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Negocios millonarios detrás del activismo ecológico de adolescentes suecos

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Hana Fischer (R) A juzgar por los conocimientos que tenemos acerca del universo, por lo menos a nivel no especializado, que exista vida en la Tierra es un verdadero milagro. Hasta donde sabemos, en ningún otra parte se ha producido este portento.

Eso significa una de estas dos posibilidades: o existe un Dios creador que por algún motivo quiso que solo hubiera vida en este planeta, o por azar, se han dado una serie increíble de casualidades que han desembocado en ese prodigio.

Sea como sea, lo concreto es que el origen de la vida en la Tierra sigue siendo un misterio. Y todo lo que al hombre le resulta inexplicable, lo atemoriza. Además, esa ignorancia ha provocado que la sintamos como algo frágil, como algo que en cualquier momento puede extinguirse en medio de un cataclismo.

La eventualidad del «fin del mundo» es un temor ancestral que acompaña a la humanidad desde la noche de los tiempos. Ha sido tema de profecías como, por ejemplo, el Apocalipsis bíblico. Además, ese pánico ha sido alimentado desde diversas fuentes, algunas religiosas y otras laicas. En ese contexto, no es de extrañar que personas inescrupulosas hayan querido aprovecharse del miedo de la gente para beneficio propio. Obviamente, disimulándolo bajo diferentes máscaras.

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El antifaz que actualmente utilizan es el de la ciencia. Ha tomado la forma de denuncia de un «cambio climático» apocalíptico producido por la actividad humana. Si bien parecería que realmente existe un patrón de calentamiento global –lo que por razones desconocidas ya ha sucedido en otros períodos históricos– lo que no es para nada seguro es que la causa sea responsabilidad del hombre. Es tan solo una hipótesis, como se desprende de los términos utilizados por los científicos que han estudiado este tema, como por ejemplo Wallace S. Broecker de la Universidad de Columbia (Estados Unidos), que dice «creemos que«, es una «tesis» y cosas parecidas.

Pero, aun si fuera cierto que el hombre es el culpable, la solución debe buscarse desde la honestidad intelectual y la transparencia. Resulta éticamente reprobable que se utilice un problema que preocupa a muchas personas –para que en ancas de esa angustia– soterradamente hacer negocios millonarios. Más condenable aún es que se utilicen modernas prácticas de publicidad encubierta para obtener ese fin, incluso utilizando a ingenuos y fácilmente manipulables menores de edad.

Hemos presenciado maniobras de este tipo que han tenido gran repercusión internacional.

Una de ellas está relacionada con Greta Thunberg, la adolescente sueca que se ha hecho mundialmente famosa por su activismo en contra del cambio climático. Como se recordará, el 20 de agosto de 2018, Greta, que en ese entonces tenía 15 años, decidió «por iniciativa propia» no ir al colegio y plantarse frente al Parlamento de Estocolmo con una pancarta que decía Skolsrtrejk for Klimatet (huelga escolar por el clima). Todos los viernes la chica siguió manifestando, exigiendo que los políticos de su país obligaran a las empresas y las familias a reducir las emisiones de carbono, según lo establecido en el Acuerdo de París. O sea, a cambiar masivamente la matriz energética.

Se sabe que los adolescentes suelen actuar en «manada», que les encanta hacer cosas «rebeldes» y llamar la atención. Por consiguiente, muchos chicos se sumaron a la huelga estudiantil de Greta y así nació el movimiento Friday For Future, del que participan miles de niños de todo el mundo. Cándidamente, forman un vasto grupo de presión.

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Todo parecería muy genuino y «espiritual» si no fuera porque Justin Rowlatt, un periodista especializado en asuntos climáticos, decidió investigar ese asunto. En un extenso reportaje publicado en The Times, pone al descubierto los millonarios negocios que están detrás de la movida de Greta.

Rowlatt señala que los padres de Greta estaban muy angustiados porque su hija había sido diagnosticada con el síndrome de Asperger. Es un trastorno que se ubica dentro del espectro autista. Afecta la interacción social, provoca inflexibilidad del pensamiento y sus campos de interés son estrechos y absorbentes. Necesitan que sus vidas estén estructuradas en rutinas. Aman la alabanza, ganar y ser primeros, pero el fracaso, la imperfección y la crítica les resulta difícil de sobrellevar.

Presa de ese estado emocional estaba Malena Ernman cuando —unos tres o cuatro meses antes de la primera huelga estudiantil de su hija Greta— coincidió en Estocolmo con Ingmar Rentzhog durante una conferencia contra el cambio climático. Es de presumir que hablaron sobre el asunto familiar que la afligía y que Rentzhog tomó nota de ello, dado que las características del trastorno de Greta le calzaban como anillo al dedo para la estrategia publicitaria que más tarde diseñó con la aquiescencia de sus padres.

Eso surge de una deducción lógica: una semana después de que la joven activista realizara su primera acción, salió a la venta un libro escrito por su madre titulado Scenes From the Heart, donde le da contexto a la acción ejecutada por Greta pocos días antes. Por tanto, hay un interés de lucrar con la campaña medioambientalista de su hija.

Por otra parte, ¿quién es Rentzhog?

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Ingmar Rentzhog

Es un magnate sueco que dirige un entramado de multinacionales ecológicas. Trabajó en la organización Climate Reality Project de Al Gore, el expresidente estadounidense. Asimismo, se desenvuelve con soltura en el ruedo mediático.

De acuerdo a la investigación realizada por Rowlatt, la supuesta «protesta espontánea» de la adolescente Greta, en realidad, había sido planificada con mucha antelación por Rentzhog y Bo Thoren, íntimo amigo del primero, activista climático y líder de un movimiento contra los combustibles fósiles.

Hacía tiempo que Thoren venía buscando «caras frescas para sus campañas ecológicas y se le ocurrió la idea de una huelga escolar inspirada en las manifestaciones juveniles tras el tiroteo de Parkland, en Florida».

Entre ambos idearon la jugada. Rentzhog se encargó de poner en marcha el plan a través de la plataforma We Don’t Have Time. Lobbies y empresas con intereses económicos financian el activismo de Greta contra el cambio climático.

La investigación de The Times expuso que tras el fenómeno Greta hay —ocultos en las sombras— intereses corporativos. «Sea o no consciente de ello, esta niña es la punta de lanza de una estrategia de presión que busca generar unos réditos empresariales concretos», afirma Rowaltt.

Tras su paso por la organización de Al Gore, Rentzhog trabajó para empresas energéticas del lobby ecologista con intereses en renovables. Asimismo, gestionó sustanciales fondos de inversión dentro de un movimiento global de retirada masiva de capitales de empresas de combustibles fósiles. Entre sus clientes se encuentra el multimillonario Gustav Stenbeck.

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Greta Thunberg y el presidente de Canadá, el país-laboratorio de la élite globalista.

Actualmente, Rentzhog dirige el think tank Global Challenge (conocido como Global Utmaning), que está integrado por importantes empresarios de Suecia.

Además, Greta tiene como jefe de prensa a Daniel Donner, quien trabaja para la European Climate Foundation, un lobby con sede en Bruselas.

The Times menciona también a otros sujetos vinculados a las actividades de Greta a través de Global Challenge: David Olson (socio de Rentzhog), Anders Wijkman (expresidente del Club de Roma), Petter Skogar (director de una de las principales organizaciones empresariales de Suecia) y Catharina Nystedt Ringborg (una alta ejecutiva del sector de la energía).

Mientras la gente –cándidamente— admira y apoya al activismo de Greta, ciertos empresarios se frotan las manos y obtienen suculentas ganancias.

Cuando comenzamos el PanAm Post para tratar de llevar la verdad sobre América Latina al resto del mundo, sabíamos que sería un gran desafío. Pero fuimos recompensados por la increíble cantidad de apoyo y comentarios de los lectores que nos hicieron crecer y mejorar.

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