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Opinión

¿Hacemos memoria, don Mariano? Tal vez entendamos lo que pasó (2ª parte)

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Dejaba la 1ª parte de este repaso “recordatorio” sobre los últimos años de Mariano Rajoy al frente del Partido Popular -los casi siete de gobierno y el anterior- con la pregunta que daba título a mi artículo del 10 de Enero de 2015 -a modo de “regalo de Reyes”-, posterior al batacazo del 20 de diciembre de 2015, “¿Hacía falta este esperpento, don Mariano?” recordándole al -en esos días- Presidente en funciones lo que resumía la semana pasada. Creía entonces que los poco más de siete millones de votos del Partido Popular, que le permitieron ganar de nuevo las elecciones -maquillados después el 26 de Junio de 2016 hasta casi 7’8 millones- serían el suelo de los del charrán, pero no, sino que la puñalada a Rajoy siguió pendiente y se consumó con efecto retardado en la espalda de Pablo Casado, casi tres años después, Abril de 2019, pero vamos por partes.

En una de sus primeras intervenciones en esa fase interina nuestro querido Rajoy dijo que “La democracia tiene la misma fuerza de siempre aunque el Gobierno esté en funciones”, lo que sembraba la esperanza del conocido método “más vale tarde que nunca”, muchas veces poco eficaz por lo tardío, como fue el caso, ya que tampoco pasó de su “diálogo sin fecha de caducidad” y su nueva demostración de paciencia que ni el Santo Job podría igualar.

Tras la dimisión de Mas -“por el bien del proceso” dijo-, seguida por la de su primer dignatario en Madrid, José Antonio Durán y Lérida, “señor de la suite” del Hotel Palace -“le salía más barato a los españoles que un piso en la capital” (sic)- llegó el circo de la formación del nuevo Congreso salido de las urnas -cuesta la mayúscula- en el que no faltó casi de nada, antecedentes delincuenciales, desaliño, malos modales y hasta bebé lactante compartido, para acabar eligiendo como tercera dignidad del Estado -cada día está más barata la cosa- a Pachi López, más conocido como “Pachi Nadie” y que “Haría cosas que nos helarán la sangre”, como le espetó en el funeral de su hijo, asesinado por ETA, la madre de Joseba Pagazaurtundúa. Me recordó ese Congreso una frase al respecto de Ortega: “Es de plena evidencia que hay, sobre todo, tres cosas que no podemos venir a hacer aquí: ni el payaso, ni el tenor, ni el jabalí”, tres “especies” bien representadas que siguen hoy.

Comenzaba entonces una auténtica “partida de naipes” entre unos aficionados con pretensiones y un auténtico veterano en esas lides -“tahúr” podríamos decir coloquialmente, recordando aquella película, Maverick, y su partida en el barco del Misisipi-, que se iniciaba con la consabida ronda de candidatos ante el Rey y el plantón del charnego de segunda generación, ese que hace gala a su apellido, un tal Rufián, que no acudió a la Zarzuela porque Don Felipe VI “no había recibido a la Presidente del Parlamento catalán”, hoy por cierto en prisión a falta de sentencia. Ronda en la que hubo de todo, desplante como el ya dicho, debut de varios candidatos, órdago de PabLenin Iglesias a su “amigo” Pedro Sánchez, más conocido como “Dr. Plagio Falconeti”, con un potencial gobierno ya formado y demostrando ser un “pardillo prepotente” al enseñar sus cartas a las primeras de cambio y la renuncia del ganador de las elecciones ante la imposibilidad de formar un gobierno estable o de llegar a un acuerdo razonable con semejante comparsa.

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Vino después la marcha atrás del PSOE ante el “envenenado ofrecimiento” podemita y un inicio de flirteo con Ciudadanos que “nunca votaría sí a la investidura de Sánchez” con el que pactó después de la segunda negativa de Rajoy, a mi juicio acertada, y la postulación del “rey del postureo” para intentar la formación de gobierno. Antes de esa remota posibilidad, fracasada también, proponía yo entonces que atendiendo al sentido de Estado y al sentido común -sinónimos en ese caso y muy escasos en la mayoría de nuestros políticos- nuestro Jefe del Estado jugara el papel que el artículo 99.1 de la Constitución le da: “…el Rey, previa consulta con los representantes designados por los Grupos políticos con representación parlamentaria, y a través del Presidente del Congreso, propondrá un candidato a la Presidencia del Gobierno” y ante la imposibilidad de que los recibidos llegaran a nada, le sugería “proponer como candidato a una persona de reconocido prestigio por su trayectoria profesional, dentro o fuera del ámbito político, para la conformación de un Gobierno provisional independiente, que afrontara las urgentes reformas que el sistema actual requiere”. Proponía nombres como Manuel Pizarro o Pablo Isla, ambos Abogados del Estado y con una trayectoria profesional, pública y privada, impecable; Francisco González o César Alierta. Y habría añadido en esta relación a Miguel Boyer, de no haber fallecido, porque no encontraba en el mundo de la izquierda a ningún otro acreditado, aunque le proponía al designado algunos como Mikel Buesa o Nicolás Redondo para el segundo nivel, muy superiores sin duda a los que hemos visto como ministros en unos y otros gobiernos. Obviamente, mi “éxito” fue nulo, pese a que lo envié vía Twitter a la Casa Real.

A final de Enero de ese 2016 me preguntaba “¿Y ahora, qué?” y la respuesta fue “NADA”, porque tras el momento de ensoñación del hasta ahora más breve presidente del Congreso -veremos si no lo desbanca la nacionalista Meritxel Batet-, al que le dio tiempo para rehabilitar el palacete residencial, al comunicar la designación por el Rey del candidato a ser investido, en realidad una nueva traición del Partido Siempre Opuesto a España ya que al parecer el acuerdo era que si el PP aceptaba a un miembro del PSOE para presidir la Cámara Baja, el PSOE aceptaría la candidatura de un miembro del PP para la investidura, pero al renunciar Rajoy ante la imposibilidad de apoyos Sánchez no dudó en saltarse el pacto -en lugar de respetar las urnas- y aprovechar su “momento de gloria” para hacer sus dos primeros ridículos que se tradujeron en su expulsión de la Secretaría General tras el intento fallido del “pucherazo Luena” después de perder de nuevo en Junio de 2016. Proponía antes de la repetición de elecciones “una nueva apelación al Sentido de Estado y la conformación de un Gobierno de transición, PP, PSOE y C’s, previo descabezamiento de los líderes de PP y PSOE que habían demostrado que anteponían sus intereses personales y/o de partido estaban a los intereses generales del Estado”. Y remataba así: “A ver quién le pone el cascabel al gato, Majestad”.

Pocos días después, 7 de febrero, me dirigía de nuevo al Presidente en funciones: “ATIENDA, SR. RAJOY. Desde lo previsible, que no fue” completando lo que casi tres años antes, Mayo de 2013, le había escrito sobre esa “previsibilidad” de la que tanto había presumido, con nada menos que CATORCE preguntas bajo el formato “¿Era previsible que…?”, que ampliaba con NUEVE más, entre las que estaban “la NO derogación de la Ley de Memoria histórica; la No recuperación del Plan Hidrológico; la NO modificación de la Ley Electoral; el cese de Ruiz Gallardón por recuperar la Ley del Aborto de 1985 como ‘mal menor’ frente a la que heredaba de ZParo; la interpretación tan sui generi del auto del Tribunal de DDHH de Estraburgo sobre la Doctrina Parot; la NO aplicación del Art. 155 contrarrestado siempre con su ‘diálogo sin fecha de caducidad’ y más fondos del FLA para Cataluña, empleados principalmente en su deriva separatista; la puesta en marcha tarde y mal de la LOMCE; que el anterior Presidente del Congreso, Jesús Posadas, pasara de puntillas cuando un diputado de BILDU arrancaba hojas de un ejemplar de la Constitución o que no cortara de raíz los primeros casos de corrupción de personas de su partido ni explicase nada y que pasaban factura ya”. Apelaba también a que tuviera “un último acto de generosidad para los todavía siete millones doscientos mil españoles que, en una buena parte, hemos votado a su partido, pese a usted” y me despedía con otra pregunta a la que me respondía yo mismo porque no esperaba nada: “¿Habrá solución o ‘patada a seguir’ en forma de nueva llamada a las urnas? Ninguna de las dos posibilidades se atisba buena para España. Ojalá me equivoque, pero es lo’ previsible’, en este momento”.

La respuesta práctica fue la convocatoria de nuevas elecciones, seis meses después, tras un periodo de parálisis institucional en el que lo más destacable fue la batalla de “Don Mariano contra el Doctor NO” y nuevos capítulos del esperpento político en forma de “negociaciones” con intentos de pactos contra natura entre los potenciales socios PSOE/Podemos y con los que “nunca pactarían” con él, con sendos intentos fallidos de investidura que demostraron lo que en el debate a cuatro espetó Mariano Rajoy a sus oponentes: “al Gobierno se viene aprendido y no en prácticas”. Una Economía que parecía ir respondiendo al margen de la política, aunque con una deuda creciente y un déficit público nada esperanzador, pero que recuperaba la senda del empleo y la inversión, completaban un incierto escenario que se “resolvió” con la nueva victoria del Partido Popular, que subía casi setecientos mil votos y catorce escaños, pero que dejaba unas sumas en el Congreso, cuando menos dudosas, si no preocupantes, pese a las significativas caídas de PSOE, Podemos y Ciudadanos, y se conservaba la mayoría absoluta en el Senado, a la postre desaprovechada, como después vimos.

En “La resaca del 26J y unas propuestas”, allá por los comienzos de julio, volvía a apelar al sentido de Estado, en forma de un gran pacto entre PP y PSOE, en primera instancia, o en su defecto con un acuerdo entre ambos para la abstención del segundo en el debate de investidura que esta vez Rajoy sí estaba dispuesto a afrontar, extensible a los naranjas para acometer un gobierno en solitario en una previsible legislatura corta que abordara las necesarias reformas urgentes que España requería.

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Ante la incertidumbre que dejaban esas posibles sumas y el notable rebote del PP, junto a la nueva caída del PSOE -del que se había echado literalmente a Sánchez y designado una gestora con un más sensato Javier Fernández al frente- junto a los retrocesos significativos de la coalición Podemos-IU y de Ciudadanos, dos semanas antes de la segunda sesión de investidura me permití de nuevo hacerle otra pregunta a Rajoy: “¿Por qué no, terceras elecciones?” que, a mi juicio, hubiera sido en ese momento “lo mejor para España y, por supuesto, para el Partido Popular”, como se escuchaba en la calle después de diez meses de bochornoso espectáculo y refrendaban las encuestas, que daban 159 escaños al PP, lo que “le permitirá gobernar por fin, aunque fuera con el pequeño apoyo de los diputados que le queden a Ciudadanos” y proponía entonces algo que he repetido después y que se hace indispensable: “que los parlamentos electos no sean efectivos hasta la constitución de Gobierno y, mientras tanto, no se cobren más que las dietas de asistencia a plenos y comisiones y los gastos de desplazamiento y estancia que se produzcan por esas funciones”.

Como era de esperar -esto sí que era previsible- no se llegó a ese gran pacto de Estado sino a una fórmula mixta con la abstención parcial del PSOE -el Dr. NO y sus más fieles, César Luena, Óscar López, Antonio Hernando y Margarita Robles, entre otros hasta 23, no se abstuvieron- y el apoyo de C’s, que dio paso a una nueva legislatura que arrancaría incierta, como apuntaba y se vio dos años escasos más tarde.

Así pues, el desastre estaba servido y dejo para una tercera entrega -la definitiva- algunas cosas que, además de lo dicho, precipitaron el panorama actual, que puede agravarse aún más si, como parece, sigue acercándose una nueva crisis económica que nos coge sin reservas y con mucha más deuda.

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España

Contra la debilidad mental occidental: La esclavitud en el Islam todavía sigue vigente (Y siempre ha apuntado CONTRA EUROPA) Por Ernesto Milá

Ernesto Milá

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Introducción a La esclavitud en el Islam, libro que estará disponible en breve.

Durante siglos, especialmente del XVI a principios del XIX, nuestras costas fueron hostigadas por piratas berberiscos. Querían vengar la “pérdida de Al-Andalus” (esto es, la Reconquista). La captura de poblaciones costeras del norte del Mediterráneo para venderlas en los mercados de esclavos del Magreb o negociar su rescate se convirtió en una práctica habitual entre las poblaciones del norte de África. Quienes practicaban estas razzias, que hacían imposible la vida en nuestras costas, eran considerados “yihâdistas”. Este comercio de esclavos europeos existió, por mucho que los “multiculturalistas” de hoy quieran olvidarlo.

Todavía ningún gobierno del Magreb se ha disculpado por estos actos.

*    *    *

LA CAÍDA DEL PRIMER ARGUMENTO INMIGRACIONISTA: 

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EUROPA NECESITA TRABAJADORES

Hoy, ya nadie puede dudar que el primer argumento que se utilizó para justificar la presencia de compactos núcleos musulmanes en Europa Occidental –aquel que afirmaba que eran necesarios inyectar inmigrantes para pagar las pensiones de los abuelos…– era una simple falacia. La realidad es que, las pensiones de los abuelos –yo lo soy– pierden cada día poder adquisitivo porque a los gobiernos de nuestro entorno les es necesario comprar la “paz étnica y social” subvencionando a los recién llegados. No hay dinero para todos. Y los que llevan las de perder es la parte más débil: los jubilados. La inmigración es hoy una pesada carga económica para todos los Estados que se han negado durante décadas a controlarla.

Desde, como mínimo, 2008, la inmigración ha variado su carácter; hasta ese momento, podía pensarse que los motivos del desplazamiento hacia España se debían a la posibilidad de integrarse en nuestro mercado laboral y, en especial, en el sector de la construcción. Pero, desde el estallido de la burbuja inmobiliaria, con la mecanización progresiva de la agricultura, las deslocalizaciones y el proceso de desindustrialización creciente, es casi seguro que, hoy, pocos de los inmigrantes que llegan a España, –especialmente los que no tienen ningún tipo de cualificación profesional (esto es, la mayoría)–, tengan como proyecto personal integrarse en el mercado laboral y vivir del propio trabajo, ahorrar para volver al país de origen con capital suficiente para emprender una nueva vida.

Se suele creer que las motivaciones de los inmigrantes en el siglo XXI son las mismas que las de los españoles, portugueses e italianos que se desplazaron a Francia, Suiza, Alemania, Benelux, en los años 50 y 60, para reconstruir países que habían sido demolidos por la Segunda Guerra Mundial. En aquella inmigración existía la voluntad de trabajar durante unos años en unos países con unos niveles salariales mucho más altos, poder ahorrar llevando una vida austera (pero no miserable), acumular cierto patrimonio que les permitiera abrir un pequeño negocio o, simplemente, comprar una vivienda al regresar a la Patria. Esa inmigración, no es la actual.

Nuestros inmigrantes querían regresar –en grandísima medida– al país que habían abandonado. Iban a trabajar, a esforzarse, a partirse el espinazo para llevar a la práctica un proyecto personal legítimo y que enriquecía a todas las partes: a los receptores de inmigración porque sabían que los recién llegados eran gente dura y dispuesta a trabajar. A los inmigrantes porque, a cambio de su trabajo, recibían un salario muy superior al del mismo oficio en España y podían ahorrar. Al país emisor de inmigrantes porque allí recibían formación y volvían con una capacitación laboral superior a la que habían partido, sin olvidar que su trabajo en el extranjero generaba unas divisas preciosas en aquel momento para garantizar intercambios comerciales. Aquellos inmigrantes –nuestra inmigración– no planteaban problemas de convivencia, ni choques culturales; fieles al dicho “donde fueres, haz lo que vieres”, nuestra gente se integró perfectamente en la sociedad que los recibió. Nada de todo esto vale para el actual fenómeno migratorio.

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Ya no hay países en Europa Occidental que precisen ser reconstruidos después de una guerra. Tampoco hay un mercado laboral en expansión que permita pensar que, sin un alto nivel de cualificación y sólo en determinadas profesiones, vayan a encontrar trabajo bien remunerado. Ni siquiera para españoles, los salarios medios –a la vista del coste de la vida– permiten ahorrar gran cosa. Ningún inmigrante, en su sano juicio, puede transmitir a otros como él que residen en su propio país, la idea de que valga la pena venir a España para trabajar: la realidad es que, aquí y ahora, el poco trabajo que existe para gentes con poca o nula cualificación profesional, no permite ni vivir dignamente, ni mucho menos ahorrar. Entonces ¿por qué viene la inmigración?

Vale la pena no engañarse al respecto. Y los medios de comunicación, así como los diferentes gobiernos, de derechas y de izquierdas, llevan casi treinta años engañándose y falseando datos, cifras y circunstancias. No hay otra forma de definir la actitud de quienes niegan los problemas que se han generado a causa de la inmigración ilegal, masiva y descontrolada.

LA CAÍDA DEL SEGUNDO ARGUMEN IMIGRACIONISTA: 

“WELCOME REFUGIES”

Si bien es cierto que, hoy, ya nadie se atreve a sostener que, gracias a la inmigración, se van a poder “pagar las pensiones de los abuelos”, las justificaciones se han convertido en cada vez más extemporáneas, ridículas, ignorantes e, incluso, frecuentemente, entre los portavoces gubernamentales, zafias. Caído el mito de “las pensiones de los abuelos”, el nuevo argumento nos decía que los inmigrantes no eran tales: que se trata de “refugiados”. Ser “refugiado”, al parecer, hace obligada la “solidaridad”. El perseguido merece protección y ayuda para salvarlo de su perseguidor… En algunos casos, los menos, los recién llegados son “refugiados”. Pero, incluso, en esas circunstancias, cabe preguntarse: ¿y por qué un “refugiado afgano” elegirá vivir en Europa Occidental y no en Paquistán, en la India o, incluso en el sudeste asiático, países mucho más próximos, en todos los sentidos, a su patria originaria?

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Por otra parte, si existen “refugiados” es porque tal o cual país los genera y la situación allí es insoportable, por tanto, si se trata de admitir, por ejemplo, subsaharianos, vale la pena recordar que, en cualquiera de aquellos países, en toda África y en buena parte de Asia, casi sin excepción, la “democracia” es una palabra que no tiene el mismo significado que en Europa. De los 1.200 millones de africanos, la inmensa mayoría podrían ser considerados como “aspirantes a refugiados”, a la vista de que existen diferencias abismales entre los “derechos humanos” tal como se contemplan en Europa y como se practican en África.

Pero, Europa no puede admitir a 1.200 millones de inmigrantes que, por lo demás, deberían entender que ellos, para prosperar, sería oportuno que trataran de hacer cambios en su país, antes que adoptar la solución más cómoda de mudarse a otro… ¿a cuál? Y esta es el nudo de la cuestión: no se trata de países en los que exista un mercado laboral floreciente, ni aquellos otros más próximos al lugar de origen, para mantener el contacto con sus raíces, sino de aquellos en los se vive mejor y, lo que es aún más importante, donde se garantizan subvenciones solamente por llegar y en donde todo, absolutamente todo, está permitido (o poco menos). Ese es el centro de la cuestión que políticos y medios pretenden escamotearnos.

No hay nada más opaco en la actual democracia española que la suma total de subvenciones que reciben los no nacidos en España y sus hijos nacidos aquí. La falta de transparencia es, precisamente, lo que permite sospechar. Recientemente se ha publicado la cifra de que algo más de 2.000.000 de inmigrantes viven de subsidios públicos. El misterio está lejos de quedar resuelto, porque no se dice cuántos antiguos inmigrantes que han logrado naturalizarse como “españoles”, siguen subsidiados. Por otra parte, haría falta especificar qué tipo de subsidios reciben: en España existen muchos de tipos de ayudas y de pensiones no contributivas. Todo ello hace sospechar que las cifras son muchísimo mayores y es legítimo pensar que pueden ser, incluso, el doble o el triple, incluso, de las dadas. Por lo demás, no se especifica el volumen total de subsidios y subvenciones por distintos conceptos, ni los dados por las distintas administraciones, que van a parar a lo que en Francia se ha llamado “la aspiradora de recursos públicos”, esto es, la inmigración. La opacidad de las cifras, en efecto, no hace nada más que aumentar las sospechas.

LA CAIDA DEL TERCER ARGUMENTO INMIGRACIONISTA: 

“VIENEN PARA CONTRARRESTAR LA BAJA NATALIDAD”

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Luego está el argumento de la crisis de la natalidad en España. Era lo que podía esperarse: la elevación constante del coste de la vida, hace imposible el que se puedan formar parejas e, incluso, que una vez formadas, decidan tener hijos. La paternidad es una aventura que muy pocos se atreven a afrontar. Para hacerlo es preciso tener seguridad de que se podrá mantener a los hijos. Nadie está dispuesto a ofrecer tales garantías. Sin embargo, es un problema político: hubiera bastado con atribuir prioridad en beneficios sociales y ventajas fiscales a las parejas españolas que deseen tener hijos, garantizar su prioridad a la hora de obtener viviendas sociales, y simples campañas en pro de la natalidad, para que se estimulara la natalidad entre nuestra gente. No se hizo, ni se tiene intención de hacer. Si se hubiera empezado a hacer en 1996, cuando Aznar abrió las puertas a la inmigración, hoy tendríamos una generación de 28 años y un país homogéneo. Se hizo –y se hace– justo lo contrario: confiar en que gentes llegadas de todo el mundo salvarían la natalidad en España.

Desde el año 2000, en las cuatro provincias catalanas los nacidos en la noche del 31 de diciembre al 1 de enero de cada año, son en su inmensa mayoría hijos de nacidos en el extranjero. Pero, salvo entre las mujeres subsaharianas, el número de hijos va disminuyendo incluso dentro de la inmigración. Los inmigrantes andinos, por ejemplo, se han configurado como los primeros y principales usuarios de los servicios de aborto gratuito y de “píldora del día después”. La ruptura de la unidad étnica de España ni siquiera ha servido para que la natalidad remonte o para que se repueblen zonas “vacías”.

LA ÚLTIMA TRINCHERA INMIGRACIONISTA: 

“TENEMOS UNA DEUDA CON EL TERCER MUNDO Y SE LA VAMOS A PAGAR”

Caído el mito de “los que vienen a pagar las pensiones”, en un momento en el que ningún alcalde que quisiera mantenerse en el consistorio se atreve a colocar pancartas con el “Welcome refugies”, cuando se ha visto a las claras que la inmigración no resuelve el problema de los nacimientos, sino que complica la convivencia, ahora, como última trinchera inmigracionista, el argumentario se ha desplazado a otro frente; nos dicen: “estamos obligados a admitir a todos los inmigrantes que quieran establecerse en nuestro suelo y a mantenerlos, incluso, porque, se lo debemos”.

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Nos dicen que Europa “debe” a los inmigrantes del Tercer Mundo el haberlos explotado como colonias. Repiten, para bloquear a los más sensibles, que los europeos “somos responsables” de haber esclavizado a los africanos y que les debemos una compensación. Por eso están aquí, por eso estamos obligados a subsidiarlos… Es un argumento que tiene su fuerza, pero que no deja de ser otra falacia.

No solamente no fuimos esclavistas –valdría la pena, ya que estamos en esto, elaborar un censo de familias europeas que se dedicaron a la trata de esclavos, porque sería, en última instancia, a ellos a los que les correspondería pagar indemnizaciones, no a la totalidad de un pueblo– sino que, además, durante siglos, los europeos que vivían en las costas mediterráneas (pero, también, incluso en las del sur de Gran Bretaña y en Irlanda) corrían el riesgo de ser secuestrados ellos y sus hijos, saqueados sus bienes e incendiados sus pueblos, por parte de piratas berberiscos; una práctica que se prolongó hasta principios del siglo XIX. Unos fueron esclavizados de por vida, los otros extorsionados pidiendo fabulosos rescates, otros murieron sin dejar huellas… Sin olvidar, claro está, que el grueso de traficantes que capturaban esclavos en África eran árabes y que se beneficiaban de pactos con tribus africanas que los obtenían de tribus vecinas.

Sería bueno presentar una reclamación de cantidad por los millones de europeos, especialmente de los países mediterráneos, de los países eslavos, e incluso del Reino Unido, que fueron secuestrados, esclavizados, obligados a vivir en condiciones infrahumanas, asesinados y muertos de agotamiento en tierras del Magreb

Aquellas exacciones berberiscas han dejado recuerdos imborrables en nuestro folklore, en nuestra literatura e, incluso, en la configuración de las costas (las “torres de guaita” tan habituales en la costa catalana no eran para admirar la belleza del Mediterráneo, sino para vigilar la llegada de piratas berberiscos). Aquel valeroso soldado que recibió dos disparos de arcabuz en el pecho y en el brazo izquierdo, en la gloriosa jornada de Lepanto, Miguel de Cervantes, dejó constancia en El Quijote de sus nueve años de cautiverio en Argel.

Los grandes olvidados de la historia europea, son los millones de antepasados esclavizados en tierras islámicas. Los europeos no somos los “malvados” de esta historia. El colonialismo se explica en gran medida por las constantes molestias generadas por la piratería islámicaberberisca y otomana. Quienes la practicaban eran asimilados a yihadistas: y lo hacían con saña y con odio acumulado. La negativa a erradicar la esclavitud, hizo necesaria la intervención europea con la consiguiente disolución de los “mercados de esclavos” que todavía existía en el siglo XIX en el Magreb. No “debemos” nada: nos deben una reparación de aquellos crímenes contra los pueblos europeos.

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