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Opinión

¿Hacemos memoria, don Mariano? Tal vez entendamos lo que pasó (3ª parte y final)

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Dejaba la segunda parte con “La resaca del 26J y unas propuestas” apelando al Sentido Común tan escaso en esta casta política y con la pregunta “¿Por qué no terceras elecciones?” que, a mi juicio, hubiera sido entonces “lo mejor para España y para el PP” ante la falta también del sentido de Estado que hubiera propiciado un gran pacto PP-PSOE con la posible colaboración de Ciudadanos.

Recordaremos que la repetición de elecciones dejó la subida del PP de casi 700.000 votos y 14 escaños para llegar a los 137 que posibilitaron la investidura de Mariano Rajoy-; una nueva caída del PSOE de Sánchez que perforó el suelo casi subterráneo hasta 85; la pérdida de casi 1.000.000 de votos de la extrema izquierda de Unidos Podemos que gracias a la Ley D’Hont mantuvo sus 71 escaños y el paso de “mecánica” a casi “pocha” de la formación naranja que cayó casi 400.000 votos y 8 escaños, aunque ninguno de los tres líderes perdedores dimitieron y el resultado dejaba la trampa de que “la suma de todos los que no querrían nunca nada bueno para España” era la única mayoría absoluta posible en la cámara. Al final, se conformó un gobierno en solitario del Partido Popular con “apoyo” de Ciudadanos y la abstención de 62 de los 85 diputados socialistas, que acabó con la entrega del acta de diputado del propio Sánchez y su salida hacia una “travesía del desierto” que ya sabemos cómo acabó y más adelante comentaré.

Más de diez meses de “Gobierno en funciones” llevaron a una etapa de “Gobierno en precario” cuando menos incierta. Ya en Enero de 2017, y “Después de casi cinco años”, le recordé al Sr. Rajoy las “Medidas Urgentes” sugeridas en Marzo de 2012, recién llegado a Moncloa con su inigualable mayoría absoluta.

Le decía que “el ‘enfermo’ que recibía, ‘España’, necesitaba ‘cirugía a tronco abierto’, y que no aparecieran más metástasis de las esperadas”, que había que “darle la vuelta al calcetín que la crítica situación exigía” y terminaba así: “con dos elecciones generales en seis meses, cuatro debates de investidura y un Gobierno en minoría que hace prever una difícil, y tal vez breve, legislatura, si bien con una situación económica mucho mejor que la recibida -España crece y se crea empleo- gracias al esfuerzo de todos los españoles y con algo más de confianza exterior, parece que sigue faltando la decisión firme de aplicar las leyes…” y me preguntaba: “¿Hay que seguir confiando en que Rajoy sabrá gestionar esta difícil situación política con un Gobierno en minoría cuando no lo hizo con una mayoría absoluta aplastante en todos los niveles de la Administración? ¿Será capaz el “diálogo sin fecha de caducidad” de aplacar los desafíos soberanistas de Cataluña?

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En ese 2017 no faltó casi de nada. Llegó en Febrero, con dos años de retraso, la celebración del esperado 18º Congreso del PP bajo el lema “España Adelante”, que tuvo como escenario la Caja Mágica, nombre apropiado para un “prestidigitador” de la política como Rajoy, en el que en una nueva demostración de la imprevisible “previsibilidad” del personaje, no pasó nada y lo más destacable fue la conclusión del Presidente: “¿Para qué cambiar lo que funciona bien?”. Afirmación dudosa si se refería al partido y mucho más si era al Gobierno después del batacazo del 20D edulcorado seis meses después. Significativo también que Javier Maroto dijera en ese Congreso que “Hemos refundado, rearmado ideológicamente nuestros principios, por ejemplo en materia social”, pues no me parecía que representara él, precisamente, ese “rearme ideológico” de los principios del antiguo PP ni de una gran mayoría de los que seguíamos votando su “futuro imperfecto”. Y como si de una contraprogramación se tratase, ese mismo fin de semana se celebró el Congreso de Podemos, Vistalegre 2, que demostró que los morados y sus franquicias se rompían por las diferencias entre PabLenin Iglesias y su colega Íñigo Errejón.

Destacable también por esas fechas fue el último cambio de tendencia de Alberto Rivera, ahora “liberal progresista”, renegando de su pasado socialdemócrata que justificaba en su web la razón de la llegada de su partido “por el vacío de representación en el espacio electoral de centro izquierda no nacionalista”, pero había que intentar pescar en todos los caladeros, ya expandido a escala nacional. Más avisos Sr. Rajoy.

No mucho después, “La militancia eligió muerte” en las nuevas primarias del PSOE y las luchas internas derivadas del desastre Zapatero -que yo creía que iba a significar el adiós al “histórico” PSOE para una larga temporada- con tres candidatos de muy bajo perfil -Pachi “Nadie”, la “Sultana” Díaz y el defenestrado Sánchez, “Tres eran tres, pero ninguno era bueno”- y con un denominador común, “No haber hecho nada en la vida fuera de la política salvo medrar y vivir de ella”, pero la exigua militancia cayó en la trampa del encantador de serpientes y el tramposo errante se llevó el gato al agua. El histórico PSOE se convertía en el PS, Partido de Sánchez, que volvió declarando su “arrepentimiento por no haberse puesto de acuerdo” con PabLenin tras las elecciones del 20D y un guiño al nacionalismo separatista: “España es una nación de naciones” que abría el camino a que su enfermiza ambición por llegar a la Moncloa, “como sea” y, lo peor, “con quien sea”, pudiera propiciar el acercamiento a Podemos y nacionalistas de uno y otro signo recreando el Frente Popular de 1934, que ya sabemos cómo acabó.

Aquello, y lo que llegó, que tuvo su ensayo en la fracasada moción de censura de Unidos Podemos en Junio de 2017, sólo apoyada por ellos mismos. Otro aviso.

Mientras tanto, seguía el órdago separatista catalán “no hay ningún poder que pueda frenar el voto”, junto al nuevo órdago de un desafiante Puigdemont, aprobar una ley que “en 48 horas permita declarar la independencia”, a lo que la Vicepresidente Soraya Sáenz de Santamaría respondió con firmeza que “al Estado le bastan 24 horas para recurrirla y obtener su paralización”. Se iba calentando todo de cara al cada vez más cercano 1 de Octubre, fecha anunciada para el inicio de la “rebelión” y otrora fiesta nacional del “Día del Caudillo”. Recordaba entonces algo que le escuché a Ignacio Astarloa: “Cuando se incumple la ley, la solución no es reformarla sino hacerla cumplir”, lo contrario de lo usual en nuestra querida “Monarquía parlamentaria” que cobija la ansiada democracia, muy próximo de lo que decía Rousseau en su Contrato Social: “Dondequiera que las leyes se debilitan, el Estado no existe ya”. Los atentados yihadistas de Agosto en Barcelona y Cambrils dieron paso al “nuevo” curso político que iba a ser peor y tras la nueva Diada precipitaría los acontecimientos. Seguían los avisos.

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Como podía esperarse “Se consumó la felonía secesionista” y llegó el segundo “referéndum” que “tampoco se iba a celebrar”, en el que hubo de todo, actos de rebelión, agresiones a los CC. y FF. de Seguridad del Estado, destrozo de vehículos, corte de autopistas y toda una serie de desafíos que no tuvieron la respuesta adecuada, la que el Gobierno de la Segunda República dio en 1934 al golpe de Estado de Luis Companys. Pero se siguió apelando al diálogo y sólo el Rey compareció con un discurso, aparentemente contundente y sin duda consensuado con el Gobierno, que se quedó en eso, más palabras. Lo que vino después y ante la declaración de independencia más breve de la Historia cuatro semanas después y al día siguiente la huida a Bélgica del que tendría que haber sido detenido el 1-O y, por supuesto, el día anterior. Pero nuestro “hombre bueno”, pese a no necesitarlo por tener mayoría absoluta en el Senado quiso llamar al acuerdo a PSOE y C’s -enemigos, no oponentes- para aplicar el Art. 155 en su forma más suave y además, por exigencia de sus “socios”, sin actuar con rigor sobre tres factores fundamentales, un parlamento manipulado que había que intervenir y disolver, unos medios de comunicación controlados por los golpistas que había que cerrar y un sistema educativo público adoctrinador que había que controlar. Para colmo, “olvidó” su compromiso inicial de mantenerlo “El tiempo necesario hasta recuperar la normalidad” y convocó elecciones regionales en menos de dos meses, cuando la situación era todo lo que se quisiera menos normal. Levantó además el control de las cuentas, propiciando de nuevo financiar con dinero público la deriva separatista. Y es que, Sr. Rajoy, aunque se deba ser Presidente del Gobierno de todos los españoles, de haber conocido bien al pueblo español y su Historia, debió haber gobernado preferentemente para los que lo votaron. Tratar de hacerlo para los que por mucho que se les dé nunca estarán satisfechos y siempre pedirán más hasta tener lo suficiente para rebelarse, como ha ocurrido en Cataluña, sólo podía suponer perder la confianza de los que se la dieron ¿Lo entiende? Nada es porque sí, sino que siempre hay unas causas con las que se podrá o no estar de acuerdo, pero existen.

Como decía Karl Popper: “Yo puedo estar equivocado y tú puedes tener la razón y, con un poco de esfuerzo, podemos acercarnos los dos a la verdad”, pero esto no reza con los separatistas y mi experiencia personal y profesional me dice que, en esta vida, es mejor ser blanco o negro, con la capacidad negociadora que haga falta para obtener ciertos tonos de gris, pero sin renunciar a los principios y valores que sustentan las convicciones. Querer quedar bien con todos, aceptando esa “transversalidad” impostada de “ideas” es metafísicamente imposible.

Podría alargarme mucho más, pero lo resumo en este párrafo, del que cualquiera de sus puntos daría casi para un libro: Cuatro años de gobierno débil desatendiendo el clamor de casi once millones de españoles que pedían el cambio integral que España necesitaba después del desarme moral y educacional -no sólo económico- de la etapa de Zapatero; casi un año en funciones, y pareció no haber aprendido las razones del batacazo del 20D, medio salvado por la campana el 26J; casi otro año viendo venir, sin reacción clara, lo que era voz populi sobre la secesión catalana que podía ser modelo de otras latentes, hasta que no tuvo más remedio que aplicar, tarde, mal y lo más light posible, el Artículo 155 de la Constitución; se aguantó la tomadura de pelo a nuestro Tribunal Supremo por parte de países “socios” -Bélgica y Alemania-; salvó los PGE para 2018 a base de concesiones al PNV traidor, que días después colaboró en echarlo; y, como remate, su actuación en las jornadas de debate de la moción de censura, de las que desapareció transmutándose en bolso en una sesión de tarde que dio mucho que hablar y en la que sin duda le hizo un flaco favor a su partido y creo que a España -no digamos a su sucesor-, ya que hasta el último momento tuvo en su mano aceptar el órdago del candidato a investir que insistía: “si presenta la dimisión decaerá la moción de censura”, seguramente una falsedad más del personaje, que no hubiera hecho más que retrasar el proceso porque el daño ya estaba hecho desde la legislatura anterior con las nuevas distribuciones de partidos en el “hemicirco” y la suma antiespañola mayoritaria, pero hubiera demostrado un último intento de evitar lo que vendría y que nos puede llevar de nuevo a lo que dice la frase bíblica “sin efusión de sangre no hay redención” (Hb, 9-22), que parece que es lo que buscan algunos enemigos de España.

Conste que creo que no ofrece dudas que Mariano Rajoy sea una persona honrada, pero parece que tampoco las ofrece que no hizo bien los deberes que le encargamos casi once millones de españoles en 2011 y casi ocho en 2016 y ahora cabe esperar que este aparentemente renovado Partido Popular de Pablo Casado, que vuelve a ilusionar con reservas y “pagó los platos rotos” el pasado 28A, haya aprendido la lección y sea capaz de aglutinar todo el descontento que en su gran mayoría se fue a la abstención, buena parte a esa bisagra cambiante de Ciudadanos y no pocos de los primeros, junto a algunos irredentos más extremos, que picaron con VOX. Al menos, la mitad de estos últimos, y creciendo, parece que se dieron cuenta pronto del bluf que eran el de Amurrio y sus cuates.

Según Ortega y Gasset “La memoria es clave para el progreso ya que permite al hombre aplicar las lecciones que aprende de sus éxitos y fracasos superando el mero instinto animal”. Atención pues a no engañar con la historia para no repetir catástrofes y, si llega Casado, que espero que no se haya dejado barba como aviso de continuidad, a presidir un Gobierno, ya sabe cual es la primera Ley a derogar.

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Como decía Einstein: “Si quieres resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”. Pues eso y a seguir intentando aquello que publicaba hace un tiempo The Wall Street Journal: “España es el ejemplo de la recuperación europea”, pero para eso hay que echar a los socialistas del poder en las próximas elecciones, que ojalá sean en noviembre.

Me despido con una frase de Julián Marías que ya he utilizado alguna vez: “España está entre nosotros”, ahora sólo falta que seamos capaces de impulsarla.

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España

Contra la debilidad mental occidental: La esclavitud en el Islam todavía sigue vigente (Y siempre ha apuntado CONTRA EUROPA) Por Ernesto Milá

Ernesto Milá

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Introducción a La esclavitud en el Islam, libro que estará disponible en breve.

Durante siglos, especialmente del XVI a principios del XIX, nuestras costas fueron hostigadas por piratas berberiscos. Querían vengar la “pérdida de Al-Andalus” (esto es, la Reconquista). La captura de poblaciones costeras del norte del Mediterráneo para venderlas en los mercados de esclavos del Magreb o negociar su rescate se convirtió en una práctica habitual entre las poblaciones del norte de África. Quienes practicaban estas razzias, que hacían imposible la vida en nuestras costas, eran considerados “yihâdistas”. Este comercio de esclavos europeos existió, por mucho que los “multiculturalistas” de hoy quieran olvidarlo.

Todavía ningún gobierno del Magreb se ha disculpado por estos actos.

*    *    *

LA CAÍDA DEL PRIMER ARGUMENTO INMIGRACIONISTA: 

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EUROPA NECESITA TRABAJADORES

Hoy, ya nadie puede dudar que el primer argumento que se utilizó para justificar la presencia de compactos núcleos musulmanes en Europa Occidental –aquel que afirmaba que eran necesarios inyectar inmigrantes para pagar las pensiones de los abuelos…– era una simple falacia. La realidad es que, las pensiones de los abuelos –yo lo soy– pierden cada día poder adquisitivo porque a los gobiernos de nuestro entorno les es necesario comprar la “paz étnica y social” subvencionando a los recién llegados. No hay dinero para todos. Y los que llevan las de perder es la parte más débil: los jubilados. La inmigración es hoy una pesada carga económica para todos los Estados que se han negado durante décadas a controlarla.

Desde, como mínimo, 2008, la inmigración ha variado su carácter; hasta ese momento, podía pensarse que los motivos del desplazamiento hacia España se debían a la posibilidad de integrarse en nuestro mercado laboral y, en especial, en el sector de la construcción. Pero, desde el estallido de la burbuja inmobiliaria, con la mecanización progresiva de la agricultura, las deslocalizaciones y el proceso de desindustrialización creciente, es casi seguro que, hoy, pocos de los inmigrantes que llegan a España, –especialmente los que no tienen ningún tipo de cualificación profesional (esto es, la mayoría)–, tengan como proyecto personal integrarse en el mercado laboral y vivir del propio trabajo, ahorrar para volver al país de origen con capital suficiente para emprender una nueva vida.

Se suele creer que las motivaciones de los inmigrantes en el siglo XXI son las mismas que las de los españoles, portugueses e italianos que se desplazaron a Francia, Suiza, Alemania, Benelux, en los años 50 y 60, para reconstruir países que habían sido demolidos por la Segunda Guerra Mundial. En aquella inmigración existía la voluntad de trabajar durante unos años en unos países con unos niveles salariales mucho más altos, poder ahorrar llevando una vida austera (pero no miserable), acumular cierto patrimonio que les permitiera abrir un pequeño negocio o, simplemente, comprar una vivienda al regresar a la Patria. Esa inmigración, no es la actual.

Nuestros inmigrantes querían regresar –en grandísima medida– al país que habían abandonado. Iban a trabajar, a esforzarse, a partirse el espinazo para llevar a la práctica un proyecto personal legítimo y que enriquecía a todas las partes: a los receptores de inmigración porque sabían que los recién llegados eran gente dura y dispuesta a trabajar. A los inmigrantes porque, a cambio de su trabajo, recibían un salario muy superior al del mismo oficio en España y podían ahorrar. Al país emisor de inmigrantes porque allí recibían formación y volvían con una capacitación laboral superior a la que habían partido, sin olvidar que su trabajo en el extranjero generaba unas divisas preciosas en aquel momento para garantizar intercambios comerciales. Aquellos inmigrantes –nuestra inmigración– no planteaban problemas de convivencia, ni choques culturales; fieles al dicho “donde fueres, haz lo que vieres”, nuestra gente se integró perfectamente en la sociedad que los recibió. Nada de todo esto vale para el actual fenómeno migratorio.

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Ya no hay países en Europa Occidental que precisen ser reconstruidos después de una guerra. Tampoco hay un mercado laboral en expansión que permita pensar que, sin un alto nivel de cualificación y sólo en determinadas profesiones, vayan a encontrar trabajo bien remunerado. Ni siquiera para españoles, los salarios medios –a la vista del coste de la vida– permiten ahorrar gran cosa. Ningún inmigrante, en su sano juicio, puede transmitir a otros como él que residen en su propio país, la idea de que valga la pena venir a España para trabajar: la realidad es que, aquí y ahora, el poco trabajo que existe para gentes con poca o nula cualificación profesional, no permite ni vivir dignamente, ni mucho menos ahorrar. Entonces ¿por qué viene la inmigración?

Vale la pena no engañarse al respecto. Y los medios de comunicación, así como los diferentes gobiernos, de derechas y de izquierdas, llevan casi treinta años engañándose y falseando datos, cifras y circunstancias. No hay otra forma de definir la actitud de quienes niegan los problemas que se han generado a causa de la inmigración ilegal, masiva y descontrolada.

LA CAÍDA DEL SEGUNDO ARGUMEN IMIGRACIONISTA: 

“WELCOME REFUGIES”

Si bien es cierto que, hoy, ya nadie se atreve a sostener que, gracias a la inmigración, se van a poder “pagar las pensiones de los abuelos”, las justificaciones se han convertido en cada vez más extemporáneas, ridículas, ignorantes e, incluso, frecuentemente, entre los portavoces gubernamentales, zafias. Caído el mito de “las pensiones de los abuelos”, el nuevo argumento nos decía que los inmigrantes no eran tales: que se trata de “refugiados”. Ser “refugiado”, al parecer, hace obligada la “solidaridad”. El perseguido merece protección y ayuda para salvarlo de su perseguidor… En algunos casos, los menos, los recién llegados son “refugiados”. Pero, incluso, en esas circunstancias, cabe preguntarse: ¿y por qué un “refugiado afgano” elegirá vivir en Europa Occidental y no en Paquistán, en la India o, incluso en el sudeste asiático, países mucho más próximos, en todos los sentidos, a su patria originaria?

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Por otra parte, si existen “refugiados” es porque tal o cual país los genera y la situación allí es insoportable, por tanto, si se trata de admitir, por ejemplo, subsaharianos, vale la pena recordar que, en cualquiera de aquellos países, en toda África y en buena parte de Asia, casi sin excepción, la “democracia” es una palabra que no tiene el mismo significado que en Europa. De los 1.200 millones de africanos, la inmensa mayoría podrían ser considerados como “aspirantes a refugiados”, a la vista de que existen diferencias abismales entre los “derechos humanos” tal como se contemplan en Europa y como se practican en África.

Pero, Europa no puede admitir a 1.200 millones de inmigrantes que, por lo demás, deberían entender que ellos, para prosperar, sería oportuno que trataran de hacer cambios en su país, antes que adoptar la solución más cómoda de mudarse a otro… ¿a cuál? Y esta es el nudo de la cuestión: no se trata de países en los que exista un mercado laboral floreciente, ni aquellos otros más próximos al lugar de origen, para mantener el contacto con sus raíces, sino de aquellos en los se vive mejor y, lo que es aún más importante, donde se garantizan subvenciones solamente por llegar y en donde todo, absolutamente todo, está permitido (o poco menos). Ese es el centro de la cuestión que políticos y medios pretenden escamotearnos.

No hay nada más opaco en la actual democracia española que la suma total de subvenciones que reciben los no nacidos en España y sus hijos nacidos aquí. La falta de transparencia es, precisamente, lo que permite sospechar. Recientemente se ha publicado la cifra de que algo más de 2.000.000 de inmigrantes viven de subsidios públicos. El misterio está lejos de quedar resuelto, porque no se dice cuántos antiguos inmigrantes que han logrado naturalizarse como “españoles”, siguen subsidiados. Por otra parte, haría falta especificar qué tipo de subsidios reciben: en España existen muchos de tipos de ayudas y de pensiones no contributivas. Todo ello hace sospechar que las cifras son muchísimo mayores y es legítimo pensar que pueden ser, incluso, el doble o el triple, incluso, de las dadas. Por lo demás, no se especifica el volumen total de subsidios y subvenciones por distintos conceptos, ni los dados por las distintas administraciones, que van a parar a lo que en Francia se ha llamado “la aspiradora de recursos públicos”, esto es, la inmigración. La opacidad de las cifras, en efecto, no hace nada más que aumentar las sospechas.

LA CAIDA DEL TERCER ARGUMENTO INMIGRACIONISTA: 

“VIENEN PARA CONTRARRESTAR LA BAJA NATALIDAD”

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Luego está el argumento de la crisis de la natalidad en España. Era lo que podía esperarse: la elevación constante del coste de la vida, hace imposible el que se puedan formar parejas e, incluso, que una vez formadas, decidan tener hijos. La paternidad es una aventura que muy pocos se atreven a afrontar. Para hacerlo es preciso tener seguridad de que se podrá mantener a los hijos. Nadie está dispuesto a ofrecer tales garantías. Sin embargo, es un problema político: hubiera bastado con atribuir prioridad en beneficios sociales y ventajas fiscales a las parejas españolas que deseen tener hijos, garantizar su prioridad a la hora de obtener viviendas sociales, y simples campañas en pro de la natalidad, para que se estimulara la natalidad entre nuestra gente. No se hizo, ni se tiene intención de hacer. Si se hubiera empezado a hacer en 1996, cuando Aznar abrió las puertas a la inmigración, hoy tendríamos una generación de 28 años y un país homogéneo. Se hizo –y se hace– justo lo contrario: confiar en que gentes llegadas de todo el mundo salvarían la natalidad en España.

Desde el año 2000, en las cuatro provincias catalanas los nacidos en la noche del 31 de diciembre al 1 de enero de cada año, son en su inmensa mayoría hijos de nacidos en el extranjero. Pero, salvo entre las mujeres subsaharianas, el número de hijos va disminuyendo incluso dentro de la inmigración. Los inmigrantes andinos, por ejemplo, se han configurado como los primeros y principales usuarios de los servicios de aborto gratuito y de “píldora del día después”. La ruptura de la unidad étnica de España ni siquiera ha servido para que la natalidad remonte o para que se repueblen zonas “vacías”.

LA ÚLTIMA TRINCHERA INMIGRACIONISTA: 

“TENEMOS UNA DEUDA CON EL TERCER MUNDO Y SE LA VAMOS A PAGAR”

Caído el mito de “los que vienen a pagar las pensiones”, en un momento en el que ningún alcalde que quisiera mantenerse en el consistorio se atreve a colocar pancartas con el “Welcome refugies”, cuando se ha visto a las claras que la inmigración no resuelve el problema de los nacimientos, sino que complica la convivencia, ahora, como última trinchera inmigracionista, el argumentario se ha desplazado a otro frente; nos dicen: “estamos obligados a admitir a todos los inmigrantes que quieran establecerse en nuestro suelo y a mantenerlos, incluso, porque, se lo debemos”.

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Nos dicen que Europa “debe” a los inmigrantes del Tercer Mundo el haberlos explotado como colonias. Repiten, para bloquear a los más sensibles, que los europeos “somos responsables” de haber esclavizado a los africanos y que les debemos una compensación. Por eso están aquí, por eso estamos obligados a subsidiarlos… Es un argumento que tiene su fuerza, pero que no deja de ser otra falacia.

No solamente no fuimos esclavistas –valdría la pena, ya que estamos en esto, elaborar un censo de familias europeas que se dedicaron a la trata de esclavos, porque sería, en última instancia, a ellos a los que les correspondería pagar indemnizaciones, no a la totalidad de un pueblo– sino que, además, durante siglos, los europeos que vivían en las costas mediterráneas (pero, también, incluso en las del sur de Gran Bretaña y en Irlanda) corrían el riesgo de ser secuestrados ellos y sus hijos, saqueados sus bienes e incendiados sus pueblos, por parte de piratas berberiscos; una práctica que se prolongó hasta principios del siglo XIX. Unos fueron esclavizados de por vida, los otros extorsionados pidiendo fabulosos rescates, otros murieron sin dejar huellas… Sin olvidar, claro está, que el grueso de traficantes que capturaban esclavos en África eran árabes y que se beneficiaban de pactos con tribus africanas que los obtenían de tribus vecinas.

Sería bueno presentar una reclamación de cantidad por los millones de europeos, especialmente de los países mediterráneos, de los países eslavos, e incluso del Reino Unido, que fueron secuestrados, esclavizados, obligados a vivir en condiciones infrahumanas, asesinados y muertos de agotamiento en tierras del Magreb

Aquellas exacciones berberiscas han dejado recuerdos imborrables en nuestro folklore, en nuestra literatura e, incluso, en la configuración de las costas (las “torres de guaita” tan habituales en la costa catalana no eran para admirar la belleza del Mediterráneo, sino para vigilar la llegada de piratas berberiscos). Aquel valeroso soldado que recibió dos disparos de arcabuz en el pecho y en el brazo izquierdo, en la gloriosa jornada de Lepanto, Miguel de Cervantes, dejó constancia en El Quijote de sus nueve años de cautiverio en Argel.

Los grandes olvidados de la historia europea, son los millones de antepasados esclavizados en tierras islámicas. Los europeos no somos los “malvados” de esta historia. El colonialismo se explica en gran medida por las constantes molestias generadas por la piratería islámicaberberisca y otomana. Quienes la practicaban eran asimilados a yihadistas: y lo hacían con saña y con odio acumulado. La negativa a erradicar la esclavitud, hizo necesaria la intervención europea con la consiguiente disolución de los “mercados de esclavos” que todavía existía en el siglo XIX en el Magreb. No “debemos” nada: nos deben una reparación de aquellos crímenes contra los pueblos europeos.

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