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No tan Halloween

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T. León Gross/Reproducido.- Halloween se ha colado ya en el calendario delirante de festividades en España, siempre dispuesta a añadir fiestas al almanaque, donde ya se empieza a abrir hueco la ‘Oktoberfest’ alemana, y quizá no tardará el ‘Pancake Day’ británico. Y mientras en otros países moderan sus festivos y los llevan siempre a lunes o viernes, aquí además el puente constituye una institución nacional. A pesar de todo, es un lugar común lamentarse de Halloween, como una derrota cultural ante el colonialismo sociológico del imperio. Claro que si todo el ‘American Way of Life’ ha conquistado la aldea global, ¿por qué esa fiesta iba ser una excepción? Hay además algo hipócrita en algunas de las críticas sobre la pérdida de las tradiciones españolas del cementerio, las castañadas o los huesos de santo y por la noche al teatro a ver el Tenorio. Esas tradiciones ya estaban en extinción, víctimas a la vez de su propio espíritu antifestivo y de la inclinación española a convivir mal con su pasado.

La creencia de que en España se celebra Halloween como en Estados Unidos es sin embargo bastante inexacta. Eso podría ser cierto a condición de creer que sólo se trata de una fiesta de disfraces y gastar bromas más o menos chuscas por caramelos. Es más que eso. En Estados Unidos se observa un horario escrupuloso; las casas se decoran desde días antes como parte de la celebración, a menudo admirablemente; todas las familias están preparadas para recibir a los niños en ‘trick or treat nite’; a estos se les pide que canten canciones o compartan algo divertido; en definitiva es una fiesta llena de encanto y cortesía. No se trata sólo de disfraces y caramelos, sino una forma de construir comunidad con los valores bastante sagrados del ‘have a nice day’.

La cortesía es probablemente una de las señas identidad que más alejan a España del hemisferio norte sobre el paralelo 36. Se trata de una virtud social, y por tanto con mal encaje en el anarcoindividualismo doméstico. Es algo que cualquier español siente amargamente cuando está fuera de España. Josep Pla lo describía bien al llegar a París: «Pisé a un señor y me pidió perdón. Pensé: ¡qué lugar tan civilizado! Luego me entregaron un pan exquisito a cambio de unos céntimos y encima la panadera me dio las gracias.

Me dije: ¡No hay duda, este es mi país!». Uno sabe que está en España cuando alguien enciende el móvil en el avión y dentro del vuelo se le oye gritar «mira, a ese que le den por culo» o «anda guapa, tu hermano que me la vaya comiendo». Aunque Cervantes reclamara que la cortesía siempre debe darse de más que de menos, en España no es la norma. Con suerte Halloween podría servir de ensayo de cortesía para otra generación sin quedarse sólo en el disfraz.

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