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Mientras quince millones de españoles sigan parasitando al Estado, en España no cambiará nada

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LR.- Más de tres millones de funcionarios y más de nueve millones de pensionistas. A esta cifra hay que añadirle los casi tres millones de enchufados y cargos públicos afiliados al presupuesto. No hay economía que pueda sobrevivir mucho tiempo a este parasitismo ni a esta masiva dependencia del sector público.

Mientras estos colectivos no sufran en propias carnes el sufrimiento económico que ya padecen miles de españoles, no hay solución posible. La casa que acoge a los españoles desde mediados de los 70 está podrida en su estructura y cimentación. La putrefacción no se regenera desde dentro.

Mientras los jubilados y empleados del Estado sigan cobrando a final de cada mes, aquí no cambiará nada. Mientras los alegres funcionarios no vean congeladas sus pensiones (o algo peor aún) y mientras los españoles menos capaces tengan asegurada su miserable subsistencia a través de los programas de ayudas clientelares que pagamos todos, seguiremos estando representados políticamente por auténticos psicópatas. Mientras haya dinero público para mantener una economía que exprime a los mejores y prima a los afiliados al presupuesto, este país seguirá naufragando en las procelosas aguas de la demagogia izquierdista y del populismo zarzuelesco. A grandes males grandes remedios. No hay otra salida que el derrumbe del edificio y la construcción de uno nuevo. Los parcheos y las reformas solo sirven para prolongar el drama.

Sostenía un lector de AD que a partir de ahora dejaría de consumir productos nacionales; que si tenía al alcance lentejas estadounidenses, patatas procedentes de Francia o naranjas cultivadas en Marruecos, las adquiriría. Sugería también hacer las compras por Amazon y a ser posible productos de fuera. Puede ser una buena respuesta a un país castrado por el asistencialismo económico. Cuando se corte el grifo y empiecen los recortes bestiales a esos colectivos, antes se alzarán millones de voces reclamando las soluciones que requiere este país agónico. Si aumenta la deuda soberana, la inseguridad en las calles, la inmigración ilegal, la precarización en las empresas, la pauperización de las clases medias, la colonización de nuestra economía; si los pensionistas alcanzan a vivir una situación similar a la de sus homólogos en Grecia, será gracias y no a pesar de la actitud frívola de millones de españoles al elegir a sus representantes. No merece la pena que sigamos linimentando compasivamente la musculatura atrofiada de un enfermo terminal. Hay que darle la puntilla al moribundo. Los empresarios deben anteponer los intereses propios y los de sus familias a los de una comunidad que no merece a asunción del riesgo que afrontan cada mañana, cada vez que abren las puertas de sus negocios.

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Aconsejamos a los responsables de los sectores productivos que congelen sus inversiones y que manden a sus hijos a Estados Unidos. España va a ser un infierno peor que Venezuela y tenemos que parapetar a nuestras familias de lo que se nos viene encima.

Mientras la elefantiásica casta que depende del sector público y que tanto nos avasalla, no vea lesionarse gravemente sus intereses, nos tememos que seguiremos sin encontrar la forma de garantizarle a nuestra patria el futuro que hoy no tiene.

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