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Valeria y su padre muertos por escapar de la pobreza: otro drama de la inmigración que salta a la cara de los políticos

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Manuel del Rosal.- ¿Cuántos millones de muertos por el hambre, la sed, las enfermedades fácilmente curables y los estragos de la inmigración necesitan los políticos que les pongan encima de las mesas de sus despachos para que actúen?

La peste negra fue una epidemia que en el siglo XIV acabó con la vida de un tercio de la población europea. Estimaciones actuales cifran en 100 millones de muertos totales entre Europa, Asia y África; más del 20% de la población mundial de aquella época.

Gracias a los avances de la ciencia la humanidad – de momento – se ve libre de aquellas epidemias. Pero no seamos ingenuos, desde hace muchos años el mundo sufre una de las epidemias más devastadoras que ha conocido el hombre: los políticos. Los políticos son la epidemia que asola actualmente al mundo.

Los políticos hablan hasta el agotamiento y sonríen constantemente como si les hubieran escarificado esa sonrisa estúpida en sus caras. Hablan y sonríen, pero no actúan donde deben, sino donde les mandan los poderosos con los que se reúnen en Davos una vez al año para planificar las medidas que les conducirán, a unos a amasar más riqueza, a otros a mantenerse en el poder siempre que esté sometido a sus anfitriones. Pongo solo un ejemplo: con los billones de euros que esconden los paraísos fiscales se podría evitar toda la necesidad, la pobreza y la desigualdad en la riqueza que hay en este mundo. Y los políticos, tras emitir unas palabras de falso sentimiento por casos como los de Valeria y su padre, miran a los poderosos y esperan que les digan cuando y como actuar, y los billones siguen pudriéndose en los sótanos satánicos de esos bancos que son como cloacas de dinero infecto.

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Claro que algunos de los políticos también tienen dineros sucios en esos paraísos que son los templos que albergan toda la miseria, la ruindad, la avaricia, la codicia y la podredumbre de quienes, pudiendo, nada hacen para evitar casos como los de Valeria y su padre que se cuentan por millones. Cuando alguien se pregunta como en un mundo rebosante de riqueza como jamás la hubo, todavía hay millones de hombres, mujeres y niños que mueren por causas fácilmente evitables; la contestación a esa pregunta reside en la condición negra y pútrida de los hombres y mujeres en cuyos pechos anida una satánica codicia y en los hombres y mujeres cuyos pechos albergan un ansia bárbara de poder.

Ciñéndonos a la inmigración vemos como los gobiernos de los países que crean migraciones son, en algunos casos y paradójicamente, países ricos con políticos sin la más mínima sensibilidad, genuflexos ante el poder y corruptos que ven como sus ciudadanos mueren en el intento de escapar de la injusticia y la pobreza, y nada hacen para crear las condiciones que eviten esas migraciones hacia un destino desconocido, cuando no mortal. En los países de acogida los inmigrantes son usados y utilizados por los gobiernos y sus políticos para hacerse fotos indecentes frente a los barcos y a las pateras en los que llegan medio muertos; después de la foto, los encierran en los CIE donde permanecen abandonados y olvidados pues ya no van a ser usados y utilizados como ejemplo de su buenismo. A la vuelta a sus despachos, los políticos esperan órdenes para actuar como, cuando y donde les ordenen sus señores. Mientras las mafias se enriquecen con ese tráfico que, por lo visto, a nadie avergüenza; los políticos continúan con su hablar agotador y sus sardónicas y sarcásticas sonrisas como si nada hubiera pasado ni nada volverá a pasar.

Las siete plagas de Egipto y la peste negra medieval son tortas y pan pintado en comparación de esta peste que desde hace años asola al mundo: La peste de los políticos mediocres entregados al poder.

“Y así va el mundo. Hay veces que deseo sinceramente que Noé y su comitiva hubiesen perdido el barco” (Mark Twain)

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