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Opinión

El 28 de abril estás llamado a votar, pero tú no eliges, tu voto no vale para nada

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Pues, “eso”, que el domingo, 28 de abril no se elige nada, todo está decidido de ante mano. Los jefes de los partidos políticos más conocidos (conocidos por ser los más publicitados en las diversas televisiones), los que se hacen llamar más “representativos”, ya han elegido por todos nosotros, pues ellos –a los que nadie ha elegido- son los que han confeccionado las listas decandidatos. Los votantes no eligen, simplemente votan; son llamados a refrendar las listas que, insisto, han sido elegidas por gente a la que nadie ha elegido. Es un grandísimo embuste, una burla cruel afirmar que el 28 de abril se elige a los representantes políticos de los ciudadanos, todo es un paripé para “legitimar” a quienes más tarde se encargarán de pulsar botones en el Congreso y en el Senado, siguiendo las directrices de sus jefes de fila, y nunca mejor dicho.

Esta forma tan descarada, sin el menor recato, de “elecciones a la española”, zafia y vil, mediante la cual se reparten los escaños entre los partidos del sistema (más correcto sería afirmar que España es un país de partido único multimarca, en lugar de democracia parlamentaria, o expresiones similares), es el procedimiento mediante el cual se turnan en el poder y los puestos de mando del Estado los oligarcas y caciques, aparentando formas democráticas.

Este fue el sistema electoral pactado en la denominada transición, de la dictadura a la democracia, por políticos franquistas y políticos del PSOE, PCE, etc. la mayoría de estos últimos, también provenientes del “movimiento” y del sindicato vertical franquistas. El único objetivo de tan grosero, burdo y tosco sistema es controlar y apacentar, tal cual si fuera un rebaño, a la infantil sociedad española, para evitar que en algún momento llegue a tener la tentación de ejercer la libertad política.

De este modo la representación política es imposible, solo es posible la adhesión, más o menos entusiasta, a los partidos políticos, tal como haría un forofo de un equipo de futbol o de un cantante.

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Evidentemente los diputados de los diversos partidos no representan a los votantes, son simplemente representantes de los partidos; pues, la obediencia debida a los jefes, a los oligarcas y caciques de los partidos que, son quienes han decidido incluirlos en las listas, conducen a lazos de fidelidad y obediencia más fuertes que los vínculos a los que supuestamente están obligados con los ciudadanos que han votado las listas electorales. Es más, en la mayoría de las ocasiones sus votantes son incapaces de nombrar a quiénes han votado.

En la democracia a la española que, es lo menos parecido a la democracia como forma de gobierno, los diputados electos son peones con los que trapichean los oligarcas de cada partido; la ausencia de verdadera participación y representación política de los votantes es una de las principales causas de la corrupción política y económica del régimen partitocrático que sufrimos en España desde hace décadas.
Vivimos en un país en el que no existe división de poderes: es el gobierno de turno (pocos turnos son posibles con la actual legislación) el que controla al poder legislativo, y no al revés como ocurre en las llamadas democracias parlamentarias; es el ejecutivo el que nombra y controla al poder judicial; y por supuesto no se puede hablar de “cuarto poder” pues, también, casi la totalidad de los medios de comunicación están especialmente sujetos a la voluntad del poder ejecutivo que, los riega de jugosas subvenciones.

Tal como están diseñados los procesos electorales, no permiten ni remotamente la igualdad de oportunidades, como tampoco se puede hablar de elecciones libres (cuando hablo de libertad, me refiero a la capacidad de tomar decisiones, de poder optar). En la práctica, ni existe la posibilidad de ser elegido (ser candidato en igualdad de condiciones y oportunidades que los demás), ni tampoco la de elegir a quien uno desee, por considerar que es el candidato más idóneo para que nos represente.

Son las oligarquías de los partidos las que deciden quien sí y quien no, va en las listas electorales; que además son cerradas. Es decir que desde hace alrededor de cuarenta años son siempre los mismos los que deciden sobre los integrantes de cada lista. Y además, de paso se aseguran “lealtades”, sumisión, servidumbres voluntarias (aquello de “quien se mueva no sale en la foto”), y la denominada “disciplina de partido” (aunque a veces haya alguien que les salga “rana”), o sea, la sujeción a las consignas y directrices que deciden los oligarcas y caciques que dirigen cada partido político.

No hace falta mucha imaginación para llegar a la conclusión de que es el “criterio de docilidad-fidelidad” el que determina que se repita o no en los siguientes comicios, y no la eficacia en el desempeño del cargo o el respaldo de los electores.

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Aparte de lo anterior, que tiene una especial importancia, está el hecho de que quienes ya participan de una u otra forma del poder, reciben ingentes cantidades de dinero (de los presupuestos del estado) y subvenciones en múltiples formas que, les posibilita hacer un despliegue propagandístico-publicitario con el que, de ningún modo otras agrupaciones políticas pueden rivalizar.

Los partidos políticos están subvencionados por todos los contribuyentes, sea cual sea su ideología, y son parte del aparato del estado, cuyas agendas marcan la agenda del Estado; y son además la principal causa de la corrupción.

Por otro lado está, también, el acceso a los medios de comunicación (que hasta ahora han venido controlando de manera férrea los partidos gobernantes), acceso que, está casi totalmente vedado a opciones que no sean ya parte del sistema.

Tampoco podemos olvidar los “préstamos bancarios” que los principales partidos reciben una y otra vez, en cada ocasión que hay elecciones y que, generalmente les son perdonados.

Mención aparte merecen las financiaciones fraudulentas de las que casi todos los partidos políticos participan, y tampoco se pueden obviar las diversas formas de corrupción que subyacen en muchas instituciones (aquello del “sindicato del ladrillo”, pongamos por caso).

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Aparte de lo anterior, hay un factor especialmente determinante: no existe proporcionalidad directa, no hay relación entre el número de votos conseguidos y el número de cargos electos que cada candidatura obtiene. La normativa electoral está diseñada de tal forma que, siempre salen favorecidos los llamados partidos mayoritarios, apenas existen resquicios para conseguir representación en las diversas instituciones.

Dicho en román paladino, dicho de forma clara, simple, sin adornos: en España no hay representación política de los votantes y, por lo tanto, en España no existe democracia.

Para que se pueda hablar de que existe democracia como forma de gobierno, es imprescindible que exista separación de poderes (y no mera distribución-delegación de funciones), y que, también, exista una verdadera participación y representación política de los electores. España no es una democracia.

No hay mayor sordo que el que no desea oír, como tampoco mayor ciego que el que no quiere ver, así que, el que quiera comulgar con ruedas de molino es porque tiene amplias tragaderas; indudablemente, dejarse influir por lo que los medios cuentan, e ir a votar pensando que su voto sirve para decidir y elegir algo o a alguien, es hacer un ejercicio de ceguera y sordera.

La mayor de las falacias que, propagan las televisiones, radios, periódicos, durante estos días previos al 28 de abril, es la de que, fulano, mengano, zutano… son candidatos a presidir el gobierno y que las elecciones son para tal cuestión. ¿Desde cuándo los españoles eligen al presidente del gobierno y sus ministros?

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Hay una cuestión de la que no hay que tener dudas: participar en esté paripé de elecciones, cualquiera que sea el partido al que se vote, no va a servir para reformar el régimen del 78, y mucho menos a evitar la corrupción de dicho régimen, sino todo lo contrario, servirá para reforzarla y potenciarla; pues, la corrupción es consustancial al régimen y al gobierno. Para cambiar pacíficamente este régimen, no hay más alternativa que no apoyarlo ni legitimarlo con el voto.

¿Alguien recuerda que algún partido político haya abordado el asunto de la corrupción, y lo que es más importante: la forma de evitarla, durante los días que llevamos de campaña electoral? Pueden estar seguros de que ningún partido hablará de ello, ningún partido hablará de erradicarla.

No nos engañemos, para que haya corrupción, aparte de políticos corruptos es imprescindible que, también haya una gran mayoría de personas, de ciudadanos, que los apoyen, siendo por tanto sus cómplices (votando y volviendo a votar una y otra vez a los partidos corruptos) o convirtiéndose en estómagos agradecidos, paniaguados, miembros de la red clientelar de esos mismos políticos corruptos, de los que reciben en mayor o menor medida trato de favor, subvenciones, regalías diversas, concesiones de subsidios, y un largo etc.

Aunque ya haya hablado de ello en otras ocasiones, no está de más recordar que el sistema político español está perfectamente diseñado, de tal manera que la capacidad de decisión de los políticos, su posibilidad de decidir de forma arbitraria, caprichosa, sean de tal magnitud que corromperse, más que una consecuencia sea su resultado más lógico.

La corrupción en España se manifiesta de varias formas, tres en concreto:

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  • la corrupción que tiene relación con asuntos urbanísticos, de recalificación de terrenos;
  • la corrupción relacionada con contratos de bienes y servicios por parte de las diversas administraciones;

  • y la corrupción ocasionada por los diversos subsidios y subvenciones.

En el asunto de las recalificaciones, como bien se sabe, la clave está en que hay autoridades, generalmente municipales que poseen la capacidad de alterar el valor de los terrenos que recalifican, y por lo tanto la posibilidad de hacerse ricos, o favorecer a familiares y amigos.

Por otro lado, al existir multitud de oficinas públicas con capacidad de contratar bienes y servicios, también son enormes las posibilidades de adjudicaciones millonarias y milmillonarias, con las consiguientes comisiones o mordidas, también supermillonarias, a cambio del trato de favor, monopolístico que se les concede a “empresarios patriotas”, o de la cuerda del partido gobernante, sea cual sea el territorio e independientemente de los oligarcas y caciques que campen por sus fueros allí donde esté ubicada la oficina de contratación de bienes y servicios.

Luego, como tercera forma de corrupción, están los diversos subsidios y subvenciones, que fomentan la obediencia debida, el clientelismo, los estómagos agradecidos, respecto del político que, va repartiendo favores y regalitos.

Cuando se habla de todo ello la gente se indigna, grita, vocifera, pues cae en la cuenta de que, así, de ese modo los manirrotos y despilfarradores que nos mal-gobiernan originan un déficit continuo que acaba repercutiendo en el bolsillo del común de los mortales, e hipotecando el futuro de nuestros hijos, pero esa indignación suele durar poco. Desaparece cuando a uno lo tientan y acaba siendo agraciado con alguna de esas formas de corrupción. Y así hasta que los medios de información vuelven a airear algún caso “Gúrtel”, o “papeles de Panamá”, o ERES en Andalucía…

¿Quién se alegra especialmente y exhibe como un éxito una alta participación electoral y se lamenta de la baja participación? Todos los líderes de todos los partidos políticos sin excepción.

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Y ante este panorama ¿qué cabe hacer?

Pues, amigos, existe una opción: se llama abstención.

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1 Comentario

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  1. Avatar

    aguador

    06/08/2019 at 16:14

    Aunque la abstención fuera del 90%, no creo ni por un momento que dejaran de funcionar los porcentajes de atribución de votos. Hay tanto caradura en la casta política que, aunque sólo votase el 10%, seguirían preocupándose de lo suyo. No tendrian la vergüenza torera de dimitir. Y si el país se fuera a tomar por culo, ya encontrarían la manera de llevarse todo lo que hubieran robado…

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España

Contra la debilidad mental occidental: La esclavitud en el Islam todavía sigue vigente (Y siempre ha apuntado CONTRA EUROPA) Por Ernesto Milá

Ernesto Milá

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Introducción a La esclavitud en el Islam, libro que estará disponible en breve.

Durante siglos, especialmente del XVI a principios del XIX, nuestras costas fueron hostigadas por piratas berberiscos. Querían vengar la “pérdida de Al-Andalus” (esto es, la Reconquista). La captura de poblaciones costeras del norte del Mediterráneo para venderlas en los mercados de esclavos del Magreb o negociar su rescate se convirtió en una práctica habitual entre las poblaciones del norte de África. Quienes practicaban estas razzias, que hacían imposible la vida en nuestras costas, eran considerados “yihâdistas”. Este comercio de esclavos europeos existió, por mucho que los “multiculturalistas” de hoy quieran olvidarlo.

Todavía ningún gobierno del Magreb se ha disculpado por estos actos.

*    *    *

LA CAÍDA DEL PRIMER ARGUMENTO INMIGRACIONISTA: 

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EUROPA NECESITA TRABAJADORES

Hoy, ya nadie puede dudar que el primer argumento que se utilizó para justificar la presencia de compactos núcleos musulmanes en Europa Occidental –aquel que afirmaba que eran necesarios inyectar inmigrantes para pagar las pensiones de los abuelos…– era una simple falacia. La realidad es que, las pensiones de los abuelos –yo lo soy– pierden cada día poder adquisitivo porque a los gobiernos de nuestro entorno les es necesario comprar la “paz étnica y social” subvencionando a los recién llegados. No hay dinero para todos. Y los que llevan las de perder es la parte más débil: los jubilados. La inmigración es hoy una pesada carga económica para todos los Estados que se han negado durante décadas a controlarla.

Desde, como mínimo, 2008, la inmigración ha variado su carácter; hasta ese momento, podía pensarse que los motivos del desplazamiento hacia España se debían a la posibilidad de integrarse en nuestro mercado laboral y, en especial, en el sector de la construcción. Pero, desde el estallido de la burbuja inmobiliaria, con la mecanización progresiva de la agricultura, las deslocalizaciones y el proceso de desindustrialización creciente, es casi seguro que, hoy, pocos de los inmigrantes que llegan a España, –especialmente los que no tienen ningún tipo de cualificación profesional (esto es, la mayoría)–, tengan como proyecto personal integrarse en el mercado laboral y vivir del propio trabajo, ahorrar para volver al país de origen con capital suficiente para emprender una nueva vida.

Se suele creer que las motivaciones de los inmigrantes en el siglo XXI son las mismas que las de los españoles, portugueses e italianos que se desplazaron a Francia, Suiza, Alemania, Benelux, en los años 50 y 60, para reconstruir países que habían sido demolidos por la Segunda Guerra Mundial. En aquella inmigración existía la voluntad de trabajar durante unos años en unos países con unos niveles salariales mucho más altos, poder ahorrar llevando una vida austera (pero no miserable), acumular cierto patrimonio que les permitiera abrir un pequeño negocio o, simplemente, comprar una vivienda al regresar a la Patria. Esa inmigración, no es la actual.

Nuestros inmigrantes querían regresar –en grandísima medida– al país que habían abandonado. Iban a trabajar, a esforzarse, a partirse el espinazo para llevar a la práctica un proyecto personal legítimo y que enriquecía a todas las partes: a los receptores de inmigración porque sabían que los recién llegados eran gente dura y dispuesta a trabajar. A los inmigrantes porque, a cambio de su trabajo, recibían un salario muy superior al del mismo oficio en España y podían ahorrar. Al país emisor de inmigrantes porque allí recibían formación y volvían con una capacitación laboral superior a la que habían partido, sin olvidar que su trabajo en el extranjero generaba unas divisas preciosas en aquel momento para garantizar intercambios comerciales. Aquellos inmigrantes –nuestra inmigración– no planteaban problemas de convivencia, ni choques culturales; fieles al dicho “donde fueres, haz lo que vieres”, nuestra gente se integró perfectamente en la sociedad que los recibió. Nada de todo esto vale para el actual fenómeno migratorio.

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Ya no hay países en Europa Occidental que precisen ser reconstruidos después de una guerra. Tampoco hay un mercado laboral en expansión que permita pensar que, sin un alto nivel de cualificación y sólo en determinadas profesiones, vayan a encontrar trabajo bien remunerado. Ni siquiera para españoles, los salarios medios –a la vista del coste de la vida– permiten ahorrar gran cosa. Ningún inmigrante, en su sano juicio, puede transmitir a otros como él que residen en su propio país, la idea de que valga la pena venir a España para trabajar: la realidad es que, aquí y ahora, el poco trabajo que existe para gentes con poca o nula cualificación profesional, no permite ni vivir dignamente, ni mucho menos ahorrar. Entonces ¿por qué viene la inmigración?

Vale la pena no engañarse al respecto. Y los medios de comunicación, así como los diferentes gobiernos, de derechas y de izquierdas, llevan casi treinta años engañándose y falseando datos, cifras y circunstancias. No hay otra forma de definir la actitud de quienes niegan los problemas que se han generado a causa de la inmigración ilegal, masiva y descontrolada.

LA CAÍDA DEL SEGUNDO ARGUMEN IMIGRACIONISTA: 

“WELCOME REFUGIES”

Si bien es cierto que, hoy, ya nadie se atreve a sostener que, gracias a la inmigración, se van a poder “pagar las pensiones de los abuelos”, las justificaciones se han convertido en cada vez más extemporáneas, ridículas, ignorantes e, incluso, frecuentemente, entre los portavoces gubernamentales, zafias. Caído el mito de “las pensiones de los abuelos”, el nuevo argumento nos decía que los inmigrantes no eran tales: que se trata de “refugiados”. Ser “refugiado”, al parecer, hace obligada la “solidaridad”. El perseguido merece protección y ayuda para salvarlo de su perseguidor… En algunos casos, los menos, los recién llegados son “refugiados”. Pero, incluso, en esas circunstancias, cabe preguntarse: ¿y por qué un “refugiado afgano” elegirá vivir en Europa Occidental y no en Paquistán, en la India o, incluso en el sudeste asiático, países mucho más próximos, en todos los sentidos, a su patria originaria?

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Por otra parte, si existen “refugiados” es porque tal o cual país los genera y la situación allí es insoportable, por tanto, si se trata de admitir, por ejemplo, subsaharianos, vale la pena recordar que, en cualquiera de aquellos países, en toda África y en buena parte de Asia, casi sin excepción, la “democracia” es una palabra que no tiene el mismo significado que en Europa. De los 1.200 millones de africanos, la inmensa mayoría podrían ser considerados como “aspirantes a refugiados”, a la vista de que existen diferencias abismales entre los “derechos humanos” tal como se contemplan en Europa y como se practican en África.

Pero, Europa no puede admitir a 1.200 millones de inmigrantes que, por lo demás, deberían entender que ellos, para prosperar, sería oportuno que trataran de hacer cambios en su país, antes que adoptar la solución más cómoda de mudarse a otro… ¿a cuál? Y esta es el nudo de la cuestión: no se trata de países en los que exista un mercado laboral floreciente, ni aquellos otros más próximos al lugar de origen, para mantener el contacto con sus raíces, sino de aquellos en los se vive mejor y, lo que es aún más importante, donde se garantizan subvenciones solamente por llegar y en donde todo, absolutamente todo, está permitido (o poco menos). Ese es el centro de la cuestión que políticos y medios pretenden escamotearnos.

No hay nada más opaco en la actual democracia española que la suma total de subvenciones que reciben los no nacidos en España y sus hijos nacidos aquí. La falta de transparencia es, precisamente, lo que permite sospechar. Recientemente se ha publicado la cifra de que algo más de 2.000.000 de inmigrantes viven de subsidios públicos. El misterio está lejos de quedar resuelto, porque no se dice cuántos antiguos inmigrantes que han logrado naturalizarse como “españoles”, siguen subsidiados. Por otra parte, haría falta especificar qué tipo de subsidios reciben: en España existen muchos de tipos de ayudas y de pensiones no contributivas. Todo ello hace sospechar que las cifras son muchísimo mayores y es legítimo pensar que pueden ser, incluso, el doble o el triple, incluso, de las dadas. Por lo demás, no se especifica el volumen total de subsidios y subvenciones por distintos conceptos, ni los dados por las distintas administraciones, que van a parar a lo que en Francia se ha llamado “la aspiradora de recursos públicos”, esto es, la inmigración. La opacidad de las cifras, en efecto, no hace nada más que aumentar las sospechas.

LA CAIDA DEL TERCER ARGUMENTO INMIGRACIONISTA: 

“VIENEN PARA CONTRARRESTAR LA BAJA NATALIDAD”

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Luego está el argumento de la crisis de la natalidad en España. Era lo que podía esperarse: la elevación constante del coste de la vida, hace imposible el que se puedan formar parejas e, incluso, que una vez formadas, decidan tener hijos. La paternidad es una aventura que muy pocos se atreven a afrontar. Para hacerlo es preciso tener seguridad de que se podrá mantener a los hijos. Nadie está dispuesto a ofrecer tales garantías. Sin embargo, es un problema político: hubiera bastado con atribuir prioridad en beneficios sociales y ventajas fiscales a las parejas españolas que deseen tener hijos, garantizar su prioridad a la hora de obtener viviendas sociales, y simples campañas en pro de la natalidad, para que se estimulara la natalidad entre nuestra gente. No se hizo, ni se tiene intención de hacer. Si se hubiera empezado a hacer en 1996, cuando Aznar abrió las puertas a la inmigración, hoy tendríamos una generación de 28 años y un país homogéneo. Se hizo –y se hace– justo lo contrario: confiar en que gentes llegadas de todo el mundo salvarían la natalidad en España.

Desde el año 2000, en las cuatro provincias catalanas los nacidos en la noche del 31 de diciembre al 1 de enero de cada año, son en su inmensa mayoría hijos de nacidos en el extranjero. Pero, salvo entre las mujeres subsaharianas, el número de hijos va disminuyendo incluso dentro de la inmigración. Los inmigrantes andinos, por ejemplo, se han configurado como los primeros y principales usuarios de los servicios de aborto gratuito y de “píldora del día después”. La ruptura de la unidad étnica de España ni siquiera ha servido para que la natalidad remonte o para que se repueblen zonas “vacías”.

LA ÚLTIMA TRINCHERA INMIGRACIONISTA: 

“TENEMOS UNA DEUDA CON EL TERCER MUNDO Y SE LA VAMOS A PAGAR”

Caído el mito de “los que vienen a pagar las pensiones”, en un momento en el que ningún alcalde que quisiera mantenerse en el consistorio se atreve a colocar pancartas con el “Welcome refugies”, cuando se ha visto a las claras que la inmigración no resuelve el problema de los nacimientos, sino que complica la convivencia, ahora, como última trinchera inmigracionista, el argumentario se ha desplazado a otro frente; nos dicen: “estamos obligados a admitir a todos los inmigrantes que quieran establecerse en nuestro suelo y a mantenerlos, incluso, porque, se lo debemos”.

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Nos dicen que Europa “debe” a los inmigrantes del Tercer Mundo el haberlos explotado como colonias. Repiten, para bloquear a los más sensibles, que los europeos “somos responsables” de haber esclavizado a los africanos y que les debemos una compensación. Por eso están aquí, por eso estamos obligados a subsidiarlos… Es un argumento que tiene su fuerza, pero que no deja de ser otra falacia.

No solamente no fuimos esclavistas –valdría la pena, ya que estamos en esto, elaborar un censo de familias europeas que se dedicaron a la trata de esclavos, porque sería, en última instancia, a ellos a los que les correspondería pagar indemnizaciones, no a la totalidad de un pueblo– sino que, además, durante siglos, los europeos que vivían en las costas mediterráneas (pero, también, incluso en las del sur de Gran Bretaña y en Irlanda) corrían el riesgo de ser secuestrados ellos y sus hijos, saqueados sus bienes e incendiados sus pueblos, por parte de piratas berberiscos; una práctica que se prolongó hasta principios del siglo XIX. Unos fueron esclavizados de por vida, los otros extorsionados pidiendo fabulosos rescates, otros murieron sin dejar huellas… Sin olvidar, claro está, que el grueso de traficantes que capturaban esclavos en África eran árabes y que se beneficiaban de pactos con tribus africanas que los obtenían de tribus vecinas.

Sería bueno presentar una reclamación de cantidad por los millones de europeos, especialmente de los países mediterráneos, de los países eslavos, e incluso del Reino Unido, que fueron secuestrados, esclavizados, obligados a vivir en condiciones infrahumanas, asesinados y muertos de agotamiento en tierras del Magreb

Aquellas exacciones berberiscas han dejado recuerdos imborrables en nuestro folklore, en nuestra literatura e, incluso, en la configuración de las costas (las “torres de guaita” tan habituales en la costa catalana no eran para admirar la belleza del Mediterráneo, sino para vigilar la llegada de piratas berberiscos). Aquel valeroso soldado que recibió dos disparos de arcabuz en el pecho y en el brazo izquierdo, en la gloriosa jornada de Lepanto, Miguel de Cervantes, dejó constancia en El Quijote de sus nueve años de cautiverio en Argel.

Los grandes olvidados de la historia europea, son los millones de antepasados esclavizados en tierras islámicas. Los europeos no somos los “malvados” de esta historia. El colonialismo se explica en gran medida por las constantes molestias generadas por la piratería islámicaberberisca y otomana. Quienes la practicaban eran asimilados a yihadistas: y lo hacían con saña y con odio acumulado. La negativa a erradicar la esclavitud, hizo necesaria la intervención europea con la consiguiente disolución de los “mercados de esclavos” que todavía existía en el siglo XIX en el Magreb. No “debemos” nada: nos deben una reparación de aquellos crímenes contra los pueblos europeos.

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