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Pakistán: traición a Asia Bibi

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Ashiq Masih, marido de Asia Bibi, junto con una de las hijas de ambos, Eisham Ashiq, haciendo campaña por su liberación en 2015.
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Por Giulio Meotti.- La alegría por la absolución de Asia Bibi apenas duró 24 horas. La cristiana paquistaní madre de cinco niños fue obligada a pasar ocho años en prisión, buena parte de ellos en el corredor de la muerte, por “blasfemia”, antes de que la Corte Suprema del país dictara su exculpación.

“No puedo creer lo que estoy oyendo, ¿puedo salir ya? ¿De verdad que me van a dejar salir?”, dijo Asia Bibi por teléfono tras conocerse la histórica sentencia, según reportó la agencia de noticias AFP.

Por desgracia, las multitudinarias manifestaciones protagonizadas por los extremistas musulmanes ejercieron presión sobre el Gobierno, que finalmente demoró su puesta en libertad. En algunas zonas del país las conexiones telefónicas fueron suspendidas por razones de “seguridad”. Los disturbios llevaron al cierre de escuelas en la capital,el Punyab y Cachemira. Los cortes de tráfico paralizaron parcialmente ciudades como Islamabad o Lahore. Los colegios cristianos aconsejaron a los padres que se llevaran a sus hijos por temor a la violencia. Las iglesias fueron puestas en alerta. Los manifestantes portaban carteles que decían: “¡Colgad a Asia Bibi!”.

“Si sacan a Asia del país, será la guerra”, advirtió Jadim Husain Rizvi, líder de Tehrik-e-Labaik Pakistan (TLP), partido islamista que defiende la legislación antiblasfemia.

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Hordas de matones clamaron por su muerte, y las advertencias de desestabilización nacional surtieron efecto, evidentemente. Luego de que comunicara que iniciaría el proceso para impedir su salida del país, ahora el Gobierno está siendo acusado de firmar la “orden de ejecución” de Bibi.

Todo parece indicar que el Gobierno sucumbió a la presión y firmó un acuerdo por el que asumía muchas de las exigencias del TLP. Además, prometió no oponerse a la petición legal para revertir la liberación de Bibi, así como incluirla en la lista de control de salidas (LCS) –que impide a quienes están en ella subirse a un avión–, a fin de impedirle abandonar el país.

“Poner a Asia Bibi en la LCS es como firmar la orden de su ejecución”, declaró Wilson Chowdhry, de la British Pakistani Christian Association. El referido acuerdo es una “capitulación histórica”, tuiteó Mosharraf Zaidi. “Es prácticamente seguro que Bibi no podrá vivir en el país tras su exculpación”, escribió el afamado novelista paquistaní Mohamed Hanif en el New York Times. “Prohibirle salir del país supone una autorización tácita a Tehrik-e-Labaik para que salga a cazarla y asesinarla”, ha escrito Robert Spencer, activista pro derechos humanos y autor de 18 libros, entre los que figuran varios que han estado en la lista de más vendidos del NYT.

El marido de Asia Bibi, Ashiq Masih, solicitó asilo en EEUU, Canadá e Inglaterra. “Estoy pidiendo al primer ministro del Reino Unido que nos ayude y, en la medida de lo posible, los otorgue la libertad”, manifestó. “Estoy pidiendo al presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, que nos ayude a salir de Pakistán”, añadió. He aquí la razón por la que el pacto entre los islamistas y el Gobierno está siendo visto como una traición. “El acuerdo me estremeció”, afirmó Masih. “La situación es muy peligrosa para nosotros. No estamos seguros y tenemos que estar escondiéndonos aquí y allá, cambiando de emplazamiento continuamente”.

Así las cosas, el destino de Asia Bibi sigue siendo “incierto”.

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Pakistán, con 197 millones de habitantes y armamento nuclear, aliado de Occidente con un 97% de población musulmana, ha enloquecido por la mera liberación de una mujer cristiana. Ya no es que su sistema penal la torturara durante ocho años separándola del resto de las presas y aislándola en una celda sin ventanas. Es que, ahora que ha sido exculpada, miles y miles de personas están dispuestas a asesinarla.

Los islamistas parecen pensar que lo que está en juego con la liberación de Asia Bibi es una mayor apertura del país, una derrota para la sharia y un poco de esperanza para los pocos y perseguidos cristianos que quedan allí. La ordalía de Bibi muestra claramente que el imperio de la ley ha dejado de regir en Pakistán. Según Amnistía Internacional,

“Las leyes antiblasfemia de Pakistán son desaforadas, vagas o coercitivas. Suelen utilizarse para poner en la mira a las minorías religiosas y para la resolución de venganzas personales, y provocan violencia justiciera. Con poca o ninguna evidencia en contra, los acusado pugnarán por su inocencia mientras multitudes enardecidas tratan de intimidar a la policía, los testigos, los fiscales, los abogados y los jueces.”

Entre los ataques anticristianos registrados recientemente en Pakistán se cuentan el que tuvo por objetivo una iglesia de Queta en diciembre de 2017, que dejó 9 muertos; el atentado suicida contra unos fieles que celebraban Semana Santa en un parque de Lahore en marzo de 2016 (70 muertos); los dos atentados con bomba contra sendas iglesias de Lahore en marzo de 2015 (4 muertos), un doble atentado suicida contra una iglesia de Peshawar en 2013 (80 muertos) y la quema de una iglesia y unas 40 viviendas por parte de la turba en la localidad punyabí de Gojra en 2009, donde 8 personas fueron quemadas vivas. El pasado marzo, un tribunal exculpó a 20 individuos de haber formado parte de una turba que quemó viva a una pareja cristiana falsamente acusada de blasfemia. Las víctimas fueron torturadas y sus cadáveres, incinerados en un horno de ladrillo.

“El único castigo posible para un blasfemo es la decapitación”, bramaron extremistas musulmanes en las calles paquistaníes tras la exculpación de Asia Bibi. El abogado de ésta, Saif Muluk, ya ha abandonado el país por temor a perder la vida, pero ha declarado que los riesgos merecieron la pena. “Creo que es mejor morir como un hombre fuerte y valiente que morir como un gallina”, aseveró.

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Los jueces musulmanes que exculparon a Asia Bibi, Mian Saqib Nasir (presidente de la Corte Suprema) y Asif Josa, también han recibido amenazas de muerte. Sin duda eran perfectamente conscientes del peligro que su decisión entrañaba para sus vidas, pero valerosamente siguieron adelante y asumieron el riesgo de convertirse en objetivo de grupos de justicieros.

“Los tres merecen morir”, clamó el líder islamista Muhamad Afzal Qadri durante una manifestación en Lahore. “Podrían matarlos sus guardaespaldas, sus chóferes, sus cocineros… Quienquiera que tenga acceso a ellos, que los mate antes del anochecer”.

Cada día que pasa, Asia Bibi corre el riesgo de ser asesinada por estos extremistas. Funcionarios de la prisión en que se encuentra revelaron que el mes pasado, antes de su exculpación, dos reclusas fueron detenidas porque planeaban estrangularla hasta la muerte. Desde 1990, 62 personas han muerto en Pakistán tras ser acusadas de blasfemia.

Salman Tasir, valeroso musulmán que ejercía de gobernador de la provincia del Punyab, pagó con su vida el expresar su apoyo a Asia; fue asesinado por su propio guardaespaldas, que declaró haberlo asesinado “porque recientemente defendió introducir enmiendas a la legislación antiblasfemia”. Su asesino, Malik Mumtaz Qadri, que posteriormente fue ejecutado, se ha convertido en un héroe, un “mártir”, en Pakistán. Le pusieron su nombre a una mezquita, y la gente iba con sus hijos a verle a la cárcel, desde donde llegó grabar un CD.

Si Asia Bibi fuera asesinada, sería una tremenda derrota para el proceso debido y una gigantesca victoria contra los cristianos, comparable a la expulsión de los mismos de sus hogares ancestrales en Irak.

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Llegados a este punto, uno sólo puede temer por Asia Bibi y por otros cristianos del sur de Asia. En Occidente, parece que la caza de Asia Bibi sólo provoca bostezos. Una semana de violentas protestas y amenazas contra su vida no han movido a la opinión pública europea a salir a las calles para insistir en su puesta en libertad. Ninguna resolución se ha emitido en el en otros casos locuaz Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas. No se está sometiendo a Pakistán a presión alguna para que garantice su liberación inmediata y segura. Los funcionarios europeos no han celebrado reuniones en Bruselas o Estrasburgo.

Los Gobiernos europeos y del resto de Occidente deberían estar haciendo lo que esté en sus manos para salvarla. Ofrecerle la ciudadanía honoraria, como hizo París en 2015, por ejemplo. Ocultarla en una embajada. Y, por encima de todo, ofrecerle asilo.

En los últimos años, Pakistán ha sido el foco de numerosos intentos islamistas de reprimir la libertad de expresión en Occidente. Islamistas de la línea dura provocaron disturbios cuando el diario danés Jyllands Posten publicó unas viñetas de Mahoma. El pasado mes de agosto Geert Wilders canceló un certamen de viñetas de Mahoma tras la celebración de manifestaciones monstruo en el país asiático. También hubo graves disturbios en éste tras la matanza perpetrada en la redacción del semanario satírico francés Charlie Hebdo. Un ministro paquistaní ofreció 100.000 dólares de recompensa a quien matara al director de la película La inocencia de los musulmanes. La palabra blasfemia, que pende sobre la cabeza de Asia Bibi, es la misma que utilizan los extremistas musulmanes para poner en la mira a Occidente.

En su exoneración de Asia Bibi, los jueces escribieron: “Parece ser una persona contra la que ‘han pecado más de lo que pecó’, en palabras de Shakespeare en El rey Lear”.

¿Apoyará y ayudará Occidente a esta cristiana perseguida? Ella es nosotros.

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