Andalucía

Preguntas sin respuestas sobre la caída de Julen al pozo de Totalán

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Imagen del pozo de Totalán (Málaga)
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(R) Cuesta mucho creer que un niño de dos años haya caído a plomo en una perforación de 25 centímetros de diámetro, hasta los 73 metros en los que se ha localizado un milagroso tapón o a los 103 metros, que parece ser la profundidad total del sondeo.

De entrada, Antonio Sánchez Gámez, el empresario que realizó la perforación del pozo en el que cayó Julen, un niño malagueño de dos años, explica que tras hacer la cata, selló “con una piedra” la cavidad abierta, de unos 23 centímetros de diámetro y entre 100 y 110 metros de profundidad.

“Yo sellé el pozo. Alguien quitó la piedra después y Julen cayó”, señala rotundo.

El agujero, por lo que se ha visto en algunas imágenes después del movimiento de tierras, está hecho sobre un material de relleno sedimentario de tierra y cantos, aunque en los sondeos paralelos que se han hecho después para acceder al hipotético lugar en el que estaría el niño, se hayan encontrado zonas de roca firme, al parecer pizarras, por lo que se ha dicho.

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Un sondeo de esas características, sin entubar y con un terreno en tales condiciones, no tendría las paredes lisas ni mucho menos sino que habría irregularidades y sólo sería comprensible que un cuerpo estático y alargado de cierto peso y de diámetro menor, pudiera caer a plomo hasta esas profundidades.

Es muy extraño que un niño, si cae de pie, se haya mantenido rígido y estático, con los brazos hacia arriba, que ya supone una medida en los hombros, posiblemente superior a esos 25 centímetros.

Además, si cayó de pie, como se sostiene, es muy extraño que un pie o la rodilla no se encajara en alguna de las irregularidades de las paredes, frenando la caída mucho antes de esos supuestos 73 m en los que, después, se forma el tapón de detritos.

Si el niño llevaba una bolsa de golosinas, lo normal es que tuviera el brazo flexionado para tenerlas en la mano, lo que hubiera hecho aún más difícil que se colara en vertical en el agujero.

Si cayó de cabeza, es también muy extraño que lo hiciera con los brazos pegados al cuerpo, impensable en un niño que se cae hacia delante y que, instintivamente, abre los brazos, lo que hubiera hecho imposible caer a plomo y, repetimos, en vertical, como si de un pequeño tubo se tratara.

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No es más que una hipótesis, pero cuando nada cuadra, la imaginación hace el resto.

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