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Opinión

Infierno de traidores (¿Por quién doblan las campanas en el Valle?)

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Laureano Benítez Grande-Caballero.- Parafraseando a Paul Eluard, podríamos decir que «hay otros infiernos, pero están en éste». Y éste se encuentra, como pueden ustedes suponer, en España, que de ser en su pasado legendario «Jardín de las Hespérides» ha degenerado en Patio Okupa, en covacha de Zugarramurdi, en muladar de Monte Pelado.

Hay infiernos de kobardes, sí, pero la flor de nuestra kanela es el infierno de los traidores, que danzan y traicionan como malditos a nuestra Patria en el círculo más horrendo de los infiernos de Dante, a los que el poeta italiano dio la palma de oro de los más preferidos por Belcebú. Traidores a go-go, traidores lo juro por mi madre, traidores con aureola de «Guinness», felones que se pasean por hemiciclos, por tertulias, por tronos y catedrales con los cucuruchos de hierofante en sus maquiavélicas cabezas, que inciensan sahumerios azufrados al Señor de las Moscas, pues a él deben sus prebendas, sus ensortijadas manos, sus terciopelos, sus escaños.

Ahí tenemos a Felipito el Borbonísimo, el Bellido Dolfos de la jarretería: Bellido Dolfos, hijo de Dolfos Bellido; si traidor fue el padre, más traidor es el hijo… Laiko, ése que llamó «trágica dictadura» al gobierno que le dio el trono; ése que consintió que el Presidente de Asturias entregara la Cruz a la Leonor en privado, para no molestar a los luciferinos anticatólicos, y porque, jarretero como es, le importa una higa nuestra fe católica… y porque Leti «la roja» parece salida de la misma Zugarramurdi de la bruja Pasionaria.

Ah, el Kongreso, akelarre por donde pasea glorioso el Bafomet, succcionando vampíricamente la honra, la dignidad y la vergüenza de sus señorías, que aplauden la profanación de Franco como hienas carroñeras, con sus repugnantes hocicos babeando sangre. Concilio Cadavérico, sulfurosa «Familia Monster» donde solamente dos diputados votaron no al inicuo decreto de exhumación del gobernante que edificó la España moderna; que derrotó a un régimen que pretendía implantar en nuestra Patria una dictadura del proletariado a lo soviético; al gobernante que hizo los hospitales donde sus señorías acuden, que hizo los pantanos cuya agua beben, que hizo las Universidades donde estudiaron, que conquistó para la clase media los logros que ahora quieren destruir estos chacales del inframundo.

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Señorías inscritas «cum laudem» en el selecto club de los «Mortífagos», comedores de muerte, beodos de herrumbre, emperadores de la escoria, merodeadores de escombreras y cementerios, adoradores de calaveras a lo Skull&Bones, «caballeros de Walpurgis» ahítos por desenterrar cadáveres, por mear pilas en lápidas non gratas.

Kongreso, kontubernio donde podéis ver a quimeras y a grifos, a íncubos y súcubos, a endriagos, tiralevitas, antifranquistas-de-toda-la-vida, requetés convertidos en bildutarras, falangistas devenidos en bolivarianos, franquistas transmutados en frankesteins tuneladores de tumbas.

A muchas de sus señorías se les podrían aplicar las tremendas palabras de Terry Malhoy en «La ley del silencio» (1952): «Pude ser un primera serie. Aspirar al título. Pude haber sido algo en la vida. En lugar de eso, mírame: sólo soy un golfo».

Señorías que cada amanecer dicen —parafraseando una frase de «Apocalypse now»: «Me encanta el olor del azufre por las mañanas».

Traidora «dictacracia» o «demodura», cuya traición a la España pacificada y próspera de antes de la Transición puede describirse con aquellas palabras con las que el profeta Samuel advirtió al pueblo elegido del ejercicio de un poder, de una realeza [y una democracia], al margen de Dios: «El fuero del rey que va a reinar sobre vosotros, tomará a vuestros hijos y los destinará a sus carros y a sus caballos y tendrán que correr delante de su carro. Les hará labrar sus campos, sembrar su cosecha, fabricar sus armas de guerra y los arreos de sus carros. Tomará vuestras hijas para perfumistas, cocineas y panaderas. Tomará vuestros campos, vuestras viñas y vuestros mejore olivares y se los dará a sus servidores. Tomará vuestros criados y criadas, y vuestros jóvenes y asnos y los hará trabajar para él. Sacará el diezmo de vuestros rebaños y vosotros mismos seréis sus criados [y desenterrará vuestros cadáveres: la aportación española a ese cuadro dantesco]… Ese día os lamentaréis a causa del rey que os habéis elegido, pero entonces Yahvé no os responderá” (1 S 8,11).

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Por supuesto, también con la Iglesia nos topamos en el infierno de los Bellido Dolfos: traicionaron a Franco en vida, y ahora no alzan la voz contra las blasfemias, no denuncian a las asaltakapillas, no se quejan de los obispos indepes de Cataluña, no defienden al Caudillo que les salvó del exterminio y gobernó con arreglo a la doctrina social de la Iglesia, la doctrina que ellos tiraron a un lodazal tras el funesto Vatikano II.

Asimismo, tenemos en este infierno a la derecha española, que ya no es diestra, sino que se ha escorado definitivamente a la izquierda del trono del Altísimo… Derechona que ya es izquierdona, socialdemocratona, que también lleva en su frente la marca de Caín, el distintivo por el cual el día de la Parusía les reconocerá el ángel exterminador que pasará por nuestros campos y ciudades con la espada desenfundada, para repartir estopa, para impartir la justicia a los jueces que, también vendidos al contubernio de los Bellidos, tendrán una memoria histórica de aquí te espero.

Pero la flor y nata de los Dolfos españoles la tenemos en el mismo pueblo español, que de paraíso de guerreros se ha transmutado en infierno de kobardes, impresionante caso de pueblo gallardo y valeroso, antaño indomable, tierra de tercios temibles e irreductibles, de Empecinados y Velardes… tierra comunera que derramaba su sangre para ondear con orgullo los estandartes de la hispanidad frente a las rapiñas y las cimitarras, frente a mamelukos y milicianos… España, vergonzoso aprisco hoy que hace ya pleno honor a su etimología de «tierra de konejos».

Sí, por ahí podéis ver a los konejos saltarines y reidores, brincando de terraza en terraza, apurando las copas de licor, hipnotizados ante su partido de fútbol o sus patéticos «sálvames». Konejos o podenkos, o mostrenkos, galgos corredores ante la palabra «facha», ante el nombre de «Franco»… Tierra de konejosmatrixs, de borregosmatrix, totalmente idiotizados, al que la telebasura, las hormonas femeninas con las que contaminan nuestros yantares, y la ponzoña que nos arrojan desde el aire las sospechosas estelas con que nos fumigan sospechosos aviones nos han convertido en patéticas «marjorettes», en «Señoritas de Avignon», en pura kabalgata gay.

Pueblo que consume una media de más de 200 horas ante la telebasura, contoneándose de placer como una meretriz ante la avalancha de impresentables contenidos, que van desde la podredumbre más soez, hasta el lavado de cerebro más sideral ejecutado por las voces de su amo, por el rojerío bafomético que entrena bien a sus ventrílocuos.

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Excepto un puñado de patriotas, nadie se ha echado a la calle, nadie se ha echado al monte para clamar contra la exhumación… Sí, claro, lo de Franco es un asunto distinto y distante… Nos da igual la profanación de las tumbas, que luego vayan a desmochar la Cruz más grande del mundo… es como aquella historia en la que una barca se hunde porque hay un agujero en la proa. Los tripulantes se afanan en achicar el agua, menos unos cuantos tontainas, que, en la popa, se ríen de lo lindo, y no hacen nada, porque «el agujero no está en nuestro lado».

Quemados ya los barcos de los pocos patriotas que en la lucha contra la exhumación de Franco han sido, ya solo queda la batalla judicial contra la profanación de los restos de Franco. Sí, como decía Robert de Niro en «El cabo del miedo», ya solo nos queda decir: «¡Abogadoooooo! ¿Estás ahí, abogado?».

Noche nochera, noche gótika cayendo sobre la otrora España imperial, noche de repiques fúnebres. ¿Por quién doblan las campanas en el Valle de los Caídos, en España? Como decía Gary Cooper en la película de ese título —basado en una novela del rojillo Hemingway—: «Nunca trates de averiguar por quién doblan las campanas, están doblando por ti».

Porque luego vendrán a por ti, pero ya será tarde. Y será el llanto y el crujir de dientes.

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España

Contra la debilidad mental occidental: La esclavitud en el Islam todavía sigue vigente (Y siempre ha apuntado CONTRA EUROPA) Por Ernesto Milá

Ernesto Milá

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Introducción a La esclavitud en el Islam, libro que estará disponible en breve.

Durante siglos, especialmente del XVI a principios del XIX, nuestras costas fueron hostigadas por piratas berberiscos. Querían vengar la “pérdida de Al-Andalus” (esto es, la Reconquista). La captura de poblaciones costeras del norte del Mediterráneo para venderlas en los mercados de esclavos del Magreb o negociar su rescate se convirtió en una práctica habitual entre las poblaciones del norte de África. Quienes practicaban estas razzias, que hacían imposible la vida en nuestras costas, eran considerados “yihâdistas”. Este comercio de esclavos europeos existió, por mucho que los “multiculturalistas” de hoy quieran olvidarlo.

Todavía ningún gobierno del Magreb se ha disculpado por estos actos.

*    *    *

LA CAÍDA DEL PRIMER ARGUMENTO INMIGRACIONISTA: 

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EUROPA NECESITA TRABAJADORES

Hoy, ya nadie puede dudar que el primer argumento que se utilizó para justificar la presencia de compactos núcleos musulmanes en Europa Occidental –aquel que afirmaba que eran necesarios inyectar inmigrantes para pagar las pensiones de los abuelos…– era una simple falacia. La realidad es que, las pensiones de los abuelos –yo lo soy– pierden cada día poder adquisitivo porque a los gobiernos de nuestro entorno les es necesario comprar la “paz étnica y social” subvencionando a los recién llegados. No hay dinero para todos. Y los que llevan las de perder es la parte más débil: los jubilados. La inmigración es hoy una pesada carga económica para todos los Estados que se han negado durante décadas a controlarla.

Desde, como mínimo, 2008, la inmigración ha variado su carácter; hasta ese momento, podía pensarse que los motivos del desplazamiento hacia España se debían a la posibilidad de integrarse en nuestro mercado laboral y, en especial, en el sector de la construcción. Pero, desde el estallido de la burbuja inmobiliaria, con la mecanización progresiva de la agricultura, las deslocalizaciones y el proceso de desindustrialización creciente, es casi seguro que, hoy, pocos de los inmigrantes que llegan a España, –especialmente los que no tienen ningún tipo de cualificación profesional (esto es, la mayoría)–, tengan como proyecto personal integrarse en el mercado laboral y vivir del propio trabajo, ahorrar para volver al país de origen con capital suficiente para emprender una nueva vida.

Se suele creer que las motivaciones de los inmigrantes en el siglo XXI son las mismas que las de los españoles, portugueses e italianos que se desplazaron a Francia, Suiza, Alemania, Benelux, en los años 50 y 60, para reconstruir países que habían sido demolidos por la Segunda Guerra Mundial. En aquella inmigración existía la voluntad de trabajar durante unos años en unos países con unos niveles salariales mucho más altos, poder ahorrar llevando una vida austera (pero no miserable), acumular cierto patrimonio que les permitiera abrir un pequeño negocio o, simplemente, comprar una vivienda al regresar a la Patria. Esa inmigración, no es la actual.

Nuestros inmigrantes querían regresar –en grandísima medida– al país que habían abandonado. Iban a trabajar, a esforzarse, a partirse el espinazo para llevar a la práctica un proyecto personal legítimo y que enriquecía a todas las partes: a los receptores de inmigración porque sabían que los recién llegados eran gente dura y dispuesta a trabajar. A los inmigrantes porque, a cambio de su trabajo, recibían un salario muy superior al del mismo oficio en España y podían ahorrar. Al país emisor de inmigrantes porque allí recibían formación y volvían con una capacitación laboral superior a la que habían partido, sin olvidar que su trabajo en el extranjero generaba unas divisas preciosas en aquel momento para garantizar intercambios comerciales. Aquellos inmigrantes –nuestra inmigración– no planteaban problemas de convivencia, ni choques culturales; fieles al dicho “donde fueres, haz lo que vieres”, nuestra gente se integró perfectamente en la sociedad que los recibió. Nada de todo esto vale para el actual fenómeno migratorio.

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Ya no hay países en Europa Occidental que precisen ser reconstruidos después de una guerra. Tampoco hay un mercado laboral en expansión que permita pensar que, sin un alto nivel de cualificación y sólo en determinadas profesiones, vayan a encontrar trabajo bien remunerado. Ni siquiera para españoles, los salarios medios –a la vista del coste de la vida– permiten ahorrar gran cosa. Ningún inmigrante, en su sano juicio, puede transmitir a otros como él que residen en su propio país, la idea de que valga la pena venir a España para trabajar: la realidad es que, aquí y ahora, el poco trabajo que existe para gentes con poca o nula cualificación profesional, no permite ni vivir dignamente, ni mucho menos ahorrar. Entonces ¿por qué viene la inmigración?

Vale la pena no engañarse al respecto. Y los medios de comunicación, así como los diferentes gobiernos, de derechas y de izquierdas, llevan casi treinta años engañándose y falseando datos, cifras y circunstancias. No hay otra forma de definir la actitud de quienes niegan los problemas que se han generado a causa de la inmigración ilegal, masiva y descontrolada.

LA CAÍDA DEL SEGUNDO ARGUMEN IMIGRACIONISTA: 

“WELCOME REFUGIES”

Si bien es cierto que, hoy, ya nadie se atreve a sostener que, gracias a la inmigración, se van a poder “pagar las pensiones de los abuelos”, las justificaciones se han convertido en cada vez más extemporáneas, ridículas, ignorantes e, incluso, frecuentemente, entre los portavoces gubernamentales, zafias. Caído el mito de “las pensiones de los abuelos”, el nuevo argumento nos decía que los inmigrantes no eran tales: que se trata de “refugiados”. Ser “refugiado”, al parecer, hace obligada la “solidaridad”. El perseguido merece protección y ayuda para salvarlo de su perseguidor… En algunos casos, los menos, los recién llegados son “refugiados”. Pero, incluso, en esas circunstancias, cabe preguntarse: ¿y por qué un “refugiado afgano” elegirá vivir en Europa Occidental y no en Paquistán, en la India o, incluso en el sudeste asiático, países mucho más próximos, en todos los sentidos, a su patria originaria?

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Por otra parte, si existen “refugiados” es porque tal o cual país los genera y la situación allí es insoportable, por tanto, si se trata de admitir, por ejemplo, subsaharianos, vale la pena recordar que, en cualquiera de aquellos países, en toda África y en buena parte de Asia, casi sin excepción, la “democracia” es una palabra que no tiene el mismo significado que en Europa. De los 1.200 millones de africanos, la inmensa mayoría podrían ser considerados como “aspirantes a refugiados”, a la vista de que existen diferencias abismales entre los “derechos humanos” tal como se contemplan en Europa y como se practican en África.

Pero, Europa no puede admitir a 1.200 millones de inmigrantes que, por lo demás, deberían entender que ellos, para prosperar, sería oportuno que trataran de hacer cambios en su país, antes que adoptar la solución más cómoda de mudarse a otro… ¿a cuál? Y esta es el nudo de la cuestión: no se trata de países en los que exista un mercado laboral floreciente, ni aquellos otros más próximos al lugar de origen, para mantener el contacto con sus raíces, sino de aquellos en los se vive mejor y, lo que es aún más importante, donde se garantizan subvenciones solamente por llegar y en donde todo, absolutamente todo, está permitido (o poco menos). Ese es el centro de la cuestión que políticos y medios pretenden escamotearnos.

No hay nada más opaco en la actual democracia española que la suma total de subvenciones que reciben los no nacidos en España y sus hijos nacidos aquí. La falta de transparencia es, precisamente, lo que permite sospechar. Recientemente se ha publicado la cifra de que algo más de 2.000.000 de inmigrantes viven de subsidios públicos. El misterio está lejos de quedar resuelto, porque no se dice cuántos antiguos inmigrantes que han logrado naturalizarse como “españoles”, siguen subsidiados. Por otra parte, haría falta especificar qué tipo de subsidios reciben: en España existen muchos de tipos de ayudas y de pensiones no contributivas. Todo ello hace sospechar que las cifras son muchísimo mayores y es legítimo pensar que pueden ser, incluso, el doble o el triple, incluso, de las dadas. Por lo demás, no se especifica el volumen total de subsidios y subvenciones por distintos conceptos, ni los dados por las distintas administraciones, que van a parar a lo que en Francia se ha llamado “la aspiradora de recursos públicos”, esto es, la inmigración. La opacidad de las cifras, en efecto, no hace nada más que aumentar las sospechas.

LA CAIDA DEL TERCER ARGUMENTO INMIGRACIONISTA: 

“VIENEN PARA CONTRARRESTAR LA BAJA NATALIDAD”

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Luego está el argumento de la crisis de la natalidad en España. Era lo que podía esperarse: la elevación constante del coste de la vida, hace imposible el que se puedan formar parejas e, incluso, que una vez formadas, decidan tener hijos. La paternidad es una aventura que muy pocos se atreven a afrontar. Para hacerlo es preciso tener seguridad de que se podrá mantener a los hijos. Nadie está dispuesto a ofrecer tales garantías. Sin embargo, es un problema político: hubiera bastado con atribuir prioridad en beneficios sociales y ventajas fiscales a las parejas españolas que deseen tener hijos, garantizar su prioridad a la hora de obtener viviendas sociales, y simples campañas en pro de la natalidad, para que se estimulara la natalidad entre nuestra gente. No se hizo, ni se tiene intención de hacer. Si se hubiera empezado a hacer en 1996, cuando Aznar abrió las puertas a la inmigración, hoy tendríamos una generación de 28 años y un país homogéneo. Se hizo –y se hace– justo lo contrario: confiar en que gentes llegadas de todo el mundo salvarían la natalidad en España.

Desde el año 2000, en las cuatro provincias catalanas los nacidos en la noche del 31 de diciembre al 1 de enero de cada año, son en su inmensa mayoría hijos de nacidos en el extranjero. Pero, salvo entre las mujeres subsaharianas, el número de hijos va disminuyendo incluso dentro de la inmigración. Los inmigrantes andinos, por ejemplo, se han configurado como los primeros y principales usuarios de los servicios de aborto gratuito y de “píldora del día después”. La ruptura de la unidad étnica de España ni siquiera ha servido para que la natalidad remonte o para que se repueblen zonas “vacías”.

LA ÚLTIMA TRINCHERA INMIGRACIONISTA: 

“TENEMOS UNA DEUDA CON EL TERCER MUNDO Y SE LA VAMOS A PAGAR”

Caído el mito de “los que vienen a pagar las pensiones”, en un momento en el que ningún alcalde que quisiera mantenerse en el consistorio se atreve a colocar pancartas con el “Welcome refugies”, cuando se ha visto a las claras que la inmigración no resuelve el problema de los nacimientos, sino que complica la convivencia, ahora, como última trinchera inmigracionista, el argumentario se ha desplazado a otro frente; nos dicen: “estamos obligados a admitir a todos los inmigrantes que quieran establecerse en nuestro suelo y a mantenerlos, incluso, porque, se lo debemos”.

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Nos dicen que Europa “debe” a los inmigrantes del Tercer Mundo el haberlos explotado como colonias. Repiten, para bloquear a los más sensibles, que los europeos “somos responsables” de haber esclavizado a los africanos y que les debemos una compensación. Por eso están aquí, por eso estamos obligados a subsidiarlos… Es un argumento que tiene su fuerza, pero que no deja de ser otra falacia.

No solamente no fuimos esclavistas –valdría la pena, ya que estamos en esto, elaborar un censo de familias europeas que se dedicaron a la trata de esclavos, porque sería, en última instancia, a ellos a los que les correspondería pagar indemnizaciones, no a la totalidad de un pueblo– sino que, además, durante siglos, los europeos que vivían en las costas mediterráneas (pero, también, incluso en las del sur de Gran Bretaña y en Irlanda) corrían el riesgo de ser secuestrados ellos y sus hijos, saqueados sus bienes e incendiados sus pueblos, por parte de piratas berberiscos; una práctica que se prolongó hasta principios del siglo XIX. Unos fueron esclavizados de por vida, los otros extorsionados pidiendo fabulosos rescates, otros murieron sin dejar huellas… Sin olvidar, claro está, que el grueso de traficantes que capturaban esclavos en África eran árabes y que se beneficiaban de pactos con tribus africanas que los obtenían de tribus vecinas.

Sería bueno presentar una reclamación de cantidad por los millones de europeos, especialmente de los países mediterráneos, de los países eslavos, e incluso del Reino Unido, que fueron secuestrados, esclavizados, obligados a vivir en condiciones infrahumanas, asesinados y muertos de agotamiento en tierras del Magreb

Aquellas exacciones berberiscas han dejado recuerdos imborrables en nuestro folklore, en nuestra literatura e, incluso, en la configuración de las costas (las “torres de guaita” tan habituales en la costa catalana no eran para admirar la belleza del Mediterráneo, sino para vigilar la llegada de piratas berberiscos). Aquel valeroso soldado que recibió dos disparos de arcabuz en el pecho y en el brazo izquierdo, en la gloriosa jornada de Lepanto, Miguel de Cervantes, dejó constancia en El Quijote de sus nueve años de cautiverio en Argel.

Los grandes olvidados de la historia europea, son los millones de antepasados esclavizados en tierras islámicas. Los europeos no somos los “malvados” de esta historia. El colonialismo se explica en gran medida por las constantes molestias generadas por la piratería islámicaberberisca y otomana. Quienes la practicaban eran asimilados a yihadistas: y lo hacían con saña y con odio acumulado. La negativa a erradicar la esclavitud, hizo necesaria la intervención europea con la consiguiente disolución de los “mercados de esclavos” que todavía existía en el siglo XIX en el Magreb. No “debemos” nada: nos deben una reparación de aquellos crímenes contra los pueblos europeos.

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