Opinión

Libros, presos e instituciones penitenciarias

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Dicen que los verdaderos amigos se conocen cuando estás en el hospital o en la cárcel.

¡Y que en esas situaciones, sobran dedos en las manos para contar a los amigos auténticos!

Las circunstancias de la vida han llevado a prisión a varios amigos, en la mayoría de los casos de una forma totalmente injusta, en largas prisiones preventivas, es decir sin haber sido juzgados ni condenados.

Personas normales y corrientes, con carreras universitarias, una gran formación y un gran defecto: enfrentarse al poder, al sistema, y hasta a la Casa Real. ¡Va por usted, don Miguel Bernad, por ejemplo!

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En estos casos procuro acompañarles en la escasa medida de mis posibilidades, escribiéndoles a menudo, enviándoles informaciones de prensa, libros propios y ajenos, etc.

Debemos recordar que la Constitución establece en su artículo 25, 2, en sede de derechos fundamentales, que: “Las penas privativas de libertad estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción social y no podrán consistir en trabajos forzados. El condenado a pena de prisión –y con más razón el preso preventivo, que no ha sido condenado por nadie-gozará de los derechos fundamentales de este Capítulo. En todo caso, tendrá derecho a un trabajo remunerado y a los beneficios correspondientes de la Seguridad Social, así como al acceso a la cultura y al desarrollo integral de su personalidad”.

Pues bien, la correspondencia cuando llega al centro penitenciario es abierta por los funcionarios de su módulo delante del interno (denominación eufemística del preso de toda la vida), para ver si hay drogas, algún tipo de sustancia estupefaciente, o algo que pudiera ser un peligro para la seguridad o que contraviniere las normas de Instituciones Penitencias, y seguidamente se entrega al interesado.

Pero en los últimos tiempos, y con ocasión del “internamiento” de algunos amigos, he visto con sorpresa como eran devueltos los libros enviados, con un sello de caucho en el sobre que decía algo así como –escribo de memoria- “Este envío no ha superado los controles de seguridad”.

Sé que en la mayoría de las prisiones tienen escáner de seguridad, por el que pasan todos los objetos que se pretende entrar en la cárcel. ¿Tan difícil es pasar por el escáner esos sobres, normalmente de papel acolchado, o incluso sobres normales y corrientes, en los que cualquiera ve que el contenido es un libro?

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¿Qué problema hay en abrirlo delante del interno, y una vez verificado que no es un “libro prohibido” (en el supuesto de que haya libros prohibidos en nuestro sistema constitucional, que lo dudo), entregarlo al interesado?

No creo que los encarcelados anden muy sobrados de libros, pero sí tienen mucho tiempo libre. Y salvo que se pretenden atontarles del todo, haciéndoles ver todo el día las varias cadenas de telebasura que tenemos en España, con su interminable desfile de homosexuales, lesbianas y gente “peculiar”, creo sería conveniente modificar el reglamento, la normativa o el excesivo celo de algunos funcionarios que les hace ver un ladrillo en cualquier libro, reputándolo por consiguiente como instrumento de ataque o defensa.

¡Y no están descaminados en muchos casos, pues algunos libros –mis libros, los primeros-, son auténticos ladrillos!

Abogado y escritor.

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