Hispanoamérica

El problema de Venezuela no es Maduro, sino el sincretismo racial de su población

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AD.- Una de las perversiones del pensamiento castrado único consiste en la prohibición de que se puedan relacionar algunos hechos de la crónica presente con causas que no convienen reconocer. Como si al hablar de un determinado cáncer no pudiese hablarse de los agentes cancerígenos que lo provocaron. Venezuela es uno de los países más ricos de la tierra. Está entre las naciones con una mayor cantidad de reservas petroleras. Cuenta con recursos minerales, ganaderos y agrícolas muy superiores a los de toda Europa. Venezuela se halla dentro de los veinte países del mundo con mayor cantidad de dólares por habitante de acuerdo al valor actual de las inmensas riquezas que posee.

Compárese Venezuela con Japón, un país que, sin apenas recursos naturales, se halla entre las tres principales economías del mundo. El sector estratégico de la economía japonesa, como es ampliamente conocido, es la tecnología. Japón exporta a todo el mundo vehículos, aparatos eléctricos, circuitos integrados, maquinaria industrial con función propia…

Si lo comparamos con los recursos que tiene Venezuela, Japón debería ser un país muy por debajo en desarrollo económico, bienestar social, renta por habitante… pero ocurre justamente lo contrario. El pensamiento castrado único no puede explicarse cómo un país con tantos recursos esté afrontando una situación económica tan crítica como Venezuela. Nosotros, sí.

El régimen de Nicolás Maduro no es el principal causante del desastre colectivo que vive el país. El sincretismo racial, allí donde existe, no ha traído más que injusticia, pobreza, criminalidad, corrupción, basura cultural y putrefacción moral. La uniformidad racial ha sido la base de las mejores páginas escritas por el hombre a lo largo de la historia. Eso lo ha comprendido Trump y por eso se opone con firmeza a que su país acoja a millones de personas que han sido incapaces de sacar a flote a sus propias naciones.

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No conocemos un solo país étnicamente sincretizado que haya sido capaz de crear una sociedad moderna con una alta calidad de vida.

Resulta chocante que el pensamiento progresista, supuestamente a favor de no ponerle puertas al desarrollo científico, se oponga al estudio de la diversidad biológica humana; es decir, la creencia de que los rasgos mentales y del comportamiento hereditario difieren entre las poblaciones humanas, como lo hacen entre los individuos de otras especies.

La idea que prevalece en los progresistas es que la evolución cultural reemplaza a la evolución genética.

Los hechos nos demuestran en cambio que la evolución cultural se acelera en realidad al ritmo de la evolución genética.

En Venezuela y otras naciones de la región ha ocurrido lo que por desgracia terminará pasando en la mayoría de las naciones europeas antes de 60 años. Cuando el nutriente fundamental de su población era de origen europeo, Venezuela gozó de un elevado nivel de desarrollo social y económico. En el primer tercio del siglo XX, Argentina era uno de los diez países más ricos del mundo. Hoy es el 59. En el primer tercio del siglo XX, el 95 por ciento de la población argentina era de origen europeo. Hoy, ese porcentaje se ha reducido a menos de la mitad de la población. Venezuela y Argentina ya no son capaces de dotar a sus habitantes del nivel de vida que disfrutaron hace décadas.

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En Venezuela, menos de una quinta parte de la población tiene un CI (Coeficiente Intelectual) en el rango de 90 a 104, mientras que más de la mitad posee un CI en el rango de 70 a 85. A poco que se estudie, comprobaremos que las naciones que han recibido a millones de personas procedentes del África subsahariana, Oriente Medio, Norte de África, América Latina y el Caribe, cuentan cada generación con más bajo CI.

Y por otra parte, no debemos ignorar que la tiranía chavista fue refrendada en las urnas, no una, sino varias veces, de forma abrumadoramente mayoritaria. Un orden económico, social, moral y político destinado a embrutecer a las masas ha dejado como resultado esto de lo que ahora muchos que nunca se imaginaron que se verían afectados ahora se lamentan, dejando la temible herencia de centenares de muertos, miles de encarcelados, millones de exiliados económicos, la pobreza avanzando en oleadas, una nación que ha perdido su soberanía y un futuro más bien negro.

Si la crisis económica es verdaderamente espantosa, el desplome moral no es menos alarmante. Quienes ahora apoyan entusiásticamente la salida de Maduro, son los mismos que apoyaron de la forma más fanatizada a los dirigentes chavistas.

A nosotros hace tiempo que dejaron de engañarnos. Países como Venezuela dejaron de tener algún futuro cuando sucumbieron al peor de los males. No merece la pena que nos preocupemos, más allá del mero interés informativo, de una sociedad cuya desaceleración económica y moral no ha sido ajena a la voluntad mayoritaria de sus miembros.

Lo que sí nos preocupa es que, mientras aquí en Europa las cuestiones antropológicas sigan siendo ignoradas, entonces el futuro que nos aguarda será el mismo que en Venezuela. O incluso peor aún. Es por ello que nunca nos hayamos tomado en serio al partido Vox.

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