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Internacional

Emmanuel Macron se alinea con los mulás de Irán

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Por Guy Millière.- El 25 de agosto, los líderes del Grupo de los Siete (G7) se reunieron en Biarritz (Francia) para debatir los problemas del mundo. La situación en Oriente Medio no estaba en el orden del día. El presidente francés, Emmanuel Macron, organizador de la cumbre de este año, estuvo a punto de forzar su inclusión.

Había decidido invitar a la cumbre al ministro de Exteriores de Irán, Mohamed Yavad Zarif. Macron no avisó a sus invitados de la asistencia de Zarif hasta el último momento. Su objetivo, al parecer, era conseguir reunir al ministro iraní y al presidente de EEUU, Donald J. Trump. El presidente Trump se negó. Zarif mantuvo una conversación informal con Macron y algunos ministros franceses y después regresó a Teherán. Pero Macron no se rindió. En una rueda de prensa al día siguiente, le pidió públicamente al presidente Trump que se reuniera con los líderes iraníes lo antes posible.

Trump, respondiendo a la pregunta de un periodista sobre la posibilidad de dicha reunión, respondió educadamente que sí era posible, pero sólo “si las circunstancias son las correctas”. El régimen iraní respondió que, primero, Estados Unidos tendría que eliminar todas las sanciones. La Administración Trump no se molestó en contestar.

Macron invitó después a París a una delegación iraní encabezada por el viceministro de Exteriores de Irán, Abás Aragchi “para intentar definir una postura común para Francia e Irán”. El 3 de septiembre, un día después de que se marchara la delegación, se supo que Francia había propuesto ofrecerle a Irán una línea de crédito de 15.000 millones de dólares. En respuesta, Brian Hook, representante especial para Irán, dijo el 4 de septiembre: “No podemos dejar más claro que estamos volcados en esta campaña de presión y no tenemos intención de conceder ninguna excepción o exención”. Con esta declaración se dio a entender que Estados Unidos rechazó la propuesta francesa.

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El mismo día, el presidente iraní, Hasán Ruhaní, anunció que Irán iba a acelerar su enriquecimiento de uranio. No hizo alusión a la maniobra de Macron.

Al parecer, ese anuncio no desanimó a Macron.

El acuerdo nuclear con Irán, conocido como Plan de Acción Conjunto y Completo (PACC), alcanzado entre Irán y China, Francia, Reino Unido, EEUU y Alemania el 14 de julio de 2015, pero que Irán nunca firmó, permitió a la República Islámica disponer de 150.000 millones de dólares que estaban congelados en bancos extranjeros. Los líderes franceses, evidentemente reconociendo una oportunidad económica, invitaron a Ruhaní a París.

Cuando el predecesor de Macron, el presidente François Hollande, recibió a Ruhaní en enero de 2016, anunció por todo lo alto que había que dejar a un lado las viejas disputas y que era hora de abrir “un nuevo capítulo en las relaciones entre los dos países”. Se firmaron varios acuerdos; Ruhaní dijo que Irán “combate el terrorismo” y Hollande agachó dócilmente la cabeza.

Una de las razones por las que el Gobierno francés considera la elección de Donald Trump una mala noticia es que Trump indicó en 2015 que consideraba que el acuerdo nuclear con Irán era un mal acuerdo del que quería retirarse.

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Cuando Trump fue después elegido presidente, Macron convirtió en su máxima prioridad salvar el acuerdo, al parecer.

Durante una visita a Washington en abril de 2018, el principal objetivo de Macron fue convencer a Trump de que cambiara de idea. Lo intentó mediante la seducción, abrazando a Trump sin cesar. Lo intentó con arrogancia, anunciando en un discurso ante el Congreso:

“Francia no abandonará el acuerdo nuclear iraní porque lo firmamos. Su presidente y su país tendrán que afrontar sus responsabilidades”.

Después de que Trump anunciara en mayo de 2018 que EEUU abandonaba el acuerdo nuclear, Macron pareció entrar en pánico, y pidió una reunión de urgencia de los líderes europeos. La Unión Europea pidió a las empresas francesas y europeas que desafiaran a Trump, pero al final, temiendo las sanciones estadounidenses, algunas empresas europeas dejaron de hacer negocios en Irán.

Francia y Alemania intentaron después establecer un mecanismo para ayudar a las empresas a sortear la decisión de Estados Unidos y seguir haciendo negocios con Irán. El Instex (Instrumento de Apoyo al Intercambio Comercial) se introdujo oficialmente a principios de 2019, pero aún no está operativo. Nadie en Europa con la responsabilidad de tomar decisiones parece querer arriesgarse a usarlo y tener un problema con Estados Unidos.

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El 8 de septiembre, días después de las declaraciones de Ruhaní sobre la aceleración del enriquecimiento de uranio iraní, el ministro de Exteriores francés, Jean Yves Le Drian, resumió la postura francesa. Dijo que Irán estaba tomando “malas decisiones”, pero que Francia intentaría ayudar y “mantener el diálogo”.

Añadió —incorrecta pero impávidamente— que Irán había respetado escrupulosamente el acuerdo nuclear hasta el momento en que Estados Unidos renegó del acuerdo. De manera desconcertante, añadió que Irán se había visto “privado de los beneficios” que podía esperar del acuerdo —refiriéndose, aparentemente, a la oportunidad de poder desarrollar pronto armas nucleares sin límites— y que ahora era necesario “evitar los riesgos de una desestabilización regional”. No especificó a qué región se refería.

Lanzó la crítica de que “Estados Unidos impide a las empresas no estadounidenses decidir libremente”.

Macron y el Gobierno francés saben perfectamente que el acuerdo nuclear era defectuoso, que no impedía al régimen iraní dedicarse a sus actividades belicosas. Macron y el Gobierno francés también saben que Irán vulneró el acuerdo repetidas veces. También saben que el Mossad, el servicio de inteligencia de Israel, confiscó miles de documentos condenatorios en Teherán. Eran de dominio público, y fueron revelados por el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, el 30 de abril de 2018.

Los funcionarios franceses, sin embargo, siguieron hablando como si no supieran nada. Mentían.
Lamentablemente, insisten en afirmar que el presidente Trump se retiró arbitrariamente del acuerdo no firmado y fingieron no saber lo que decía Trump cuando anunció su decisión:

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“El régimen iraní es el principal patrocinador estatal del terrorismo. Exporta misiles peligrosos, aviva los conflictos en todo Oriente Medio y financia a los terroristas, proxies y milicias como Hezbolá, Hamás los talibanes y Al Qaeda.

“A lo largo de los años, Irán y sus satélites han bombardeado embajadas y edificios militares estadounidenses, asesinado a cientos de miembros en servicio de Estados Unidos y secuestrado, encarcelado y torturado a ciudadanos estadounidenses. El régimen iraní ha financiado su largo reinado de caos y terror saqueando la riqueza de su propio pueblo (…)

“el acuerdo permitió a Irán seguir enriqueciendo uranio y, con el tiempo, llegar al borde de una explosión nuclear. El acuerdo levantó sanciones económicas que estaban paralizando a Irán a cambio de unos límites muy débiles en cuanto a su actividad nuclear y nulos en cuanto a su conducta maligna”.

Los funcionarios franceses también afirmaron falsamente que Irán no se había “beneficiado” del acuerdo.

Sin embargo, Irán, en vez de hacer inversiones con las empresas extranjeras, utilizó la mayor parte de los 150.000 millones de dólares de fondos y créditos descongelados para proveer a las organizaciones terroristas de miles de millones para sembrar el caos y la muerte en todo Oriente Medio, atacar los activos de EEUU y el Reino Unido y dejar fuera de juego la mitad de la producción petrolífera de Arabia Saudí, que representa el 5% del suministro de petróleo diario mundial.

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Los funcionarios franceses hablaron de “desestabilización regional” como si no vieran que Irán ya ha desestabilizado profundamente Siria, el Líbano, el Yemen y la Franja de Gaza.

Los funcionarios franceses también afirman falsamente la necesidad de defender el libre comercio y la libertad empresarial, una excusa que es un claro subterfugio para ayudar a un régimen criminal.

Tampoco mencionan nunca las innumerables violaciones de los derechos humanos perpetradas por el régimen, y la desesperación y la miseria de la población iraní. Tampoco hablan jamás de la dura retórica antisemita diseminada por la mayoría de los dirigentes del régimen y las incesantes llamadas a la destrucción genocida de Irán lanzadas por el líder de Irán, el ayatolá Alí Jamenei.

Los funcionarios franceses actúan y hablan como si el régimen iraní fuese totalmente honorable, como si no discernieran lo obvio: que el régimen iraní tiene objetivos destructivos. El acuerdo nuclear no desvió al régimen de su objetivo de construir armas nucleares. De hecho, el acuerdo ayudó al régimen respecto a ese fin preciso. La estrategia estadounidense de aplicar la máxima presión mediante las sanciones económicas parece la única manera no militar de presionar al régimen para que cambie de rumbo.

En vista del historial de Francia a la hora de apaciguar a regímenes hostiles, su actitud hacia el régimen iraní no es nada sorprendente.

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En las últimas décadas, Francia intentó varias veces dar prioridad a sus intereses económicos inmediatos, aunque aumentara el riesgo para otros y a la postre incluso para sí misma. En 2001-2002, cuando Francia firmó los acuerdos petrolíferos con Irak, hubo documentos que mostraban que la oposición francesa al derrocamiento de Sadam Husein obedecía al deseo de salvar los acuerdos sobre el petróleo. Tres décadas antes, el 18 de noviembre de 1975, después de que Francia hubiese firmado un acuerdo de cooperación nuclear con Irak, el entonces dictador Sadam Husein dijo que el acuerdo era “el primer paso concreto hacia la producción de un arma atómica árabe”. Si Israel no hubiese destruido el reactor nuclear de Osirak el 7 de junio de 1981, es casi seguro que Irak habría podido adquirir armas nucleares.

El intento actual de Francia de dar prioridad a sus intereses económicos a pesar de las malignas actividades del régimen iraní es más de lo mismo.

Los dirigentes franceses han criticado a menudo —e incluso intentado poner obstáculos— a Estados Unidos, siempre que se ha enfrentado a enemigos. El 1 de septiembre de 1966, el general Charles de Gaulle pronunció un discurso en Nom Pen (Camboya) en el que criticó duramente el “imperialismo estadounidense” en Vietnam. Cuando el presidente de EEUU Ronald Reagan describió a la Unión Soviética como el “imperio del mal”, el ministerio de Exteriores francés expresó sus “reservas” sobre la “arriesgada actitud beligerante” de Estados Unidos. Cuando el presidente de EEUU George Walker Bush denominó a Corea del Norte, Irak e Irán como “el eje del mal”, el presidente francés Jacques Chirac habló de su “miedo”.

Además, los líderes franceses han tenido rara vez en cuenta la suerte que corrían las poblaciones de los países con los que tenían la posibilidad de mantener unas lucrativas relaciones. Nunca prestaron atención a los discursos antisemitas y llamadas a la destrucción de Israel que surgían de los líderes del mundo musulmán. En general, han soslayado las declaraciones de guerra de los enemigos de Israel. En 1967, poco antes del estallido de la Guerra de los Seis Días, el general De Gaulle decidió declarar un embargo de armas contra Israel. En 1973, durante la Guerra de Yom Kippur, cuando Egipto y Siria atacaron a Israel, el ministro de Exteriores francés Michel Jobert dijo que los “árabes querían volver a casa” y añadió que eso no era “necesariamente una agresión”. La indiferencia de los líderes franceses ante las amenazas de Irán a Israel concuerda perfectamente con la arraigada tradición política de Francia.

Francia no es el único país europeo que se comporta de ese modo con el régimen iraní. Cuando Angela Merkel se percató de que Macron no había logrado convencer a Trump de que se mantuviera en el acuerdo nuclear, fue a Washington e intentó influir en el presidente. Hasta la fecha, Alemania sigue apoyando las posturas de Francia respecto a Irán. El Instex fue fruto de la cooperación entre Francia y Alemania. El ministro de Exteriores alemán, Heiko Maas, incluso fue a Teherán a explicar al Gobierno iraní cómo funcionaría el instrumento comercial.

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La Unión Europea, también, apoya la postura de Francia.

Macron, en resumen ha hecho lo mismo o más que cualquier otro país europeo a favor del régimen iraní; más que Alemania, e incluso más que la propia Unión Europea.

Podría haber optado por actuar como un aliado fiable de Estados Unidos, pero tomó otra decisión diferente.

El 31 de octubre de 2017, en un discurso ante el Consejo de Europa en Estrasburgo, Macron dijo que “hacer que prevalezcan los derechos humanos es una lucha, incluso para países como Francia”. A veces cuesta ver qué hace Macron para que prevalezca ningún derecho humano.

El analista político Daniel Krygier escribió hace poco que “el presidente Trump no ofrece nada sin recibir algo a cambio”. Aunque Trump decidiera reunirse con Ruhaní, e incluso aunque fuese una reunión inútil, Trump la abordaría desde una posición fuerte, y cabe esperar que sin tener que ceder en nada.

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El 14 de septiembre, sólo unos días después de que el exasesor sobre seguridad nacional John R. Bolton desapareciese cómodamente de la Administración, Irán infligió grandes daños a una inmensa refinería de petróleo de Arabia Saudí, paralizando la mitad de la producción petrolífera del país y el 5% del suministro diario mundial. Aunque los insurgentes huzis que, con el respaldo de Irán, están librando una guerra con las fuerzas saudíes en el Yemen, se atribuyeron la autoría, EEUU culpa a Irán.

El secretario de Estado, Mike Pompeo, publicó un tuit en el que dijo que “no hay pruebas de que el ataque se produjera desde el Yemen”, y añadió:

“Teherán está detrás de alrededor de 100 ataques contra Arabia Saudí mientras Ruhaní y Zarif fingen actuar por vías diplomáticas. Entre las llamadas a la desescalada del conflicto, Irán ha lanzado ahora un ataque insólito al suministro de energía mundial (…)

“Pedimos a todos los países que condenen pública e inequívocamente los ataques de Irán. Estados Unidos trabajará con nuestros socios y aliados para asegurar el buen abastecimiento de los mercados energéticos y que Irán rinda cuentas por su agresión”.

No obstante, Trump podría reunirse con Ruhaní en Nueva York.

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El Gobierno francés emitió un comunicado en el que decía que el ataque contra la refinería saudí podría “agravar las tensiones y los riesgos de conflicto en la región”. Ni siquiera mencionó a Irán.

El ministro de Exteriores francés, Jean-Yves Le Drian, dijo:

“Hasta ahora, Francia no tiene pruebas que le permitan decir que esos drones provinieron de un lugar u otro, y no sé si alguien las tiene (…) Necesitamos una estrategia de desescalada para la zona, y cualquier medida que vaya contra esa desescalada sería perjudicial para la situación en la región”.

“El ataque no ayuda a lo que estamos intentando hacer”, añadió una fuente diplomática francesa.

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España

Contra la debilidad mental occidental: La esclavitud en el Islam todavía sigue vigente (Y siempre ha apuntado CONTRA EUROPA) Por Ernesto Milá

Ernesto Milá

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Introducción a La esclavitud en el Islam, libro que estará disponible en breve.

Durante siglos, especialmente del XVI a principios del XIX, nuestras costas fueron hostigadas por piratas berberiscos. Querían vengar la “pérdida de Al-Andalus” (esto es, la Reconquista). La captura de poblaciones costeras del norte del Mediterráneo para venderlas en los mercados de esclavos del Magreb o negociar su rescate se convirtió en una práctica habitual entre las poblaciones del norte de África. Quienes practicaban estas razzias, que hacían imposible la vida en nuestras costas, eran considerados “yihâdistas”. Este comercio de esclavos europeos existió, por mucho que los “multiculturalistas” de hoy quieran olvidarlo.

Todavía ningún gobierno del Magreb se ha disculpado por estos actos.

*    *    *

LA CAÍDA DEL PRIMER ARGUMENTO INMIGRACIONISTA: 

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EUROPA NECESITA TRABAJADORES

Hoy, ya nadie puede dudar que el primer argumento que se utilizó para justificar la presencia de compactos núcleos musulmanes en Europa Occidental –aquel que afirmaba que eran necesarios inyectar inmigrantes para pagar las pensiones de los abuelos…– era una simple falacia. La realidad es que, las pensiones de los abuelos –yo lo soy– pierden cada día poder adquisitivo porque a los gobiernos de nuestro entorno les es necesario comprar la “paz étnica y social” subvencionando a los recién llegados. No hay dinero para todos. Y los que llevan las de perder es la parte más débil: los jubilados. La inmigración es hoy una pesada carga económica para todos los Estados que se han negado durante décadas a controlarla.

Desde, como mínimo, 2008, la inmigración ha variado su carácter; hasta ese momento, podía pensarse que los motivos del desplazamiento hacia España se debían a la posibilidad de integrarse en nuestro mercado laboral y, en especial, en el sector de la construcción. Pero, desde el estallido de la burbuja inmobiliaria, con la mecanización progresiva de la agricultura, las deslocalizaciones y el proceso de desindustrialización creciente, es casi seguro que, hoy, pocos de los inmigrantes que llegan a España, –especialmente los que no tienen ningún tipo de cualificación profesional (esto es, la mayoría)–, tengan como proyecto personal integrarse en el mercado laboral y vivir del propio trabajo, ahorrar para volver al país de origen con capital suficiente para emprender una nueva vida.

Se suele creer que las motivaciones de los inmigrantes en el siglo XXI son las mismas que las de los españoles, portugueses e italianos que se desplazaron a Francia, Suiza, Alemania, Benelux, en los años 50 y 60, para reconstruir países que habían sido demolidos por la Segunda Guerra Mundial. En aquella inmigración existía la voluntad de trabajar durante unos años en unos países con unos niveles salariales mucho más altos, poder ahorrar llevando una vida austera (pero no miserable), acumular cierto patrimonio que les permitiera abrir un pequeño negocio o, simplemente, comprar una vivienda al regresar a la Patria. Esa inmigración, no es la actual.

Nuestros inmigrantes querían regresar –en grandísima medida– al país que habían abandonado. Iban a trabajar, a esforzarse, a partirse el espinazo para llevar a la práctica un proyecto personal legítimo y que enriquecía a todas las partes: a los receptores de inmigración porque sabían que los recién llegados eran gente dura y dispuesta a trabajar. A los inmigrantes porque, a cambio de su trabajo, recibían un salario muy superior al del mismo oficio en España y podían ahorrar. Al país emisor de inmigrantes porque allí recibían formación y volvían con una capacitación laboral superior a la que habían partido, sin olvidar que su trabajo en el extranjero generaba unas divisas preciosas en aquel momento para garantizar intercambios comerciales. Aquellos inmigrantes –nuestra inmigración– no planteaban problemas de convivencia, ni choques culturales; fieles al dicho “donde fueres, haz lo que vieres”, nuestra gente se integró perfectamente en la sociedad que los recibió. Nada de todo esto vale para el actual fenómeno migratorio.

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Ya no hay países en Europa Occidental que precisen ser reconstruidos después de una guerra. Tampoco hay un mercado laboral en expansión que permita pensar que, sin un alto nivel de cualificación y sólo en determinadas profesiones, vayan a encontrar trabajo bien remunerado. Ni siquiera para españoles, los salarios medios –a la vista del coste de la vida– permiten ahorrar gran cosa. Ningún inmigrante, en su sano juicio, puede transmitir a otros como él que residen en su propio país, la idea de que valga la pena venir a España para trabajar: la realidad es que, aquí y ahora, el poco trabajo que existe para gentes con poca o nula cualificación profesional, no permite ni vivir dignamente, ni mucho menos ahorrar. Entonces ¿por qué viene la inmigración?

Vale la pena no engañarse al respecto. Y los medios de comunicación, así como los diferentes gobiernos, de derechas y de izquierdas, llevan casi treinta años engañándose y falseando datos, cifras y circunstancias. No hay otra forma de definir la actitud de quienes niegan los problemas que se han generado a causa de la inmigración ilegal, masiva y descontrolada.

LA CAÍDA DEL SEGUNDO ARGUMEN IMIGRACIONISTA: 

“WELCOME REFUGIES”

Si bien es cierto que, hoy, ya nadie se atreve a sostener que, gracias a la inmigración, se van a poder “pagar las pensiones de los abuelos”, las justificaciones se han convertido en cada vez más extemporáneas, ridículas, ignorantes e, incluso, frecuentemente, entre los portavoces gubernamentales, zafias. Caído el mito de “las pensiones de los abuelos”, el nuevo argumento nos decía que los inmigrantes no eran tales: que se trata de “refugiados”. Ser “refugiado”, al parecer, hace obligada la “solidaridad”. El perseguido merece protección y ayuda para salvarlo de su perseguidor… En algunos casos, los menos, los recién llegados son “refugiados”. Pero, incluso, en esas circunstancias, cabe preguntarse: ¿y por qué un “refugiado afgano” elegirá vivir en Europa Occidental y no en Paquistán, en la India o, incluso en el sudeste asiático, países mucho más próximos, en todos los sentidos, a su patria originaria?

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Por otra parte, si existen “refugiados” es porque tal o cual país los genera y la situación allí es insoportable, por tanto, si se trata de admitir, por ejemplo, subsaharianos, vale la pena recordar que, en cualquiera de aquellos países, en toda África y en buena parte de Asia, casi sin excepción, la “democracia” es una palabra que no tiene el mismo significado que en Europa. De los 1.200 millones de africanos, la inmensa mayoría podrían ser considerados como “aspirantes a refugiados”, a la vista de que existen diferencias abismales entre los “derechos humanos” tal como se contemplan en Europa y como se practican en África.

Pero, Europa no puede admitir a 1.200 millones de inmigrantes que, por lo demás, deberían entender que ellos, para prosperar, sería oportuno que trataran de hacer cambios en su país, antes que adoptar la solución más cómoda de mudarse a otro… ¿a cuál? Y esta es el nudo de la cuestión: no se trata de países en los que exista un mercado laboral floreciente, ni aquellos otros más próximos al lugar de origen, para mantener el contacto con sus raíces, sino de aquellos en los se vive mejor y, lo que es aún más importante, donde se garantizan subvenciones solamente por llegar y en donde todo, absolutamente todo, está permitido (o poco menos). Ese es el centro de la cuestión que políticos y medios pretenden escamotearnos.

No hay nada más opaco en la actual democracia española que la suma total de subvenciones que reciben los no nacidos en España y sus hijos nacidos aquí. La falta de transparencia es, precisamente, lo que permite sospechar. Recientemente se ha publicado la cifra de que algo más de 2.000.000 de inmigrantes viven de subsidios públicos. El misterio está lejos de quedar resuelto, porque no se dice cuántos antiguos inmigrantes que han logrado naturalizarse como “españoles”, siguen subsidiados. Por otra parte, haría falta especificar qué tipo de subsidios reciben: en España existen muchos de tipos de ayudas y de pensiones no contributivas. Todo ello hace sospechar que las cifras son muchísimo mayores y es legítimo pensar que pueden ser, incluso, el doble o el triple, incluso, de las dadas. Por lo demás, no se especifica el volumen total de subsidios y subvenciones por distintos conceptos, ni los dados por las distintas administraciones, que van a parar a lo que en Francia se ha llamado “la aspiradora de recursos públicos”, esto es, la inmigración. La opacidad de las cifras, en efecto, no hace nada más que aumentar las sospechas.

LA CAIDA DEL TERCER ARGUMENTO INMIGRACIONISTA: 

“VIENEN PARA CONTRARRESTAR LA BAJA NATALIDAD”

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Luego está el argumento de la crisis de la natalidad en España. Era lo que podía esperarse: la elevación constante del coste de la vida, hace imposible el que se puedan formar parejas e, incluso, que una vez formadas, decidan tener hijos. La paternidad es una aventura que muy pocos se atreven a afrontar. Para hacerlo es preciso tener seguridad de que se podrá mantener a los hijos. Nadie está dispuesto a ofrecer tales garantías. Sin embargo, es un problema político: hubiera bastado con atribuir prioridad en beneficios sociales y ventajas fiscales a las parejas españolas que deseen tener hijos, garantizar su prioridad a la hora de obtener viviendas sociales, y simples campañas en pro de la natalidad, para que se estimulara la natalidad entre nuestra gente. No se hizo, ni se tiene intención de hacer. Si se hubiera empezado a hacer en 1996, cuando Aznar abrió las puertas a la inmigración, hoy tendríamos una generación de 28 años y un país homogéneo. Se hizo –y se hace– justo lo contrario: confiar en que gentes llegadas de todo el mundo salvarían la natalidad en España.

Desde el año 2000, en las cuatro provincias catalanas los nacidos en la noche del 31 de diciembre al 1 de enero de cada año, son en su inmensa mayoría hijos de nacidos en el extranjero. Pero, salvo entre las mujeres subsaharianas, el número de hijos va disminuyendo incluso dentro de la inmigración. Los inmigrantes andinos, por ejemplo, se han configurado como los primeros y principales usuarios de los servicios de aborto gratuito y de “píldora del día después”. La ruptura de la unidad étnica de España ni siquiera ha servido para que la natalidad remonte o para que se repueblen zonas “vacías”.

LA ÚLTIMA TRINCHERA INMIGRACIONISTA: 

“TENEMOS UNA DEUDA CON EL TERCER MUNDO Y SE LA VAMOS A PAGAR”

Caído el mito de “los que vienen a pagar las pensiones”, en un momento en el que ningún alcalde que quisiera mantenerse en el consistorio se atreve a colocar pancartas con el “Welcome refugies”, cuando se ha visto a las claras que la inmigración no resuelve el problema de los nacimientos, sino que complica la convivencia, ahora, como última trinchera inmigracionista, el argumentario se ha desplazado a otro frente; nos dicen: “estamos obligados a admitir a todos los inmigrantes que quieran establecerse en nuestro suelo y a mantenerlos, incluso, porque, se lo debemos”.

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Nos dicen que Europa “debe” a los inmigrantes del Tercer Mundo el haberlos explotado como colonias. Repiten, para bloquear a los más sensibles, que los europeos “somos responsables” de haber esclavizado a los africanos y que les debemos una compensación. Por eso están aquí, por eso estamos obligados a subsidiarlos… Es un argumento que tiene su fuerza, pero que no deja de ser otra falacia.

No solamente no fuimos esclavistas –valdría la pena, ya que estamos en esto, elaborar un censo de familias europeas que se dedicaron a la trata de esclavos, porque sería, en última instancia, a ellos a los que les correspondería pagar indemnizaciones, no a la totalidad de un pueblo– sino que, además, durante siglos, los europeos que vivían en las costas mediterráneas (pero, también, incluso en las del sur de Gran Bretaña y en Irlanda) corrían el riesgo de ser secuestrados ellos y sus hijos, saqueados sus bienes e incendiados sus pueblos, por parte de piratas berberiscos; una práctica que se prolongó hasta principios del siglo XIX. Unos fueron esclavizados de por vida, los otros extorsionados pidiendo fabulosos rescates, otros murieron sin dejar huellas… Sin olvidar, claro está, que el grueso de traficantes que capturaban esclavos en África eran árabes y que se beneficiaban de pactos con tribus africanas que los obtenían de tribus vecinas.

Sería bueno presentar una reclamación de cantidad por los millones de europeos, especialmente de los países mediterráneos, de los países eslavos, e incluso del Reino Unido, que fueron secuestrados, esclavizados, obligados a vivir en condiciones infrahumanas, asesinados y muertos de agotamiento en tierras del Magreb

Aquellas exacciones berberiscas han dejado recuerdos imborrables en nuestro folklore, en nuestra literatura e, incluso, en la configuración de las costas (las “torres de guaita” tan habituales en la costa catalana no eran para admirar la belleza del Mediterráneo, sino para vigilar la llegada de piratas berberiscos). Aquel valeroso soldado que recibió dos disparos de arcabuz en el pecho y en el brazo izquierdo, en la gloriosa jornada de Lepanto, Miguel de Cervantes, dejó constancia en El Quijote de sus nueve años de cautiverio en Argel.

Los grandes olvidados de la historia europea, son los millones de antepasados esclavizados en tierras islámicas. Los europeos no somos los “malvados” de esta historia. El colonialismo se explica en gran medida por las constantes molestias generadas por la piratería islámicaberberisca y otomana. Quienes la practicaban eran asimilados a yihadistas: y lo hacían con saña y con odio acumulado. La negativa a erradicar la esclavitud, hizo necesaria la intervención europea con la consiguiente disolución de los “mercados de esclavos” que todavía existía en el siglo XIX en el Magreb. No “debemos” nada: nos deben una reparación de aquellos crímenes contra los pueblos europeos.

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