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Teatro electoral

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León Riente.- Las elecciones son un teatro en el que los que de verdad mandan se divierten de lo lindo, entre bambalinas, necesariamente. Ponen a sus esbirros, a los políticos parlamentaristas, a competir por el voto de una masa de gente a la que le dicen que va a elegir a sus mandatarios y a la que tratan de persuadir de la importancia de su voto. Esta masa está constituida, en su mayoría, por patanes, obtusos que creen que deciden algo sustancial y que se tragan esa zarandaja de que su voto es muy importante. Y de ahí esa seriedad y esa solemnidad con las que muchos de ellos rodean el simple acto de acudir a votar.

Pero los cargos a elegir prácticamente carecen de poder y además eligen entre oportunistas. Si estos cargos fueran realmente importantes, los patanes no podrían elegir quien los ocupa. Y si los patanes no fueran patanes se darían cuenta de esto. La prensa, que también es sirviente de los que de verdad mandan, presta una colaboración importante en toda esta farsa: traslada el discurso de los políticos parlamentaristas a los patanes, confirma las mentiras de los políticos parlamentaristas, es decir sus valiosos hallazgos teóricos acerca de la importancia del voto y del resultado de las elecciones y, como para ilusionar a los obtusos, llama al día de elecciones “fiesta de la democracia”, locución que repite machaconamente.

Los políticos parlamentaristas, esos parlanchines incorregibles y tremendamente dañinos, expertos en aplazar sine die las decisiones imprescindibles y en hablar, hablar y hablar aún siendo pésimos oradores, dan un espectáculo horrendo, aunque parece que adecuado al gusto de la masa de lerdos. Siempre que de esta manera logren atraer al voto patán, estos pícaros obtienen, a cambio, el cobro de un buen dinero, privilegios, dignidades, etc. durante cuatro años. Como los políticos parlamentaristas son muchos, ellos mismos se encargan de multiplicar la administración central a base de organismos deliberativos que no deciden ni hacen nada, a la que vez que se montan sus autonomías, que incrementan exponencialmente sus sinecuras. Pero por si acaso y para premiar a los más valiosos esbirros parlamentaristas, los que de verdad mandan se inventan las puertas giratorias hacia la empresa privada.

Por supuesto, el teatro, aunque chabacano, hay que pagarlo. ¡Y bien que lo pagan los patanes! El proceso electoral cuesta dinero, pero más dinero cuesta los sueldos, privilegios y dignidades de esos políticos parlamentaristas que no mandan casi nada, así como esa administración central multiplicada y esas autonomías. Y que nadie se llame a engaño: las puertas giratorias también corren a cargo de los patanes que, al igual que le ocurre al público de ese otro espectáculo vergonzoso, ese cine basura infame conocido como “cine español”, pagan en términos tanto públicos y privados.

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