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Todo se ha roto

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M. Marín.- En algún momento, dentro de semanas o meses, el Gobierno de Pedro Sánchez dará por superada la crisis sanitaria causada por el coronavirus, una vez controlada médicamente la infección y recuperada cierta mesura sociológica. Todo llegará. Sin embargo, la virulencia de las consecuencias económicas que España arrastrará en los próximos meses y la gestión política de una prioridad, como es proteger hoy la salud pública en detrimento de la atención debida a los obsesos identitarios del «conflicto catalán», deteriorará la convivencia interna en el Gobierno. Y de éste con sus socios independentistas.

Solo a ERC puede ocurrírsele exigir la convocatoria de la «mesa de diálogo» en medio de un proceso de psicosis colectiva causada por la inusitada velocidad con la que se contagia una enfermedad, o por el absurdo temor a un desabastecimiento masivo de productos básicos. Esquerra está en su derecho de vivir inmersa en una precampaña permanente. Está necesitada de remarcar su ruptura funcional con el PDECat, quiere rentabilizar la pseudo-libertad de todos sus presos como un triunfo-burla del separatismo frente al Estado, y pretende erigirse en el árbitro condicionante de los Presupuestos Generales.

Pero ya no toca, y es una mala noticia para los diseñadores de esa arcadia republicana a las catalanas maneras. A Sánchez se le ha roto de repente el núcleo de su esquema de gobierno y se verá forzado a reestructurarlo sobre la marcha. En el ámbito financiero se llama «cisne negro» a ese factor inusual, inesperado, imprevisto y grave capaz de alterar drásticamente, en cuestión de horas, la volátil tramoya de los mercados. Eso apunta a ser el coronavirus, un cisne negro que de facto ya ha convertido en inviables los presupuestos –la ley más relevante de cualquier Gobierno a lo largo de una legislatura– que tiene prediseñados el Ejecutivo.

Los presupuestos «bonitos»

El acuerdo sellado con Podemos y ERC hace menos de un mes para cumplir con la nueva senda de déficit, generar más gasto social y aprobar una subida masiva de impuestos, carece ahora de viabilidad salvo que el pronóstico del Gobierno de coalición sea someterse a una eutanasia preventiva castigando a los contribuyentes, a los empresarios y autónomos, y a la clase media en general, con una ruina.

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Necesariamente, los presupuestos «bonitos» del gasto social y el progresismo son historia. Probablemente ni siquiera el grueso de esos números sean ya adaptables al destrozo económico que pueda causar el coronavirus cuando la niebla de la confusión se disperse y se perciba con crudeza el horizonte económico que deja este contagio masivo. La globalización es capaz de fortalecer y debilitar a partes iguales, pero en circunstancias de miedo escénico ciudadano –justificado o no, eso ya es lo de menos– la carencia de un poso de solvencia financiera desnudará a cada país en su grado idóneo de indefensión e imprevisión.

A la hora de ofrecer una respuesta proporcional a la magnitud de la crisis económica, cuando haya avanzado más la legislatura, será una incógnita la reacción de Podemos. Incrustados en el Gobierno por la fuerza y demoliendo la hemeroteca particular de Sánchez, los ministros de Pablo Iglesias llevan dos meses apoderándose sin piedad de la mesa del Consejo en La Moncloa. Podemos es expansivo, conflictivo para el PSOE y visiblemente irritante para Sánchez. Hoy resulta imposible diagnosticar la convulsión interna que puede producirse en Podemos cuando el PSOE asuma resignado la obligación de rehacer su política presupuestaria de un modo mucho más conservador y prudente, incluso si ya da por perdido un acuerdo para las cuentas en 2020 y se dispone a diseñar las del siguiente año. Ya se habrán celebrado elecciones en Cataluña, y ERC, como Pablo Iglesias, también será imprevisible porque la tentación de aprovechar el desgaste de Sánchez será infinita para Iglesias y Oriol Junqueras.

A su vez, Podemos ya ha dejado claro a Sánchez que es su auténtica oposición interna, que ahora representa a esa suerte de disidencia que el secretario general del PSOE ha fulminado de su partido. Hoy Iglesias es más dañino para él que aquel desfasado sector crítico del PSOE –hoy manso cooperador del sanchismo– que lo defenestró. Cuando el coronavirus sea historia, Sánchez se topará con la crudeza de un país inmerso en una crisis más profunda de lo que jamás pronosticaron los cenizos del mero estancamiento, y ya se lo están advirtiendo con contundencia el FMI y el Banco Central Europeo. Todo se ha roto y Sánchez e Iglesias deberán aprender a la fuerza que su presupuesto expansivo deberá pasar a la historia. Incluso, deberán asumir que encarnarán otro «Gobierno de los recortes».

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