Opinión

Matando ruiseñores: sabemos lo que hicisteis en la última República

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A partir del 18 de julio de 1936, se produjo el asombroso fenómeno de la invasión de España por un número indeterminado de naves alienígenas, extraños y desconcertantes OVNIs que con sus ojos luminosos buscaron por muchos rincones de nuestra Patria a monjas y frailes, sacerdotes y obispos, e incluso a simples católicos que pasaban por allí o allá, cuyos crucifijos y rosarios detectaban con su altísima tecnología.

En implacables razzias, en pogroms incontenibles, en cacerías pasmosas, las naves produjeron un tremendo fenómeno de abducción de muchos religiosos, hasta el punto de que «desaparecieron» en torno a los 7.000. Así, sin más: se volatilizaron, se esfumaron, se los tragó la tierra, se los llevaron en sus carros de fuego no se sabe bien adónde, aunque, como una parte de estas víctimas abducidas ya ha sido beatificada, se supone que hacia las praderas celestiales.

Más o menos esto es lo que ya cuentan a los niños en las escuelas, donde les explican que en aquellos lejanos tiempos bastaba con chasquear dos dedos para hacer desaparecer a un católico, a un adorador nocturno, a un requeté, a una monja concepcionista, a un claretiano de Barbastro.

Pero hay más, damas y caballeros, porque la feligresía católica no fue la única en desaparecer, ya que, al alimón con ella, también esas naves de otros mundos abdujeron a milicianos puño-en-alto, a todos los torturadores que veían con su ojo tipo HAL 9000, a los chekistas luciferinos que bebían la sangre de sus víctimas, a los revolucionarios que hacían chorizos con la carne masacrada de sus víctimas. Mas aquí el apocalipsis abductor fue todavía más implacable, ya que, mientras que sobrevivieron algunos religiosos, no quedó ningún miliciano, todos se evaporaron, se desintegraron en magmas etéreos: solo quedó la buena gente. O igual sucedió otro fenómeno asombroso: que, por una memorfosis kafkiana, los asesinos se convirtieron en corderitos lechales, o en encantadores pussycats.

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Vaya casualidad, que desaparezcan a la vez religiosos y milicianos, que desaparecieran los desaparecedores, y que, para culminar la apoteosis de magia a la «Houdini» aparecieran por doquier, como traídos de otro planeta, legiones de seres angelicales, de buenísimas personas, de luchadores pacíficos por la libertad, que, lejos de cometer maldades y fechorías ―noooo, qué va― fueron fusilados sin piedad en las numerosísimas cunetas por orden de un Darth Vader con bigote, que los genocidó porque sí, a los pobres que no habían hecho nada.

El caso es que estos genocidados no están apareciendo en las cunetas que con tanta porfía buscan los herederos de los desaparecedores, sino que más bien aparecen los otros desaparecidos. Otro fenómeno asombroso, magia potagia…

El caso es que, allá, en las cumbres del Himalaya de mentiras, estas naves alienígenas se ventilaron a la flor y nata de nuestro clero, o igual los tiraron por sus barrancas, vete a saber, embutidos en cajas de madera atiborradas de cal viva. Lo malo es que sus abducciones no eran incoloras, sino un tanto gores, ya que se teñían con la sangre que manaba a borbotones de sus gargantas cercenadas, de sus miembros serrados y echados de comer a los cerdos; tampoco eran indoloras, por el espanto de los ojos arrancados, los testículos arrancados, los pechos cortados, los úteros violados llegaría posiblemente hasta el fatídico planeta desde el que un dios cornudo envió a sus escuadrones abductores. Todo este horror lo explico con detalle en mi libro El Himalaya de mentiras de la memoria histórica.

Según la televisión de Rosa María Mateo, las 14 monjas concepcionistas franciscanas que fueron beatificadas el pasado 22 de junio fueron un ejemplo más de esas «desapariciones», que se produjo no se sabe bien cómo, aunque ya les digo que este portento fue obra de extraterrestres, porque la gente del inframundo no es de esta Tierra, claro.

Portento donde los haya, que te beatifiquen por desaparecer, sin que haya que hacer nada más, con el «Houdini» chequeando los procesos de beatificación. Dentro de nada, ya verán, el señor de las Moscas empezará a «beatificar» ―bueno, esta palabra no es la más exacta: la correcta ya la saben ustedes― a aquellos milicianos «desaparecidos», y qué les voy a decir que hará con la hueste de buena gente que fue juzgada y fusilada sin ningún motivo.

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O sea, que no mataron ruiseñores en aquellos tiempos, sino que, simplemente, volaron, desaparecieron…

Como se dice en la película «Matar un ruiseñor»: «Prefiero que dispares a latas en el patio trasero, pero sé que vas a ir tras los pájaros. Dispara a todas las urracas que quieras, si puedes golpearlas, pero recuerda que es un pecado matar a un ruiseñor». «Los ruiseñores no hacen nada malo, sino que hacen música para que disfrutemos: no comen los jardines de la gente, no anidan en graneros, pero cantan en sus corazones para nosotros. Por eso es un pecado matar un ruiseñor».

Pero, ojo, porque sabemos lo que hicisteis en la última República…

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