Opinión

Vivimos entre cobardes, traidores y pasotas

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El 10 de enero de 2019 envié al señor Nuncio del Vaticano en España una carta certificada, con acuse de recibo.

Oportunamente recibí el acuse de recibo, pero al día de hoy sigo sin obtener ni la más mínima contestación, pese a la fama de buena diplomacia que tienen los Nuncios del Vaticano. Por lo visto, serán buenos diplomáticos, pero no tienen –o por lo menos no practican- la educación diplomática.

¿Este es el testimonio de la verdad de fe, de razón, de virtud patria y de gratitud a los heroicos católicos de la Historia de nuestra Cruzada de Liberación Nacional?

Mi reclamación para el reconocimiento de la sacralidad de la Tumba del providencial Caudillo Francisco Franco, expuestos en ese escrito, no ha obtenido la más mínima contestación…, posiblemente porque es muy difícil, por no decir imposible, negar la VERDAD.

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Alerta Digital publicó ese escrito, pero me resulta lamentable que la Nunciatura haga oídos sordos a la petición de este humilde cura de pueblo, lo que me hace suponer que no debía de andar muy descaminado en mi petición.

¿Para esto sirve la careada libertad de expresión, al luz y taquígrafos, y las cuentas claras de la democracia? Si la buena causa no teme al examen, ¿qué se ocultara cuándo no se quiere dar la cara? Hay silencios acusadores, en las simples ausencias.

Recordemos que el Valle de los Caídos fue inaugurado en la mañana del 1 de abril de 1959, XX Aniversario de la Victoria, por el Caudillo Franco, “como obra faraónica, con la grandes de los monumentos antiguos”, según su designio, bajo cuyas bóvedas de roca están enterrados unos 70.000 españoles, de uno y otro bando, en perfecta armonía, y sin distinción alguna.

Como dijo Franco (Historia del Franquismo, de Ricardo de la Cierva, pág. 178):
“Ha habido un olvido de la procedencia de bandos en los muertos católicos. Hubo muchos en el bando rojo que lucharon porque creían cumplir con su deber con la república, y otros por haber sido movilizados forzosamente sin conocer el trasfondo de lo que España se estaba jugando (y sin odio anticatólico).

El monumento no se hizo para seguir dividiendo a los españoles en bandos irreconciliables. Se hizo y está fue siempre mi intención, como recuerdo de una victoria sobre el comunismo, que trataba de dominar España. Así se justifica mi deseo de que se pueda enterrar a los católicos de ambos bandos.

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Nosotros no luchamos contra un régimen republicano, sino para frenar la anarquía que reinaba en España y que sin remedio conducía a una tiranía comunista. Con el alzamiento del Ejército se cortó el paso al comunismo”.

En efecto, el mismo Azaña reconoció que “Franco no luchó contra la república, sino contra la chusma que se había apoderado de la república”.

Como es más que sabido, tampoco lo hizo como su futura tumba y fue su sucesor, el Rey Juan Carlos I, quien decretó que fuese enterrado también allí, en esa Basílica del Valle de los Caídos.

¿Dónde está ahora el favorecido por la decisión del Caudillo, al proclamarle Rey de España, que no da la cara?

La nobleza de Franco, sus heroicos sacrificios por Dios, la Patria, la Tradición católica, la justicia y el progreso integral de esta España nuestra, no merece sino los mejores honores, reconocimientos y gratitudes eternas, y más, ante todo, por parte de la Iglesia, como lo hizo Pio XII, condecorándole.

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Juan XXIII también le agradeció su gesta heroica el 3 de noviembre de 1958, enviándole su Bendición. Y el 17 de noviembre de 1958 distinguía a España con la creación de un Cardenal, el de Sevilla, Monseñor Bueno, a quien Franco impuso la birreta cardenalicia el 23 de diciembre en el Palacio de Oriente.

Los siguientes Papas soslayaron la figura del Caudillo, como Pablo VI, o el actual, desagradecido y títere de la masonería vaticana.

Franco nunca se consideró un Dictador, y “consideró ese calificativo como una puerilidad, e incluso juzga que sus atribuciones son menores de las que la Constitución norteamericana concede al Presidente” (ob. cit., pág. 174).

Cierto es que el concepto peyorativo de dictador que le han impuesto sus enemigos se debe a que confunden al que dicta (porque sin autoridad viene el caos anárquico y la autodestrucción del Estado), con el tirano, que es el que abusa de su autoridad, se auto diviniza, convirtiéndose en un poder esclavizante.

La autoridad justa, solo ofende al mundo de la delincuencia, del hampa y de los enemigos diabólicos del orden Divino.

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Solo ama las flores y el jardín el que corta los cardos; como solo ama a sus hijos el Padre que les exige virtud y el santo temor de Dios, principio de toda Sabiduría.

Párroco de Villamuñio, León.

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