Opinión

Los liderazgos actuales

Published

on

¡Comparte esta publicación!

«Pablo Iglesias en el Gobierno me quitaría el sueño y no sólo a mí, también al 95% de los españoles» dijo Pedro Sánchez para -solo un mes después- darse un abrazo «fuerte y sincero» con aquel a quien tanto había denostado. La escena es, en verdad, lamentable y retrata a Sánchez como lo que es: un hombre carente de escrúpulos. Un cínico que cambia de chaqueta ideológica cada fin de semana.

Por otro lado, si un líder pierde 728.000 votos en menos de siete meses lo decente es abandonar el cargo. Eso es lo que debería haber hecho Pedro Sánchez, y lo mismo le tocaba hacer a Pablo Iglesias, que lleva ya mucho tiempo perdiendo apoyos electorales sin parar. Pero no sólo no van a dimitir, sino que mezclando el agua con el aceite van a crear un Gobierno con gran entusiasmo progresista. (Ya lo escribió Madame de Stäel «el desengaño camina feliz y sonriente detrás del entusiasmo»).

El nacimiento de ese «gobierno progresista» está en manos de Esquerra Republicana de Cataluña, pues sin el apoyo o la abstención de estos separatistas la investidura fracasará. Tampoco puede perderla si el partido de Junqueras vota a favor o se abstiene. Dicho de otra manera: Junqueras, condenado por sedición y malversación y enemigo declarado de la Constitución española, tiene en sus manos el futuro del Gobierno de España y el futuro de Pedro Sánchez, y ese regalo no le ha tocado en la lotería sino que se lo debe a Pedro Sánchez. En verdad, una soga que su líder, él solito, ha puesto en el cuello del PSOE con la bendición de esa plaga apellidada Iceta.

De todo lo anterior se ha dicho y escrito y con mucha razón durante los últimos días, pero quizá no se han enfatizado las causas que han conducido al actual desastre, que son varias, y sin duda una de ellas está en los liderazgos. En efecto, algo ha quedado «invisible» en el debate postelectoral y es la conversión de los liderazgos de los partidos en auténticas satrapías que han hecho desaparecer el intercambio de posiciones y la discrepancia dentro de las organizaciones políticas. Lo cual, en un sistema de listas cerradas y bloqueadas pone en manos de esos hiperliderazgos a todos y cada uno de los diputados que conforman el Congreso. Por ejemplo, las primarias que «volvieron» a Sánchez a Ferraz han conseguido crear un mandarinato, donde el ganador ha obtenido «legitimidad» para hacer lo que le da la gana… y lo primero que ha hecho es marginar a quienes no le han votado, es decir, a la mitad del partido, despilfarrando así material humano «sin medida ni clemencia».

Advertisement

Hasta la resurrección de Sánchez cualquier coalición que emprendiera el partido tenía que ser ratificada por el Comité Federal. Ahora ya no. Ahora se ratifica con el voto de los afiliados. Un triste descubrimiento: el plebiscito interno. Y conviene recordar que los plebiscitos son contrarios a la democracia representativa.

En pocas palabras: las primarias han significado la muerte de la democracia interna que exige a los partidos la Constitución en su artículo 6. Y es que a los partidos nunca les ha interesado aplicar ese artículo. Ni siquiera han cambiado los reglamentos de las dos Cámaras que componen las Cortes. Reglamentos que niegan la personalidad individual de diputados y senadores. Tampoco les está permitido hablar como individuos, sólo lo pueden hacer en representación de un grupo parlamentario; incluso sus sueldos no los perciben de «la empresa» para la cual trabajan (Congreso o Senado), sino que cobran de su grupo político correspondiente, tras las «rebajas» que éste les puede hacer.

Pero no sólo el PSOE, todos los partidos han acogido las primarias con gran entusiasmo como método de selección de líderes que consiste en que los afiliados los elijan en votación directa (lo del voto de los simpatizantes es, simplemente, una burla), y resulta que esos afiliados son una parte pequeña del electorado de ese partido. Pequeña y sectaria. Además, como se ha visto, una vez elegido el líder se cree legitimado para comportarse como único propietario del partido, lo cual le suele llevar a matar cualquier debate.

Sin duda, el bloqueo que ha llevado a la repetición de elecciones ha dejado muy tocado el ya disminuido prestigio de los líderes políticos, que se han mostrado incapaces de sacar al país de un parón institucional sin precedentes. Como ha escrito Raúl del Pozo refiriéndose al protagonista de la moción de censura: «Pedro Sánchez se va afianzando de bloqueo en bloqueo con estilo cesarista y, enmendando a Francisco de Quevedo, a Sánchez no le gobiernan ni textos ni tratos». Pérez Reverte, por su parte, ve a Sánchez desde una óptica más literaria: «Es el único interesante en sentido renacentista. Los torea a todos. Pedro Sánchez miente sin ningún complejo, con esa falta de escrúpulos que caracteriza al político de raza».

El desprestigio de los líderes también ha vuelto a poner en plaza pública la flojera curricular de la clase política actual. En otras palabras: una buena parte de los diputados y senadores no han trabajado nunca fuera de la política. Es decir, no son ni social ni laboralmente representativos de la sociedad española.

Advertisement

*Joaquín Leguina fue presidente de la Comunidad de Madrid

Escriba una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Salir de la versión móvil