco de este sentimiento cuando, en su discurso anual sobre el estado de la nación, describió el colapso del Imperio soviético como “la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX”. Desde entonces, Putin ha criticado repetidamente el orden mundial liderado por Estados Unidos, en el cual Rusia tiene una posición subordinada.

En febrero de 2007, durante un discurso ante la Conferencia de Múnich sobre Política de Seguridad, Putin atacó la idea de un orden mundial “unipolar” en el que Estados Unidos, como única superpotencia, pudiera difundir sus valores democráticos liberales a otras partes del mundo, Rusia incluida.

En octubre de 2014, en un discurso ante el “Valdai Discussion Club” (El Club Valdai de debate), un grupo de expertos rusos de alto perfil cercano al Kremlin, Putin criticó el orden internacional liberal posterior a la Segunda Guerra Mundial, cuyos principios y normas —incluida la adhesión al estado de derecho, el respeto de los derechos humanos y la promoción de la democracia liberal, así como la preservación de la santidad de la soberanía territorial y las fronteras existentes— han controlado la conducta de las relaciones internacionales durante casi 80 años. Putin apeló a la creación de un nuevo orden mundial multipolar que sea más accesible a los intereses de una Rusia autocrática.

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El difunto Zbigniew Brzezinski (exconsejero de seguridad nacional del presidente estadounidense Jimmy Carter), en su libro de 1997 “The Grand Chessboard” (“El gran tablero de ajedrez”), escribió que Ucrania es esencial para las ambiciones imperiales rusas:

“Sin Ucrania, Rusia deja de ser un imperio euroasiático…. Sin embargo, si Moscú recupera el control de Ucrania, con sus 52 millones de habitantes y sus principales recursos naturales, así como su acceso al Mar Negro, Rusia recupera automáticamente los medios para convertirse en un poderoso estado imperial, que se extienda por Europa y Asia”.

El historiador alemán Jan Behrends tuiteó:

“No nos equivoquemos: para #Putin no se trata de la UE o la OTAN, se trata de su misión de restaurar el Imperio ruso. Ni más ni menos. #Ucrania es solo una etapa, la OTAN es solo una molestia. Pero el último objetivo final es la hegemonía de Rusia en Europa”.

Peter Dickinson, experto en Ucrania, escribiendo para el Atlantic Council, señaló:

“La animosidad extrema de Putin hacia Ucrania está formada por sus instintos imperialistas. A menudo se sugiere que Putin desea recrear la Unión Soviética, pero en realidad está lejos de ser tal caso. De hecho, él es un imperialista ruso que sueña con el resurgimiento de un Imperio zarista y culpa a las antiguas autoridades soviéticas por entregar tierras rusas ancestrales a Ucrania y otras repúblicas soviéticas”.

El académico búlgaro Iván Krastev estuvo de acuerdo:

“Estados Unidos y Europa no están divididos sobre lo que quiere el Sr. Putin. A pesar de toda la especulación sobre los motivos, una cosa está clara: el Kremlin desea una ruptura simbólica que lo separe de la década de 1990, sepultando el orden posterior a la Guerra Fría. Eso tomaría la forma de una nueva estructura de seguridad europea en la cual se reconozca el ámbito de influencia de Rusia en el espacio postsoviético y rechace la universalidad de los valores occidentales. Más que la restauración de la Unión Soviética, el objetivo es la recuperación de lo que el Sr. Putin considera como la Rusia histórica”.

El analista de seguridad transatlántica Andrew Michta añadió que la invasión de Ucrania por parte de Putin era:

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“La culminación de casi dos décadas de política destinada a reconstruir el Imperio ruso y reintroducir a Rusia en la política europea como uno de los principales actores con facultad para forjar el futuro del continente”.

Cuando escribió para el blog de seguridad nacional 1945, Michta explicó:

“Desde la perspectiva de Moscú, la guerra de Ucrania es, de hecho, la batalla final de la Guerra Fría — para Rusia, el momento para reclamar su lugar en el tablero de ajedrez europeo como un gran imperio, facultado para dar forma al destino del continente hacia el futuro. Occidente necesita entender y aceptar que tan solo una vez que Rusia sea derrotada completamente en Ucrania será finalmente posible un verdadero acuerdo posterior a la Guerra Fría”.

2. Zona colchón (Buffer Zone)

Muchos analistas atribuyen la invasión rusa de Ucrania a la geopolítica, la cual intenta explicar el funcionamiento de los estados a través de la lente de la geografía.

La mayor parte del territorio occidental de Rusia se sitúa en la llanura rusa, una vasta área libre de montañas que se extiende más allá de los 4.000.000 de kilómetros cuadrados (1,5 millones de millas cuadradas). También llamada llanura de Europa oriental, la vasta planicie representa para Rusia un grave problema de seguridad: un ejército enemigo que invadiera desde Europa central u oriental encontraría pocos obstáculos geográficos para llegar al corazón de Rusia. En otras palabras, Rusia, a causa de su geografía, es particularmente difícil de defender.

El experto analista geopolítico Robert Kaplan escribió que la geografía es el punto de partida para comprender todo lo concerniente a Rusia:

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“Rusia sigue siendo antiliberal y autocrática porque, a diferencia de Gran Bretaña y Estados Unidos, no es una nación insular, sino un vasto continente con pocas características geográficas para protegerlo de una invasión. La agresión de Putin se deriva en última instancia de esta inseguridad geográfica fundamental”.

Históricamente, los líderes de Rusia han buscado obtener profundidad estratégica impulsándose hacia el exterior para crear zonas colchón: barreras territoriales que aumenten la distancia y el tiempo que los invasores necesitarían para llegar a Moscú.

El Imperio ruso incluía los países bálticos, Finlandia y Polonia, todos los cuales sirvieron como amortiguadores. La Unión Soviética creó el Pacto de Varsovia —que incluía a Albania, Bulgaria, Checoslovaquia, Alemania Oriental, Hungría, Polonia y Rumania— como una gran zona tapón para protegerse contra posibles invasores.

La mayoría de los países del antiguo Pacto de Varsovia ahora son miembros de la OTAN. Eso deja a Bielorrusia, Moldavia y Ucrania, estratégicamente ubicados entre Rusia y Occidente, como los únicos países de Europa del Este que quedan para servir como estados colchón de Rusia. Algunos analistas consideran si el sentir de la necesidad de Rusia de una zona colchón es el factor principal en la decisión de Putin de invadir Ucrania.

Mark Galeotti, un destacado académico británico experto de la política rusa, señaló que la posesión de una zona colchón es intrínseca a la comprensión del estatus de Rusia como gran potencia:

“Desde el punto de vista de Putin, él ha construido gran parte de su identidad política en torno a la noción de convertir a Rusia en una gran potencia y hacer que sea reconocida como tal. Cuando piensa en una gran potencia, Putin es fundamentalmente un geopolítico del siglo XIX. No es el poder de la conectividad económica o la innovación tecnológica, y mucho menos el poder blando. No. Una gran potencia, expresándose en la tradición de los viejos tiempos, debe tener un ámbito de influencia, y países cuya soberanía esté subordinada a la tuya”.

Otros, sin embargo, creen que el concepto de estados colchón es obsoleto. El experto en seguridad internacional Benjamín Denison, por ejemplo, sostuvo que Rusia no puede justificar legítimamente la necesidad de una zona colchón:

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“Una vez que se inventaron las armas nucleares … los estados tapón ya no se consideraron necesarios, independientemente de la geografía, ya que la disuasión nuclear funcionaba para garantizar la integridad territorial de las grandes potencias con capacidades nucleares… La utilidad de los estados tapón y las preocupaciones de la geografía cambiaron para siempre después de la revolución nuclear. Sin la preocupación de invasiones rápidas a la patria de parte una gran potencia rival, los estados tapón pierden su utilidad independientemente de la geografía del territorio…

“Limitar la definición de los intereses nacionales a la geografía y pretender que la geografía impulsa a los estados a replicar acciones pasadas que se dieron a lo largo de la historia, solo fomenta el pensamiento inexacto y sirve de excusa para que Rusia se apropie de tierras como algo natural”.

3. La independencia de Ucrania

Estrechamente entrelazada con las teorías sobre la reconstrucción del imperio y la geopolítica es la obsesión de Putin por acabar con la soberanía ucraniana. Putin sostiene que Ucrania ha sido parte de Rusia durante siglos y que su independencia en agosto de 1991 fue un error histórico. Ucrania, afirma él, no tiene derecho a existir.

Putin ha minimizado o incluso negado repetidamente el derecho de Ucrania a la condición de estado y a su soberanía:

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    En 2008, Putin le dijo a William Burns, entonces embajador de Estados Unidos en Rusia (ahora director de la CIA): “¿No sabes que Ucrania ni siquiera es un auténtico país? En serio, parte de Ucrania es de Europa del Este y parte es rusa”.

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    En julio de 2021, Putin escribió un ensayo de 7.000 palabras —”On the Historical Unity of Russians and Ukrainians” (“Sobre la unidad histórica de los rusos y los ucranianos”)— en el que expresó su desprecio por el estado de Ucrania, cuestionó la legitimidad de las fronteras de Ucrania y afirmó que la Ucrania actual ocupa “las tierras de la Rusia histórica”. Concluyó: “Estoy seguro de que la verdadera soberanía de Ucrania solo es posible en asociación con Rusia”.

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    En febrero de 2022, solo tres días antes de lanzar su invasión, Putin afirmó que Ucrania era un estado falso creado por Vladimir Lenin, el fundador de la Unión Soviética:

    “La Ucrania moderna fue creada en su totalidad por Rusia o, para ser más precisos, por la Rusia comunista bolchevique. Este proceso comenzó prácticamente justo después de la revolución de 1917, y Lenin y sus asociados lo hicieron de una manera que fue extremadamente cruel para Rusia: separando, y cortando vínculos con lo que históricamente es tierra rusa… La Ucrania soviética es el resultado de la política de los bolcheviques y puede llamarse legítimamente ‘La Ucrania de Vladimir Lenin’. Él fue su creador y artífice”.

El erudito ruso Mark Katz, en un ensayo —”Blame It on Lenin: What Putin Gets Wrong About Ukraine” (“Culpa a Lenin: Lo que Putin no entiende sobre Rusia”)— sostuvo que Putin debería haber aprendido de Lenin de que éste llego a entender que un enfoque más acomodativo hacia el nacionalismo ucraniano serviría mejor a los intereses de Rusia a largo plazo:

“Putin no puede evadirse del problema que el propio Lenin tuvo que enfrentar en relación de cómo reconciliar a los no rusos con el control de Rusia. La imposición por la fuerza del gobierno ruso en parte —y mucho menos en toda—Ucrania no logrará tal reconciliación. Incluso si los ucranianos no pueden rechazar la imposición por la fuerza del dominio ruso sobre una parte o la totalidad de Ucrania ahora, el éxito de Putin en imponerlo solo intensificará los sentimientos de nacionalismo ucraniano y hará que estalle nuevamente cada vez que surja la oportunidad”.

La independencia política de Ucrania ha ido acompañada además de una hostilidad de larga duración con Rusia sobre la lealtad religiosa. En enero de 2019, en lo que se describió como “el mayor desacuerdo en el cristianismo en siglos”, la iglesia ortodoxa en Ucrania se independizó (autocefalía) de la iglesia rusa. La iglesia ucraniana había estado bajo la jurisdicción del patriarcado de Moscú desde 1686. Dicha autonomía asestó un duro golpe a la iglesia rusa, la cual perdió alrededor de una quinta parte de los 150 millones de cristianos ortodoxos bajo su autoridad.

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El gobierno ucraniano afirmó que el Kremlin estaba utilizando iglesias respaldadas por Moscú en Ucrania para difundir propaganda y apoyar a los separatistas rusos en la región oriental de Donbas. Putin quiere que la iglesia ucraniana regrese a la órbita de Moscú y ha advertido de “una fuerte disputa, si no un derramamiento de sangre” sobre cualquier intento de transferir el control de propiedades de la iglesia.

El jefe de la Iglesia ortodoxa rusa, el patriarca Kirill de Moscú, ha declarado que Kiev, donde comenzó la religión ortodoxa, es comparable en términos de importancia histórica a Jerusalén:

“Ucrania no pertenece a la periferia de nuestra iglesia. Llamamos a Kiev ‘la madre de todas las ciudades rusas’. Para nosotros, Kiev es lo que Jerusalén es para otros. La ortodoxia rusa comenzó allí, por lo que bajo ninguna circunstancia podemos abandonar esta relación histórica y espiritual. La unión total de nuestra Iglesia local se basa en estos lazos espirituales”.

El 6 de marzo, Kirill, un exagente de la KGB que se le conoce como el “monaguillo de Putin” debido a su sumisión al líder ruso, respaldó públicamente la invasión de Ucrania. En un sermón, repitió las declaraciones de Putin de que el gobierno ucraniano estaba llevando a cabo un “genocidio” de rusos en Ucrania: “Durante ocho años, la represión y el exterminio de gente ha estado en marcha en Donbas. Ocho años de sufrimiento y el mundo entero está en silencio”.

El analista geopolítico alemán Ulrich Speck escribió:

“Para Putin, destruir la independencia de Ucrania se ha convertido en una obsesión…. Putin ha dicho a menudo, e incluso ha escrito, que Ucrania no es una nación a parte y que no debería existir como estado soberano. Es esta total negación la que ha llevado a Putin a emprender esta guerra totalmente insensata que no puede ganar. Y eso nos lleva al problema de lograr la paz: o sea ¿tiene Ucrania derecho a existir como nación y como estado soberano, o no? La soberanía se considera indivisible. Putin lo niega, Ucrania lo defiende. ¿Cómo se puede llegar pues a un compromiso sobre la existencia de Ucrania como un estado soberano? Imposible. Esa es la razón por la que ambas partes solo pueden luchar hasta que ganen.

“Normalmente, las guerras ocurren entre estados que tienen conflictos entre ellos. Sin embargo, esta es una guerra sobre la existencia de un estado, que es negada por el agresor. Es por ello que los conceptos habituales de pacificación —hallar un compromiso— no se aplican. Si Ucrania sigue existiendo como estado soberano, Putin habrá perdido. No le interesa la ganancia territorial como tal, es más bien una carga para él. Tan solo le interesa controlar todo el país. Todo lo demás para él es una derrota”.

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El experto en política ucraniana Taras Kuzio añadió:

“La verdadera causa de la crisis actual es el intento de Putin para reintegrar a Ucrania a la órbita rusa. Durante los últimos ocho años, ha utilizado una combinación de intervención militar directa, ataques cibernéticos, campañas de desinformación, presión económica y diplomacia coercitiva para intentar y obligar a Ucrania a abandonar sus ambiciones euroatlánticas….

“El objetivo final de Putin es la capitulación de Ucrania y la absorción del país en el ámbito de influencia rusa. Su búsqueda obsesiva de este objetivo ya ha precipitado al mundo en una nueva Guerra Fría…

“Únicamente el regreso de Ucrania a la órbita del Kremlin satisfará a Putin o disipará sus temores sobre una mayor fragmentación de la herencia imperial de Rusia. No cesará su empeño hasta que se le detenga. Para lograr esto, Occidente debe responder más enérgicamente a la agresión imperial rusa, al mismo tiempo que acelera la propia integración euroatlántica de Ucrania”.

4. OTAN

Esta teoría sostiene que Putin invadió Ucrania para evitar que se uniera a la OTAN. El presidente ruso ha exigido repetidamente que Occidente garantice “inmediatamente” que Ucrania no podrá unirse a la OTAN o la Unión Europea.

Un defensor vocal de este punto de vista es el teórico de las relaciones internacionales estadounidense John Mearsheimer, quien, en un controvertido escrito, “Why the Ukraine Crisis Is the West’s Fault” (“Por qué la crisis de Ucrania es culpa de Occidente”), razonaba que la expansión hacia el este de la OTAN provocó que Putin actuara militarmente contra Ucrania:

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“Estados Unidos y sus aliados europeos comparten la mayor parte de la responsabilidad de esta crisis. El origen principal del problema es la ampliación de la OTAN, el elemento central de una estrategia conjunta para extraer a Ucrania de la órbita de Rusia e integrarla en Occidente…

“Desde mediados de la década de 1990, los líderes rusos se han opuesto rotundamente a la ampliación de la OTAN y, en los últimos años, han dejado claro que no se quedarían de brazos cruzados mientras su vecino, importante estratégicamente, se convertía en un bastión occidental”.

En una entrevista reciente con The New Yorker, Mearsheimer culpó a Estados Unidos y a sus aliados europeos por el conflicto actual:

“Creo que todo el problema en este caso realmente comenzó en abril de 2008, en la Cumbre de la OTAN en Bucarest, donde posteriormente la OTAN emitió una declaración que decía que Ucrania y Georgia se convertirían en parte de la OTAN”.

De hecho, Putin no siempre se ha opuesto a la expansión de la OTAN. En varias ocasiones, incluso llegó a decir que la expansión de la OTAN hacia el este no era de la incumbencia de Rusia.

En marzo de 2000, por ejemplo, se le preguntó a Putin, en una entrevista con el difunto presentador de televisión de la BBC David Frost, si percibía a la OTAN como un socio, rival o enemigo potencial. A lo que Putin respondió:

“Rusia es parte de la cultura europea. Y no puedo imaginar mi propio país aislado de Europa y de lo que a menudo llamamos el mundo civilizado. Por lo tanto, es difícil para mí considerar a la OTAN como un enemigo”.

En noviembre de 2001, en una entrevista con National Public Radio, se le preguntó a Putin si se oponía a la admisión de los tres estados bálticos —Lituania, Letonia y Estonia— en la OTAN. A lo cual respondió:

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“Por supuesto, que no estamos en condiciones de decirle a la gente qué hacer. No podemos prohibir a la gente que tome ciertas decisiones si desean aumentar la seguridad de sus naciones de una manera determinada”.

En mayo de 2002, cuando se le preguntó a Putin sobre el futuro de las relaciones entre la OTAN y Ucrania, dijo con total naturalidad que no le importaba ni lo uno ni lo otro:

“Estoy absolutamente convencido de que Ucrania no rehuirá los procesos de expansión de la interacción con la OTAN y los aliados occidentales en su conjunto. Ucrania tiene sus propias relaciones con la OTAN; existe el Consejo Ucrania-OTAN. Después de todo, la OTAN y Ucrania deben tomar sus decisiones. Es un asunto de esos dos socios”.

La posición de Putin sobre la expansión de la OTAN cambió radicalmente después de la Revolución Naranja de 2004, desencadenada por el intento de Moscú de robar las elecciones presidenciales de Ucrania. Un levantamiento masivo a favor de la democracia que finalmente llevó a la derrota al candidato preferido de Putin, Víctor Yanukovych, quien finalmente se convirtió en presidente de Ucrania en 2010 pero fue derrocado en la Revolución del Euromaidán (la Revolución de la Dignidad) de 2014.

El exsecretario general de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen, en una entrevista reciente con Radio Free Europe, observó cómo han cambiado las opiniones de Putin sobre la OTAN:

“El señor Putin ha cambiado a lo largo de los años. Mi primera reunión tuvo lugar en 2002… y él fue muy positivo con respecto a la cooperación entre Rusia y Occidente. Después, gradualmente, cambió de opinión. Y desde alrededor de 2005 a 2006, él se volvió cada vez más negativo hacia Occidente. Y en 2008, atacó Georgia…. En 2014, ocupó Crimea, y ahora hemos visto una invasión a gran escala de Ucrania. Así pues, ciertamente ha cambiado a lo largo de los años.

“Creo que las revoluciones en Georgia y Ucrania en 2004 y 2005 contribuyeron a su cambio de opinión. No debemos olvidar que Vladimir Putin creció en la KGB. Por lo tanto, su forma de pensar está muy afectada por ese pasado. Creo que padece paranoia. Y [Putin] pensó, después de las revoluciones de color en Georgia y Ucrania, que el objetivo [de Occidente] era iniciar también un cambio de régimen en el Kremlin, en Moscú. Y esa es la razón por la que se volvió contra Occidente.

“Le echo toda la culpa a Putin y a Rusia. Rusia no es una víctima. Nos hemos puesto en contacto con Rusia en varias ocasiones durante distintos momentos históricos… Primero, aprobamos el Acta Fundacional de Rusia de la OTAN en 1997… La siguiente vez, fue en 2002, nos pusimos en contacto una vez más, establecimos algo muy especial, concretamente, el Consejo OTAN-Rusia. Y en 2010, decidimos en una cumbre OTAN-Rusia que desarrollaríamos una asociación estratégica entre Rusia y la OTAN. Por lo tanto, repetidas veces contactamos con Rusia.

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“Creo que hubiéramos tenido que esforzarnos más para disuadir a Putin. En 2008, atacó Georgia, tomó de facto Abjasia y Osetia del Sur. Podríamos haber reaccionado con mucha más determinación en ese momento”.

En los últimos años, Putin ha afirmado repetidamente que la ampliación de la OTAN posterior a la Guerra Fría representa una amenaza para Rusia, lo cual no le ha permitido otra opción que defenderla. También acusó a Occidente de tratar de rodear a Rusia. En realidad, de los 14 países que tienen fronteras con Rusia, solo cinco son miembros de la OTAN. Las fronteras de estos cinco países (Estonia, Letonia, Lituania, Noruega y Polonia) son contiguas con solo el 5% de las fronteras totales de Rusia.

Putin ha afirmado que la OTAN rompió las promesas solemnes que hizo en la década de 1990 de que la alianza no se extendería hacia el este. “Ustedes nos prometieron en la década de 1990 que la OTAN no avanzaría ni una pulgada (un centímetro) hacia el este. Nos engañaron descaradamente”, dijo durante una conferencia de prensa en diciembre de 2021. Mikhail Gorbachev, entonces presidente de la Unión Soviética, respondió que tales promesas nunca se hicieron.

Putin emitió recientemente tres demandas tremendamente poco realistas: la OTAN debe retirar sus fuerzas a sus fronteras de 1997; la OTAN no debe ofrecer membresía a otros países, incluidos Finlandia, Suecia, Moldavia o Georgia; la OTAN debe proporcionar garantías por escrito de que Ucrania nunca se unirá a la alianza.

En el artículo —”What Putin Really Wants in Ukraine” (“Lo que Putin quiere de verdad en Ucrania”)— para Foreign Affairs, el historiador ruso Dmitri Trenin, estableció que Putin quiere detener la expansión de la OTAN, no anexar más territorio:

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“Las acciones de Putin sugieren que su verdadero objetivo no es conquistar Ucrania y absorberla en Rusia, sino cambiar la configuración posterior a la Guerra Fría en el este de Europa. Esa configuración permitió a Rusia actuar como receptor normativo [rule taker] sin mucho que decir sobre la seguridad europea, que se concentró en la OTAN. Si consigue que la OTAN permanezca fuera de Ucrania, Georgia y Moldavia, y los misiles de alcance intermedio de EE. UU. fuera de Europa, Putin cree que podría reparar parte del daño sufrido en la seguridad de Rusia después de que terminó la Guerra Fría. No es casualidad, ya que podría servir como un recordatorio valioso para presentarse como candidato en 2024, cuando Putin estuviera listo para su reelección”.

5. Democracia

Esta teoría sostiene que Ucrania, una democracia floreciente, representa una amenaza existencial para el modelo autocrático de gobierno de Putin. La existencia continua de una Ucrania soberana, libre y democrática alineada con Occidente podría inspirar al pueblo ruso a exigir lo mismo.

El exembajador de Estados Unidos en Rusia, Michael McFaul, y Robert Person, profesor de la Academia Militar de Estados Unidos, escribieron que Putin está aterrorizado por la democracia en Ucrania:

“Durante los últimos treinta años, la prominencia del tema [la expansión de la OTAN] ha ascendido y caído, no principalmente debido a las olas de expansión de la OTAN, sino debido a las olas de expansión democrática en Eurasia. En un patrón muy claro, Moscú se queja de la proliferación de la OTAN tras avances democráticos….

“Debido a que la principal amenaza para Putin y su régimen autocrático es la democracia, no la OTAN, esa amenaza percibida no desaparecería mágicamente con una moratoria a la expansión de la OTAN. Putin no dejaría de buscar la manera de socavar la democracia y la soberanía en Ucrania, Georgia o la región como un todo si la OTAN dejara de expandirse. Siempre y cuando los ciudadanos de los países libres ejerzan sus derechos democráticos para elegir a sus propios líderes y marcar su propio rumbo en la política interior y exterior, Putin los mantendrá en su punto de mira….

“La causa más grave de las tensiones ha sido una serie de avances democráticos y protestas populares por la libertad a lo largo de la década de los 2000, a lo que muchos se refieren como las ‘revoluciones de colores’. Putin cree que los intereses nacionales rusos se han visto amenazados por lo que describe como – golpes de estado apoyados – de Estados Unidos. Después de cada uno de ellos— Serbia en 2000, Georgia en 2003, Ucrania en 2004, la Primavera Árabe en 2011, Rusia en 2011-12 y Ucrania en 2013-14 — Putin ha girado hacia políticas más hostiles hacia los Estados Unidos., y posteriormente invocó la amenaza de la OTAN como justificación para hacerlo….

“Los ucranianos que se alzaron en defensa de su libertad eran, según la propia evaluación de Putin, hermanos eslavos con estrechos lazos históricos, religiosos y culturales con Rusia. Si pudo suceder en Kiev, ¿por qué no en Moscú?”.

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El experto ucraniano Taras Kuzio está de acuerdo:

“Putin sigue obsesionado por la ola de levantamientos a favor de la democracia que se extendió por Europa del Este a fines de la década de 1980, preparando el ambiente para el posterior colapso soviético. Ve la incipiente democracia de Ucrania como un desafío directo a su propio régimen autoritario y reconoce que la cercanía histórica de Ucrania a Rusia hace que esta amenaza sea particularmente grave”.

6. Energía

Ucrania tiene las segundas mayores reservas conocidas —más de un billón de metros cúbicos— de gas natural en Europa después de Rusia. Estas reservas, bajo el Mar Negro, se concentran alrededor de la península de Crimea. Además, se han descubierto grandes depósitos de gas de esquisto en el este de Ucrania, alrededor de Kharkiv y Donetsk.

En enero de 2013, Ucrania firmó un contrato de 50 años y 10 mil millones de dólares con Royal Dutch Shell para explorar y perforar gas natural en el este de Ucrania. Más tarde ese año, Kiev firmó un acuerdo de producción compartida de gas de esquisto de 50 años y 10 mil millones de dólares con la compañía energética estadounidense Chevron. Shell y Chevron se retiraron de esos acuerdos después de que Rusia anexó la Península de Crimea.

Algunos analistas creen que Putin anexó Crimea para evitar que Ucrania se convirtiera en un importante proveedor de petróleo y gas para Europa y así desafiar la supremacía energética de Rusia. Piensan también que Rusia estaba preocupada de que, siendo el segundo petroestado más grande de Europa, a Ucrania se le hubiera otorgado la membresía acelerada a la UE y la OTAN.

Según esta teoría, la invasión rusa de Ucrania tiene como objetivo obligar a Kiev a reconocer oficialmente a Crimea como rusa y reconocer a las repúblicas separatistas de Donetsk y Luhansk como estados independientes, para que Moscú pueda asegurar legalmente el control de los recursos naturales en estas áreas.

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7. Agua

El 24 de febrero, el primer día de la invasión rusa de Ucrania, las tropas rusas restauraron el flujo de agua a un canal de importancia estratégica que une el río Dniéper con Crimea controlada por Rusia. Ucrania bloqueó el Canal de Crimea del Norte de la era soviética, que abastece el 85% de las necesidades de agua de Crimea, después de que Rusia se anexionó la península en 2014. La escasez de agua resultó en una reducción masiva de la producción agrícola en la península y obligó a Rusia a gastar miles de millones de rublos cada año para suministrar agua desde el continente para sustentar a la población de Crimea.

La crisis del agua fue una fuente importante de tensión entre Ucrania y Rusia. El presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, insistió en que el suministro de agua no se restablecería hasta que Rusia devuelva la península de Crimea. La analista de seguridad Polina Vynogradova señaló que cualquier reanudación del suministro de agua habría significado un reconocimiento de facto de la autoridad rusa en Crimea y habría socavado el reclamo de Ucrania sobre la península. También habría debilitado la influencia de Ucrania en las negociaciones sobre Donbas.

Incluso si las tropas rusas finalmente se retiran de Ucrania, es probable que Rusia mantenga un control permanente sobre todo el Canal de Crimea del Norte, que extiende por 400 kilómetros (250 millas), para garantizar que no haya más interrupciones en el suministro de agua de Crimea.

8. Supervivencia del régimen

Esta teoría sostiene que Putin, de 69 años, que ha estado en el poder desde 2000, busca un conflicto militar perpetuo como una forma de seguir siendo popular entre el público ruso. Algunos analistas creen que después de los levantamientos públicos en Bielorrusia y Kazajstán, Putin decidió invadir Ucrania por temor a perder el control del poder.

En una entrevista con Político, Bill Browder, el empresario estadounidense que encabeza la Campaña Global de Justicia Magnitsky, dijo que Putin siente la necesidad de parecer fuerte en todo momento:

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“No creo que esta guerra se trate de la OTAN; no creo que esta guerra se trate del pueblo ucraniano o de la Unión Europea o incluso de Ucrania; esta guerra se trata de iniciar una guerra para mantenerse en el poder. Putin es un dictador y su intención es permanecer en el poder el resto de su vida. Se dijo a sí mismo que las cosas están claras para él a no ser que haga algo extravagante. Putin solo está pensando a corto plazo… ‘¿cómo puedo mantenerme en el poder de esta semana a la siguiente? ¿Y luego de la próxima semana a la siguiente?’”

Anders Åslund, un destacado especialista en política económica en Rusia y Ucrania, estuvo de acuerdo:

“Cómo entender la guerra de Putin en Ucrania. No se trata de la OTAN, la UE, la URSS o incluso Ucrania. Putin necesita una guerra para justificar su gobierno y su represión interna que aumenta rápidamente…. Efectivamente se concentra en Putin, no en el neo-imperialismo, nacionalismo ruso o incluso la KGB”.

La experta de política rusa Anna Borshchevskaya escribió que la invasión de Ucrania podría ser el principio del fin para Putin:

“Aunque no fue elegido democráticamente, le preocupa la opinión pública y las protestas en el país, ya que las percibe como amenazas para mantener su control del poder… Aunque Putin puede haber esperado que la invasión de Ucrania expandiría rápidamente el territorio ruso y ayudaría a restaurar la grandeza del antiguo imperio ruso, podría conseguir lo contrario”.

Soeren Kern es un miembro principal del Gatestone Institute, con sede en Nueva York.

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Contra la debilidad mental occidental: La esclavitud en el Islam todavía sigue vigente (Y siempre ha apuntado CONTRA EUROPA) Por Ernesto Milá

Ernesto Milá

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Introducción a La esclavitud en el Islam, libro que estará disponible en breve.

Durante siglos, especialmente del XVI a principios del XIX, nuestras costas fueron hostigadas por piratas berberiscos. Querían vengar la “pérdida de Al-Andalus” (esto es, la Reconquista). La captura de poblaciones costeras del norte del Mediterráneo para venderlas en los mercados de esclavos del Magreb o negociar su rescate se convirtió en una práctica habitual entre las poblaciones del norte de África. Quienes practicaban estas razzias, que hacían imposible la vida en nuestras costas, eran considerados “yihâdistas”. Este comercio de esclavos europeos existió, por mucho que los “multiculturalistas” de hoy quieran olvidarlo.

Todavía ningún gobierno del Magreb se ha disculpado por estos actos.

*    *    *

LA CAÍDA DEL PRIMER ARGUMENTO INMIGRACIONISTA: 

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EUROPA NECESITA TRABAJADORES

Hoy, ya nadie puede dudar que el primer argumento que se utilizó para justificar la presencia de compactos núcleos musulmanes en Europa Occidental –aquel que afirmaba que eran necesarios inyectar inmigrantes para pagar las pensiones de los abuelos…– era una simple falacia. La realidad es que, las pensiones de los abuelos –yo lo soy– pierden cada día poder adquisitivo porque a los gobiernos de nuestro entorno les es necesario comprar la “paz étnica y social” subvencionando a los recién llegados. No hay dinero para todos. Y los que llevan las de perder es la parte más débil: los jubilados. La inmigración es hoy una pesada carga económica para todos los Estados que se han negado durante décadas a controlarla.

Desde, como mínimo, 2008, la inmigración ha variado su carácter; hasta ese momento, podía pensarse que los motivos del desplazamiento hacia España se debían a la posibilidad de integrarse en nuestro mercado laboral y, en especial, en el sector de la construcción. Pero, desde el estallido de la burbuja inmobiliaria, con la mecanización progresiva de la agricultura, las deslocalizaciones y el proceso de desindustrialización creciente, es casi seguro que, hoy, pocos de los inmigrantes que llegan a España, –especialmente los que no tienen ningún tipo de cualificación profesional (esto es, la mayoría)–, tengan como proyecto personal integrarse en el mercado laboral y vivir del propio trabajo, ahorrar para volver al país de origen con capital suficiente para emprender una nueva vida.

Se suele creer que las motivaciones de los inmigrantes en el siglo XXI son las mismas que las de los españoles, portugueses e italianos que se desplazaron a Francia, Suiza, Alemania, Benelux, en los años 50 y 60, para reconstruir países que habían sido demolidos por la Segunda Guerra Mundial. En aquella inmigración existía la voluntad de trabajar durante unos años en unos países con unos niveles salariales mucho más altos, poder ahorrar llevando una vida austera (pero no miserable), acumular cierto patrimonio que les permitiera abrir un pequeño negocio o, simplemente, comprar una vivienda al regresar a la Patria. Esa inmigración, no es la actual.

Nuestros inmigrantes querían regresar –en grandísima medida– al país que habían abandonado. Iban a trabajar, a esforzarse, a partirse el espinazo para llevar a la práctica un proyecto personal legítimo y que enriquecía a todas las partes: a los receptores de inmigración porque sabían que los recién llegados eran gente dura y dispuesta a trabajar. A los inmigrantes porque, a cambio de su trabajo, recibían un salario muy superior al del mismo oficio en España y podían ahorrar. Al país emisor de inmigrantes porque allí recibían formación y volvían con una capacitación laboral superior a la que habían partido, sin olvidar que su trabajo en el extranjero generaba unas divisas preciosas en aquel momento para garantizar intercambios comerciales. Aquellos inmigrantes –nuestra inmigración– no planteaban problemas de convivencia, ni choques culturales; fieles al dicho “donde fueres, haz lo que vieres”, nuestra gente se integró perfectamente en la sociedad que los recibió. Nada de todo esto vale para el actual fenómeno migratorio.

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Ya no hay países en Europa Occidental que precisen ser reconstruidos después de una guerra. Tampoco hay un mercado laboral en expansión que permita pensar que, sin un alto nivel de cualificación y sólo en determinadas profesiones, vayan a encontrar trabajo bien remunerado. Ni siquiera para españoles, los salarios medios –a la vista del coste de la vida– permiten ahorrar gran cosa. Ningún inmigrante, en su sano juicio, puede transmitir a otros como él que residen en su propio país, la idea de que valga la pena venir a España para trabajar: la realidad es que, aquí y ahora, el poco trabajo que existe para gentes con poca o nula cualificación profesional, no permite ni vivir dignamente, ni mucho menos ahorrar. Entonces ¿por qué viene la inmigración?

Vale la pena no engañarse al respecto. Y los medios de comunicación, así como los diferentes gobiernos, de derechas y de izquierdas, llevan casi treinta años engañándose y falseando datos, cifras y circunstancias. No hay otra forma de definir la actitud de quienes niegan los problemas que se han generado a causa de la inmigración ilegal, masiva y descontrolada.

LA CAÍDA DEL SEGUNDO ARGUMEN IMIGRACIONISTA: 

“WELCOME REFUGIES”

Si bien es cierto que, hoy, ya nadie se atreve a sostener que, gracias a la inmigración, se van a poder “pagar las pensiones de los abuelos”, las justificaciones se han convertido en cada vez más extemporáneas, ridículas, ignorantes e, incluso, frecuentemente, entre los portavoces gubernamentales, zafias. Caído el mito de “las pensiones de los abuelos”, el nuevo argumento nos decía que los inmigrantes no eran tales: que se trata de “refugiados”. Ser “refugiado”, al parecer, hace obligada la “solidaridad”. El perseguido merece protección y ayuda para salvarlo de su perseguidor… En algunos casos, los menos, los recién llegados son “refugiados”. Pero, incluso, en esas circunstancias, cabe preguntarse: ¿y por qué un “refugiado afgano” elegirá vivir en Europa Occidental y no en Paquistán, en la India o, incluso en el sudeste asiático, países mucho más próximos, en todos los sentidos, a su patria originaria?

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Por otra parte, si existen “refugiados” es porque tal o cual país los genera y la situación allí es insoportable, por tanto, si se trata de admitir, por ejemplo, subsaharianos, vale la pena recordar que, en cualquiera de aquellos países, en toda África y en buena parte de Asia, casi sin excepción, la “democracia” es una palabra que no tiene el mismo significado que en Europa. De los 1.200 millones de africanos, la inmensa mayoría podrían ser considerados como “aspirantes a refugiados”, a la vista de que existen diferencias abismales entre los “derechos humanos” tal como se contemplan en Europa y como se practican en África.

Pero, Europa no puede admitir a 1.200 millones de inmigrantes que, por lo demás, deberían entender que ellos, para prosperar, sería oportuno que trataran de hacer cambios en su país, antes que adoptar la solución más cómoda de mudarse a otro… ¿a cuál? Y esta es el nudo de la cuestión: no se trata de países en los que exista un mercado laboral floreciente, ni aquellos otros más próximos al lugar de origen, para mantener el contacto con sus raíces, sino de aquellos en los se vive mejor y, lo que es aún más importante, donde se garantizan subvenciones solamente por llegar y en donde todo, absolutamente todo, está permitido (o poco menos). Ese es el centro de la cuestión que políticos y medios pretenden escamotearnos.

No hay nada más opaco en la actual democracia española que la suma total de subvenciones que reciben los no nacidos en España y sus hijos nacidos aquí. La falta de transparencia es, precisamente, lo que permite sospechar. Recientemente se ha publicado la cifra de que algo más de 2.000.000 de inmigrantes viven de subsidios públicos. El misterio está lejos de quedar resuelto, porque no se dice cuántos antiguos inmigrantes que han logrado naturalizarse como “españoles”, siguen subsidiados. Por otra parte, haría falta especificar qué tipo de subsidios reciben: en España existen muchos de tipos de ayudas y de pensiones no contributivas. Todo ello hace sospechar que las cifras son muchísimo mayores y es legítimo pensar que pueden ser, incluso, el doble o el triple, incluso, de las dadas. Por lo demás, no se especifica el volumen total de subsidios y subvenciones por distintos conceptos, ni los dados por las distintas administraciones, que van a parar a lo que en Francia se ha llamado “la aspiradora de recursos públicos”, esto es, la inmigración. La opacidad de las cifras, en efecto, no hace nada más que aumentar las sospechas.

LA CAIDA DEL TERCER ARGUMENTO INMIGRACIONISTA: 

“VIENEN PARA CONTRARRESTAR LA BAJA NATALIDAD”

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Luego está el argumento de la crisis de la natalidad en España. Era lo que podía esperarse: la elevación constante del coste de la vida, hace imposible el que se puedan formar parejas e, incluso, que una vez formadas, decidan tener hijos. La paternidad es una aventura que muy pocos se atreven a afrontar. Para hacerlo es preciso tener seguridad de que se podrá mantener a los hijos. Nadie está dispuesto a ofrecer tales garantías. Sin embargo, es un problema político: hubiera bastado con atribuir prioridad en beneficios sociales y ventajas fiscales a las parejas españolas que deseen tener hijos, garantizar su prioridad a la hora de obtener viviendas sociales, y simples campañas en pro de la natalidad, para que se estimulara la natalidad entre nuestra gente. No se hizo, ni se tiene intención de hacer. Si se hubiera empezado a hacer en 1996, cuando Aznar abrió las puertas a la inmigración, hoy tendríamos una generación de 28 años y un país homogéneo. Se hizo –y se hace– justo lo contrario: confiar en que gentes llegadas de todo el mundo salvarían la natalidad en España.

Desde el año 2000, en las cuatro provincias catalanas los nacidos en la noche del 31 de diciembre al 1 de enero de cada año, son en su inmensa mayoría hijos de nacidos en el extranjero. Pero, salvo entre las mujeres subsaharianas, el número de hijos va disminuyendo incluso dentro de la inmigración. Los inmigrantes andinos, por ejemplo, se han configurado como los primeros y principales usuarios de los servicios de aborto gratuito y de “píldora del día después”. La ruptura de la unidad étnica de España ni siquiera ha servido para que la natalidad remonte o para que se repueblen zonas “vacías”.

LA ÚLTIMA TRINCHERA INMIGRACIONISTA: 

“TENEMOS UNA DEUDA CON EL TERCER MUNDO Y SE LA VAMOS A PAGAR”

Caído el mito de “los que vienen a pagar las pensiones”, en un momento en el que ningún alcalde que quisiera mantenerse en el consistorio se atreve a colocar pancartas con el “Welcome refugies”, cuando se ha visto a las claras que la inmigración no resuelve el problema de los nacimientos, sino que complica la convivencia, ahora, como última trinchera inmigracionista, el argumentario se ha desplazado a otro frente; nos dicen: “estamos obligados a admitir a todos los inmigrantes que quieran establecerse en nuestro suelo y a mantenerlos, incluso, porque, se lo debemos”.

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Nos dicen que Europa “debe” a los inmigrantes del Tercer Mundo el haberlos explotado como colonias. Repiten, para bloquear a los más sensibles, que los europeos “somos responsables” de haber esclavizado a los africanos y que les debemos una compensación. Por eso están aquí, por eso estamos obligados a subsidiarlos… Es un argumento que tiene su fuerza, pero que no deja de ser otra falacia.

No solamente no fuimos esclavistas –valdría la pena, ya que estamos en esto, elaborar un censo de familias europeas que se dedicaron a la trata de esclavos, porque sería, en última instancia, a ellos a los que les correspondería pagar indemnizaciones, no a la totalidad de un pueblo– sino que, además, durante siglos, los europeos que vivían en las costas mediterráneas (pero, también, incluso en las del sur de Gran Bretaña y en Irlanda) corrían el riesgo de ser secuestrados ellos y sus hijos, saqueados sus bienes e incendiados sus pueblos, por parte de piratas berberiscos; una práctica que se prolongó hasta principios del siglo XIX. Unos fueron esclavizados de por vida, los otros extorsionados pidiendo fabulosos rescates, otros murieron sin dejar huellas… Sin olvidar, claro está, que el grueso de traficantes que capturaban esclavos en África eran árabes y que se beneficiaban de pactos con tribus africanas que los obtenían de tribus vecinas.

Sería bueno presentar una reclamación de cantidad por los millones de europeos, especialmente de los países mediterráneos, de los países eslavos, e incluso del Reino Unido, que fueron secuestrados, esclavizados, obligados a vivir en condiciones infrahumanas, asesinados y muertos de agotamiento en tierras del Magreb

Aquellas exacciones berberiscas han dejado recuerdos imborrables en nuestro folklore, en nuestra literatura e, incluso, en la configuración de las costas (las “torres de guaita” tan habituales en la costa catalana no eran para admirar la belleza del Mediterráneo, sino para vigilar la llegada de piratas berberiscos). Aquel valeroso soldado que recibió dos disparos de arcabuz en el pecho y en el brazo izquierdo, en la gloriosa jornada de Lepanto, Miguel de Cervantes, dejó constancia en El Quijote de sus nueve años de cautiverio en Argel.

Los grandes olvidados de la historia europea, son los millones de antepasados esclavizados en tierras islámicas. Los europeos no somos los “malvados” de esta historia. El colonialismo se explica en gran medida por las constantes molestias generadas por la piratería islámicaberberisca y otomana. Quienes la practicaban eran asimilados a yihadistas: y lo hacían con saña y con odio acumulado. La negativa a erradicar la esclavitud, hizo necesaria la intervención europea con la consiguiente disolución de los “mercados de esclavos” que todavía existía en el siglo XIX en el Magreb. No “debemos” nada: nos deben una reparación de aquellos crímenes contra los pueblos europeos.

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