¡Comparte esta publicación!
[U]na de las fechorías más repugnantes de la transición fue insultar a los andaluces declarando “padre de la patria andaluza” a un cretino chiflado, Blas Infante.
Desmán completado ensuciando a Andalucía con la bandera islámica diseñada por el orate. En su momento, la bandera fue recibida con una mezcla de rechifla e indignación a las que respondía el citado cretino: “¡Qué gobierno, qué país! Llegar a sentir alarma ante el flamear de una bandera de inocentes colores, blanca y verde! Le hemos quitado el negro como el duelo después de las batallas, y el rojo como el carmín de nuestros sables, y todavía se inquietan”. ¡El inocente Blas!
Es difícil medir la felonía, no tanto de este como de los infames politicastros que hicieron allí la transición simbolizando a Andalucía con la bandera almohade (gran regalo para Marruecos) y atacando directamente a España y su historia.
Salvo cuatro desgraciados, ningún andaluz se sentía andalusí o musulmán ni tenía interés por un sujeto como el tal Blas, fusilado por los nacionales, a quienes no parecía hacer gracia la advertencia del “carmín de nuestros sables”. Pero en 1982 y 83 los “demócratas” se apresuraron a imponer bandera y patriarcado de la patria, como si Andalucía no hubiera existido tras la expulsión de los moros hasta que el orate se dedicó a “pensar”. Así rompían de modo radical con el referéndum de 1976 y con la misma constitución del 78. Es algo que define perfectamente una calidad moral, intelectual y política, y la define como propia de bandas de cacos: PSOE, UCD, AP (luego PP) y “andalucistas”. Y ahí siguen esos corruptos golfos prometiendo Andalucía al islam y corroyendo la idea de España.