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Pastor y Vallés le robaron a España un debate justo y ecuánime, y se robaron a ellos mismos la decencia y el respeto

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Salvador Sostres (R).- Para la izquierda la dignidad –me refiero sobre todo a perderla– ha sido siempre un daño colateral. Ana Pastor y Vicente Vallés dieron ayer muestras de ello, convirtiéndose en el felpudo de Pedro Sánchez en el debate de Atresmedia. Como los salmones a Franco, sobre todo Pastor pero también Vallés le pescaron las preguntas al presidente del Gobierno, le hicieron de flotador cuando se ahogaba, le abrieron tiempos muertos cuando estaba siendo puesto en apuros por sus adversarios, a los que calculadamente interrumpieron cada vez que intentaban construir sus más demoledores argumentos contra Sánchez. Vicente Vallés, sin ningún tipo de vergüenza, presentó el capítulo de la corrupción relacionándolo directa y exclusivamente con el Partido Popular y Ana Pastor libró a Sánchez de tener que responder a la pregunta clave que Albert Rivera le planteó sobre si dimitiría –tal como exigió al presidente Rajoy– si el PSOE es condenado por corrupción por lo de Chaves y Griñán. Hacia el final, Pastor directamente cortó a Pablo Casado cuando trataba de decir su frase para darle paso a Iglesias.

Los debates pasarán, los gobiernos y los presidentes de uno y de otro partido también pasarán, pero la mancha de indignidad quedará para siempre en Pastor y Vallés, y no tanto por izquierdistas sino por lo que hicieron con su oficio de periodista, por cómo su dignidad les importó tan poco que ni su inteligencia llegó a tiempo de rescatarla. Fue un espectáculo tan grotesco y escandaloso que hasta me cuesta escribir este artículo sin cortarme por el efecto, siempre piadoso, de la vergüenza ajena.
No se si fue iniciativa suya o el «yo sólo cumplo órdenes», pero reservar el tema nuclear de Cataluña para el último bloque, cuando media España dormía, fue peor que pedirle a Sánchez que les firmara un autógrafo en la ropa interior. Hay algo que espero algún día entender y es cómo la izquierda espera tan poco de la vida, de su vida, y de ellos mismos, que son capaces de calcinarse en público de este modo tan vergonzoso y tan absurdo. Cuando el día termina, ¿no salen a cenar con su familia y sus amigos? ¿No se dan cuenta de lo que es realmente importante? ¿No les sabe mal entonces haber confundido tan dramáticamente las prioridades?

Pastor y Vallés le robaron ayer a España un debate justo y ecuánime, y se robaron a ellos mismos la decencia y el respeto, no sé si ignorando –o bien sabiéndolo y no importándoles lo más mínimo– que son piezas que no tienen repuesto.

Sólo cuando la dignidad –perderla, claro– es un daño colateral, Pastor puede ser considerada en estrella. Dicho de otro modo: si ella fuera la barra de medir de la decencia, Acción de Gracias y Halloween se celebrarían en la misma fecha.

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