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De España a “Estepaís”: putredemocracia en la Tierra del Nunca Jamás

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Laureano Benítez Grande-Caballero.- Todo país tiene sus «marcas», un conjunto de rasgos distintivos que expresan su personalidad como nación, su idiosincrasia, su «pata negra», su denominación de origen. En lo que se refiere a España, hay una frase que, a mi juicio, es la más perfecta definición de nuestra identidad nacional: «España es diferente».

A lo largo de nuestra historia hemos marcado diferencias en variados ámbitos, pero, en la actualidad, tenemos un copyright de auténtico pasmo, de cósmico asombro, de récord Guinness: somos el país sin nombre, algo así como la Tierra-del-Nunca-Jamás.

Sí, porque ¿cuántos españoles se refieren a nuestra Patria con su nombre de pila: España? En su lugar, la inmensa mayoría dice «estepaís», con lo cual nos hemos convertido en la leyenda del país sin nombre, en un país bastardo, al que han dejado a los pies de un rascacielos cualquiera del NOM como si fuéramos un país expósito, engendrado entre los muslos de una prostituta en una noche de bacanal, calimocho y éxtasis.

Confieso que cada vez que oigo decir «estepaís» se me sube la bilirrubina y me dan ganas de invadir Polonia, pero, sin embargo, cuando estaba a punto de embestir a esta execrable costumbre, tuve un destello de luz, un relámpago de Damasco, que dio un insospechado giro a lo que tenía pensado escribir.

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Porque descubrí que los que dicen «estepaís» tienen razón, ya que España como tal no existe, periclitó en los malsanos bucles de la nefasta Transición, de la putredemocracia que ha convertido a España en un muladar infecto, en una pocilga globalista, en un chamizo de okupas y perroflautas; en una kermesse donde totalitarios, titiriteros y fémenes van en lo mismo con el puño en alto que con los pechos al aire; en una verbena despalomada donde los quebrantahuesos carroñeros se disputan entre horribles graznidos los despojos de una nación fallida; en una pradera donde chacales rojos despedazan a los españolitos riendo sin parar.

¡No, que no quiero verla!: no quiero ver a mi adorada España profanada por hierofantes y pelagatos, por barretinados in pectore y aizkolaris de sabina y oro, por sáncheces a los que no pueden ni imaginarse la aversión que me producen, por marqueses tinajudos de mirada lobuna, por naranjitos insoportables que se bambolean con el viento del NOM por sotavento y barlovento, por supuestos derechosos que aguantan los carros y carretas del LGTBI, el feminismo misándrico, y el horror liberticida de las mentiras históricas.

¿Qué queda de mi España, de la España de poderío, tronío y señorío en la que me crié y viví mi juventud? ¿Cómo llamar España a «estepaís», que no tiene nada que ver con la nación feliz que conocí; a este vasto horizonte de ruinas, a estos muros desguazados, a estas torres desmochadas? ¿Cómo llamar España a este pecio a la deriva en el Triángulo de las Bermudas ―o sea: sociatas, comunatas y separatas―, a este Enterprise balanceándose grotescamente como chatarra interestelar? ¿Cómo puedo mirar a los ojos a este engendro con ADN de Mr. Hyde y llamarlo con el nombre que amé, con el nombre que encendía llamas en mi pecho de español?

Parafraseando el famoso poema «Canción a las ruinas de Itálica», ¿cómo llamar España a estos Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora, campos de soledad, mustio collado, que fueron un tiempo España famosa; de Cipión, moro Muza, Napoleón y Stalin vencedora… por tierra derribado yace el temido honor de nuestro pueblo, y lastimosa reliquia es su invencible gente. Solo quedan memorias funerales… de todo apenas queda señales».

¿Cómo llamar España a este parque temático atiborrado de memos, de traidores, de botarates, de ineptos, de corruptos, de antipatriotas vendidos al chalaneo del NOM? ¿Cómo puede ser España estos páramos cabalgados por komanches, este O. K. Corral donde los bandoleros irrumpen impunemente en tertulias y hemiciclos, aullando como milicianos en celo por destripar «fachas»? ¿Cómo es posible que pueda seguir viviendo en medio de tanto estiércol, de tanta inmundicia arrastrada por los escarabajos peloteros del globalismo, de tanta náusea; en «estepaís» donde te llaman facha por ondear la bandera, «estepaís» sin letra en su himno, «estepaís» donde te pueden agredir por llevar algún distintivo patriótico?

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Sí, ya no somos españoles, sino «estepaisanos», «estepaiseños», «estepaisoletanos», una Familia Monster donde tenemos un rey casado con una republicana que cualquier día firma el advenimiento de la Tercera Repúblika, un Gobierno que conspira contra la Constitución, un ejército que oenegea por esos mundos del NOM recogiendo margaritas e inmigrantes; una Iglesia amiga de barrabases, émula de Pilatos, que se lava las manos ante las profanaciones de los que dieron su vida por salvarla del exterminio…

¿Cómo llamar españoles a los «estepaisanos» que dormitan ante la telemierda, que terracean impertérritos en las calles grafiteadas, triscando amapolas en los barbechos estepaiseños? ¿Cómo llamar españoles a un rebaño de borregomatrix que son la vergüenza de aquella raza gallarda, valerosa y bravía que derrotó a morismas, a gabacherías y milicianos? ¿Cómo pueden ser españoles quienes bostezan ante los pucherazos, la profanación de cadáveres, las corruptelas innumerables, y tantas lacras que devastan a «estepaís»?

Aunque, realmente, tengo serias dudas de que incluso «estepaís» sea un país, o una nación, ¿cómo llamar España a esta «plurinación», a «estepaís», al «pluripaís» donde «todas las naciones son España» ―o sea, «estepaís»? ¿A esta Españilandia, a una nación nombrada como «las Españas» en series de televisión presuntamente históricas ―véase «Águila Roja», sobre la que, por supuesto, escribiré algún día―? ¿Cómo llamar España a esta memocracia, a esta titiricracia, a esta dictacracia infecta, repleta de sapos fangueros, de cucarachas kafkianas, de bufones grotescos? ¿Cómo llamar España a un «estepaís» donde se quiere profanar la tumba del hombre que más la amó, que salvó a nuestra Patria de la violación de las manadas de milicianos luciferinos sovietizados en Monte Pelado?

¡No, que no quiero verla! Como decía Lorca, «yo ya no soy yo, ni mi Patria es ya mi Patria». Por eso, España mía, en estas noches de delirio, de cuchillos largos, de cristales rotos que el hampa que te ha prostituido desencadena por tus entrañas, con la sombra en la cintura, sueño en mi baranda: porque, Patria mía, vengo sangrando por calles y barrancas; mi sangre rezuma y huele al recordar que un día fuiste mía, que un día te tuve entre mis brazos, que un día te amé, y que tu nombre no se caía de mis labios: ¡ESPAÑA!

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Viva la democracia española. El librero Pedro Varela podría pasar 12 años en prisión por vender libros que no gustan a la canalla roja prohibicionista

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Su delito: discrepar de la versión oficial y tener sus propias opiniones, tras años de investigación y estudios, acerca de los hechos acontecidos en los territorios ocupados por los alemanes durante la II guerra mundial. El arma del delito: los libros que se apilaban en su librería de la calle Séneca de Barcelona, en el barrio de Gràcia, y que llevan la firma de autores que han sido severamente estigmatizados por atreverse a contrapuntar el punto de vista oficial sobre aquel período histórico. Su nombre, Pedro Varela Geiss. Hasta sus más feroces detractores mediáticos; es decir, casi todos, reconocen en él virtudes ciclópeas que están en peligro de extinción. Es austero, políglota, amante de los deportes de montaña, posee una sobresaliente cultura, desprecia el dinero, vive en la casa familiar, ha optado por la castidad, es cristiano practicante y ha clavado una bandera en una trinchera donde pone: “Me quedó aquí, es mi decisión, venid a por mí”.

Durante una de sus intervenciones para exponer su credo, dijo: “Aquí estoy. Si la gente no tuviese interés por saber lo que pasó en el Tercer Reich yo ya habría cerrado. Donde hay demanda, hay mercado y donde hay mercado hay producción. ¿Qué van a hacer conmigo? ¿Enviarme a Marte? ¿Meterme en un psiquiátrico? Después de toda una vida no puedo decir ahora: “vale, me creo lo del holocausto”.

En 2017, el mismo año del golpe  independentista promovido por los mismos líderes que han sido indultados y amnistiados, se precintó la Librería Europa, se requisaron 15.000 libros, se detuvo a cuatro personas, se efectuaron varios registros domiciliarios, se confiscaron ordenadores y equipos de grabación y se apoderaron de su dinero.

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Empieza el juicio a Pedro Varela

El juicio al librero Pedro Varela y a cuatro responsables más de la Librería Europa, ya cerrada en la capital catalana, acusados de difundir discurso de odio con los libros que ofrecían, ha empezado este martes en la Audiencia de Barcelona.

La primera jornada estuvo dedicada a las cuestiones previas y a los interrogatorios de los acusados, y la previsión es que el juicio dure un total de ocho sesiones repartidas hasta el 29 de mayo.

La Fiscalía reclama una condena de 12 años de cárcel para Varela y de ocho para el resto, todos por delitos contra los derechos fundamentales, organización criminal y asociación ilícita, y había un acusado más pero murió durante la instrucción de la causa.

En el juicio al fundador del Círculo Español de Amigos de Europa (Cedade) también son acusaciones populares el Ayuntamiento de Barcelona, la Federación de Comunidades Judías de España y el Movimiento contra la Independencia.

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Varela y los otros acusados formaban parte de una asociación cultural que contaba con su propia editorial, Ediciones Ojeda, vendían las publicaciones por internet y en la Librería Europa, y organizaban conferencias, todo con la intención de difundir “una línea de pensamiento basada en la cultura del odio supremacista y de animadversión y segregación racial contra lo que ellos consideran como ‘razas inferiores’”, según la Fiscalía.

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