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Mujer Hispana

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Por Carlos Arturo Calderón Muñoz.- Aún cuando la entropía nos arroja a un caos perfecto, una suerte de supra-conciencia colectiva, materializada en nuestra sangre, encuentra el camino de la belleza. Un incorruptible hilo de esencia sutil, que iniciara su viaje desde antes de que fuéramos carne, nos liga a todos los que nos precedieron. Somos guiados al significado de la realidad cuando elegimos manifestar nuestra más prístina naturaleza.

Los historiadores antiguos, quienes describieran la península ibérica siglos antes de la llegada de Cristo, relataban que las mujeres nativas eran las portadoras de la tradición; en ellas residían los atributos de la mística común. La guerra también es un arte, ese que nos da el derecho a continuar viviendo, y como todo arte necesita de musas. Salustio nos cuenta que cuando Pompeyo se acercó con intenciones de guerra, los ancianos recomendaron ceder a las pretensiones romanas para mantener la paz a costa de la libertad.

Al ver el consenso, las mujeres presentes tomaron las espadas y se aprestaron para el combate. Reprocharon a los hombres por renunciar a sus deberes como guerreros y se adjudicaron la defensa del territorio. Ante tan magistral espectáculo de honor divino, los jóvenes rechazaron el consejo de experimentados complacientes y se lanzaron a la guerra. Nunca antes alguien había combatido a los romanos como lo hicieron los celtiberos.

Tito Livio narró como las mujeres ibéricas reforzaban las murallas y entregaban municiones a los hombres en medio del combate. Plutarco describió las técnicas que usaban para evadir los controles romanos y proveer de armas a sus héroes. Apiano relató como las mujeres combatían hombro a hombro con los hombres y cuando la derrota era inevitable, porque la providencia le había concedido a Roma el control del orbe, las mujeres celtiberas se suicidaban. Como dijeran de ellas en el mundo antiguo: alegres con la muerte más que con la esclavitud.

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El reino de Júpiter colapsó y bajo el renacer visigodo, donde las princesas francas eran torturadas por rehusarse a abjurar del catolicismo, una mujer renunció a la nobleza para entregarse a la fe, triunfando por sobre el rey. Benedicta, doncella de origen noble, había sido prometida en matrimonio a un gardingo de la corte regia. Sin embargo, ella quería acercarse a Dios, así que abandonó su hogar y con ayuda del asceta Fructuoso fundó un monasterio de vírgenes. Su prometido no desistió del casamiento y se acercó a la justicia real. El rey designó a uno de sus condes como juez para que le restituyera sus derechos. Pero al encontrarla, y ver la devoción de la noble virgen, el conde no pudo hacer más que fallar en su favor, diciéndole al despechado que consiguiera otra mujer, porque ella había decidido servir al Señor.

La gracia que no se le concedió a Ingunda o Clotilde, a pesar de ser princesas respaldadas por los ejércitos de sus familias, lo obtuvo una monja sin recursos. En manos de una auténtica mujer hispana la fe es más poderosa que las armas.

Las hazañas de nuestro mercenario medieval favorito, en medio de la invasión mora, no hubieran alcanzado la categoría de mito de no ser por su virtuosa esposa, Jimena Diaz. Siempre alerta de las conspiraciones políticas, Jimena neutralizaba complots contra su marido y le daba los mejores consejos tácticos. Cuando él fue desterrado por Alfonso VI, ella administró sus bienes y cuidó de la familia; a pesar de los años de penurias, no renunció a su amor cuando un segundo destierro le quitó la libertad.

Cuando su amado esposo muere, Jimena comanda por casi tres años la defensa de Valencia contra la aplanadora almorávide. La actual evidencia sugiere que, en sus últimos años, Jimena Díaz promovió entre diversos juglares los relatos que eventualmente conformarían El Cantar de Mio Cid. A su amor no le bastó con proteger al hombre, también lo convirtió en leyenda.

La que sin duda ha sido la mejor cabeza de Estado de la hispanidad, en cualquiera de sus etapas, se llama Isabel y es católica. Junto a Fernando II unificó reinos cristianos, dio fin a la invasión musulmana, creo un nuevo continente, destrozó el poder del sanedrín, expandió los derechos humanos, siglos antes de que estos se inventaran, formó la descendencia que reinaría sobre los cristianos peninsulares, a la vez que el Sacro Imperio Romano Germánico, y estableció las bases de lo que fuera el Siglo de Oro español. Fernando sobrevivió por 12 años a Isabel y a pesar de haberse casado nuevamente, expresó que su voluntad era ser enterrado junto a su primera esposa.

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Con la agonía del imperio llegaron los franceses, quienes, en más de una ocasión, vieron a la historia convertida en uróboro itálico. Agustina de Aragón era la humilde esposa de un cabo de artillería durante el asedio de Zaragoza. Agustina le llevaba el almuerzo a su marido cuando los franceses estaban tomando el Portillo, ella, con las mismas manos que amorosamente habían preparado la comida de su hombre, tomó la mecha de un artillero herido y disparó los cañones contra los galos, obligándolos a retroceder. Ese fue el inicio de la leyenda de La Artillera, quien llegó a ser subteniente después de múltiples batallas contra los hombres de Napoleón.

Valdepeñas estaba al borde del colapso, no había hombres suficientes para enfrentar a Francia. Las católicas, al mejor estilo de sus predecesoras paganas, se unieron para combatir al enemigo. Lideradas por Juana la Galana hicieron de cada casa una fortaleza casi inexpugnable. Al paso de las tropas francesas arrojaban aceite o agua hirviendo, piedras y todo lo que sirviera como proyectil. A su vez, en tierra y con porra en mano, Juana se enfrentaba cuerpo a cuerpo con los invasores. Los costes en vidas y tiempo fueron tantos para los franceses, que su comandante ordenó quemar casa por casa, para evitar ser víctimas de emboscadas. A pesar de sus esfuerzos, no lograron doblegar la resistencia hispana y los retrasos sufridos, en lo que debía ser una escaramuza protocolaria, les costaron la derrota en la batalla de Bailén.

La Fraila también amaba profundamente a un hombre, su hijo. Ella era la santera de una ermita en Aberturas. Su retoño se había enlistado en las guerrillas para pelear contra el invasor y en esa decisión encontró la muerte. La tropa enemiga, compuesta por 100 hombres, llegó a descansar a la ermita de la Fraila. Ella los recibió, dio comida y abrigo; mientras dormían, la heroica madre robó los barriles de pólvora de los franceses, los puso en la ermita y se inmoló con ellos. El nombre de la pequeña capilla no podía ser más poético: Consolación.

En el teatro del mundo las formas son disfraces que se originan de los caprichos evolutivos. Pero la verdad, sin importar en que estructura tenga que expresarse, siempre triunfa. Por perpetua que pueda parecer la oscuridad, la luz brilla en tribus, reinos, imperios o democracias. El siglo XXI no es la excepción.

Actualmente, cuando las mentes han sido capturadas por hechizos autodestructivos, las reminiscencias parecen fantasías. Seguramente aquellas almas infectadas por el feminismo no marcharan en honor a estas mujeres el 8 de marzo. Se abstendrán de hacerlo, porque sería reconocer que su condición de mujeres las hace la mitad de un todo, que su complemento es masculino. No recordarán a estas mujeres porque son símbolos imperecederos de la naturaleza femenina, esa que es portadora de tradición y recipiente de la vida.

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No logran comprender que la dulzura que cuida un hogar llegué al cenit del heroísmo sin pretender ignorar la biología, tratando de crear testosterona donde brota ternura, sino porque el amor a su otra mitad la arrojará sin vacilación al combate. Cuando los extremos están equilibrados no compiten entre sí, caminan lado a lado.

Ante una marea que clama por descuartizar bebés como derecho, reniega de sus ancestros, se destruye con drogas, legales o no, y da la espalda a su naturaleza, muchos se entregan al derrotismo creyendo que el fin está cerca; nada más alejado de la realidad. En este eterno retorno hispánico, cuando los regentes de España llaman a la calma para no perturbar a los invasores, la valiente Noelia de Trastámara hace de la red su ágora y blandiendo datos contra el nudo informativo ha logrado romper el cerco mediático. Haciendo de público conocimiento que estamos en guerra; los enemigos de la hispanidad han traspasado las murallas y están violando sin descanso a las mujeres nativas.

Tan exitosa ha sido su irrefutable investigación, que después de un fracasado intento de desprestigio, el sistema tuvo que aceptar la batalla perdida y replegarse al terreno de los sofismas. El partido cortafuegos más exitoso de la democracia, VOX, ha publicado una investigación sospechosamente parecida a la de Noelia. El sitio oficial de los verdes muestra datos de agresiones sexuales en España desde el 1 de enero de 2020; datos que ya aparecían en la página web de Noelia, quien además lleva un registro desde el año pasado.

La información que muestran los copartidarios de Abascal es correcta, ignorar de dónde la han sacado evidencia que el sistema está controlando los daños que les causa esta patriota. La siguiente fase será fingir que se está resolviendo el problema, para calmar los ánimos. No es conveniente que a los jóvenes les de por seguir los pasos de la rebelde y tomen las espadas.

Al mismo tiempo, la hermosísima Alba Lobera no se detiene en su lucha por arrojar algo de luz contra este mundo viperino. Contrario a lo que su dulce voz pudiera sugerir, la joven periodista no ha temido adentrarse en las aberrantes perversiones humanas para denunciar a los enemigos de la hispanidad. Nada escapa de su pluma digital: violadores, pedófilos, prostitución de menores, la epidemia ludópata, el cada vez más orwelliano control tecnológico de la sociedad, las redes del MeToo, el adoctrinamiento sexual, los oscuros movimientos tras bambalinas de USA e Israel, la manipulación de la economía y un gigantesco etc son blanco de sus investigaciones.

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Noelia y Alba no son la caricaturesca expresión del empoderamiento hollywoodense, por el contrario, son la continuación de miles de años de feminidad hispánica. En el génesis de las máquinas, y ante una evidente escasez de héroes, cargan contra nuestros enemigos en busca del objetivo de su naturaleza, que es el mismo de la vida, la creación de una belleza nueva.

No hay nada en esta tierra que odie más a la mujer que el feminismo. Este quiere arrebatarle su propia naturaleza, desea despojarla de su esencia, anhela arrancarle el alma. Ante tal dragón, que desea acabar con las princesas, ningún hombre debería ser neutral. No deberíamos combatir este virus por los efectos negativos que tiene para nosotros. Cárcel, injustas leyes de divorcio, cuotas de género, insultos o muerte por ser hombres no deberían importarnos en lo más mínimo, para eso está hecha nuestra genética, para luchar, sangrar y morir.

En la mitología nórdica la mujer es la vida y el hombre aquel que ama la vida, debemos enfrentarnos al feminismo porque su principal víctima es la mujer; debemos enfrenarlo porque no seríamos dignos de nuestras maravillosas contrapartes si nos rehusáramos a luchar por su supervivencia. Cuando pase el tumulto propagandístico de este domingo, salgan a las calles y contemplen los millones de mujeres anónimas que llenan de mimos a sus hijos, sueñan con lo divino y creen en el amor. Observen las manos que tejen sueños, cocinan futuros y construyen hogares. Llénense de admiración por el milenario tesoro que son nuestras mitades.

Si no lo están haciendo ya, a partir del 9 de marzo, honren con su vida a la mujer hispana.

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