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Opinión

“Happy Constitución”: Sonrisas y lágrimas en el país de las bestias

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Y aquí llega, damas y caballeros, Papá Noel, el orondo barbudo -embutido en rojos atavíos, cocacoleros o sospechosamente progres-, con su carroza de tintineantes renos, agasajado por una fanfarria trompetera que lanza majestuosamente a los cielos de España la maravillosa felicitación que tanto nos emociona: «¡Merry Constitution!»… O «Happy», porque tanto monta, monta tanto, con tal de no usar el castellano.

Todavía no se han apagado los ecos del horror luciferino jalouinesco, trufado de sardónicas risas de ultratumba, y ya resuenan por lontananza las estruendosas carcajadas de este señor de rojo. Curioso e inquisidor como soy por naturaleza, me pregunto de qué o de quién se ríe. Aunque, a decir verdad, habría que preguntarse quién se ríe a través de este laponés, emperador de copitos de nieve y osos polares, entre los cuales paseo estupefacto una Navidad más.

Y es que llevo ya bastante tiempo sospechando que nuestra Constitución no es sino una inmensa carcajada con la que los poderes fácticos que nos gobiernan se ríen descaradamente en nuestras mismas narices, ante el colosal «tocomocho» que nos han endilgado con la Constitución Gorda de Petete, que supuestamente nos iba a llevar a Jaujas de libertad y progreso, como si su articulado hubiera sido recibido por revelación divina en un Sinaí de esos, por lo cual estas nuevas Tablas de la Ley nos llevarían a la España prometida.

Sólo los borregos lobotomizados pueden creerse hoy la cósmica mentira que consiste en afirmar que la España constitucional ha sido el período de mayor prosperidad y progreso de nuestra Patria. Dicen eso de una España que, después de 39 años constitucionalistas, exhibe como medallas una deuda de más de 1 billón de euros ?a pesar de una presión fiscal asfixiante?; una tasa de paro del 17%; una corrupción generalizada cuyo hedor llega hasta Marte; el ser el primer país europeo en consumo de cocaína; el tener cerca de 110.000 abortos al año ? más que Alemania, país que nos dobla casi en población?; una tasa de divorcios superior al 70%; un fracaso escolar cercano al 30% -el mayor de Europa-, creador de 600.000 «ninis»; la descarada política de subvenciones a los inmigrantes, incluso ilegales, marginando a los españoles; la inmersión lingüística en algunas comunidades autónomas, que provoca que el español, la segunda lengua más hablada del mundo, esté perseguido; un golpismo tercermundista, subvencionado con fondos públicos salidos de nuestros impuestos; una grave amenaza de convertir la España una, grande y libre en un amasijo de Taifas; una tribu política de 440.000 apoltronados oportunistas, más del doble que Italia, el país que nos sigue en la lista en cuanto al número de políticos; una nueva persecución luciferina en los cortijos izquierdistas a las manifestaciones religiosas y a los valores tradicionales de España; una educación singular trufada de princesitos y principitas, de odio a España en algunas autonomías… ¿Para qué seguir?

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El objetivo de esta inmensa falsedad está claro: intentar minimizar la enorme prosperidad y progreso en la España de Franco.

Con la Constitución llegó la democracia, que consiste en votar cada cuatro años a impresentables personajes a los que les importa un bledo la suerte de nuestra Patria, que se dedican a hacer cambalaches entre ellos para repartirse despachos, prebendas, privilegios y cargos suculentamente remunerados ad aeternam. Democracia constitucional que ha traído Rufianes, Tardás, Cañameros y toda una variopinta gama de bufones y espectáculos esperpénticos. ¡Ah, aquellos tiempos en los que en las Cortes se sentaban personajes relevantes de la cultura, la empresa, el derecho, la milicia, la ciencia…!

Sí, la Constitución nos ha traído toda una fauna grotesca, un bestiario donde se ríen de nosotros grifos, quimeras, bafomets, serpientes, arpías, dragones, anfisbenas… y los reyes de este monstruoso aquelarre: las hienas reidoras.

Porque la mejor manera de ilustrar la gracia que nos ha traído la Constitución es esa típica escena de los documentales africanos donde se ve a una manada de hienas de hocico sanguinolento disputándose violentamente en la sabana los despojos de un cadáver.

Votar cada cuatro años a energúmenos y botarates, a traidores y cobardes que después, una vez alcanzado los terciopelos del poder, se pasan por el forro las promesas que hicieron en sus programas electorales, gobernando en contra del pueblo que les eligió.

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Políticos que, además de medrar siguiendo las técnicas de Luis Candelas, sólo persiguen la embriaguez de los botafumeiros, que desparramen el incienso cuasi litúrgico que halague sus ambiciones de poder y dominio sobre las masas, aunque para ello tuvieran que aliarse -y no duden en que un grupo no desdeñable de políticos lo hacen- con el mismísimo Señor de las Moscas.

Políticos hay que ganan más de 100.000 € al año por insultar a España, por defecar en la Hispanidad, por conspirar alevosamente contra la Patria que les paga, a cuyos emolumentos no están dispuestos a renunciar. Y todo en medio de un carísimo sarao de coches oficiales, escoltas, asesores, altísimas pensiones vitalicias, dietas generosísimas y patentes de corso.

Y, aparte de que un grupo de ellos son de la cofradía del compás y el mandil, cuanto más se sube hacia la cúspide de esta patulea, más apesta el luciferino olor del Bilderberg, que pastorea a su antojo a nuestros mandamases.

Patulea que igual entrega por arriba grandes dominios de nuestra soberanía a Bruselas, que por abajo conspira para desguazar España en federalismos disgregadores.

Es así como en la España constitucional hemos enriquecido el bestiario medieval con charlatanes consumados, vendedores de crecepelos, capaces de hacer cualquier cosa con tal de pisar las moquetas del poder; engañabobos, vendepatrias, comecocos, cantamañanas, meapilas, mesías de pacotilla que mastican la palabra democracia con sus vampíricos dientes; chupasangres y sacamantecas, vividores a costa de un pueblo aborregado que cree ser libre, pero que no es sino una marioneta robotizada por el pensamiento único, por el progrerío rojo y globalista cuya enorme propaganda monolítica no deja ningún resquicio a la libertad.

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Y la otra joya de la corona, la libertad de expresión, ley ubérrima que permite a cualquier papanatas decir lo que le venga en gana, sabedor de que sus amenazas, blasfemias e insultos van a quedar impunes. Es así como, en nombre de la Constitución libérrima que nos dimos en el 78, una banda de forajidos bolivarianos y golpistas han convertido España en un poblado del «Far West», donde blasfemar y silbar nuestro himno son manifestaciones de la libertad de expresión, pero criticar cualquier postulado de la LGTBI es un atentado a los derechos humanos.

Maravillosa Constitución la nuestra, que hasta los mismos que la defienden como esencia de nuestro país, quieren reformarla por obsoleta; formidable Constitución, que ha arrebatado el mismo nombre a nuestra Patria, donde no quedan ya españolistas, sepultados bajo el nombre de constitucionalistas; impresionante Carta Magna la nuestra, que habla de que somos una nación que tiene dentro «nacionalidades»; apoteósica Ley Fundamental, que contiene en sí misma el letal virus, el monstruoso Alien de las Autonomías, cuya deuda global asciende a 287.000 millones, cortijos donde los partidos colocan metódicamente a sus enchufaetes y amiguetes, pues si se multiplica el Estado por 17, todos podrán tener su mamandurria.

Y así estamos, con estos pelos, con una clase política que afirma sin tapujos que España no ha existido sino partir del momento en el que se elaboró la Carta Magna. Por cierto, el periodista ese que llamó a Franco «dictador repugnante», escribió el otro día que la España donde yo nací y crecí era una etapa de «oscuridad». Y yo sin enterarme, ya que confieso que nunca percibí esa oscuridad, sino más bien todo lo contrario.

Los ‘padres’ de la Constitución.

¿De dónde habrán sacado su sonrisa maléfica estos hijos de la Constitución que se cachondean de nosotros? De Noeles e hienas, sí, pero también es muy posible que la hayan copiado de los etruscos, pueblo que precedió a los romanos en la Antigüedad, cuyos monumentos funerarios tenían unas estatuas yacentes donde los difuntos exhibían una sonrisa característica, precursora de la giocondesca. Pues a eso se reduce nuestra Carta Magna: no es tanto una señora de pechos al aire guiando un pueblo mientras enarbola una bandera, sino una inquietante damisela que nos sonríe burlonamente ante un paisaje donde, por supuesto, no están los colores de la enseña nacional.

Pero quien de verdad sonríe es el Señor de los Abismos, que se alimenta con verdadera delectación de nuestro desorden moral, de la disolución de nuestros valores, del desguace de nuestra identidad nacional, acrisolada en el catolicismo.

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Poco después de la muerte de Franco, Arias Navarro dijo aquello de que España «no está en almoneda». No: hoy nuestros principios, nuestros valores, nuestras tradiciones, nuestras costumbres, nuestra historia, no están en almoneda, sino en un desguace, convertidos en un montón de chatarra; en un vertedero infecto, en una escombrera donde las carcajadas del NOM llegan hasta Marte.

Y habría que reformar la Constitución, sí, pero para confeccionar una Carta Magna que empezara como lo hace la constitución de Hungría, promulgada el 25 de abril de 2011: «Dios bendiga a los húngaros».

Una Constitución que empezara así -«Dios bendiga a los españoles»-, helaría de raíz tanta carcajada, tanta sonrisa etrusca, tanta iniquidad, tanta podredumbre…

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España

Contra la debilidad mental occidental: La esclavitud en el Islam todavía sigue vigente (Y siempre ha apuntado CONTRA EUROPA) Por Ernesto Milá

Ernesto Milá

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Introducción a La esclavitud en el Islam, libro que estará disponible en breve.

Durante siglos, especialmente del XVI a principios del XIX, nuestras costas fueron hostigadas por piratas berberiscos. Querían vengar la “pérdida de Al-Andalus” (esto es, la Reconquista). La captura de poblaciones costeras del norte del Mediterráneo para venderlas en los mercados de esclavos del Magreb o negociar su rescate se convirtió en una práctica habitual entre las poblaciones del norte de África. Quienes practicaban estas razzias, que hacían imposible la vida en nuestras costas, eran considerados “yihâdistas”. Este comercio de esclavos europeos existió, por mucho que los “multiculturalistas” de hoy quieran olvidarlo.

Todavía ningún gobierno del Magreb se ha disculpado por estos actos.

*    *    *

LA CAÍDA DEL PRIMER ARGUMENTO INMIGRACIONISTA: 

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EUROPA NECESITA TRABAJADORES

Hoy, ya nadie puede dudar que el primer argumento que se utilizó para justificar la presencia de compactos núcleos musulmanes en Europa Occidental –aquel que afirmaba que eran necesarios inyectar inmigrantes para pagar las pensiones de los abuelos…– era una simple falacia. La realidad es que, las pensiones de los abuelos –yo lo soy– pierden cada día poder adquisitivo porque a los gobiernos de nuestro entorno les es necesario comprar la “paz étnica y social” subvencionando a los recién llegados. No hay dinero para todos. Y los que llevan las de perder es la parte más débil: los jubilados. La inmigración es hoy una pesada carga económica para todos los Estados que se han negado durante décadas a controlarla.

Desde, como mínimo, 2008, la inmigración ha variado su carácter; hasta ese momento, podía pensarse que los motivos del desplazamiento hacia España se debían a la posibilidad de integrarse en nuestro mercado laboral y, en especial, en el sector de la construcción. Pero, desde el estallido de la burbuja inmobiliaria, con la mecanización progresiva de la agricultura, las deslocalizaciones y el proceso de desindustrialización creciente, es casi seguro que, hoy, pocos de los inmigrantes que llegan a España, –especialmente los que no tienen ningún tipo de cualificación profesional (esto es, la mayoría)–, tengan como proyecto personal integrarse en el mercado laboral y vivir del propio trabajo, ahorrar para volver al país de origen con capital suficiente para emprender una nueva vida.

Se suele creer que las motivaciones de los inmigrantes en el siglo XXI son las mismas que las de los españoles, portugueses e italianos que se desplazaron a Francia, Suiza, Alemania, Benelux, en los años 50 y 60, para reconstruir países que habían sido demolidos por la Segunda Guerra Mundial. En aquella inmigración existía la voluntad de trabajar durante unos años en unos países con unos niveles salariales mucho más altos, poder ahorrar llevando una vida austera (pero no miserable), acumular cierto patrimonio que les permitiera abrir un pequeño negocio o, simplemente, comprar una vivienda al regresar a la Patria. Esa inmigración, no es la actual.

Nuestros inmigrantes querían regresar –en grandísima medida– al país que habían abandonado. Iban a trabajar, a esforzarse, a partirse el espinazo para llevar a la práctica un proyecto personal legítimo y que enriquecía a todas las partes: a los receptores de inmigración porque sabían que los recién llegados eran gente dura y dispuesta a trabajar. A los inmigrantes porque, a cambio de su trabajo, recibían un salario muy superior al del mismo oficio en España y podían ahorrar. Al país emisor de inmigrantes porque allí recibían formación y volvían con una capacitación laboral superior a la que habían partido, sin olvidar que su trabajo en el extranjero generaba unas divisas preciosas en aquel momento para garantizar intercambios comerciales. Aquellos inmigrantes –nuestra inmigración– no planteaban problemas de convivencia, ni choques culturales; fieles al dicho “donde fueres, haz lo que vieres”, nuestra gente se integró perfectamente en la sociedad que los recibió. Nada de todo esto vale para el actual fenómeno migratorio.

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Ya no hay países en Europa Occidental que precisen ser reconstruidos después de una guerra. Tampoco hay un mercado laboral en expansión que permita pensar que, sin un alto nivel de cualificación y sólo en determinadas profesiones, vayan a encontrar trabajo bien remunerado. Ni siquiera para españoles, los salarios medios –a la vista del coste de la vida– permiten ahorrar gran cosa. Ningún inmigrante, en su sano juicio, puede transmitir a otros como él que residen en su propio país, la idea de que valga la pena venir a España para trabajar: la realidad es que, aquí y ahora, el poco trabajo que existe para gentes con poca o nula cualificación profesional, no permite ni vivir dignamente, ni mucho menos ahorrar. Entonces ¿por qué viene la inmigración?

Vale la pena no engañarse al respecto. Y los medios de comunicación, así como los diferentes gobiernos, de derechas y de izquierdas, llevan casi treinta años engañándose y falseando datos, cifras y circunstancias. No hay otra forma de definir la actitud de quienes niegan los problemas que se han generado a causa de la inmigración ilegal, masiva y descontrolada.

LA CAÍDA DEL SEGUNDO ARGUMEN IMIGRACIONISTA: 

“WELCOME REFUGIES”

Si bien es cierto que, hoy, ya nadie se atreve a sostener que, gracias a la inmigración, se van a poder “pagar las pensiones de los abuelos”, las justificaciones se han convertido en cada vez más extemporáneas, ridículas, ignorantes e, incluso, frecuentemente, entre los portavoces gubernamentales, zafias. Caído el mito de “las pensiones de los abuelos”, el nuevo argumento nos decía que los inmigrantes no eran tales: que se trata de “refugiados”. Ser “refugiado”, al parecer, hace obligada la “solidaridad”. El perseguido merece protección y ayuda para salvarlo de su perseguidor… En algunos casos, los menos, los recién llegados son “refugiados”. Pero, incluso, en esas circunstancias, cabe preguntarse: ¿y por qué un “refugiado afgano” elegirá vivir en Europa Occidental y no en Paquistán, en la India o, incluso en el sudeste asiático, países mucho más próximos, en todos los sentidos, a su patria originaria?

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Por otra parte, si existen “refugiados” es porque tal o cual país los genera y la situación allí es insoportable, por tanto, si se trata de admitir, por ejemplo, subsaharianos, vale la pena recordar que, en cualquiera de aquellos países, en toda África y en buena parte de Asia, casi sin excepción, la “democracia” es una palabra que no tiene el mismo significado que en Europa. De los 1.200 millones de africanos, la inmensa mayoría podrían ser considerados como “aspirantes a refugiados”, a la vista de que existen diferencias abismales entre los “derechos humanos” tal como se contemplan en Europa y como se practican en África.

Pero, Europa no puede admitir a 1.200 millones de inmigrantes que, por lo demás, deberían entender que ellos, para prosperar, sería oportuno que trataran de hacer cambios en su país, antes que adoptar la solución más cómoda de mudarse a otro… ¿a cuál? Y esta es el nudo de la cuestión: no se trata de países en los que exista un mercado laboral floreciente, ni aquellos otros más próximos al lugar de origen, para mantener el contacto con sus raíces, sino de aquellos en los se vive mejor y, lo que es aún más importante, donde se garantizan subvenciones solamente por llegar y en donde todo, absolutamente todo, está permitido (o poco menos). Ese es el centro de la cuestión que políticos y medios pretenden escamotearnos.

No hay nada más opaco en la actual democracia española que la suma total de subvenciones que reciben los no nacidos en España y sus hijos nacidos aquí. La falta de transparencia es, precisamente, lo que permite sospechar. Recientemente se ha publicado la cifra de que algo más de 2.000.000 de inmigrantes viven de subsidios públicos. El misterio está lejos de quedar resuelto, porque no se dice cuántos antiguos inmigrantes que han logrado naturalizarse como “españoles”, siguen subsidiados. Por otra parte, haría falta especificar qué tipo de subsidios reciben: en España existen muchos de tipos de ayudas y de pensiones no contributivas. Todo ello hace sospechar que las cifras son muchísimo mayores y es legítimo pensar que pueden ser, incluso, el doble o el triple, incluso, de las dadas. Por lo demás, no se especifica el volumen total de subsidios y subvenciones por distintos conceptos, ni los dados por las distintas administraciones, que van a parar a lo que en Francia se ha llamado “la aspiradora de recursos públicos”, esto es, la inmigración. La opacidad de las cifras, en efecto, no hace nada más que aumentar las sospechas.

LA CAIDA DEL TERCER ARGUMENTO INMIGRACIONISTA: 

“VIENEN PARA CONTRARRESTAR LA BAJA NATALIDAD”

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Luego está el argumento de la crisis de la natalidad en España. Era lo que podía esperarse: la elevación constante del coste de la vida, hace imposible el que se puedan formar parejas e, incluso, que una vez formadas, decidan tener hijos. La paternidad es una aventura que muy pocos se atreven a afrontar. Para hacerlo es preciso tener seguridad de que se podrá mantener a los hijos. Nadie está dispuesto a ofrecer tales garantías. Sin embargo, es un problema político: hubiera bastado con atribuir prioridad en beneficios sociales y ventajas fiscales a las parejas españolas que deseen tener hijos, garantizar su prioridad a la hora de obtener viviendas sociales, y simples campañas en pro de la natalidad, para que se estimulara la natalidad entre nuestra gente. No se hizo, ni se tiene intención de hacer. Si se hubiera empezado a hacer en 1996, cuando Aznar abrió las puertas a la inmigración, hoy tendríamos una generación de 28 años y un país homogéneo. Se hizo –y se hace– justo lo contrario: confiar en que gentes llegadas de todo el mundo salvarían la natalidad en España.

Desde el año 2000, en las cuatro provincias catalanas los nacidos en la noche del 31 de diciembre al 1 de enero de cada año, son en su inmensa mayoría hijos de nacidos en el extranjero. Pero, salvo entre las mujeres subsaharianas, el número de hijos va disminuyendo incluso dentro de la inmigración. Los inmigrantes andinos, por ejemplo, se han configurado como los primeros y principales usuarios de los servicios de aborto gratuito y de “píldora del día después”. La ruptura de la unidad étnica de España ni siquiera ha servido para que la natalidad remonte o para que se repueblen zonas “vacías”.

LA ÚLTIMA TRINCHERA INMIGRACIONISTA: 

“TENEMOS UNA DEUDA CON EL TERCER MUNDO Y SE LA VAMOS A PAGAR”

Caído el mito de “los que vienen a pagar las pensiones”, en un momento en el que ningún alcalde que quisiera mantenerse en el consistorio se atreve a colocar pancartas con el “Welcome refugies”, cuando se ha visto a las claras que la inmigración no resuelve el problema de los nacimientos, sino que complica la convivencia, ahora, como última trinchera inmigracionista, el argumentario se ha desplazado a otro frente; nos dicen: “estamos obligados a admitir a todos los inmigrantes que quieran establecerse en nuestro suelo y a mantenerlos, incluso, porque, se lo debemos”.

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Nos dicen que Europa “debe” a los inmigrantes del Tercer Mundo el haberlos explotado como colonias. Repiten, para bloquear a los más sensibles, que los europeos “somos responsables” de haber esclavizado a los africanos y que les debemos una compensación. Por eso están aquí, por eso estamos obligados a subsidiarlos… Es un argumento que tiene su fuerza, pero que no deja de ser otra falacia.

No solamente no fuimos esclavistas –valdría la pena, ya que estamos en esto, elaborar un censo de familias europeas que se dedicaron a la trata de esclavos, porque sería, en última instancia, a ellos a los que les correspondería pagar indemnizaciones, no a la totalidad de un pueblo– sino que, además, durante siglos, los europeos que vivían en las costas mediterráneas (pero, también, incluso en las del sur de Gran Bretaña y en Irlanda) corrían el riesgo de ser secuestrados ellos y sus hijos, saqueados sus bienes e incendiados sus pueblos, por parte de piratas berberiscos; una práctica que se prolongó hasta principios del siglo XIX. Unos fueron esclavizados de por vida, los otros extorsionados pidiendo fabulosos rescates, otros murieron sin dejar huellas… Sin olvidar, claro está, que el grueso de traficantes que capturaban esclavos en África eran árabes y que se beneficiaban de pactos con tribus africanas que los obtenían de tribus vecinas.

Sería bueno presentar una reclamación de cantidad por los millones de europeos, especialmente de los países mediterráneos, de los países eslavos, e incluso del Reino Unido, que fueron secuestrados, esclavizados, obligados a vivir en condiciones infrahumanas, asesinados y muertos de agotamiento en tierras del Magreb

Aquellas exacciones berberiscas han dejado recuerdos imborrables en nuestro folklore, en nuestra literatura e, incluso, en la configuración de las costas (las “torres de guaita” tan habituales en la costa catalana no eran para admirar la belleza del Mediterráneo, sino para vigilar la llegada de piratas berberiscos). Aquel valeroso soldado que recibió dos disparos de arcabuz en el pecho y en el brazo izquierdo, en la gloriosa jornada de Lepanto, Miguel de Cervantes, dejó constancia en El Quijote de sus nueve años de cautiverio en Argel.

Los grandes olvidados de la historia europea, son los millones de antepasados esclavizados en tierras islámicas. Los europeos no somos los “malvados” de esta historia. El colonialismo se explica en gran medida por las constantes molestias generadas por la piratería islámicaberberisca y otomana. Quienes la practicaban eran asimilados a yihadistas: y lo hacían con saña y con odio acumulado. La negativa a erradicar la esclavitud, hizo necesaria la intervención europea con la consiguiente disolución de los “mercados de esclavos” que todavía existía en el siglo XIX en el Magreb. No “debemos” nada: nos deben una reparación de aquellos crímenes contra los pueblos europeos.

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