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Opinión

Decepción y desesperanza en España

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«Ahora mi optimismo está por los suelos. Hoy estamos todos hundidos en la mierda del mundo, y no se puede ser optimista. Sólo son optimistas los seres insensibles, estúpidos o millonarios. Hay basura en la calle, hay basura en las pantallas de televisión,… y hay motivos para ser pesimista»… Yo a veces digo, cuando me critican por ser pesimista, que realmente, no es que yo sea pesimista, es que el mundo en que vivimos es pésimo” José Saramago, Premio Nobel de Literatura

En estos tiempos tan oscuros que nos han tocado vivir, pienso que es bueno que alguna vez que otra nos tomemos un respiro y miremos hacia arriba. Contemplemos el lento y majestuoso devenir de las nubes, como se forman y desaparecen, sus cambios de forma y de color… Obviamente, aunque miremos el cielo, las cosas seguirán estando igual de mal, los políticos que nos malgobiernan seguirán siendo igual de golfos, nos seguirán estafando, seguirán robándonos… pero, desconectarnos por un momento aunque sea breve, alzar la vista, mirar al cielo hará que sintamos henchido el corazón, nos revitalizará para poder hacer frente a todo lo que nos está cayendo.

El cielo sigue siendo limpio, puro, libre… como dice el viejo poema tan lleno de rabia y frustración que escribió el poeta Ángel María Pascual en 1946:

A ti fiel camarada que padeces

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el cerco del olvido atormentado.

A ti que gimes sin oír al lado

aquella voz segura de otras veces

Te envío mi dolor. Si desfalleces

al acoso de todos y cansado

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ves tu afán como un verso malogrado,

bebamos juntos de las mismas heces.

En tu propio solar quedaste fuera.

Del orbe de tus sueños hacen criba.

Pero, allí donde estés, cree y espera

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El cielo es limpio y en sus bordes liba

claros vinos del alba, Primavera.

Pon arriba tus ojos. Siempre arriba.

Eugenio D’Ors, que siempre admiró su elegancia, lo llamaba “el falangista de los zapatos de orillo”.

Su condición de falangista con tendencias más preocupadas por lo social que otra cosa, lo convirtió en una rara avis en el ambiente “franquistón” de la Navarra de posguerra. Los altos cargos de la prensa local acabarían por relegarle al cultivo de sus Glosas a la ciudad, con una responsabilidad limitada. Antes, había dirigido, el Arriba España, en la calle Zapatería de Pamplona, donde estaba y luego volvió a estar la sede del Partido Nacionalista Vasco.

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A los falangistas los absorbió Franco con el señuelo de meter el yugo y las flechas en su simbología. Pero, nunca dejaron de ser vistos más como una amenaza para el régimen nacido de la guerra civil.

El poema de Ángel María Pascual es una llamada de auxilio, un sermón, falangista en el desierto, una homilía preñada de una extraña soledad y crudeza, e incluso escatológico (“bebamos juntos de las mismas heces”). Algo así como el “exilio interior” de Vicente Aleixandre, el de los que estaban en el bando vencedor, pero que sentían rechazo por el imperante estado de cosas.

Ángel María Pascual murió el día 1 de mayo de 1947, con tan solo 35 años de edad, y Eugenio d’Ors le dedicó un recuerdo en el diario Arriba que tituló Noches de Pamplona, noches del tiempo de la guerra. Eugenio D’Ors afirmó de Ángel Pascual que «era nuestro», «¿De un grupo, un partido? ¿De una ciudad? No. De una raza. De la raza de los cultivadores del amor en disgusto».

Pero, volvamos a releer el texto… ¿Cómo alguien puede escribir tal cosa después de ganar una guerra?

Cuando finalizó la Segunda Guerra Mundial, enorme sensación de desengaño revoloteaba por encima de muchas cabezas pensantes de la sociedad española. Fue como si la nefasta y acomplejada desesperanza inoculada por la Generación del 98, tras la pérdida de Cuba y Filipinas volviera de golpe y porrazo, al ver el país nuevamente destruido en tan poco tiempo. Pero, lo que sí es evidente es que gran parte de los bandos contendientes coincidía en algo básico: La España que echó a andar, a principios del siglo XIX, achacosa, en declive… estaba abocada a morir. Nadie esperaba que España acabara rodeada de democracias liberales. Es más, gran parte de los españoles culpaban, no sin cierta razón, al liberalismo de los problemas de la España contemporánea, pues, no se olvide que siempre había logrado el poder en España a través de algún alzamiento militar.

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Paradógicamente, el liberalismo era enormemente despreciado y, sin embargo, era lo que rodeaba a España por todas partes.

Cuando Ángel Pascual escribió su poema, la Falange había perdido trágicamente a sus mejores mentores. Franco comenzaba en plena guerra un experimento totalitario que, amén de amordazar lo que quedaba de la Falange dirigente, o sea, Manuel Hedilla (sucesor de José Antonio Primo de Rivera en la jefatura de la Falange, tras su asesinato en Alicante), también pretendió inmovilizar al carlismo, que era la organización civil que más había aportado al Alzamiento. Es más, posiblemente Franco no habría ganado la guerra sin los requetés. Su jefe, Manuel Fal-Conde, quien se opuso a la política de partido único, fue condenado al destierro y el patrimonio de la Comunión Tradicionalista fue secuestrado. Es muy posible que no les hubiera temblado el pulso a los militares sublevados contra el gobierno del frente popular, para haber acabado condenando a muerte a Hedilla y Fal Conde, pero no eran tontos y sabían de los perniciosos efectos que aquello podría acarrear.

Comunistas y socialistas, en cambio, esperaban una milagrosa intervención de la Unión Soviética que trastocase el signo de la guerra y convirtiera a España en una colonia del poder de Moscú. Y eso no pasó. En el ejército del frente popular hubo sangrientas divisiones. Todavía en la actualidad, comunistas y anarquistas se pasan la pelota sobre los crímenes de supuestos “incontrolados”. La influencia de Stalin fue tal que en España tuvo lugar una purga antitrotskysta dirigida por él, de la que fue víctima el Partido Obrero de Unificación Marxista a través de Andreu Nin. Hubo comunistas recalcitrantes que engrosaron las filas del maquis. Fueron terroristas que se encontraron con la oposición de un pueblo harto de comunismo y guerra, y en cuanto la URSS dio la voz, se bajaron del burro… los que se jugaron la vida en el frente fueron olvidados. Desgraciadamente, no fue muy distinto el bando nacional.

De todas maneras, el desengaño, la decepción y la desesperanza ya comenzaron en la II República. De los “republicanos del 31”, no quedó ni uno que defendiera el régimen al cabo de cinco años. Qué mejor que la famosa frase de José Ortega y Gasset, para definir aquella situación: “No era esto, no era esto”. Gregorio Marañón, Miguel de Unamuno y Juan Ramón Jiménez tuvieron opiniones parecidas. Alejandro Lerroux, uno de los más veteranos partidarios de la República, acabó abominando y apoyando al bando nacional, caso relativamente parecido al de Francesc Cambó. Era lo que Francisco Largo Caballero llamaba “la república burguesa”, ésa que había derribar con la bandera tricolor, para colocar solo la bandera roja de la Revolución que entonces preconizaba el PSOE amenazando con guerra civil desde 1933.

Por supuesto, como era de esperar, durante la postguerra, fueron muchos los españoles que la se olvidaron de la “política”. La cuestión era subsistir y levantar España. Peor o mejor, así se hizo.

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En 1975, España era la novena potencia industrial del mundo y apenas tenía un 3% de desempleo, Aunque el régimen inoculara vicios que luego la partitocracia cleptocrática ha multiplicado desmesuradamente, lo que fue, fue, y no cabe discusión. El régimen del General Franco poseyó una inteligencia sociopolítica que no se puede negar. La justicia social se hizo real en muchos campos y se creó una clase media. El sistema educativo, aunque no poseía un buen aprendizaje de idiomas, era de los mejores de Europa. Si hacemos balance de lo conseguido desde entonces, solo cabe concluir que, el precio que se pagó para homologarnos con las naciones de nuestro entorno cultural y civilizatorio fue demasiado caro.

Durante los “cuarenta años” la Falange se deshizo tras múltiples divisiones y el carlismo poco más o menos. El régimen fue cercando a la oposición interior constructiva, a la vez que premiaba con prebendas a los que descaradamente se perfilaban como enemigos. Y, para más INRI, el clero dejaba de ser un asiento espiritual para convertirse en un puente al servicio del futuro poder.

Ahora que algunos dan la matraca con lo de la “memoria histórica”, viene a cuento recordar que en el bando nacional nunca sentó bien la muerte de García Lorca. Se reconoció como un error desde primera hora, no ya por los burócratas arrimados o por los “camisas nuevas”, sino por la gente de primera línea, que poco o nada tenía en contra de aquel genio de nuestras letras. En cambio, no parece que los que dicen ser herederos del frente popular estén por la labor de decir nada acerca de execrables asesinatos José María Amigo, o de José María Hinojosa (Amigo de Lorca y colega de la Generación del 27), del dramaturgo Pedro Muñoz-Seca, del ensayista Ramiro de Maeztu… O incluso de Melquíades Álvarez, que era un intelectual republicano liberal progresista… También callan acerca de, cuando las turbas revolucionarias de la Asturias del 34 destrozaron la biblioteca de la universidad de Oviedo, obra y gracia de la krausista Institución Libre de Enseñanza…

Aquellos miembros de ambos bandos, eran otros hombres, otra gente, hasta otra “raza”, independientemente de sus ideas políticas. No todos eran pesimistas o desengañados.

José Ortega y Gasset en Meditaciones del Quijote decía que «Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo»

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Aunque parezca una perogrullada, permítaseme que afirme que si yo hubiera nacido en cualquier otra familia, en cualquier otro lugar, en otro país cualquiera, en otra época; en la actualidad yo sería un individuo completamente diferente.

La circunstancia es el mundo vital en el que se halla inmerso cada individuo, y nunca mejor dicho, pues de un profundo e interminable “baño” se trata; el mundo físico, y la totalidad del entorno con que nos encontramos cuando nos llaman a la vida (cultura, historia, sociedad,…) La circunstancia de cada cual incluye el entorno material, físico, pero también las personas, la sociedad, la cultura; en los que y con los que el individuo habita. Pero no hay que olvidar que la circunstancia personal también incluye el cuerpo y la mente. Inevitablemente, para bien y para mal, nos es dado un cuerpo y un conjunto de potencialidades, habilidades, capacidades psicológicas, y todas ellas pueden favorecer o ser un obstáculo para nuestros proyectos, nuestro crecimiento personal; de la misma manera que el resto de los factores del mundo que nos ha tocado en suerte.

Estamos obligados a decidir, optar en el momento presente -y por supuesto, hacernos responsables de los resultados de nuestras acciones u omisiones- también en el porvenir, pero, planificar el futuro implica tener presente el pasado, no hay otra manera de existir y actuar en el momento actual.

El futuro que nos espera no es uno cualquiera, es nuestro futuro, el que nos corresponde a partir de nuestro ahora, del mismo modo que el pasado no es el de otras épocas, es la época de nuestros contemporáneos, la nuestra. En nuestro actual momento, tanto individual como social, impone inevitablemente su presencia nuestro pasado. “Nuestro tiempo es nuestro destino”, y no debemos olvidarlo.

Y, antes de despedirme, permítaseme otra reflexión:

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Yo no soy responsable de las circunstancias que me tocaron en suerte cuando mis padres me llamaron a la vida, cuando vine a este mundo (tampoco ninguno de ustedes), pero si soy responsable de aquello que deje cuando me llegue el momento de marcharme. Todos podemos cambiar nuestro entorno, comenzando por nosotros mismos, humanizar el ambiente en que vivimos, es nuestro territorio de responsabilidad, y para ello no hacen falta fórmulas mágicas, solo gente de buena voluntad…Y, por supuesto, para cambiar el ambiente en que estamos inmersos, hay que empezar por uno mismo…

Y, como decía Ángel Pascual en su poema, desconectémonos de vez en cuando, aunque solo sea un momento breve, para alzar la vista, pues, mirar al cielo hará que sintamos henchido el corazón, nos revitalizará para poder hacer frente a todo lo que nos está cayendo.

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España

Contra la debilidad mental occidental: La esclavitud en el Islam todavía sigue vigente (Y siempre ha apuntado CONTRA EUROPA) Por Ernesto Milá

Ernesto Milá

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Introducción a La esclavitud en el Islam, libro que estará disponible en breve.

Durante siglos, especialmente del XVI a principios del XIX, nuestras costas fueron hostigadas por piratas berberiscos. Querían vengar la “pérdida de Al-Andalus” (esto es, la Reconquista). La captura de poblaciones costeras del norte del Mediterráneo para venderlas en los mercados de esclavos del Magreb o negociar su rescate se convirtió en una práctica habitual entre las poblaciones del norte de África. Quienes practicaban estas razzias, que hacían imposible la vida en nuestras costas, eran considerados “yihâdistas”. Este comercio de esclavos europeos existió, por mucho que los “multiculturalistas” de hoy quieran olvidarlo.

Todavía ningún gobierno del Magreb se ha disculpado por estos actos.

*    *    *

LA CAÍDA DEL PRIMER ARGUMENTO INMIGRACIONISTA: 

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EUROPA NECESITA TRABAJADORES

Hoy, ya nadie puede dudar que el primer argumento que se utilizó para justificar la presencia de compactos núcleos musulmanes en Europa Occidental –aquel que afirmaba que eran necesarios inyectar inmigrantes para pagar las pensiones de los abuelos…– era una simple falacia. La realidad es que, las pensiones de los abuelos –yo lo soy– pierden cada día poder adquisitivo porque a los gobiernos de nuestro entorno les es necesario comprar la “paz étnica y social” subvencionando a los recién llegados. No hay dinero para todos. Y los que llevan las de perder es la parte más débil: los jubilados. La inmigración es hoy una pesada carga económica para todos los Estados que se han negado durante décadas a controlarla.

Desde, como mínimo, 2008, la inmigración ha variado su carácter; hasta ese momento, podía pensarse que los motivos del desplazamiento hacia España se debían a la posibilidad de integrarse en nuestro mercado laboral y, en especial, en el sector de la construcción. Pero, desde el estallido de la burbuja inmobiliaria, con la mecanización progresiva de la agricultura, las deslocalizaciones y el proceso de desindustrialización creciente, es casi seguro que, hoy, pocos de los inmigrantes que llegan a España, –especialmente los que no tienen ningún tipo de cualificación profesional (esto es, la mayoría)–, tengan como proyecto personal integrarse en el mercado laboral y vivir del propio trabajo, ahorrar para volver al país de origen con capital suficiente para emprender una nueva vida.

Se suele creer que las motivaciones de los inmigrantes en el siglo XXI son las mismas que las de los españoles, portugueses e italianos que se desplazaron a Francia, Suiza, Alemania, Benelux, en los años 50 y 60, para reconstruir países que habían sido demolidos por la Segunda Guerra Mundial. En aquella inmigración existía la voluntad de trabajar durante unos años en unos países con unos niveles salariales mucho más altos, poder ahorrar llevando una vida austera (pero no miserable), acumular cierto patrimonio que les permitiera abrir un pequeño negocio o, simplemente, comprar una vivienda al regresar a la Patria. Esa inmigración, no es la actual.

Nuestros inmigrantes querían regresar –en grandísima medida– al país que habían abandonado. Iban a trabajar, a esforzarse, a partirse el espinazo para llevar a la práctica un proyecto personal legítimo y que enriquecía a todas las partes: a los receptores de inmigración porque sabían que los recién llegados eran gente dura y dispuesta a trabajar. A los inmigrantes porque, a cambio de su trabajo, recibían un salario muy superior al del mismo oficio en España y podían ahorrar. Al país emisor de inmigrantes porque allí recibían formación y volvían con una capacitación laboral superior a la que habían partido, sin olvidar que su trabajo en el extranjero generaba unas divisas preciosas en aquel momento para garantizar intercambios comerciales. Aquellos inmigrantes –nuestra inmigración– no planteaban problemas de convivencia, ni choques culturales; fieles al dicho “donde fueres, haz lo que vieres”, nuestra gente se integró perfectamente en la sociedad que los recibió. Nada de todo esto vale para el actual fenómeno migratorio.

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Ya no hay países en Europa Occidental que precisen ser reconstruidos después de una guerra. Tampoco hay un mercado laboral en expansión que permita pensar que, sin un alto nivel de cualificación y sólo en determinadas profesiones, vayan a encontrar trabajo bien remunerado. Ni siquiera para españoles, los salarios medios –a la vista del coste de la vida– permiten ahorrar gran cosa. Ningún inmigrante, en su sano juicio, puede transmitir a otros como él que residen en su propio país, la idea de que valga la pena venir a España para trabajar: la realidad es que, aquí y ahora, el poco trabajo que existe para gentes con poca o nula cualificación profesional, no permite ni vivir dignamente, ni mucho menos ahorrar. Entonces ¿por qué viene la inmigración?

Vale la pena no engañarse al respecto. Y los medios de comunicación, así como los diferentes gobiernos, de derechas y de izquierdas, llevan casi treinta años engañándose y falseando datos, cifras y circunstancias. No hay otra forma de definir la actitud de quienes niegan los problemas que se han generado a causa de la inmigración ilegal, masiva y descontrolada.

LA CAÍDA DEL SEGUNDO ARGUMEN IMIGRACIONISTA: 

“WELCOME REFUGIES”

Si bien es cierto que, hoy, ya nadie se atreve a sostener que, gracias a la inmigración, se van a poder “pagar las pensiones de los abuelos”, las justificaciones se han convertido en cada vez más extemporáneas, ridículas, ignorantes e, incluso, frecuentemente, entre los portavoces gubernamentales, zafias. Caído el mito de “las pensiones de los abuelos”, el nuevo argumento nos decía que los inmigrantes no eran tales: que se trata de “refugiados”. Ser “refugiado”, al parecer, hace obligada la “solidaridad”. El perseguido merece protección y ayuda para salvarlo de su perseguidor… En algunos casos, los menos, los recién llegados son “refugiados”. Pero, incluso, en esas circunstancias, cabe preguntarse: ¿y por qué un “refugiado afgano” elegirá vivir en Europa Occidental y no en Paquistán, en la India o, incluso en el sudeste asiático, países mucho más próximos, en todos los sentidos, a su patria originaria?

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Por otra parte, si existen “refugiados” es porque tal o cual país los genera y la situación allí es insoportable, por tanto, si se trata de admitir, por ejemplo, subsaharianos, vale la pena recordar que, en cualquiera de aquellos países, en toda África y en buena parte de Asia, casi sin excepción, la “democracia” es una palabra que no tiene el mismo significado que en Europa. De los 1.200 millones de africanos, la inmensa mayoría podrían ser considerados como “aspirantes a refugiados”, a la vista de que existen diferencias abismales entre los “derechos humanos” tal como se contemplan en Europa y como se practican en África.

Pero, Europa no puede admitir a 1.200 millones de inmigrantes que, por lo demás, deberían entender que ellos, para prosperar, sería oportuno que trataran de hacer cambios en su país, antes que adoptar la solución más cómoda de mudarse a otro… ¿a cuál? Y esta es el nudo de la cuestión: no se trata de países en los que exista un mercado laboral floreciente, ni aquellos otros más próximos al lugar de origen, para mantener el contacto con sus raíces, sino de aquellos en los se vive mejor y, lo que es aún más importante, donde se garantizan subvenciones solamente por llegar y en donde todo, absolutamente todo, está permitido (o poco menos). Ese es el centro de la cuestión que políticos y medios pretenden escamotearnos.

No hay nada más opaco en la actual democracia española que la suma total de subvenciones que reciben los no nacidos en España y sus hijos nacidos aquí. La falta de transparencia es, precisamente, lo que permite sospechar. Recientemente se ha publicado la cifra de que algo más de 2.000.000 de inmigrantes viven de subsidios públicos. El misterio está lejos de quedar resuelto, porque no se dice cuántos antiguos inmigrantes que han logrado naturalizarse como “españoles”, siguen subsidiados. Por otra parte, haría falta especificar qué tipo de subsidios reciben: en España existen muchos de tipos de ayudas y de pensiones no contributivas. Todo ello hace sospechar que las cifras son muchísimo mayores y es legítimo pensar que pueden ser, incluso, el doble o el triple, incluso, de las dadas. Por lo demás, no se especifica el volumen total de subsidios y subvenciones por distintos conceptos, ni los dados por las distintas administraciones, que van a parar a lo que en Francia se ha llamado “la aspiradora de recursos públicos”, esto es, la inmigración. La opacidad de las cifras, en efecto, no hace nada más que aumentar las sospechas.

LA CAIDA DEL TERCER ARGUMENTO INMIGRACIONISTA: 

“VIENEN PARA CONTRARRESTAR LA BAJA NATALIDAD”

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Luego está el argumento de la crisis de la natalidad en España. Era lo que podía esperarse: la elevación constante del coste de la vida, hace imposible el que se puedan formar parejas e, incluso, que una vez formadas, decidan tener hijos. La paternidad es una aventura que muy pocos se atreven a afrontar. Para hacerlo es preciso tener seguridad de que se podrá mantener a los hijos. Nadie está dispuesto a ofrecer tales garantías. Sin embargo, es un problema político: hubiera bastado con atribuir prioridad en beneficios sociales y ventajas fiscales a las parejas españolas que deseen tener hijos, garantizar su prioridad a la hora de obtener viviendas sociales, y simples campañas en pro de la natalidad, para que se estimulara la natalidad entre nuestra gente. No se hizo, ni se tiene intención de hacer. Si se hubiera empezado a hacer en 1996, cuando Aznar abrió las puertas a la inmigración, hoy tendríamos una generación de 28 años y un país homogéneo. Se hizo –y se hace– justo lo contrario: confiar en que gentes llegadas de todo el mundo salvarían la natalidad en España.

Desde el año 2000, en las cuatro provincias catalanas los nacidos en la noche del 31 de diciembre al 1 de enero de cada año, son en su inmensa mayoría hijos de nacidos en el extranjero. Pero, salvo entre las mujeres subsaharianas, el número de hijos va disminuyendo incluso dentro de la inmigración. Los inmigrantes andinos, por ejemplo, se han configurado como los primeros y principales usuarios de los servicios de aborto gratuito y de “píldora del día después”. La ruptura de la unidad étnica de España ni siquiera ha servido para que la natalidad remonte o para que se repueblen zonas “vacías”.

LA ÚLTIMA TRINCHERA INMIGRACIONISTA: 

“TENEMOS UNA DEUDA CON EL TERCER MUNDO Y SE LA VAMOS A PAGAR”

Caído el mito de “los que vienen a pagar las pensiones”, en un momento en el que ningún alcalde que quisiera mantenerse en el consistorio se atreve a colocar pancartas con el “Welcome refugies”, cuando se ha visto a las claras que la inmigración no resuelve el problema de los nacimientos, sino que complica la convivencia, ahora, como última trinchera inmigracionista, el argumentario se ha desplazado a otro frente; nos dicen: “estamos obligados a admitir a todos los inmigrantes que quieran establecerse en nuestro suelo y a mantenerlos, incluso, porque, se lo debemos”.

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Nos dicen que Europa “debe” a los inmigrantes del Tercer Mundo el haberlos explotado como colonias. Repiten, para bloquear a los más sensibles, que los europeos “somos responsables” de haber esclavizado a los africanos y que les debemos una compensación. Por eso están aquí, por eso estamos obligados a subsidiarlos… Es un argumento que tiene su fuerza, pero que no deja de ser otra falacia.

No solamente no fuimos esclavistas –valdría la pena, ya que estamos en esto, elaborar un censo de familias europeas que se dedicaron a la trata de esclavos, porque sería, en última instancia, a ellos a los que les correspondería pagar indemnizaciones, no a la totalidad de un pueblo– sino que, además, durante siglos, los europeos que vivían en las costas mediterráneas (pero, también, incluso en las del sur de Gran Bretaña y en Irlanda) corrían el riesgo de ser secuestrados ellos y sus hijos, saqueados sus bienes e incendiados sus pueblos, por parte de piratas berberiscos; una práctica que se prolongó hasta principios del siglo XIX. Unos fueron esclavizados de por vida, los otros extorsionados pidiendo fabulosos rescates, otros murieron sin dejar huellas… Sin olvidar, claro está, que el grueso de traficantes que capturaban esclavos en África eran árabes y que se beneficiaban de pactos con tribus africanas que los obtenían de tribus vecinas.

Sería bueno presentar una reclamación de cantidad por los millones de europeos, especialmente de los países mediterráneos, de los países eslavos, e incluso del Reino Unido, que fueron secuestrados, esclavizados, obligados a vivir en condiciones infrahumanas, asesinados y muertos de agotamiento en tierras del Magreb

Aquellas exacciones berberiscas han dejado recuerdos imborrables en nuestro folklore, en nuestra literatura e, incluso, en la configuración de las costas (las “torres de guaita” tan habituales en la costa catalana no eran para admirar la belleza del Mediterráneo, sino para vigilar la llegada de piratas berberiscos). Aquel valeroso soldado que recibió dos disparos de arcabuz en el pecho y en el brazo izquierdo, en la gloriosa jornada de Lepanto, Miguel de Cervantes, dejó constancia en El Quijote de sus nueve años de cautiverio en Argel.

Los grandes olvidados de la historia europea, son los millones de antepasados esclavizados en tierras islámicas. Los europeos no somos los “malvados” de esta historia. El colonialismo se explica en gran medida por las constantes molestias generadas por la piratería islámicaberberisca y otomana. Quienes la practicaban eran asimilados a yihadistas: y lo hacían con saña y con odio acumulado. La negativa a erradicar la esclavitud, hizo necesaria la intervención europea con la consiguiente disolución de los “mercados de esclavos” que todavía existía en el siglo XIX en el Magreb. No “debemos” nada: nos deben una reparación de aquellos crímenes contra los pueblos europeos.

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