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Quasimodo llora

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A. Arroyo Carro.- Los primeros parisinos que más han madrugado hoy para acercarse a la catedral de Notre Dame, dicen haber oído un sollozo atenazante entre las gárgolas de las cornisas y las torres de la catedral. El olor a madera quemada y humo inunda todo el recinto. Una silueta contrahecha se deja ver agazapada por el campanario. Es el viejo y jorobado Quasimodo, impotente y lloroso al no haber podido contener a tiempo la furia calcinante de las llamas.

Las lágrimas de Quasimodo, su largo y desgarrador lamento sobrevuela la isla de la Citè y los puentes del Sena. En las tumbas de Víctor Hugo y de Viollet Le Duc han aparecido ramos de rosas quemadas.

Todos los que amamos París tenemos hoy un crespón negro en el corazón. No me cabe ninguna duda que Francia, la Francia laica, faro del espíritu ilustrado y París, corazón palpitante de nuestra gran cultura europea, sabrán reconstruir con éxito esa magnífica catedral mutilada por las llamas. Ya se han anunciado los primeros millonarios donativos de los muy ricos.

Ahora vendrán los dineros del Estado francés que salen de los bolsillos de todos sus ciudadanos. No me cabe ninguna duda que otros países ayudarán, si es menester, en la reconstrucción de un símbolo que transciende a lo meramente religioso. Las catedrales fueron una obra del pueblo, de sus comerciantes, artesanos, campesinos, intelectuales. En torno a esas catedrales se fraguó Europa y lo mejor de esa libertad urbana que fue el principio del fín del feudalismo. El aire de la ciudad hace libres, decía un viejo adagio alemán. Hoy, cuando Notre Dame, ha sido mutilada en su cubierta por la dentellada de las llamas, Quasimodo llora, pero sus sollozos no serán en vano. Notre Dame volverá a emerger, de nuevo, de sus cenizas. Y Quasimodo volverá a bailar alegre entre las gárgolas.

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