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Sánchez y los idus de marzo

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Manuel Marín.- Cuando Felipe González percibía que su ciclo de poder se agotaba, culpó de sus errores a una «pinza», «la triple A», conformada por Julio Anguita (IU), José María Aznar (PP) y ABC (entonces dirigido por Luis María Anson). De modo más sutil, y en idéntica fase de estragos en su gestión, a Rodríguez Zapatero le sorprendió un micrófono indiscreto admitiendo que a su campaña le convenía la crispación. A Pedro Sánchez, de momento, le basta la cara de póker mientras convierte la doble vara de medir la ejemplaridad política en su instrumento para ejercer el poder. Pero a izquierda y derecha, no deja de ser una nuez aprisionada en unas tenazas.

Muchos de los códigos políticos están cambiando con la creación de relatos virtuales improvisados, y en tiempo real, que permiten adaptar la realidad manipulada al interés de un Gobierno, provenga de donde provenga la crisis y por muy evidente que sea un engaño. Sin complejos. Así, la ministra de Justicia -como antes Maxim Huerta o Carmen Montón- son víctimas de una presión social y mediática injusta, de una filtración interesada, o de un chantaje de las cloacas del Estado, y no de sus propias mentiras. Pero el sacrificio de peones como mal necesario tiene un límite. Y las dimisiones, un tope: el que establece Sánchez para garantizar su supervivencia.

Sánchez se resiste a admitir que está siendo víctima de sí mismo, de una concepción puramente estética y propagandística del poder, en la que la ideologización es solo la coartada para desmontar algunos cánones esenciales de nuestra democracia. Todo en Sánchez -es la crítica que empieza a sufrir desde dentro del PSOE- aparece de modo impostado, forzado y plagado de incoherencia, improvisación y contradicciones, sin más hilo conductor que la permanencia en el poder.

Conviene no perder la perspectiva de una evidencia. Por dura que pueda ser la oposición que realicen el PP y Cs, Sánchez resistirá impertérrito, incluso aunque su verdad fabricada deje de ser creíble. La duración de la legislatura no dependerá de los escándalos que le debilitan, ni del número de ministros que puedan caer, sino del tiempo que tarden Podemos o el separatismo catalán en sacrificarlo. La moción contra Rajoy no fue la sincronía de un cordón sanitario contra la derecha, sino la primera fase de un chantaje que Podemos, ERC, PDECat y el PNV co-diseñaron en interés propio.

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Ahora empiezan a llegar con su factura al cobro, que Sánchez creía poder satisfacer con palabrería hueca, promesas de reformas constitucionales imposibles, deseos de federalismo utópico, y mucha, mucha, «política social». Pero nada cuadra. El precio del separatismo catalán es una humillación del constitucionalismo, y el PNV lo sostendrá mientras la caja rebose. Pero Podemos sabe que oxigenar a Sánchez es renunciar a escaños. Los idus de marzo y las traiciones homicidas no son retórica literaria romana, sino historia. La izquierda la conoce bien. Las tenazas que aprietan…

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