A Fondo

Marxistas culturales de base

Published

on

¡Comparte esta publicación!

León Riente.- Cuando decimos marxismo cultural estamos ante aquel marxismo que ha comprendido que para instaurar el programa propio del marxismo económico es necesario un trabajo intenso en la esfera cultural, entendida en sentido amplio. Y esto lo comprende así porque este marxismo parte de la base de que la cultura (en sus llamados “artefactos culturales”) es un factor decisivo en el dominio que ejerce el capitalismo sobre las distintas sociedades. Grosso modo, el marxismo cultural tiene tres fuentes: 1) los estudios de Gramsci acerca de la hegemonía, 2) los trabajos de la Escuela de Frankfurt y 3) los análisis de la Escuela de Birmingham (Cultural Studies, Estudios culturales).

Un marxismo cultural primigenio surge tras el fracaso en la extensión del movimiento revolucionario inaugurado por la Revolución bolchevique rusa en el resto de Europa en el decenio 1918-1928, fracaso particularmente sonoro en Alemania, con el episodio de la frustrada República Soviética de Baviera y con el desastre (para los bolcheviques) espartaquista, y en Hungría, con la ruina de la República Soviética Húngara del judeohúngaro de origen burgués Béla Kun (nombre real: Cohn Béla). Los más perspicaces teóricos marxistas, es decir, Lúkacs (marxista judeohúngaro nacido en un familia de banqueros, Comisario de Educación y Cultura de la república de Béla Kun, en Historia y conciencia de clase) y Gramsci (marxista italiano autor de Cuadernos de la cárcel, donde teoriza sobre hegemonía, intelectualidad orgánica, etc.), reflexionan sobre este fracaso y llegan a la conclusión de que el marxismo (económico) sólo triunfará si las bases tradicionales de la cultura y la civilización europea (familia, sexualidad, racialidad, etc.) han sido erosionadas e incluso destruidas.

El programa del marxismo cultural consiste, por tanto, en desestructurar cultural y moralmente a las sociedades de las naciones del oeste europeo, para que pueda triunfar allí la revolución bolchevique (marxismo económico). Y esto se hace creando y/o fomentando aquellos movimientos ideológicos, políticos y sociales que sirvan para desestructurar estas sociedades (feminismo, homosexualismo, pacifismo, inmigracionismo, multiculturalismo, interculturalismo, etc.) Se trata entonces de un marxismo que enfatiza en la cultura (superestructura en el lenguaje marxista), en lugar de en lo económico (infraestructura). Surge así el polimórfico marxismo cultural, hoy muy extendido. Lúkacs formó parte de la Escuela de Frankfurt en sus orígenes (en el Instituto de Investigación Social de la Universidad de Frankfurt), en los tiempos de su exilio alemán tras el fin de la República Soviética Húngara. Esta escuela, cuya producción teórica, de todas formas, no puede reducirse al marxismo cultural (la crítica de la Modernidad realizada por Theodor Adorno y Max Horkheimer en Dialéctica de la Ilustración tiene un gran valor), puso a punto los conceptos fundamentales de estos dos teóricos citados y dio lugar a un elenco de importantes intelectuales que, bajo la metodología de la llamada Teoría crítica, difundieron semejantes ideas en todo “Occidente”.

Otra fuente que ha alimentado al marxismo cultural es la que proviene de los llamados Estudios culturales (Cultural Studies). Término acuñado por Richard Hoggart en 1964, año de fundación del Centro de Estudios Culturales Contemporáneos, en Birmingham (Inglaterra). Los Estudios culturales son un campo de estudio inicialmente centrados en la relación entre los medios de comunicación y la cultura popular, especialmente la cultura de la clase obrera (inglesa), y la influencia de la producción de estos medios en esta cultura. Posteriormente inciden en el papel de los medios de comunicación como elementos ideológicos de primer orden a la hora de definir los problemas políticos y las relaciones sociales. Se trata, a fin de cuentas, de analizar el papel de la hegemonía en las prácticas culturales y la manera de resistirla. Su metodología se base en el análisis textual y en la etnografía. Paulatinamente van abandonando su primera toma de partido por el socialismo y las clases populares, algo que coincide con el abandono de conceptos como ideología y hegemonía y con un desplazamiento del foco de interés: de la producción de los mensajes a la recepción de los mensajes. La institucionalización en las universidades no es ajena a esto, así como tampoco lo es la salida de Inglaterra y la llegada a lugares con escasa tradición de lucha obrera, como Estados Unidos y Australia, donde los temas predilectos pasan a ser, en sustitución de la clase, las minorías étnicas y el “género”.

Advertisement

El marxismo económico se derrumbó en 1989, pero el gran capital ha sabido ver las inmensas potencialidades alienantes y deshumanizadoras del marxismo cultural para la sociedad en la que se extiende. Y lo tienen como uno de sus instrumentos preferentes. Esto explica el hecho, que no deja de asombrar a los muchos en su fenomenología (rechazo del feminismo, del homosexualismo, del inmigracionismo), de que los países del este de Europa, incluida Rusia, no están sometidos a la influencia que el marxismo cultural tiene en el oeste europeo. Esto obedece, simplemente, a que no fueron adoctrinados en él, algo innecesario por haber sido entonces territorios ya ganados para el marxismo económico. De modo que el marxismo cultural sirvió en primer lugar al marxismo económico y, derrotado éste, sirve al liberalismo precisamente por esa potencialidad alienante señalada. Hoy muchas ideas procedentes del marxismo cultural forman parte del ambiente y se toman como naturalmente dadas. Tal ha sido su éxito.

Originalmente el marxismo cultural sirvió como ideología de derribo al servicio de proyectos políticos comunistas. Una vez fracasados estos, sigue funcionando como ideología de derribo, pero ahora al servicio de la oligarquía económica mundialista. En el primer caso la destrucción de las bases de la cultura tradicional europea, debería servir para eliminar los obstáculos que estas mismas bases representaban para el triunfo del bolchevismo. En el segundo caso se trata de hacer lo mismo, de destruir lo mismo, pero ahora en aras de socavar todo aquello que se opone a la maximización del beneficio y a la globalización, en tanto constitución de un mercado mundial.

Pseudodisidentes, mundialistas como la Banca, lerdos “luchadores contra el capitalismo” que, con su “lucha”, mejoran las condiciones de explotación capitalista para los capitalistas, estúpidos inmigracionistas que, como los grandes empresarios, son grandes partidarios de la inmigración masiva, obtusas feministas que, como las patronales, son firmes partidarias de la incorporación masiva de las mujeres al mercado de trabajo y de su “liberación” mediante el trabajo asalariado, es decir, mediante la explotación capitalista, adictas al tabaco “liberadas”, indigenistas odiadores del indígena europeo, tolerantes agresivos con los que no comparten sus oligárquicos ideologemas, afromaníacos y eurófobos, “las razas no existen pero el mestizaje es muy bueno”, igualitaristas y partidarios de los privilegios para las mujeres, antirracistas promotores del racismo antiblanco, luchadores contra el sistema pero que recogen sustanciosas subvenciones públicas y privadas, esforzadísimos profesores rebeldes desde su sinecura universitaria gubernamental, opositores al capital con acceso privilegiado a sus medios de comunicación y propaganda, imbéciles, depravados, ¡menos “lucha” y más ducha, hijos de puta!

Advertisement

Escriba una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Salir de la versión móvil